Los caminos de la imprenta
El siguiente texto relata los orígenes de la imprenta, el acceso a la lectura y su relación con la prensa escrita, particularmente con los diarios.
La imprenta de tipos móviles que desarrolló el alemán Johannes Gutenberg fue una bisagra entre dos mundos pues posibilitó la producción en serie de material impreso y facilitó el acceso a la lectura a grupos sociales que hasta entonces no habían soñado siquiera con su práctica.
El invento de Gutenberg, cabe aclarar, no surgió de la nada. La historia comenzó más de mil años antes, durante los cuales se dieron muchos procesos que desembocaron en la Biblia de 42 líneas que imprimió el alemán en 1450.
La imprenta, en realidad, es tan china como el papel: este habría sido creado hacia el siglo II y la primera hacia el siglo VII. Primero en madera tallada, después en piedra grabada, los chinos comenzaron a imprimir dibujos y textos sagrados. Hacia el siglo X, el artefacto evolucionó gracias a Pi Shen, quien desarrolló con barro cocido caracteres individuales móviles. Los turcos usaban hacia el siglo XIII caracteres hechos en madera, y los coreanos del siglo XV los hacían en cobre.
Mientras estos ingenios se difundían por el lejano y el cercano Oriente, Europa recibía las invasiones de los pueblos germánicos producidas a partir del siglo V y experimentaba un retroceso de la cultura escrita (que sólo se conservó en algunos monasterios) hacia la oral.
Bizancio fue el refugio de la cultura grecolatina, hasta que poco a poco se recompusieron los lazos comerciales y aumentaron los intercambios ―a veces pacíficos, a veces no, como en el caso de las Cruzadas― con la región del mediterráneo oriental. Desde los siglos X y XI, los europeos «importaron» de Bizancio las compilaciones que había hecho el emperador Justiniano de las leyes romanas y redescubrieron a Aristóteles de la mano de los árabes.
A medida que florecían los negocios, comenzaron a producirse una serie de cambios que traerían aparejado el pasaje de la Edad Media a la Moderna: las ciudades adquirieron cada vez más importancia, en contraposición a los feudos; se fundaron las primeras universidades (Bolonia, París, Oxford, Cambridge), y la propia actividad mercantil hizo renacer de manera definitiva la escritura, producto de la necesidad de los mercaderes ―italianos, sobre todo― de llevar la contabilidad, mantener correspondencia comercial, facilitar las transacciones mediante letras de cambio y fijar de algún modo confiable los contratos que establecían. Reyes y nobles, por su parte, reforzaban sin saber la cultura escrita, con el aumento de la burocracia administrativa y jurídica.
Los escritos eran accesibles sólo a unos pocos y seguían confinados en los monasterios y en algunas cortes cuyos miembros oficiaban de mecenas, pero ya estaban dadas las bases para un cambio. En Francia se crearon algunas escuelas elementales para satisfacer las necesidades del clero y enseñaban a leer para que los alumnos aprendieran a rezar. En Italia, las necesidades comerciales fomentaron la creación de un nuevo tipo de escuela que, por otra parte, facilitó la alfabetización de una importante porción de la sociedad.
La industria también cumplió con su parte: los árabes habían introducido el papel a Europa, a través de España e Italia, y las fábricas de papel se extendieron desde Italia hasta Alemania, región en la que también se había desarrollado mucho la metalurgia. Ambos factores posibilitaron la expansión de los grabados en madera y en metal, en especial para producir papeles comerciales e imágenes. No faltaría mucho para que el grabado en cobre se orientase hacia el texto, lo que ocurrió entre fines del siglo XIV y principios del XV. Todo estaba listo para que, en 1450, Johannes Gutenberg inventara la imprenta de tipos móviles.
De la Biblia al periódico
Tan preparada estaba Europa, tan necesitada de este artefacto, que a los veinte años de su invención ya había doce talleres de imprenta y a los cincuenta, hacia 1500, la cifra superaba los doscientos.
Pronto hubo cambios de estilo, cambios respecto de la concepción del libro: si durante los primeros años quisieron hacerlos imitando los manuscritos medievales, pronto comenzaron a estandarizarse: se foliaron las páginas, se crearon los índices, se dejó de usar la letra gótica y se la reemplazó por la romana, se comenzó a valorar el título de la obra y el nombre del autor.
Con la imprenta también crecía el público, y sus cambios de hábitos se reflejan en las modificaciones que sufrieron los objetos. Los formatos más pequeños indican que se comenzó a leer en situaciones más reposadas. Las letras grandes de los primeros romances, que aparecieron hacia el siglo XVIII, sugieren que había un público femenino que leía con lentitud; la tipografía más apretada de un siglo después indica que no tardaron en adquirir la destreza de una lectura más veloz.
Si los primeros lectores de la era Gutenberg eran unos pocos, no tardaron en aparecer las grandes bibliotecas particulares y los coleccionistas «conocedores» (ya en el siglo XVIII). También surgieron ediciones más económicas, que indicaban la existencia de un mercado hacia el que los imprenteros podían expandirse.
El libro contribuyó a la estructuración de la sociedad burguesa: quien tenía acceso a él y familiaridad con el idioma podía aspirar a ocupar un espacio en el poder político. A la vez, nuevas generaciones de empleados que debían saber escribir por necesidades laborales, también se acercaron a la lectura, y las familias solían escuchar por las noches las lecturas de la Biblia que hacían los padres.
Las imprentas, por supuesto, no hacían sólo libros: imprimían decretos, almanaques, proclamas, panfletos, opiniones de candidatos electorales. Comenzaba a gestarse, con esto, el embrión de lo que después se llamaría «opinión pública».
La prensa del Iluminismo
El desarrollo de la prensa no fue parejo en los diversos países de Europa, en los que todavía se vivían los conflictos derivados de la reforma protestante o comenzaban a aparecer las primeras voces contra el absolutismo.
El público de los primeros periódicos era una élite: los ciudadanos educados, los burgueses ―comerciantes, banqueros, editores e industriales―. La gran mayoría de las personas eran analfabetas, pero esa minoría letrada era la que contribuía a financiar el Estado con sus impuestos y demandaba el derecho a opinar sobre las cuestiones públicas. Por cierto, pasó mucho tiempo antes de que los gobiernos reconocieran la legitimidad de ese derecho, y también durante mucho tiempo los periódicos fueron sometidos a una severa censura previa.
En 1597 apareció el primer periódico, un mensuario de Augsburgo. En 1605, en Amberes, el primer boletín comercial quincenal. Holanda y Alemania pueden jactarse de ser las sedes de los primeros boletines informativos, quincenales o semanales. En Londres los semanarios comenzaron a circular hacia 1620 y en París, en 1631, editado por dos libreros protestantes. Todavía no eran masivos, pues sólo la gente «educada» podía acceder a ellos.
En Francia, el cardenal Richelieu supo ver el peligro que representaba el nuevo periódico de los protestantes y creyó encontrar una solución garantizando a un acólito la licencia exclusiva para la publicación, a la que pronto se añadió un suplemento de anuncios. Por cierto, la medida que tomó Richelieu fomentó la industria del la prensa clandestina y alimentó a varias imprentas clandestinas de Suiza y, especialmente, Holanda, país que hacía gala de su tolerancia después de haberse independizado de España.
Alemania tenía diversos regímenes de censura, pues estaba dividida en varios principados que dictaban sus propias leyes. Federico II de Prusia, por ejemplo, era un monarca ilustrado, partidario de que las ideas de los sabios llegaran al público. Sin embargo, una vez puestas en circulación, los ciudadanos se apropiaron de las nuevas ideas y las usaron contra él. Este escrito del monarca, fechado en 1784, nos revela los estrictos límites de la tolerancia de los gobernantes respecto de la circulación de hojas impresas:
«Una persona privada no está autorizada a emitir juicios públicos, especialmente juicios reprobatorios, sobre tratados, procederes, leyes, reglas y directivas del soberano (...) ni está autorizada a dar a conocer noticias recibidas de todo aquello, ni a divulgarlas mediante la impresión Una persona privada no esta capacitada para someter esas cosas a juicio porque le falta el conocimiento completo de las circunstancias y motivos».
El «cuarto poder»
Aunque variable, corrió mucha mejor suerte la prensa en Gran Bretaña. En rigor, conoció un importante período del que gozó de libertad de prensa, hasta que asustó a la nobleza, que estableció un impuesto para limitar su circulación.
Sin embargo, no es casual que el primer diario del mundo, el Daily Courant, haya salido en Londres, en 1702, o que haya tenido como columnista satírico al escritor Daniel Defoe, cuyo Robinson Crusoe sería, en 1719, la primera novela escrita por entregas. Ochenta y tres años después, en 1785, apareció The Times, y dos años más tarde, en 1787, alguién acuñó la expresión «cuarto poder».
Era ya la época de la Revolución Industrial, que taería aparejados muchos otros cambios. El tren, el telégrafo, la máquina de vapor, la hélice... año tras año la tecnología modificaba la vida de la población. El diario acompañó su gestación, así como estructuró las aspiraciones burguesas y ayudó a organizar el proletariado naciente.
En 1835, en Francia, aparece la Presse, que se vende a mitad de precio gracias a la ocurrencia de vender publicidad. La competencia entre los distintos medios de comunicación elevó el nivel de sus columnistas y escritores por entregas: Honoré de Balzac, Victor Hugo, George Sand fueron algunas de las firmas con las que los periódicos intentaban seducir a las masas. Unos años antes, la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano establecida en Francia en 1789, como resultado de la revolución del 14 de julio, consagra por primera vez el derecho de todos los hombres a expresarse verbalmente y por escrito y a imprimir libremente sus ideas.
Ficha
Publicado: 24 de abril de 2008
Última modificación: 15 de diciembre de 2023
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Área / disciplina
Ciencias Sociales
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Comunicación
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Secundario
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Entrevistas, ponencia y exposición
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