La relevancia de la clase
Para que el pensamiento pueda desplegar su función y su arte es necesario que el contenido en juego sea relevante. Sin la energía personal involucrada la chispa no se produce, las ideas están vacías, deshabitadas, la filosofía es una pura representación y la clase se transforma en un fracaso. Muchos de los fracasos que se experimentan en las clases de filosofía -que tienden a explicarse a partir de la idea de una crisis de la juventud, que no quiere o no es capaz de reflexionar-, están originadas en realidad en que no son experiencias reales de pensamiento sino representaciones vacías, más respetuosas de la tradición que de la vida.
La relevancia no tiene que ver con el prestigio que un autor o un tema posean en el ámbito de la cultura o en el intelectual, sino con la energía vital que involucre. Es ocupando el terreno de las discusiones apasionadas que una clase de filosofía encuentra la oportunidad de impulsar un paso adelante en el cultivo de su arte, y no en el rechazo de las mismas bajo el pretexto de su vulgaridad. Un profesor puede llenar su exposición de nombres importantes y de conceptos relevantes pero resultar absolutamente superficial y prescindente. Mencionar autores importantes, o incluso desplegar sus planteos o sistemas, no es garantía del valor de una clase. En todos los casos se trata más bien de algo más aparentemente intrascendente pero también más real: el pensamiento vale en la medida en que permite una cierta elaboración a quienes participan de la experiencia.
Si planteamos la clase en función de la importancia objetiva de los contenidos corremos el riesgo de ofrecer a los alumnos un movimiento que los aleja de su realidad. El resultado será que ellos descalificarán el valor del pensamiento, encontrándolo vacío de sentido, y el o la docente a su vez caerá en el vicio señalado de descalificar la inteligencia o preparación de su auditorio. El despliegue de la clase quedará de esa forma a merced de aquellos que posean la estructura personal preparada para fingir un interés por cuestiones vacías de autenticidad. O de aquellos -vale también ofrecer una opción más digna- especialmente dotados para trabajar con las figuras conceptuales propuestas, ¿pero se cumple así el objetivo que conlleva la materia filosofía en los planes de estudio de los colegios secundarios o terciarios?
La clase debe ser, por el contrario, un proyecto de acercamiento y descubrimiento del mundo ya presente en la experiencia vital de los miembros de la clase. El material ofrecido para el trabajo común debe ser representativo del encuentro o desencuentro de los dos miembros más heterogéneos del grupo pedagógico: los alumnos y el profesor. Si el pensamiento es un diálogo argumental (y conviene recordar que la palabra dialéctica conduce al reconocimiento de este hecho fundamental antes que a una historia poblada de nombres) es clave producir el acercamiento de estos dos actores partiendo de la situación más verídica que sea posible plantear.
El profesor o profesora no debe pensarse como docente antes de lanzarse como persona a la clase. El docente útil es aquel que no resigna sus contenidos personales sino el que los vuelve parte de la construcción de un diálogo con otros pensamientos incipientes que también deberán para existir reconocer su base emotiva auténtica.
La pasión o el entusiasmo del diálogo dependen de la involucración personal, y debe ser cultivada.
Ficha
Publicado: 20 de julio de 2009
Última modificación: 25 de marzo de 2025
Audiencia
Docentes
Área / disciplina
Filosofía
Nivel
Secundario
Categoría
Entrevistas, ponencia y exposición
Modalidad
Todas
Formato
Texto
Etiquetas
reflexión
clase
Autor/es
Alejandro Rozitchner
Licencia
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