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Solidarios, creativos y soñadores

Una madre jefa de hogar, cinco hermanos de Ciudad Evita y dos netbook. Una historia de chicos que se esfuerzan día a día para salir adelante. En un contexto difícil, contagian a sus familias más que la pasión por las nuevas tecnologías.

familia Orellana

En el mapa original el barrio llevaba el nombre como una promesa. Las casas le rendían culto, alineadas de tal manera que desde arriba podía verse el rodete más famoso, la nariz, el cuello flaco, el gesto triunfal. La escuela N° 21 de Ciudad Evita está en los bordes de su pecho, podría ser un abrazo geográfico. Aunque este centro educativo es parte del mapa del sueño evitista -el que en 1947 delineó un modelo de vivienda social y de urbanización obrera con chalets, jardines, clubes, bibliotecas y colegios públicos- sus estudiantes hoy provienen, en gran medida, de barrios y asentamientos aledaños. Tienen nombres de película: Puerta de Hierro, San Petersburgo, Nicol (abreviación de “nicolectivos”), Villa Palito. Antonella, Fabián y Karen Orellana cursan el secundario en la 21 y vienen de los monoblocs, a unas cuadras del brazo de Eva. Los dos mayores estuvieron entre los 300 de esa escuela que ya recibieron una netbook de Conectar Igualdad.

 De la palabrería a la realidad

-Hay alegría. Nos hace falta -les dijo la presidenta Cristina Kirchner cuando estuvo en el club de al lado y, en plena entrega, anunció: si no se llevaban previas, podían quedarse con la computadora al terminar el secundario. “Ahora tienen el derecho, pero también la responsabilidad del esfuerzo y la educación. Las dos cosas van juntas”. Ese día la Presidenta habló de igualdad de oportunidades, de construir las cosas de otra manera que la que les había tocado a muchos argentinos. Los Orellana la escucharon, les pareció que ella los conocía.

“Son buenos alumnos, chicos educados, valoran mucho su computadora. Hacen el Itinerario Formativo de Informática en horario extraescolar”, dice Eduardo Pitto, director de la 21, mientras esperamos que los hermanos terminen sus clases. Sabe que una gran mayoría de los que recibieron las computadoras, no solo los Orellana, viven en contextos difíciles. Son de nivel socioeconómico bajo. Sus padres se las arreglan con planes sociales, hacen changas, muy pocos tienen un empleo en relación de dependencia. El abandono escolar y la repitencia fueron, durante años, dos de las amenazas más temidas en un territorio donde el escepticismo venía ganando algunas batallas.

Al principio los chicos no lo querían creer. “El día que llegaron las netbooks fue una fiesta. Fuimos de los primeros. Además, existía un temor muy grande en la comunidad de que se las robaran al ir y venir con ellas. Todos pensaban que iba a ser un desastre. Y no fue así. El hecho de hablar mucho acerca de las medidas de seguridad y del bloqueo de las máquinas hizo que no hubiera mayores problemas. Se robaron tres en un año”, dice el director. La mayoría del alumnado no tenía computadora. Hubo chicos que volvieron a las aulas tras saber que en la escuela estaba su máquina esperándolos. “Es serio: tienen que rendir, solo así se la quedan. Impacta. Funciona. Y ha generado, en esta etapa inicial, una enorme cooperación. Estamos acostumbrados a palabrerías y esto es una realidad”. Advierte: “No me malinterpreten. No estoy en política, ¿eh? Pero nunca vi una cosa así en todos los años de docencia”.

familia Orellana

“Si se esfuerzan, se puede”

Antonella (16) y Fabián (14) Orellana Kim -con doble apellido, como les gusta llamarse a ellos- saludan al director, atraviesan la puerta de la escuela y aprietan fuerte la netbook contra su cuerpo. Caminan por El Tiburón y enfilan por la explanada de un césped ralo rumbo a los monoblocs. Karen (12) va más liviana, aún espera su netbook. La mamá, Evelina Kim, los sigue detrás, más despacio, con su panza que apenas insinúa los seis meses de un embarazo delicado. Lleva de la mano a Ezequiel (10) y en la casa espera el más chico, Lucas (5). Los Orellana viven además con su abuela y dos gatos, Oso y Tigre. La mujer llegó a estos monoblocs por unos meses y se quedó veinticinco años. Su hija Evelina se refugió con sus hijos ahí después de separarse de su marido, denuncia de violencia familiar de por medio, hace ya cuatro años.

A primera vista Evelina es una mujer de rasgos frágiles. La vida la hizo fuerte. Creció en un lindo chalet de Ciudad Evita, su madre era recepcionista en el centro de salud del barrio. Era una niña y su padre, de origen coreano, se marchó a vivir a Brasil. Evelina iba a la secundaria y estudiaba inglés cuando se enamoró de Walter, un chaqueño que había terminado la primaria y trabajaba en la industria gráfica. Quedó embarazada, nació Antonella y dejó de estudiar.

La nena tenía 12 años y el menor era apenas un bebé, pero Evelina tomó una decisión que llevó a muchas otras: separarse. Convertirse en jefa de hogar. Empoderarse. Buscar un trabajo. Fue coordinadora de una agencia de viajes y después administrativa en una empresa en pleno centro porteño. Por estos días no trabaja. Recibe la Asignación Universal por Hijo y su exmarido aporta algo.

“Durante mucho tiempo los chicos perdieron contacto con el padre. En un momento supimos que estaba enfermo, estuvo internado. Quise ayudarlos a acercarse. En gran medida, a partir de que se engancharon con las netbooks recuperaron la relación con él. Especialmente Antonella y Fabián se acercaron un montón”, cuenta Evelina con un tono neutro, como si ese hombre con el que tuvo a sus hijos viviera en otro país. Al barrio donde viven los Orellana lo componen cuatro bloques de viviendas que los técnicos llaman “Núcleo Habitacional Definitivo”. Edificios de tres plantas en los márgenes de Ciudad Evita y de tantas cosas, al borde de Camino de Cintura y Crovara. Pareciera que desde 1970, cuando se hicieron, nadie dio a las paredes y ventanas más mantenimiento que agregar rejas. Los colores de las paredes gastadas se empastan en el mismo tono seco de las banquinas sucias de esa ruta y los pasadizos interiores sombríos. Viven ahí más de doce mil personas, entre calles con nombres de plantas y animales y problemas habitacionales serios: cloacas que colapsan, falta de servicios adecuados, mal manejo de residuos -dispersos en los alrededores-. Sentados en la puerta de la entrada del edificio por donde subimos las escaleras junto a estos hermanitos, dos adultos fuman algo con desesperación un mediodía frío.

El departamento de dos ambientes es puro calor de hogar, alimentado a estufa eléctrica. Los cinco chicos y la madre viven en el living. Allí convidan mates dulces y un rico bizcochuelo casero. Los mayores abren sus computadoras. Graban mientras conversamos.

-Esto de las computadoras nos ayuda muchísimo. No tenía cómo comprarles. Les demuestra que si se esfuerzan, se puede. En nuestra familia fue toda una revolución -dice la mamá-. Nos están enseñando, a los más chiquitos y a mí. Cuando ella todavía trabajaba en la constructora -antes de que dejara porque tenía que seguir de cerca a sus hijos- uno de sus jefes le pidió que armara un folleto. “Yo no tenía idea de que existía un programa para hacerlos. Mis hijos me lo mostraron. Acceder a esto fue descubrir un mundo. Para ellos también. Fabián encontró una herramienta justa para él”.

familia Orellana

Los hermanos sean unidos

-¡Mirá!, ¡mirá! -Fabián sonríe con la candidez con que pueden hacerlo pocas almas. Muestra sus obras en pantalla: dibujos transformados en fotografías, galerías de fotos de animales: halcones y águilas. Texturas. “A partir de la compu empecé a sacar fotos, a dibujar. Aprovecho el diseño de fondos para hacer gráficas. Me encanta diseñar. Lo volví loco al profesor. Mirá, mirá”.

-Desde que se la dieron no para de explorar y aprender. Y le está enseñando al menor -dice la mamá. -Grabo partes de dibujitos animados, los pego con el editor y se los paso en la netbook a mis hermanitos cuando mi abuela está mirando tele.

-Además de lo que pasó con su papá, Fabián mejoró en la escuela. Vivía muy en su mundo, estaba muy aislado de sus compañeros -explica Evelina. Él la interrumpe:

-Muchos pibes están solo en la joda y en la bailanta. Dicen que soy coreano y a veces me quieren pegar. Ahora con las compus no peleamos tanto. Me llevo mejor, hablo más con ellos. Instalé el Messenger. Lo que me gustaría ponerle a la compu es algo que me enganche la señal del satélite.

-El año pasado se llevó muchas materias. Las rindió todas. Este viene flojo en dos. Los profes son unos dioses.

-Fabián, ¿tener la netbook te dio más ganas de ir a la escuela?

-Yo siempre tengo ganas de estudiar. Cuando sea grande quiero ser veterinario, abogado o empresario. Me gustaría conocer la nieve, los lobos, Canadá. Viajar por el mundo con mi netbook. Mirá: tengo un mouse inalámbrico. Antonella, ojos negros y voz suave, está sentada a la mesa, concentrada en conectar por el puerto USB unos parlantes verde flúo, dispositivos Bluetooth y otros accesorios. La mamá cuenta:

-Al papá de ellos le salió la venta de electrónica. Los chicos lo acompañan.

-Lo ayudamos un poco -dice Anto. Él vende accesorios para computadoras. Lo asesoramos y le dimos una mano al arrancar. Para probar las memorias y las cámaras hay que tener compu. Los fines de semana él recorre las ferias de La Matanza. Compra en Once. A veces lo acompaño y le enseño a la gente para qué sirve, cómo se usa. Aunque él, cuando quiere, entiende -dice Antonella con buen humor, sin dejar de conectar adminículos coloridos.

-Lo ayudamos a hacer un folleto y estamos haciendo una página para redes sociales. Sacamos fotos de lo que vende -cuenta Fabián. Algunos fines de semana se va con él y con Shakira, la chihuahua de la casa paterna.

familia Orellana

Las chicas superpoderosas

Antonella y Karen, su hermanita de 12 años, campeona nacional de taekwondo, están rompiendo un mito: que a las chicas no las atrapa la tecnología. La mayor fue la primera en anotarse, hace dos años, en el curso de Reparación de PC. Karen se sumó hace poco. Jugando con la netbook de Anto (“ella me enseña, la uso un ratito para aprender, armo presentaciones de taekwondo”), rompió algo y se interesó por solucionarlo. Fabián asiste con ellas. Al Itinerario Formativo que otorga título oficial lo dicta Nahuel, un profe de la 21.

-Había hecho un curso cuando era más chica. Lo dejé, no lo podíamos pagar. Y en tercero empecé este trayecto. Aprendí a armar y desarmar computadoras. Está muy bueno tener la netbook, no solo para aprender. Llego a casa y es “¿Anto, qué viste hoy?”. Les empiezo a mostrar. Antes no podía explicarles, no tenía con qué. Quiero ponerme las pilas con inglés: ¡casi todos los manuales son en ese idioma!

Los sábados y domingos la mamá le da permiso a la hija mayor para cruzar al hipermercado del otro lado del Camino de Cintura. Antonella, amigos y compus se reúnen ahí. Se sacan fotos, las retocan, editan, arman videos y acceden a Internet gratis.

-Tenemos la oportunidad de aprender cosas que antes solo se veían en las privadas. Estamos avanzando mucho. Trabajamos más en grupo. Si tenemos que hacer trámites, buscamos resolverlos vía Web. Lo mejor es que nos podemos conectar el uno con el otro. Y compartir en casa la técnica.

 -A mí lo que más me gusta es cómo podés comunicarte, verte, hablar, todo al mismo tiempo -interviene Fabián.

Ezequiel, uno de los más chicos, permanece callado, abrazado a la mamá. Observa con timidez.

-A mi hermanito le cuesta hablar -dice Antonella. Con Karen le inventaron unos ejercicios en la compu. Lo graban hablando, lo hacen escuchar su voz, lo corrigen.

El más chico de los Orellana, Lucas, se ha apropiado de la compu de Fabián y dibuja con el mouse.

-Ah. Y también quiero ser ecógrafa -agrega la mayor, mirando la panza de su mamá.

De afuera llegan gritos. Fabián se asoma a la ventana. Ahí nomás, a unos metros, los que fumaban están a las piñas. La mamá corre la cortina. El nene menor: “Mirá, mirá lo que pinté”. Más gritos, más fuerte. Evelina pide disculpas, dice que ella nunca los deja salir. Un silencio. Afuera el pasto raquítico, la tierra seca, las paredes, los autos viejos, se funden en un color neutro, apagado. Adentro los chicos ayudan al hermanito menor a terminar un dibujo muy colorido en la pantalla resplandeciente y ponen reggaetón en sus parlantes verde flúo. 

Si querés leer ésta y otras notas de interés, podés acceder y descargarlas gratuitamente (en formato digital) en la publicación N° 1 de la revista "Escuelas Conectad@s", en la Biblioteca de Libros Digitales de educ.ar. 

Ficha

Publicado: 24 de octubre de 2012

Última modificación: 24 de octubre de 2012

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Educación Tecnológica y Digital

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