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Alberto Ruiz Alonso: Proyecto Voces del Planeta

“Voces del Planeta” surge en noviembre de 1999 como un proyecto independiente desarrollado por Alberto Ruiz Alonso y Alejandro Espinosa Franco, dos fotógrafos mexicanos que viajan alrededor del mundo documentando por medio de la fotografía el trabajo que distintas ONG llevan adelante en beneficio de los niños, y capturan al mismo tiempo aspectos culturales de los países que visitan. Trabajan como voluntarios, y donan luego las imágenes a las organizaciones que los reciben. El proyecto está concebido como un emprendimiento altruista.
Fruto de ese trabajo es la muestra “Niños y Familias de Latinoamérica”, que se exhibe hasta el 30 de agosto en nuestro país en la sede de la escuela de fotografía Motivarte. Esta exposición refleja el trabajo realizado en Uruguay y el Nordeste de Brasil, e incluye fotografías de niños que son atendidos por ONG en diferentes áreas: salud, educación y todo lo referente a los derechos del niño. La idea es “crear más conciencia de la realidad del trabajo que estas organizaciones hacen con los niños, y de la realidad social en general”, afirma Alberto Ruiz Alonso.

Alberto Ruiz Alonso
Alberto Ruiz Alonso

—¿Cómo surge “Voces del Planeta” y cuál es la idea del proyecto?

—La idea básicamente fue hacer un viaje por el mundo y documentar dos áreas: por un lado, los aspectos culturales de los países, y por otro divulgar trabajos humanitarios –trabajos de ONG– por medio de la fotografía.
En un principio presentamos el proyecto en México para conseguir un patrocinador. Estuvimos un año buscando patrocinio, tocando puertas en empresas, universidades, etc,. que estuvieran interesadas en apoyarnos. Lo que vendíamos era una travesía de ruta terrestre, de mochila, continua, sin volver a México. Originalmente era la vuelta al mundo en tres años, pero después se extendió: llevamos cuatro años por distintos países y no hemos regresado. Salimos el 4 de enero del 2001, y digamos que esta idea comenzó a germinar en noviembre de1999.
Durante casi todo el 2000 –nosotros somos de Tijuana, del norte de México– estuvimos allí en la frontera, tocando puertas. Finalmente una universidad privada que se llama Cetys, en el estado de Baja California, México, se interesó en apoyarnos. Ellos estuvieron patrocinando económicamente los primeros dos años de travesía.
El primer país que visitamos fue Guatemala; a la fecha hemos visitado catorce países de Latinoamérica, básicamente toda Centroamérica y toda Sudamérica, exceptuando Colombia y Venezuela, todo de mochila. De Centroamérica, Guatemala, Honduras, Nicaragua, El Salvador, Costa Rica, Panamá; de Sudamérica hicimos Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay, Brasil, Uruguay, Chile y Argentina.
Desde el principio del proyecto tenemos una página en internet para volcar experiencias, donde ponemos las fotografías. Hacemos trabajo de voluntariado: contactamos a una ONG, en determinado país, y aunamos las fuerzas. Nosotros documentamos el trabajo de ellos y después donamos las fotografías para que ellos puedan conseguir fondos con nuestras fotografías o hacer un trabajo de publicidad; regalamos nuestro trabajo de fotógrafos, digamos.
Al principio era mucho más amplio el objetivo: trabajar para la humanidad, en general. Por ejemplo en Guatemala trabajamos con una ONG ambientalista que cuida los remanentes del bosque tropical húmedo, porque allí hay mucha selva. Pero luego, como estuvimos en toda Centroamérica y Sudamérica sufriendo un poco las penurias de encontrarnos con niños que estaban en muy malas condiciones de vida, nos empezó a hacer un poco más de mella la situación de los niños, y fuimos encauzándonos más hacia ONG de trabajo humanitario con niños exclusivamente.

—¿Y ahora quiénes son los patrocinadores?

—Son más que nada del norte de México: Sony, Cetys universidad, empresas privadas de allá, una empresa de camping de los Estados Unidos. Esto es una larga historia, básicamente porque nosotros al principio queríamos ser un equipo de 5 personas. Álex (mi compañero de proyecto) y yo nos conocemos desde hace 15 años, somos muy amigos. Nosotros pensamos hacer un equipo multidisciplinario, o sea: tres personas más que no fueran fotógrafos, que aportaran cosas diferentes; pensamos también en hacernos un uniforme para llevar en ellos los logos de los patrocinadores. Cetys en aquel momento aprobó lo de las becas para los demás participantes y los uniformes, y se hizo la convocatoria general. Finalmente lo que sucedió fue gracioso y nos dio mucha bronca a la vez, porque a la convocatoria se acercó bastante poca gente y cuando se enteraron de que iba a ser un trabajo voluntario nadie quiso obtener la beca.

—¿La beca en qué consistía?

—Era básicamente un dinero mensual que nos depositaban en una cuenta, y ese dinero, que era bastante poco, tenía que servir para todo. Duró más o menos dos años. Aparte de la supervivencia: comida, transportes, hospedajes, tenía que salir de allí el dinero para los rollos, el revelado, envíos, insumos personales, todo. Entonces fue bastante limitado.
La exposición que hacemos aquí en Argentina ahora es una selección de las dos: la de Brasil y la de Uruguay, para divulgar un poco el trabajo que estamos haciendo nosotros más el trabajo que hacen las ONG. En el 2002, estábamos en el Nordeste de Brasil, una de las zonas más pobres, y decidimos documentar el trabajo de cuatro ONG que trabajan allí con niños, en Pernambuco y Bahía. Hicimos nuestro trabajo y lo expusimos allá. Luego hicimos lo mismo en otros cuatro departamentos de Uruguay: Salto, Montevideo, Maldonado y Colonia. Tuvimos relación con cinco ONG que trabajan con niños. En estas exposiciones mostramos las fotos de estos países, y en el texto de sala las direcciones de las ONG. Nosotros, cuando regalamos las fotos a las ONG tratamos también de hacer siempre exposiciones al público en general a fin de divulgar lo bueno que estas organizaciones hacen. En vez de los datos fríos que las ONG puedan presentar, o cifras, exponer las fotos. No hay fotos de las oficinas de las ONG, sino que son fotos de lo cotidiano, del día a día de los niños, porque creemos que con eso se puede llegar a crear más conciencia de la realidad del trabajo que ellos hacen con los niños, y de la realidad social en general. Nuestra idea es ver si podemos tocar el corazón de alguna persona que vaya a ver la exposición, y si esa persona está en capacidad económica de apoyar, y ve el texto de sala con la dirección para contactarse con la ONG, es un granito de arena para divulgar el trabajo de esas organizaciones.
En esta exposición en Argentina uno de los lugares que se ve es Casa Renacer, de Natal, Río Grande, en Brasil. Esta ONG viene trabajando hace 15 años, y en Brasil absolutamente nadie los conoce, aunque es un trabajo súper valioso. Es una ONG que tiene un hogar para niñas de la calle: ellos rescatan a niñas de la calle, que se están prostituyendo o que venden droga, o están pidiendo porque no tienen para comer, y les proponen una especie de semiinternado: las niñas van a la escuela normal en la mañana, y en la tarde van a casa Renacer y les dan clases de danza, clases de capoeira, apoyo psicológico, etcétera. Hay historias de recuperación de niñas que son impresionantes... Nuestro trabajo apunta a dar a conocer este tipo de experiencias.

—¿Y por qué “Voces” del Planeta?

—Mucha gente dice que no tiene mucho que ver, porque lo que hacemos es mostrar imágenes, pero el significado sólo apunta a ser poético. Son algunas de las voces del planeta, algunas de las voces que estamos capturando. Como te comentaba, en el 2002, por problemas financieros, Cetys dejó de subvencionarnos económicamente, aunque sigue apoyándonos, ellos tratan de conseguirnos patrocinio con el nombre de la universidad. Hoy ya no tenemos un patrocinador fijo, como fue Cetys al principio. Hemos tenido patrocinadores esporádicos, el apoyo de amigos, por ejemplo. Acá en la Argentina nos acercamos a la escuela de fotografía Motivarte y ellos nos brindaron su ayuda. La escuela nos provee el laboratorio, las impresiones, los revelados, el lugar donde exponer nuestra fotos, y nos ayudan a la divulgación del proyecto.

—Las fotos que sacaron en esta oportunidad en Tierra del Fuego, Bariloche y otras provincias de la República Argentina ¿las expondrán en el Congreso Panamericano del Niño que se hará este año en México?

—Sí, el Congreso es el 27, 28 y 29 de octubre próximo en la ciudad de México, y parte de las fotos que hicimos tanto en la Patagonia argentina como en Chile, en la provincia de Concepción, y también y sobre todo en Mendoza y el Bolsón, las vamos a exponer. El lema del Congreso en esta ocasión es el niño, el niño y la familia, y el papel que ejerce la familia para que se cumplan los derechos básicos del niño. Nuestra muestra tiene mucho que ver con los niños y sus familias, la interacción entre ellos, los niños con sus hermanos, etcétera.

—¿Y qué cree que trasmiten las fotografías que sacaron acá en la Argentina?

—Mira, depende. Te digo lo que quiero que trasmitan, ojalá lo hagan. Una de las razones más fuertes por las que decidimos enfocarnos en el trabajo con niños es expresamente lo que te contaba hace un momento: que nos encontrábamos mucho con los niños a lo largo del viaje, y siempre éramos una novedad para ellos por estar detrás de la cámara, por el acento, por el hecho de ser extranjero y hacer algo inusual. Los niños quieren aparecer en la foto, te empiezan a modelar, o te empiezan a molestar o a hacer una travesura, y de repente tú ves un niño jugando y haciendo las suyas, feliz. A la vez están en una situación realmente crítica, y aun así los niños siguen siendo niños, tienen esa alegría... A veces son como ajenos a su propia situación, y eso es algo que realmente nos conmovió muchísimo a lo largo del viaje. Empezamos a enfocar, y lo que trasmiten las fotos es un poco esa alegría. Si te fijas en nuestras fotos, siempre hemos tratado de evitar el apelar al morbo, o al amarillismo: mostrar un niño completamente desahuciado, o que se muere de hambre... que los he visto. No es eso lo que quiero fotografiar, si no mostrar un poco esa base que tiene siempre un niño: lo lúdico.

—En los retratos se puede mostrar a las personas –como individuos–, o mirarlas desde un punto de vista antropológico, incluyéndolas en el marco más amplio de la sociedad a la que pertenecen. ¿Cuál es la mirada que prevalece en el proyecto?

—Yo creo que una combinación de ambas. Si te fijas, por ejemplo, hay una de un niño negro de Brasil, que es un retrato pero tiene algo de interacción: está llamándolo la madre para darle algo de comer. Hay una interacción con su mamá, puedes ver el entorno en que viven, es su casa la de atrás, la casa de chapas, y está el hermano, que se pone detrás de la hermana y está jugando. Hay una mirada de complicidad, que es exactamente una búsqueda de las cosas del ser, pero también mucho de su entorno, de las actividades de los niños, de la danza, de los juegos.

—Y qué pasa con la privacidad de estas familias, de estos chicos... ¿Qué piensa sobre el tema de la privacidad?

—Es un tema, sobre todo en el área que escogimos ahora, porque es bastante delicado todo este asunto, nosotros siempre pensamos que habrá alguna persona que nos pueda dejar entrar en su casa, a sacar unas fotos con las familias. Sin embargo nos pasó, por ejemplo en Salto, que estábamos trabajando con una asociación que se llama IPRO, que trabaja también con niños y tiene un hogar para niños. Ellos nos dieron una cita con una señora. A la primera cita nosotros vamos siempre sin las cámaras, porque queremos primero que nos conozcan, porque la cámara es algo intimidante, es como un arma. Llegamos a su casa y la señora dijo: “Sí, no hay problemas, voy a buscar a mi esposo”. Después nos enteramos de que el esposo no quería y no se pudieron hacer las fotos, y nosotros entendimos perfectamente. La señora se reía con nosotros, como apenada porque que su marido había dicho que no: “Muchachos, pónganse en mi lugar, imagínense que yo entro con una cámara a su cocina, a su casa, a su vida...” Es totalmente cierto, por eso somos súper respetuosos, tratamos de hacer el trabajo con la mayor dignidad posible.
Hace un tiempo cuando llegamos a Uruguay acababa de estrenarse un documental que fue muy polémico. Se llama "Aparte", su director, Mario Handler, lo hizo con la ayuda del INAM -Instituto nacional del Menor- y entró a las villas, y la polémica fue porque se dice que les pagó a algunos chicos de las villas para que se cortaran o se drogaran en cámara. Y entonces cuando llegamos nosotros y entrábamos con la cámara a un barrio carenciado era visto con muchísima aprensión, y tuvimos que demostrar constantemente que nuestro proyecto era genuino.
Nuestras fotografías fueron básicamente hechas siempre con permiso, no hay momentos robados, tampoco fueron posadas. Todos los niños, todas las personas, sabían que estábamos sacando fotos, pero no posaron, en el sentido de: ponete acá, allá, así...
En una ocasión estuvimos viviendo en una ONG, en el cuarto de huéspedes, una semana, y fue una situación ideal porque los niños están pidiendo todos los días fotos. Ellos saben que les estás tomando fotografías, pero no se ponen nerviosos, ni novelan, porque con los días de estar viviendo allí uno deja de ser novedad.

—Desde el punto de vista de la fotografía, ¿qué significa el pasaje de lo analógico a lo digital?

—Yo pienso que es una cuestión de gustos. Hoy, hay ciertas ventajas que tiene una que no tiene la otra. Pero pienso que todo va a ir a lo digital en el futuro, no sé si muy cercano o muy lejano. Nuestras fotografías son todas analógicas.
Yo ahora tengo el trabajo que hice en el sur de Argentina, en Tierra del Fuego, y en Chile. Tengo tomados unos cincuenta rollos que no pude revelar, por la falta de patrocinio. Si lo hubiera tomado con digital ya lo tendría todo inmediatamente. En ese tipo de cosas es más ventajoso lo digital. No lo fue hasta hace dos o tres años, porque no había cámaras reflex digitales accesibles, económicamente hablando; aquellas a las que nosotros podíamos acceder eran de baja resolución. Pero ahora las hay. Entonces, la digital es una opción bastante tentadora hoy, y lo va a ser más mañana.

— Entonces para ustedes no significó un gran cambio...

—No, porque por el momento no hemos hecho el cambio.

—Pero estamos viviendo la era digital... ¿no los atraviesa de todas formas en algún aspecto de su trabajo? 

—Claro, digamos que no hemos hecho el cambio a digital pero es muy probable que lo hagamos. Aunque no totalmente, sí empezamos a usar lo digital para trabajar; sé reconocer ciertas ventajas obvias en lo digital –la posibilidad de hacer cambios de último momento, por ejemplo–, pero no me siento atrasado por no usar digital ahora... Todo a su tiempo.
Hay algo rústico que tiene la fotografía tradicional: el revelado. Cuando se trae el material del laboratorio, uno decide qué partes quiere que se destaquen en una fotografía; en cambio, en lo digital, uno lo ve en el respaldo de la cámara y tal vez uno no pueda trasmitir todo el arte que tiene esa foto, o el significado que tiene. Por eso, aunque la fotografía digital haya aparecido, para muchos la fotografía a nivel más profesional o con un fondo más artístico sigue teniendo un peso bastante grande. Además yo no estoy hablando de los 35 mm ni comparando cosas que la fotografía digital todavía no puede alcanzar en cuestión de calidad y de adaptación. 


—Los entornos digitales han venido para quedarse y han traspasado a los medios gráficos convencionales también. ¿Los programas de edición de imagen obligan a redefinir los códigos de la fotografía?

—Digamos, hay cosas para las que lo digital resulta más obvio, por ejemplo los diarios, las noticias..; pero para un fotógrafo, y no hablo sólo de los mayores sino también de los jóvenes, a lo mejor su estilo de fotografiar es más contemplativo, más tranquilo, y tiene su cámara que adora por una cuestión sentimental..., esto es como una novela, él no va a dejar su cámara, no va a pasar a lo digital, tal vez porque no lo necesita y considera al cuarto oscuro de revelado como algo terapéutico, es algo artesanal, algo para lo que te tomas tu tiempo, un tiempo a solas... Hay cosas de lo analógico que van a seguir existiendo, y al final es una cuestión de gusto, no creo que todo el mundo vaya a cambiar a lo digital inmediatamente, pero sí creo que hay ciertos nichos que son llenados por lo digital mejor que por otro sistema.
Para mí los programas de edición de imagen no obligan necesariamente a redefinir los códigos de la fotografía. Yo uso mucho el Photoshop no para cambiar una imagen; el Photoshop para mí es un cuarto oscuro digital, un cuarto oscuro que no huele... Digamos que yo uso el Photoshop para hacer las mismas cosas que hago con la fotografía analógica.
Hablo del Photoshop porque es el que yo uso, pero también hay algunos otros editores de imágenes que se distribuyen en internet en forma gratuita, como el software GIMP (sustituto gratuito del Adobe Photoshop) que se puede encontrar en el sitio: www.gimp.org, es como un Photoshop un poquito menos intuitivo, está bueno.
Los editores de imágenes básicamente facilitan ciertas cosas que se hacen en el cuarto oscuro, y para ampliaciones en papel fotográfico o en papel artesanal son una opción. Hay muchos fotógrafos totalmente artesanales y hay fotógrafos totalmente digitales; otros toman sus fotos en análogo y las retocan en digital: son fotógrafos que no hacen el cuarto oscuro artesanal. Para mí el Photoshop es eso nada más, no es para mí rayos y centellas verdes, ni manzanas volando como al principio se publicitó. Es una manera diferente de trabajar. Pero supongo que es muy individual mi postura.

—Iconofilia (amor a las imágenes) fue el tema de la VIII Bienal Internacional de Artes de Cuenca, como un intento de rescatar a las imágenes del papel negativo que le ha sido asignado en la sociedad hoy, debido a su proliferación en los medios de comunicación masiva donde persuaden a la gente -supuestamente- con consecuencias negativas. ¿Qué opina del debate iconofílicos–iconoclastas? ¿Cuál es la función de la imagen?

—Yo pienso que el debate en sí es un poco innecesario, es como limitar la función de la imagen. La imagen puede tener la función que uno le da, tanto si es el creador de cierta imagen o el consumidor. Obviamente la imagen puede ser usada para publicitar algo, es usada todos los días. Una imagen puede tener usos nobles y perversos, pero su posibilidad no viene implícita en la imagen. Ves la imagen de una ancianita, y te trae sentimientos de dulzura, te recuerda a tu abuelita; pero si bajo la cámara y le pongo una sierra eléctrica en las manos ensangrentadas, ya cambia. Una imagen se puede manipular, se puede jugar mucho con la imagen. Yo respeto mucho la imagen, no sé si es iconofilia, pero se pueden trasmitir muchas cosas con la imagen.

—¿Qué es ser un profesional de la fotografía?

—Yo pienso que es alguien que se gana el sustento con la fotografía. Y no necesariamente tiene que ser un artista. Hay gente que gana dinero con la fotografía pero no vive de eso, esos no son profesionales de la fotografía. Otros dicen: “alguien que tiene título de fotógrafo”, pero yo no creo en eso. Para dar un ejemplo, el fotógrafo brasileño Sebastião Salgado http://www.unicef.org/spanish/salgado/bio.htm no tiene título de fotógrafo, es economista, y es reconocido en todo el mundo. Si te ganas la vida como fotógrafo eres un profesional.

—¿Qué les dirías a los jóvenes que están dando los primeros pasos en el mundo de la fotografía?

—Les voy a dar el consejo que me dio uno de mis maestros: que saquen fotos, muchas fotos, porque bien se dice que lo más barato de la fotografía son los rollos, aunque ahora con lo digital eso toma otro significado, pero.. tienen que tomar muchas fotos, revelarlas lo antes posible y leerlas, y así, errando, a prueba y error, van a aprender muchísimo. Que tomen muchas fotos, y que vean muchas fotos de otros fotógrafos. Y que si van a tomar consejo, lo tomen de gente a la cual admiran por sus fotografías.

—Y... ¿nos les dirías que estudien?

—Sí, sí, por supuesto, que estudien. Yo tomé muchos cursos, porque a mí me interesaba mucho lo técnico.


Fecha: Mayo de 2004 

Ficha

Publicado: 18 de octubre de 2013

Última modificación: 23 de octubre de 2013

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Entrevistas, ponencia y exposición

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Verónica Castro

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