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La Filosofía como comprensión y operatoria sobre la realidad

Para algunos la filosofía es una más entre las ciencias humanas, pero para otros es una dimensión esencial a lo humano, que atraviesa cualquier consideración de los fenómenos y debe ser tenida en cuenta en cualquier teoría y explicación de las disciplinas sociales. Este trabajo sostiene que la filosofía es comprensión y operatoria sobre la realidad. El recurso integra el blog de filosofía que moderó Alejandro Rozitchner


La Historia como relato

El lugar inicial siempre es un relato. Para un dato u hecho cualquiera producido en las ciencias, su apariencia primera es la de un fenómeno de aspecto casi mágico: es así porque sí. Se lo acepta o se lo ignora, relegado a lo in-significante: la enumeración de descubrimientos científicos por sí sola, no producen más que el efecto estéticamente nulo de un catálogo de obras de música o literatura que nunca hemos escuchado ni leído. Tomemos algunos datos:
Jonas Salk desarrolló la vacuna contra la poliomelitis en l955.
Marie Curie descubrió en 1898 el polonio y el radio.
César Milstein desarrolló la tecnología para la restricción de enzimas que cortan el ADN, sobre las que se apoya gran parte de la biología molecular.

Esta enumeración prosigue. ¿Constituye un relato, una historia la enumeración? Seguramente no, salvo que, en un relato más amplio, se enumeren algunas secuencias con algún criterio (similitud, progresión, contraste, diferencia) adicional.

De la función del relato, de la trama discursiva, es de donde se obtiene la significación y el trabajo intelectual de comprensión. Pero no es un comprender sin modificaciones, sino, por el contrario, es una modificación en curso de los conceptos y preceptos a través de la trama discursiva. La Historia de las Ciencias es tan importante como las ciencias mismas. Incluso es problemática la noción de ciencias mismas. De allí que los relatos, en su multiplicidad, cruzamiento yuxtaposición y contraposición, tengan la función de asignar lugares, de confirmar espacios, de explorar las relacione entre los elementos, temas, acontecimientos, conceptos y preceptos en juego. Los relatos en que la ciencia y weltengschauung se entrecruzan, resultan en que las nociones en principio más estrictas de ciencia no lo son tanto, y las nociones más difusas de ideología parecen volverse más específicas.

En un vocabulario al modo de Piaget, podría resumir la idea de que las ciencias procuran la conservación de sus objetos, mientras que la weltangchauung, las ideologías, y la sociología de las ciencias buscan desplazar y modificar esa conservación de objetos.

Los estudios de Khun, Koyré, S. Drake, Lakatos, y el de Engels Dialéctica de la Naturaleza, son algunas muestras -de gusto filosófico, admitámoslo- de cómo tematizar sobre descubrimientos y teorías científicas. La historia de las ciencias establece relatos, lugares y hace pensables nociones que quedan ocultas en la mera enumeración. Más aún, en el llamado «programa fuerte» de la sociología de las ciencias, las ciencias formales como las matemáticas también acusan ciertos desplazamientos y diferencias singulares, como en Imaginario colectivo y creación matemática, de E. Lizcano.

En la Historia, siempre juegan los relatos, y éstos, aportan una complejidad adicional: la forma de establecer temporalidad. El criterio causal sufre duras pruebas. Antecedente y consecuente, como forma básica de la linealidad temporal no explican suficiente, aunque tampoco pueda eliminarse ese nexo lógico. La rigurosidad formal del «modus ponens» no siempre se obtiene de manera directa, sino que, por efecto mismo de los relatos, se alcanza acaso indirectamente, de manera mediata. Es la que ocurre cuando ante un concepto científico (o un conjunto de conceptos científicos), a alguno se le ocurre decir «pero ya los griegos decían que ...» o «ya los mayas decían que ...» o «los chinos decían que ...» o «los árabes decían que...». Cabe aclarar que esos conceptos científicos provienen por lo general de la modernidad europea y su abundante literatura de investigación.

Aunque «nadie puede saltar su propia sombra», los trabajos sobre historia de las ciencias, son en este caso, el aporte de un relato.

La lógica inmanente del relato

Dado un texto, resulta problemático establecer quién es su lector. Este hecho aparentemente trivial, considerado desde la perspectiva hermenéutica, resulta muy dificultoso de analizar. Dejando en principio por sentado que las ciencias existen, cabe preguntarse si son comunicables, y en tal caso, de qué manera lo son.

Si las ciencias son comunicables, requieren la intelección de sus conceptos, de sus teorías, de las modificaciones producidas por la racionalidad instrumental en el mundo de la vida humana. Ahora bien, considerar que las ciencias existen por sus efectos visibles, es admitir que algo del orden de los preceptos se intelige de manera nueva por algún aprendizaje. Para indagar sobre la génesis de algún descubrimiento científico, hay que indagar sobre las mutaciones del lenguaje, sobre la intencionalidad perceptiva de los investigadores, es decir, desbrozar un campo focal y, acaso plantear, al modo de cierta hermenéutica positivista, las preguntas adecuadas. Quiere decir que ya plantear preguntas supone un trabajo de análisis. Como dice Bachelard «el científico pospone sus preguntas iniciales» y las preguntas metafísicas son reemplazadas por preguntas del tipo de las que encajen con el contexto investigativo.

Pues bien, ¿en qué puede decirse que hay una lógica inmanente en los relatos? En que el lector debe recorrer, como un explorador de un campo virtual, las preguntas y los contextos en que fueron formulados, a fin de darle a su lectura toda la vitalidad espiritual, la itinerante racionalidad de su propia intensión lectora.

De todas las disciplinas de las Ciencias Sociales, acaso sea la Historiografía de las Ciencias la que mejor sitúa la dimensión espacio-temporal escamoteada en los registros enumerativos y la literatura científica. Pero esto es sólo una opinión. El hecho decisivo es que no está claro cuál es el límite (si se lo determina) de un texto, y cuáles son sus interpretaciones posibles. Para ello, Humberto Eco ha hecho una excelente defensa de los límites de un texto, y ha mostrado con lógica impecable los desbordes interpretativos. Claro está, es una lógica de los efectos lingüísticos, no una lógica de mediciones, aritmética, como parece exigir gran parte del conocimiento científico.

Pero, en lo que hace a la posición del lector en el efecto que, diríamos, es intratextual, siempre se puede anotar una diferencia fundamental: la que va de un cúmulo de ecuaciones como resultado a la que es capaz de conceptuar. Cuenta Hawking que su editor le previno que a mayor cantidad de ecuaciones, tendría menos lectores. Sin embargo, esta prevención, más parece establecer subrepticiamente una diferencia entre la ciencia misma y la ciencia relatada. Así, la ciencia misma se tematiza mitológicamente: sólo accedemos a la ciencia relatada.

¿Quién es el lector de un texto sobre Ciencias? Digamos que cualquier sujeto humano es interpelado como sujeto epistémico, es decir, es puesto en juego con relación a un cierto tipo de saber, del cuál tiene comprensión previa en función del medio socio-cultural en que vive. Y la forma relato es la manera más primaria del ser humano. Cuando mediante la pintura del cuadro epocal se recortan las preguntas fundamentales, los saberes científicos aparecen como un brillo especial de la razón humana. Los conocimientos científicos cambian la historia subjetiva y particular para articularla con nuevos parentescos, aquellos que el lector elige -o por los cuales es elegido- para mirar y actuar en el mundo en que nuevos preceptos se conforman. Es sugestivo que Marx considerara lo sensorial como una actividad humana práctica (Tesis 5 y 9 sobre Feuerbach). ¿Qué sensorialidad práctica cabe en la época de la vasta tecnología? Y, ¿qué sensorialidad si los instrumentos técnicos son teoría materializada? Para recobrar esa sensorialidad en que los preceptos se producen, la Historia de las Ciencias dicen, mejor que ningún otro texto, qué pueden ser, qué pudieron ser los contextos de justificación y descubrimiento, los conceptos y sus mutaciones, los preceptos y sus cristalizaciones, los relatos que sitúan y crean espacios de manera única, porque fuera del relato sólo queda la mera contemplación de los productos tecnológicos acríticamente.

Finalmente, la Historia no es la Ciencia, ni la ciencia misma, sino la creación de personajes conceptuales, que operan como alter-egos de los lectores. Esa inmanencia puede ser implícita, es por eso que la señalo y, además, es posible que el concepto filosófico de trascendencia se halle en la inmanencia, y no fuera de ella. Supone un problema lógico de atribución que interesa más a la Psicología que a la Historia de las Ciencias, pero, aún en su multiplicidad, la Psicología es, también, una Ciencia.

La reconstrucción de contextos

«Lo que vi fue simultáneo, lo que escribo es sucesivo, porque el lenguaje lo es.»
J. L. Borges, «El Aleph».

«Hija - Papá, ¿qué es un instinto?
Padre - Un instinto, querida, es un principio explicativo
H - ¿Pero qué explica?
P - Todo ... casi todo, cualquier cosa que quieras explicar
H - No seas tonto, no explica la gravedad.
P - No, pero es porque nadie quiere que el instinto explique la gravedad Si lo quisieran, lo explicarían. Podríamos decir que la luna tiene un instinto que varía inversamente con el cuadrado de la distancia...
H - Pero eso no tiene sentido, papá.
P - Claro que no, pero fuiste tú la que mencionó el instinto, no yo...
H - Está bien, ¿pero qué es lo que explica la gravedad?
P - Nada, querida, porque la gravedad es un principio explicativo...»

Gregory Bateson

De Borges a Reichembach

Borges contrapone en su relato ficcional dos categorías, lo simultáneo y lo sucesivo. Lo visual aparece como simultáneo, lo que escribe, sucesivo ... «porque el lenguaje lo es». Pero acaso omita decir que el lenguaje también es simultáneo, o, por lo menos, puede serlo.

Una manera de entender ese problema es suponer que al comienzo se produce lo que se explica después, por tomar un caso: primero las leyes de Newton, luego su explicación. En ese caso, la explicación es posterior y sucesiva, y, cuando se explica suficientemente, se tomará nota de un hecho complejo, en que todos los conceptos empleados no serán atendidos de manera sucesiva, sino simultánea. Así, para un biólogo, la expresión bacteria supone una simultaneidad de comprensión diferente que para el no-biólogo, etc. El lenguaje sucesivo, es una idea segunda de la idea primera de sucesión. Por esa vía apriorística Kant estableció una epistemología de las condiciones de posibilidad de un fenómeno cualesquiera. Pero el lenguaje es simultáneo, es decir, es capaz de ir más allá de cualquier punto de partida, que siempre es convencional, arbitrario o aleatorio.

Ahora bien, un relato comienza en algo importante o no, pero comienza fácticamente. Los momentos en que algo interesante -una hipótesis, un hecho, una presunción, una idea- cobran sentido, no coinciden necesariamente con el inicio con el inicio de un relato. Así parece ocurrir con la reconstrucción de contextos en la Historia de las Ciencias: situar en un relato más amplio una idea, hipótesis, acontecimiento, o hecho considerado relevante. De esta manera, otras ideas y acontecimiento serán sacados del fondo de la escena para tomar intervención causal directa. Dicho de otra manera, los conceptos en desuso en determinado ámbito de las ciencias sociales, fácticas o formales, recobran significación. Ideas antiguas como flogisto, ímpetus, epiciclos, generación espontánea (puede imaginarse una lista interminable), recobran la fuerza explicativa perdida por una suerte de sedimentación simbólica. Pero aquí es donde Borges resulta cuestionable: el lenguaje es simultáneo porque los conceptos en ciencias son particularmente articulados, como decía Duhem, siempre se pone a prueba un conjunto de proposiciones, y ese conjunto de enunciados o constelación de sentidos es lo que las reconstrucciones contextuales producen. Aún así, el contexto de justificación no parece, de derecho y de hecho, reproducir el contexto de descubrimiento. El descubrimiento no supone la justificación, pero sí esta a aquel. «Lo que vi es simultáneo» es, en las reconstrucciones históricas, una intención liminar, y en la experimentación-demostración una manera de lo que resulta socialmente débil aparezca como un saber conservado, al poner sus alephs ante otras miradas.

De Bateson a Klimovsky

¿Puede trascribirse un instinto como ley de gravedad? Entendiendo el carácter disciplinario de las ciencias, y su transmisión institucionalizada, y la especificidad conceptual de la física y la biología, la respuesta suele ser no.
Sin embargo, los principios explicativos en física y biología, aunque no son iguales, pero pueden ser equivalentes, lo que los hace conmensurables, siguiendo el difundido concepto de Thomas Khun, el más popular en filosofía de las ciencias.

Si buscamos analogías o isomorfismos, tal vez a respuesta no sea tan evidente. Pero esto es un tema filosófico, y en cierta medida, lógico. Pero Bateson arriesga: ambos conceptos son principios explicativos, y por esto, no explican nada. ¿Entonces?

El razonamiento en torno a principios explicativos es axiomático. Establece principios teóricos, y desde allí se articulan series enunciativas. ¿Son las series enunciativas, como describe Klimovsky, analizables por niveles? Considerando:

1) la base empírica,

2) nivel bajo de enunciados singulares-conservacionales,

3) nivel medio de enunciados que generalizan, correlacionan, subsumen y clasifican, y

4) nivel alto, en sentido estricto, teóricos, su epistemología distribuye esos criterios teniendo en cuenta aspectos empíricos y teóricos para sostener su contrastabilidad.

Pero, ¿cómo ilustra Klimovsky este sistema? Mediante el recurso de la Historia de las Ciencias, de los descubrimientos, errores, cambios de la estructura conceptual y metodológica de los programas científicos.

Se hace evidente entonces que la Historia de las Ciencias es co-determinante de las Epistemologías y Filosofías de las Ciencias. Cabe destacar lo siguiente: un Epistemólogo necesita un conocimiento disciplinar estricto y riguroso, luego, podrá intervenir el filósofo, que, de su cosecha, podrá darle matices originales o imprevistos a las ciencias.

¿Resulta de esto que quienes hacen ciencia se interesen por la epistemología? No necesariamente. Entonces, resulta que la formación en ciencias y en filosofía puede partir de una intelección diferente de los llamados principios explicativos.

Resulta entonces que estos principios no tienen otra necesidad que la lógica-formal, puesto que, materialmente o fácticamente se observan en estado de multiplicidad y antagonismo, debido al uso imprevisible que estos recursos lógicos proveen a los sujetos concretos y a los sujetos epistémicos.

Así ocurre en las reconstrucciones racionales de las ciencias: el exámen de los contextos puede ser un principio explicativo o no. No puede determinarse previamente. La ampliación de los nexos causales en los marcos sociales-culturales-psicológicos-políticos-económicos conlleva siempre un sesgo reduccionista. Habrá que decir que no hay forma de sortear cierto reduccionismo, o acaso, aclarar como Bunge, que la fenomenología es una pseudociencia? Por lo menos, en su libro Intuición y razón hay bastante cercanía a lo que cuestiona. Pero la fenomenología no tiene -en sus textos más conocidos- una intención de producción tecnológicas, cosa que tanto Bunge como Klimovsky parecen buscar como forma última de validación, en menor medida Klimovsky, admitámoslo.

Entonces, Bateson tiene razón al llevar la analogía a entrelazar el mecanicismo físico con el organicismo biológico. Solamente comete la herejía de traspolar campos epistemológicos de la ciencia normal. Es precisamente esa promesa metafórica la que se cuestiona desde la ciencia normal. Además, ni la ley de gravedad, ni los instintos son, en sentido estricto, observables, sino conceptos teóricos que Klimovsky ubicaría en el punto 4. Por lo tanto, no son refutables empíricamente, ni son irrefutables: son vehículos conceptuales, claro está, no cualesquiera, sino de uso corriente, incluso en explicaciones nada sofisticadas Son simples En el idealismo, una teoría sirve para verificar otra teoría, en ciencias, una teoría sirve para verificar experiencias En todo caso, Bateson trata de verificar la curiosidad epistémica, algo así como instalar filosofía en el germen de una pregunta sobre ciencias. Y la filosofía es lo que en ciencias se practica y se olvida, permanece inexplícito. Por eso el recurso al relato y la reconstrucción de contextos, vuelve a explicitar en su germen.

Historia, Filosofía, Ciencia

«Como la Filosofía, a la Ciencia tampoco le basta con una sucesión temporal lineal. Pero, en vez de un tiempo estratigráfico que expresa el antes y el después en un orden de las superposiciones, la ciencia desarrolla propiamente un tiempo serial, ramificado, en el que el antes (lo que precede) designa siempre bifurcaciones y rupturas futuras, y el después, reencadenamientos retroactivos, lo que le confiere al progreso científico un progreso completamente distinto. Y los nombres propios de los sabios se inscriben en ese tiempo otro, en ese elemento otro, señalando los puntos de ruptura y los puntos de reencadenamiento.»

Deleuze G., Guattari, F. ¿Qué es la Filosofía?

En este sugestivo párrafo (de un texto admirable), quizás pueda verse el nudo gordiano de las reconstrucciones racionales de las ciencias. Los conceptos filosóficos difieren esencialmente de los científicos (llamados en dicho texto functores). Esos conceptos científicos están tramados de tal manera que en sus encadenamientos seriales entran en juego los nombres propios de los científicos. ¿De qué manera? Si bien el desarrollo es algo complejo, podríamos decir que, por ejemplo, Galileo significa también Copérnico y Newton. Es decir, su nombre pone en juego lo que le precede y lo que lo sucede, puesto que el terreno común de los tres es la física-Astronomía, y las seriaciones enunciativas de Galileo incluyen a las de Copérnico y Newton. En cierta forma, Galileo se entiende por Newton, y Copérnico de alguna manera ingresa en Galileo. Los sujetos epistémicos rebasan los sujetos existenciales. Con ellos, la Física cobra forma particular, sintetizando y unificando por su propia inmanencia teórico-empírica los descubrimientos y aportes de tres. Las atribuciones históricas trazan los trazos gruesos: heliocentrismo copernicano, revolución empírico-perceptiva, o hipotético-deductivista de Galileo (con el uso del telescopio), y unificación teórica por medio de ecuaciones en Newton de la Física antigua, dividida en supralunar e infralunar (ley de gravedad, principio de inercia). Ese es el trazo grueso. Pero, a través de la reconstrucción histórica, la cuestión se vuelve mucho más complicada: ninguno de los tres limita por sí sólo el campo de la Física, que aparece como un trascendental, del que no se puede decir que sea un objeto ni un sujeto, sino un conjunto de enunciados en el que todavía quedan cosas por explicar, pero cuyas incógnitas abren posibles nuevos descubrimientos, incluso, necesarios nuevos descubrimientos. En ciencias, la experiencia básica, como diría Bachelard, se vuelve un obstáculo. Pragmáticamente dicho: ¿qué ganaría el hombre de la experiencia básica con estas complicaciones? No se sabe muy bien, pero, en todo caso, la Historia de las Ciencias vuelve a poner en estado del relato lo que se constituye en estado de series enunciativas complejas, y acaso, ajenas. El recurso a la narración histórica provee a la ciencia hipostasiada un anclaje en las enunciaciones más próximas del lenguaje. Es, tal vez, una forma última de Didáctica, una forma esencial de la Pedagogía, en estado complejo, pero la más ambiciosa en su finalidad: lograr que los saberes científicos sean removidos de su rigidez hipostaiada -y usada socialmente como forma de poder- y pasen a ser el descubrimiento del sujeto epistémico singular del ser humano.

De esta manera, quizás pueda formularse una pregunta hipotética: si Piaget encontraba en la Psicología evolutiva etapas evolutivas, ¿cómo es posible que un niño responda con las respuestas de Newton o Arquímedes? Y si ellos no hubieran elaborado sus respuestas, ¿cómo podría haberlas formulado Piaget? Una respuesta intuitiva puede ser en contenido equivalente a una respuesta tamizada históricamente, pero, sin duda, no es en cualidad, a misma. La respuesta aleatoria o estadísticamente congruente, no hace sino proyectar a priori al sujeto epistémico en las series enunciativas en estado indeterminado o estocástico (Bateson), produciendo el efecto de salto entre los saberes compartimentados en disciplinas científicas. A través de la Historia de las Ciencias se re-elabora el cuadro clasificatorio de las ciencias, y, cualquiera sea la distribución estandarizada y convencional de las mismas, siempre el recurso al relato historiográfico provee un reacomodamiento categorial.

Las formas lógicas

La Lógica, como las Matemáticas y la Gramática, son los recursos del análisis tanto de procesos mentales como de teorías, métodos e investigación científica. Son caracterizadas como ciencias formales, quizás por un resto aristotélico de su metafísica, o tal vez, platónico. De igual manera, la correlación con las demás ciencias parece ser la de Materia y Forma. Restringiendo este breve análisis a lo que nos propusimos cabe señalar que el Reino de las Formas puede representarse de dos maneras:

1.- Las formas lógicas, aritméticas y lingüísticas son dinámicas y contradictoria entre sí: el criterio silogístico difiere del Dialéctico, la lógica proposicional y analógica, al estudiarlas en sus formas comparativas, ninguna de ellas gana la partida. Como las paradojas de Russel no hay una lógica de las lógicas, o como diría Humberto Eco, no hay un Lenguaje Universal más allá de los lenguajes. En relación con las Matemáticas, tampoco hay Mathesis Universalis como buscaba Leibniz, lo que sí hay, especialmente en la cultura no sofisticada de la experiencia básica, es un uso de los modelos matemáticos excesivamente desligado de una problematización filosófica del cálculo y el número. Toda la riqueza de las formas aritméticas y sus sociologías es trabajo especializado, más que curiosidad común.

En los tres casos, las formas, contradictorias y dinámicas hallan -entre sí- materia abundante de ejercicio crítico.

Pero aquí viene la segunda representación del Reino de las Formas:

2.- Cuando en Ciencias Sociales o Fácticas se hace intervenir el recurso formal del análisis, esa multiplicidad, contradicción y dinámica que se observa entre las ciencias formales entre sí, se pierde, puesto que se suele recurrir, por simplicidad, a modelos únicos o reduccionistas: por lo común, silogísticos o inductivos simples, porcentuales, o afirmaciones sustentadas en la autoridad (idola tribus) en la expresión de Bacon. De esta manera, el recurso a la lógica, la matemática, a lingüística, busca articular relatos, enunciaciones, experiencias de las ciencias fácticas y sociales a través del llamado sentido común, que es una forma de consenso o convencionalidad en que las Formas evitan diferenciarse entre sí y aparecen como fundamento simple a la comprensión básica.

En conclusión: en sentido estricto, las ciencias formales permiten combinaciones y series enunciativas nuevas y de cierto nivel de articulación, pero, cuando se hace aparecer dentro de las ciencias Sociales y Fácticas el pensamiento formal, como por un efecto de contraste, aparecen como saberes unificados que fundamentan los fácticos. Las ciencias Formales pueden, entonces fundamentar, pero no fundamentarse a sí mismas. Es por eso que el tema abordado, sobre si la filosofia es una dimensión esencial a lo humano que atraviesa las teorías y explicaciones en ciencias sociales, queda respondido afirmativamente, con el agregado de que también las ciencias formales entran en el juego de los relatos historiográficos e histórico-sociales. Esto no quiere decir Historicismo, quiere decir que siempre la reconstrucción histórica pone a la vista lo que queda fuera (inside out) en la sedimentación simbólica que elimina errores y contradicciones y retiene efectos de conocimientos traducidos por la tecnología y las ideologías dominantes en un momento dado.

Bibliografía

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Vattimo, G. (comp..). (1993). La secularización de la filosofía. Gedisa.

Virasoro, M. (1997). De ironías y silencios. Gedisa.

Ficha

Publicado: 03 de agosto de 2009

Última modificación: 05 de abril de 2023

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Filosofía

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Entrevistas, ponencia y exposición

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Guillermo Carlos Treboux

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