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Ariel Torres: Saber preguntar, el desafío del mundo digital

Periodista con una extensa trayectoria iniciada en Humor Registrado, Ariel Torres se especializó luego en divulgación científica y técnica y hoy es el responsable del suplemento de informática del diario La Nación, de Buenos Aires. Publica muchas de sus notas con el seudónimo de Eduardo Dahl. Alumno del Colegio Nacional de Buenos Aires y luego de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, su interés por la técnica se gestó en su familia, “donde se empezó a hablar de computadoras no en 1982 sino en 1967”.
Esa doble vertiente humanística y técnica de su formación alimenta sus reflexiones sobre el aprendizaje y las nuevas tecnologías, como puede verse en esta entrevista.

Ariel Torres
Ariel Torres

—Ud. usa un alias para su columna de opinión, pistas e ideas sobre computación personal en La Nación. ¿Responde este curioso dato a alguna causa particular que nos diga algo más acerca de nuestro entrevistado? 

—Sí.

—En su artículo del 17 de noviembre en La Nación habla del cambio que significa leer en los tiempos del hipervínculo.. ¿Qué habilidades requiere este nuevo fenómeno? ¿Cuáles son las capacidades cognitivas necesarias para enfrentarlo? ¿Cómo debe prepararse un usuario para sumergirse en una lectura hipertextual?

—No hay, estrictamente hablando, una tradición de lectura en pantalla, y tampoco podría haberla, porque el tubo de rayos catódicos es demasiado agresivo para la vista. Usted puede leer 200 páginas en papel de un tirón, pero si hace eso con la computadora terminará con dolor de cabeza, ojos irritados y un enorme cansancio; se lo digo por experiencia. La lectura en papel tiene unas ventajas tan fabulosas respecto de los monitores que no podemos, en rigor, siquiera empezar a comparar ambas cosas.
La lectura, tal como la conocemos, no se aplica a la Web o a ninguna otra clase de documento en pantalla. Podemos leer diez líneas de un mail, quizás dos páginas de un memorándum en formato PDF, pero nada más. Lo que hacemos en el espacio virtual no es leer, sino consultar. No son lo mismo.
Consultar, sin embargo, no es tan fácil como parece. La información no viene dada. Hay que salir a buscarla. Y saber buscar es, esencialmente, saber preguntar. Toda la revolución de la física moderna se basó en una pregunta osada, aparentemente absurda, que se hizo Einstein en su juventud. Se preguntó cómo sería viajar a bordo de un rayo de luz, y cambió la historia de la humanidad. Tal es el poder de una simple pregunta.
En general (hay honrosas excepciones), la tradición educativa no nos enseña a preguntar, nos enseña a memorizar.
En la Red es más útil saber preguntar, utilizar fuentes, discriminar y juzgar. Preguntar es la habilidad básica que hace falta para moverse por internet sin obstáculos. Preguntar constituye todo un desafío, porque cambia de lugar dos ejes que siempre estuvieron fijos. Primero, el que pregunta es protagonista, lleva adelante la acción, al revés que el que memoriza, que es tan sólo un reservorio, un envase de datos.
Segundo, no demanda esfuerzo sino inteligencia. Es la diferencia entre un chico que entiende perfectamente las leyes de la física pero no se acuerda de una fórmula en particular, y solamente por eso es reprobado en un examen, y otro chico que no entiende nada de nada pero sabe todas las fórmulas al dedillo y, vaya novedad, se sacará la mejor nota del curso. El primero, si le dieran tiempo, terminaría por deducir por sus propios medios la fórmula que no recuerda. El segundo no sabe nada de física. Eso es lo que vienen a cambiar la Web en particular y la informática en general. Estamos empezando a darle un lugar a la persona que sabe preguntar y se propone entender.
La gente de mi generación –o de generaciones anteriores– creció convencida de que transpirar y sufrir son costos naturales para alcanzar cualquier cosa. Eso tiene sentido para lanzar la jabalina o competir en los 100 metros llanos, y quizás era funcional en un mundo donde la información y la capacidad de cómputo estaban vedadas a la gente común.
Pero ya no es así. Ahora podemos poner a las máquinas a buscar y a memorizar, a realizar el trabajo pesado, mientras nosotros dedicamos nuestra extraordinaria materia gris a pensar, a imaginar, a preguntar.
Prepararse para el mundo digital no significa saber usar una PC, sino saber preguntar. Saber preguntar significa hacer foco sobre lo que realmente queremos saber, en lugar de enfocarnos sólo en lo que se espera que aprendamos. Las preguntas acertadas han hecho progresar a la humanidad desde siempre. Ahora cada uno de nosotros tiene una mayor oportunidad de indagar por su cuenta, y eso es maravilloso.
Naturalmente, es preferible contar con una serie de herramientas como la ortografía o las tablas de multiplicar. Fíjese que un chico que no sabe escribir bien en español encontrará menos cosas en la Web, obtendrá error tras error. Estará menos capacitado que el chico que escribe bien. Las tablas de multiplicar ayudan mucho en informática, así como el conocimiento de inglés. Muchas de estas cosas se aprenden por medio de la memoria. No hay nada de malo en memorizar. De hecho una buena memoria es de enorme ayuda en computación. Pero la memoria sola ya no alcanza, ya no sirven las recetas prefabricadas.
Y, como dije antes, la lectura es otra cosa. No leemos sólo para aprender o informarnos.
Por eso, cuidado: si perdemos el disfrute de la lectura de novelas y poesía y cuentos, entonces estos avances tecnológicos no nos van a servir de mucho.
No puedo imaginar en qué mejorará la vida de las personas el que sepan preguntar y consultar la Web, si nunca van a leer a Borges, Cortázar, Rulfo, Dostoievsky, Elliot, Shakespeare, García Márquez, Salinger, Tolkien, y la lista sigue hasta llenar bibliotecas enteras.

—¿Cree que esta modalidad de lectura dinámica coincide con la metodología clásica de la escuela? ¿Cómo cree que podrían conciliarse ambas prácticas?

—Nos parecemos más a nuestro tiempo que a nuestros padres, así que los chicos aprenden rápidamente hoy a preguntar antes que a memorizar. No estoy seguro de cuál es la metodología actual de enseñanza en la escuela, pero no debe ser simple educar a cientos de miles de espíritus individuales, especialmente en un país que atraviesa una crisis tan vasta, una crisis en el nivel económico, institucional y laboral, una crisis de valores y de futuro.
Por otro lado, no creo que sea necesario conciliar. Leer un libro y consultar una página web son dos mundos diferentes. Los chicos saben buscar cosas en internet, es lo normal para ellos. Creo que sería bueno que los ayudáramos a descubrir el goce de la lectura, así como el de las otras artes previas a la digitalización. Esas obras fueron y siguen siendo el alimento del espíritu. Me parece verdaderamente peligroso subestimar esta cuestión.

—En ese mismo artículo Ud. cuenta acerca del nivel de inteligencia inaudito que conllevan los mails que le envían niños de entre 12 y 16 años. En su opinión, ¿qué factores estarían contribuyendo a aumentar la inteligencia de los niños? ¿Considera que los niños de hoy poseen una inteligencia superior a la de los niños de su generación?

—No, los chicos no son más o menos inteligentes que antes, esencialmente porque la inteligencia no constituye una magnitud numérica. No es lo mismo inteligencia que estatura. Se puede medir de forma rudimentaria cierta habilidad innata para un área particular de conocimiento, como los números, las palabras o el movimiento de volúmenes primitivos en un espacio tridimensional, pero no mucho más.
La inteligencia es la gran totalizadora. Fíjese que alguien puede ser extraordinario con las ecuaciones complejas pero mostrarse incapaz de esperanzar a un amigo que atraviesa un momento amargo. Si fuera posible medir la inteligencia en toda su inmensa complejidad, ¿esta persona obtendría un número realmente alto? No lo creo. Otro individuo puede ser genial en los negocios, pero comportarse sin la más mínima ética. ¿Mediríamos aquí una inteligencia brillante? Lo dudo.
Además, decir que “alguien es inteligente” o decir que “alguien es” constituye exactamente la misma afirmación. En la raíz de nuestra naturaleza está el ser inteligentes y el ser conscientes.
Ahora, lo que ha venido ocurriendo es que tendemos a igualar, creemos que la educación debe ser igual para todos porque la inteligencia es igual para todos. No es así. Nunca fue así, de hecho. Cada inteligencia tiene el sello de cada personalidad, de cada espíritu.
Es comprensible que construyamos una educación igual para todos porque son millones los chicos que van a la escuela. Pero, para volver al ejemplo anterior, Einstein no era precisamente un buen alumno. Sin embargo, su inteligencia cambió el mundo.
Bueno, lo que ocurre ahora es que los chicos tienen a su alcance una diversidad de opciones mucho mayor que hace quince, veinte o cien años. Ahora pueden optar (conscientemente o no) según el rumbo que naturalmente tienden a seguir sus inteligencias. Y entonces esas inteligencias pueden llegar a florecer más sanas y más rápido.
Insisto. Somos, y por lo tanto somos inteligentes, y nuestra inteligencia tiene el sello de nuestra personalidad. Antes estábamos limitados a lo que se nos daba. Ahora podemos salir a buscar también aquello que nos inspira. Eso, invariablemente, ejercita esa inteligencia en particular mucho más que estudiar a desgano lo que no nos interesa.
Hay que aprender las tablas y la ortografía y demás, por supuesto, pero hay que dejar un espacio abierto para la búsqueda personal. Eso es lo que permite en un nivel masivo la existencia de internet, y el resultado es que muchos chicos expresan una inteligencia inaudita en temas realmente complejos.
Pero no es una cuestión de época, sino de entorno. En mi colegio leíamos en latín antes de los 14 años. Y nos enseñaban la teoría de la relatividad antes de los 17. Fuimos bendecidos por un entorno que desafiaba nuestra inteligencia, que le daba opciones, una biblioteca fenomenal, profesores que fortalecían nuestra habilidad para investigar y que premiaban la originalidad antes que la repetición. A su modo, internet ha permitido que muchas de estas posibilidades lleguen a más chicos. Lo que no ha cambiado es que la escuela y el ambiente familiar son los grandes “incentivadores” de la inteligencia del chico.

—¿En qué consiste para Ud. el uso inteligente de la información? ¿Cree que el mayor acceso a la información genera usuarios mejor informados?

—De nuevo, no es una cuestión de cantidad. En este caso, se trata de una cuestión de oportunidad. Por mi trabajo, debo leer alrededor de 300 páginas por semana de material relacionado con la tecnología. Pero esas 300 páginas por semana –más de 15.000 al año– no me servirían de nada si cuando se dispara el peor virus informático de la historia y colapsan 10 millones de computadoras no me entero a tiempo, en el instante en que eso ocurre.
Así que esa clase de información debe llegarme de forma automática, y así lo tengo programado. Hay datos que deben venir a buscarnos, no al revés. Eso antes estaba reservado a reyes y presidentes. Hoy una computadora personal y una conexión con internet lo ponen al alcance de una gran parte de las personas. La Nación, por ejemplo, tiene su sistema de titulares por mail. Eso es fantástico. Las listas de correo son fantásticas. Los programas de mail que permiten clasificar lo que llega de forma automática son fantásticos.

—Con 5 exabytes anuales de nueva información, esta se vuelve una commodity y contribuye a la “ infoxicación”. ¿Qué estrategias imagina para evitar ese colapso de la atención?

—Esos 5 exabytes de información siempre han existido. Y mucho más también. Con o sin computadoras, estamos expuestos a una inmensa cantidad de información. Y en la práctica pasamos por alto casi todo. Eso está bien, es normal, olvidar y pasar por alto son parte del trabajo del cerebro. A menos que usted sea Funes, esos 5 exabytes no deben preocuparlo mucho.

Personalmente, no creo en la infoxicación. Creo que cuanto más libre sea el acceso a la información, mejor. Me aterra la posibilidad de que alguien decida por mí cuánta información puedo ver, incluso en nombre de mi salud.
Ahora, como me decía el otro día un amigo, una cosa es información y otra es comunicación. El que a uno le suene el celular mientras el beeper llama y el mensajero instantáneo parpadea y el teléfono de mesa repiquetea y llegan mails, eso sí puede ser tóxico, eso sí colapsa la atención, y la única forma de evitar ese problema es estar menos disponibles, porque el otro siempre va a pensar que nadie más nos está llamando, que tiene toda nuestra atención. Cuando son cincuenta personas las que creen eso en forma simultánea, podemos colapsar.
Calmarse y comportarse como una persona y no como una máquina: creo que esa es la receta.

—Internet esta en mutación permanente. ¿Qué espera de la Web semántica y cómo será el uso de la red en términos de usos y servicios de aquí a 10 años?

—La Web semántica es, por el momento, un desiderátum. La tecnología nos tiene habituados a evolucionar justamente en el sentido que no habíamos previsto, así que no sé si alguna vez veremos a la Web como “una red de información vinculada de tal forma que las máquinas puedan procesar sus datos fácilmente a escala global”. Quizá pasen antes otras cosas.

Creo que la próxima década verá cambios importantes, pero más bien en el sentido de que más gente tendrá acceso a la Red. A veces nos parece que todo el mundo está en línea, pero eso está lejos de ser verdad.
En cuanto a usos y servicios, es impredecible. Mañana podría aparecer una tecnología que cambie todo el panorama de una forma que ahora no podemos vislumbrar.
Sólo imagine lo que ocurriría si pudiéramos multiplicar por un orden de magnitud el ancho de banda bajando los precios del transporte de datos a la mitad. Esas cosas tienden a ocurrir en informática, así que importa menos predecir que estar atento y ser adaptable.
Sí espero que la libertad de expresión se preserve, que la privacidad deje de ser invadida por el spam y los programas espía, y que una mayor cantidad de gente tenga acceso a los beneficios de la informática e internet.

Fecha: noviembre de 2003

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Publicado: 21 de octubre de 2013

Última modificación: 23 de octubre de 2013

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