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Datos, huella digital y dopamina (primera parte)

Día a día incrementamos la cantidad de actividades en línea y pasamos cada vez más tiempo conectados a internet. Todo lo que hacemos deja rastros, trazas, marcas, como si al caminar cayera una miga por cada paso que damos. Así se genera la huella digital, ¿qué es y cómo afecta nuestras vidas? 


Permanentemente trabajamos para que los niños y los jóvenes estén protegidos. Lo mismo aspiramos para los adultos: seguridad y libertad; que las necesidades básicas de una existencia digna estén cubiertas, que los derechos humanos de todos —cualquiera sea su edad y forma de vida— no sean vulnerados de ninguna manera. El libre acceso a la información es uno de todos esos derechos, pero también lo es el derecho a ser olvidado.

Es probable que nos parezca extraño este derecho «a ser olvidado». Será porque en la historia, antes de la explosión de las redes sociales y el uso generalizado de plataformas digitales, la mayoría de las personas éramos anónimas. No para nuestras familias, amigos, compañeros y vínculos de la vida cotidiana, pero sí éramos completos desconocidos para el resto del barrio, de la ciudad, del país y del mundo.

El derecho «a ser olvidado» se desprende de otro derecho, que es la privacidad: nada ni nadie debería invadir o violar nuestra intimidad. Y más allá de referirnos a las personas, también hablamos de corporaciones, empresas y Estados. Ni individuos ni organizaciones deben entrometerse en nuestra privacidad.

Los datos personales, nuestra información, las actividades que realizamos dentro y fuera de la casa, nuestros gustos, deseos, vínculos, preferencias y relaciones, nuestras transacciones, imágenes, videos, conversaciones, todo esto y mucho más forma parte de la esfera privada de cada individuo. Somos nosotros quienes decidimos si queremos compartir datos o no hacerlo y con qué personas.

El avance de la digitalización de los procesos y servicios, la expansión global de internet, la automatización de los trámites, el crecimiento de las plataformas digitales y el uso masivo de redes sociales, comerciales y profesionales nos ha convertido en ciudadanos digitales.

Ciudadanía y huella digital

Somos ciudadanos en el mundo «material» porque tenemos cuerpos que interactúan físicamente en una realidad visible, táctil, presencial y cara a cara con los demás. Pero existe también otra realidad, que es la digital, donde interactuamos virtualmente. Allí somos ciudadanos digitales.

En el mundo material tenemos huellas dactilares. Esas que con tinta en la yema de los dedos quedan fijadas en el papel de los documentos de identidad, como el pasaporte, o las que, por ejemplo, nos permiten ingresar en una oficina o diversos espacios. La huella dactilar es única e irrepetible, esto quiere decir que hay tantas huellas dactilares como seres humanos en el mundo y es una forma de identificar a las personas porque ninguna jamás es igual a otra. La primera técnica de identificación de personas mediante huellas dactilares fue inventada por el francés Alphonse Bertillon y luego mejorada por el argentino Juan Vucetich.

En el mundo digital, también dejamos huella: la huella digital. ¿Qué es la huella digital? Cada movimiento que hacemos en internet deja rastros. Rastros de información, datos, cantidad masiva de datos que van recopilando las diversas compañías.

Dejamos rastros en infinidad de formas —algunas ya completamente naturalizadas— al navegar con dispositivos móviles como celulares o tabletas, haciéndolo desde notebooks o PC, operando cajeros automáticos, sumando puntos con la tarjeta del supermercado, pasando una tarjeta de débito por un posnet, realizando cualquier tipo de compra en plataformas, haciendo check in electrónico de vuelos, enviando correos electrónicos, audios, consultas por productos y servicios, búsquedas en internet, comentarios en un posteo de redes sociales, publicaciones en blogs, respondiendo encuestas, activando el GPS para localizar una dirección, descargando programas, utilizando el wifi de cada lugar al que vamos, bajando aplicaciones desde juegos hasta tutoriales de carpintería, sacando turnos médicos, mirando una serie o una película en una plataforma, descargando un documento o video... y así podríamos seguir enumerando ejemplos durante horas.

Las publicaciones, comentarios, etiquetados y otras acciones que las demás personas hacen sobre nosotros también dejan rastros y forman parte de nuestra reputación digital. Se suman a nuestra huella y —nos guste o no, sean reales o falsos— dan forma a un perfil o identidad digital que nos identifica en internet. 

En este tráiler de la película La cara humana del Big Data (2014) vemos claramente cómo se genera la huella digital. Es en inglés, pero, en este caso, nos importan las imágenes para seguir con la mirada todas las "migas de pan" que vamos dejando en cada movimiento digital. 

 

 

GAFAM: la aspiradora de datos

Quedémonos un rato con la idea de la huella digital creciendo minuto a minuto y mientras tanto preguntémonos: ¿a dónde van todos esos datos y qué se hace con ellos? La mayoría de los datos van a GAFAM.

GAFAM es un acrónimo que designa a Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft, las cinco megaempresas más grandes del mundo —también conocidas en inglés como Big Tech— que recolectan toda nuestra información en gigantescas y masivas bases de datos. No son las únicas corporaciones que toman nuestros datos, pero sí las más poderosas.

 A esta altura, uno puede preguntarse a quién le importan nuestros datos. No somos famosos, tampoco celebridades ni personas poderosas. ¿Qué valor tendría nuestra información? Nuestros datos importan porque sirven para hacer predicciones sobre nosotros mismos. En manos de GAFAM y de cualquier otra corporación, o incluso Estados, nuestra información se utiliza para predecir comportamientos y finalmente moldearlos. Sin embargo, cuando descargamos alguna aplicación, casi no prestamos atención a las políticas de uso y privacidad; allí las empresas se comprometen a utilizar nuestros datos solo para mejorar la experiencia de usuario, pero no suele ser así.

Las megaempresas desarrollan algoritmos cada vez más sofisticados que analizan nuestras vidas y obtienen fácilmente nuestros perfiles de «consumidores». Como usuarios recibimos una aplicación gratuita a cambio de brindar datos personales. ¡No es gratis! Estamos regalando información a cambio de vigilancia. Sin darnos cuenta, abrimos las puertas de nuestra privacidad y les dejamos robar nuestra intimidad. Les damos el boleto de entrada para espiarnos y explotar nuestra vida privada. Lo avalamos al momento de registrarnos en un sitio o al descargar una aplicación y aceptar (muchas veces sin leer) los términos y condiciones de uso. A veces, no lo sabemos y damos consentimiento a ser escaneados en redes sociales. Las fotos de Facebook o las de Instagram permiten deducir mucho sobre nuestros comportamientos y formas de vida.

Algo que sucede con frecuencia es que, luego de algunas búsquedas y simples navegaciones en la web, comenzamos a recibir sugerencias de productos, recomendaciones e información ajustadas a nuestros intereses ya sea a través del correo electrónico personal, como avisos en Facebook o publicidad lateral en la misma página de navegación.

Nuestros datos son la verdadera fuente de riqueza actual. Los servicios que ofrece GAFAM consisten en predicciones basadas en datos sobre nuestros comportamientos, y estas predicciones se venden a otras empresas como anunciantes, aseguradoras, grandes cadenas o consorcios de salud, entre otros.

Compartimos el tráiler oficial de la película Nada es privado (The great hack, 2019), que expone cómo las redes sociales explotan nuestros datos y los usan con fines comerciales y políticos.

 

Cuidado con la maratón de series

Netflix, por ejemplo, como lo hacen otras plataformas de streaming, nos recomienda series y películas constantemente de acuerdo con los datos que recopila de nuestro visionado, de lo que dejamos a medio mirar y de lo que vimos de un tirón.

Nuestros datos son la materia prima codiciada de un sistema de negocios que funciona con esta infraestructura digital. La escritora y periodista española Marta Peirano describe el mecanismo de funcionamiento de las megaempresas en una entrevista reciente que le hizo BBC Mundo News a propósito de su libro El enemigo conoce el sistema, publicado en 2019:

Netflix tiene muchos recursos para lograr que en vez de ver un capítulo a la semana, como hacíamos antes, veas toda la temporada en una maratón. Su propio sistema de vigilancia sabe cuánto tiempo pasamos viéndola, dónde la paramos para irnos al baño o hacernos la cena, cuántos episodios somos capaces de ver antes de quedarnos dormidos. Eso les ayuda a refinar su interfaz.

Si llegamos al capítulo cuatro y nos vamos a la cama, saben que es el punto de desconexión, entonces llaman a 50 genios para que lo resuelvan y en la siguiente serie nos quedemos hasta el capítulo siete.

La escritora no se queda ahí y profundiza aún más en el diseño del modelo:

Todas las aplicaciones que existen se basan en lo que hasta ahora era el diseño más adictivo, el de las tragaperras (tragamonedas) que hace que un sistema produzca la mayor cantidad de pequeños acontecimientos inesperados en el menor tiempo posible. En la industria del juego se llama event frequency. Cuanto más alta es la frecuencia, más rápido te enganchas, pues es un loop de dopamina.

Cada vez que hay un evento, te da un chute de [una subida de] dopamina, cuantos más acontecimientos encajas en una hora, más subidas, que es lo que te genera adicción.

Sabemos que, al aumentar la presencia de dopamina en el cerebro, se produce un aumento de los sentimientos placenteros. Peirano insiste y llama la atención sobre el funcionamiento del sistema:

Las redes sociales son como máquinas tragaperras [tragamonedas], que están cuantificadas en forma de likes, de corazones, de cuánta gente vio tu post y genera una adicción especial, porque es lo que dice tu comunidad, si te acepta, si te valora. Cuando esa aceptación, que es completamente ilusoria, entra en tu vida, te vuelves adicta, porque estamos condicionados para querer encajar en el grupo, nuestra vida depende de que se nos acepte y se nos valore.

Por su parte, Renata Ávila, abogada y activista de los derechos digitales guatemalteca, dijo en una entrevista para El País:

Los GAFAM [...] tienen hoy un descomunal poder político. Por primera vez en la historia tienen una capacidad global de alterar, maximizar o silenciar cuestiones de la esfera pública. Según una encuesta reciente, el 85% de los argentinos accede a las noticias vía Facebook. Filtrar las noticias a un país entero es un poder político descomunal. […] Creo que no se van a limitar a sacar todos los datos que puedan y ganar todo el dinero posible. Tienen ambiciones políticas y quieren moldear el mundo. La tecnología es hoy política y eso es algo que no podemos obviar.

El modelo digital de negocios de GAFAM depende de que instalemos sus aplicaciones, para tener un puesto de vigilancia en nuestras vidas. Puede ser una televisión inteligente, un móvil en el bolsillo, un wifi en una casa, una suscripción a Netflix, a Apple, a Amazon. Y quieren que los ciudadanos «clientes» las usemos el mayor tiempo posible, porque así generamos datos que los hacen ganar dinero. Mientras más generamos, más valioso es su banco de datos.

En la próxima entrega, veremos cuáles son las consecuencias de dejar huellas digitales y la imposibilidad de borrar información que nos perjudica, perdiendo así el derecho a permanecer anónimos. Leer SEGUNDA PARTE

 

Ficha

Publicado: 17 de febrero de 2020

Última modificación: 09 de noviembre de 2022

Audiencia

General

Área / disciplina

Educación Digital

Formación Ética y Ciudadana

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Primario

Secundario

Superior

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Artículos

Modalidad

Todas

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ciudadanía digital

Autor/es

Carina Maguregui

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