Valores (segunda parte)
Los valores no se han perdido, hay nuevos, distintos, y muchos de esos nuevos valores incluyen y superan valores anteriores: es necesario aprender a ver más cantidad de mundo, limitando los lugares comunes que se instalan en nuestro pensamiento sin que nos demos cuenta y cierran nuestra capacidad de pensar y de vivir. La evaluación negativa del movimiento de los tiempos suele tener que ver con que seguimos aplicando criterios viejos a situaciones nuevas, como si nuestro propio pensamiento (o nuestra propia situación en la vida) no quisiera hacerse cargo de esta transformación fundamental a la que tantas filosofías ubican en el centro de su visión del mundo: el cambio. ¿Habrá que aludir una vez más al rio en el que Heráclito no conseguía bañarse dos veces (lo que indica que el filósofo era un adolescente) o que mencionar que para el budismo zen la enseñanza fundamental es la impermanencia?
Esta misma transformación moral, incluído el hecho de que al hablar de los valores estemos abordando un campo fluctuante y plagado de cambios e incertezas, pide que adoptemos respecto de este tema una mirada de búsqueda. La búsqueda debe ser, en este tema tanto como en otros, una actitud compartida por el docente y los alumnos. Cada vez que aparece en el horizonte de la clase un tema sobre el que el docente carezca de certezas debemos aprovechar la oportunidad que se nos presenta: la de proponer una búsqueda compartida, desalojando el clásico esquema según el cual los docentes sabemos más de todo y tenemos todas las respuestas. La pregunta es válida para el docente y para la clase: ¿cuáles son los valores actuales? O, dicho con mayor claridad (o menor, veamos): ¿qué palabras podemos mencionar para representar sentidos hoy en día orientadores para la realización y evaluación de nuestras vivencias?
Quiero ofrecer un caso que me parece clave, el de la relación entre padres e hijos, y así abordar una situación clara y conocida, que nos permita pensar el movimiento de los valores puntualmente. Años atrás, cuando un padre hablaba esperaba de su hijo atención y silencio. El valor de base en la situación era el «respeto». Hoy en día los padres no queremos de nuestros hijos esa actitud meramente receptiva y obediente, si hablamos queremos que nuestros hijos también hablen, queremos charlar, desplegar una relación de ida y vuelta más rica y compleja. El valor se llama, probablemente, «amor», «intimidad», «comunicación». El caso es especialmente orientador, porque si nos preguntáramos si el valor «respeto» se ha perdido tendríamos que responder que no, que por el contrario en esta nueva serie de valores el respeto se ha consumado, superando el momento anterior en una actitud más rica y mas plena. ¿Deberíamos entonces seguir llamando respeto al valor central en el caso planteado? Hay quien elige optar por esa postura, pero me parece que es mejor avanzar hacia la localización de palabras y conceptos que representen más completamente la experiencia vivida. Sí, hay respeto, pero el respeto ya no es el valor orientador, el objetivo buscado. La nueva finalidad es más ambiciosa y supone que el respeto no es el último peldaño de nuestra búsqueda, sino que este debe ser coronado con otras cualidades que no incluye en sí mismo.
En el universo de las relaciones afectivas debemos aceptar que en las últimas décadas se han producido enormes avances. Este no es un rasgo menor de nuestra realidad, ¿por qué seguir repitiendo como loros que los valores se han perdido o que nuestro mundo se ha deteriorado? Llevados por el temor solemos adherir a esas perspectivas sin cuestionarlas, pero no es bueno que nuestra base para la comprensión sea el miedo.
Ficha
Publicado: 17 de julio de 2009
Última modificación: 11 de abril de 2025
Audiencia
Docentes
Área / disciplina
Filosofía
Nivel
Secundario
Categoría
Entrevistas, ponencia y exposición
Modalidad
Todas
Formato
Texto
Etiquetas
valores
moral
antropología
cambio cultural
Autor/es
Educ.ar
Licencia
Creative Commons: Atribución – No Comercial – Compartir Igual (by-nc-sa)