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Silvia Katz: Podemos decir lo mismo de mil maneras diferentes: el primer diccionario hecho por chicos
En su taller de arte para niños de la provincia de Salta, Silvia Katz tuvo la gran idea de rescatar el modo en que los chicos piensan y ven el mundo, y con ello armar El pequeño ilustrado, un diccionario "biciclopédico” que contiene 1600 definiciones de casi 200 términos de uso cotidiano. Por cada palabra distinta, voces infantiles para resignificarla, y así, casi sin darse cuenta, impulsarnos a no aceptar una única forma de ver las cosas.
¿Quién es Silvia Katz?
Es salteña, estudió Bellas Artes y se perfeccionó en pintura en Francia, y en Buenos Aires con Luis Felipe Noé.
Obtuvo el Premio de la Elizabeth Greenshields Foundation, de Canadá, para artistas menores de 30 años, y participó de numerosos talleres de capacitación docente.
Dirigió y editó Picante de Tinta, una revista satírica salteña, en la que participaron importantes escritores y dibujantes.
Fue cofundadora del Museo de Bellas Artes de Enfermos Mentales del Hospital Chistofredo Jakob, de Salta, y fundadora de El Tendedero, una feria de arte al aire libre que se hizo durante 12 años en Salta, Jujuy y Bolivia.
Desde 1987 dirige el Taller Azul, un espacio de arte para niños, donde editan música, historietas, libros de cuentos y dibujos infantiles.
Katz pone una gran carga de intuición en lo que hace y, sobre todo, amor y respeto por los chicos y su libertad de expresión. “Siempre había pensado que si llegaba al décimo libro, ese sería algo especial”, dice la artista plástica, y el diccionario realmente lo es.
Por Mónika Klibanski y Verónica Castro
—¿Cómo fue el proceso de trabajo hasta llegar al Diccionario biciclopédico?
—La idea: siempre había pensado que si llegaba al décimo libro, ese sería algo especial. La idea de hacer un diccionario comienza a partir de una experiencia personal, porque cuando mi hijo empezó a decir sus primeras frases recibí de regalo una libreta para anotar todas sus ocurrencias, cosa que he venido haciendo con manía de coleccionista (Oliverio tiene casi 6 años), en un deseo de que no quedaran en el olvido. Y quienes trabajamos con chicos, o tenemos chicos en casa, oímos todos los días sus reflexiones, sus definiciones del mundo y de las cosas, nos reímos, nos emocionamos, los comentamos con amigos y parientes y creemos que siempre las vamos a recordar. Durante estos años de taller a veces anotaba cosas que oía, y siempre pensaba que alguna vez tenía que hacer algo pero de manera más organizada y metódica, para que ese material no quedase en el olvido. Conocía los trabajos del maestro uruguayo José María Firpo, pero la idea del diccionario empezó a tomar forma cuando llegó a mis manos un libro llamado Juguemos a imaginar, de Aaron Cupit, editado en el 79. Era un escritor y maestro que recorrió el país recopilando frases de los chicos en escuelas, un material delicioso que me emocionó mucho. Después de devorarme este material la idea terminó de concretarse en forma de diccionario y, tratándose de un taller de arte, tenía que ser ilustrado.
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Trabajamos desde marzo a octubre con las palabras y sus definiciones; luego durante un mes nos dedicamos a la imagen: aprovechando que era primavera sacamos los caballetes al patio y bajo las parras se improvisó un gran atelier. Fue la primera experiencia para los chicos, la de pintar sobre tela.
El proceso: comencé un poco “probando” cómo tomaban los chicos esto de definir palabras, y con las clases fui ajustando y convirtiendo esto del diccionario en un juego. Todo sin recetas previas. Principalmente usé trabajo grupal (entre 6 y 12 chicos) y oral, donde unas ideas fueron incentivando otras, pero algunas veces trabajé con grupos de dos o tres chicos a los que les costaba un poco más expresar sus ideas delante de sus compañeros, hasta que fueron adquiriendo confianza y seguridad.
Mucho torbellino de ideas, y juegos que combinaban dibujos, escritos, bocetos, apuntes, sorteo o elección de palabras a definir..., en fin: nada que fuera rutinario ni repetitivo. Mostrándoles un par de ejemplos y dándoles libertad de decir lo que se les ocurriese, los chicos usaron metáforas, hicieron juegos de palabras y asociaciones verbales, como se puede ver en el libro.
En un principio, las primeras definiciones de una palabra eran las más comunes, pero los chicos pudieron ir descubriendo que podían decir cientos de cosas de la misma palabra y, de alguna forma, jugar con el lenguaje y las palabras. Y por detrás, la reflexión: de alguna forma iban filosofando sin darse cuenta.
Con los chicos de edad intermedia (de 7 a 9 años) trabajé muy poco con definiciones escritas, y usamos la figura imaginaria de un marciano que venía a la Tierra y no sabía nada de nada. Lo mismo con los más chiquitos (4 a 6 años), pero esta vez usamos un títere preguntón.
—Sabemos que para este proyecto trabajaste con títeres. ¿Qué impacto tuvo el títere para los chicos?. Porque, en general, este es un recurso que la escuela restringe a las salas de jardín de infantes y, sin embargo, hay ámbitos donde se trabaja de forma interesante con títeres y adultos...
—El recurso del títere lo usé solamente con los más chicos (4 a 6 años). Marquitos preguntón era un bebé de zorrino que no sabía nada de la vida. Decía, por ejemplo, que lo habían invitado al circo pero él no quería ir porque se imaginaba que era muy oscuro y le daba miedo. Entonces ellos le contaban qué era un circo; jugué a deformar palabras, Marquitos les decía que le habían ofrecido “cocholate”, los chicos lo corregían, y le explicaban qué era. Todo entre ellos y el títere, mientras con la otra mano escribía velozmente los que todos tenían para decir. También ellos fueron dibujando para mostrarle al títere cómo eran las cosas que él preguntaba. Fue un juego muy divertido, y al llegar los chicos ya me preguntaban cuándo venía Marquitos.
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—Por lo que se ve en el libro incluyeron tanto palabras del mundo más cercano e imaginativo de los chicos como otras más abstractas, más propias de mundo adulto en el que los chicos están inmersos. ¿Cómo seleccionaron los términos a definir en el Diccionario?
—Antes de empezar hice una lista de palabras, pero la mayoría fueron surgiendo durante el proceso, que llevó varios meses; algunas respuestas llevaban a definir otras palabras, por ejemplo barrilete: “el amigo transparente del viento”, ¿y qué es el viento?
No soy muy amiga de los esquemas fijos e inamovibles, las clases siempre tienen algo de improvisación y sorpresa, incluso para mí. También quedaron un montón de palabras porque no hubo tiempo ni espacio para incluirlas, así que seguramente en el volumen II del libro estarán definidas. Ya estamos trabajando en eso.
—Pese a que es un diccionario muy distinto de los habituales, está organizado alfabéticamente, como los diccionarios que conocemos...
—Sí, el libro está organizado alfabéticamente como un diccionario, desde la a a la z: también se incluyen sintagmas como “malas palabras”, “naturaleza muerta”, etcétera.
—¿Cómo se conjuga en el diccionario el trabajo con los textos y con las imágenes?
—Eso fue todo un rompecabezas para armar. Eran 65 chicos, y cada uno iba a hacer una ilustración (fueron pinturas acrílicas sobre tela, en formato de 30 x 40cm); tuve que decidir yo qué iba a ilustrar cada uno (dándole dos o tres opciones a elegir a cada chico), teniendo en cuenta que los términos más definidos por los más chiquitos (sobre todo los más concretos) fuesen ilustrados por ellos; además había que coordinar correspondencias de las páginas pares (de texto) con las impares (ilustraciones), y si el autor del dibujo tenía alguna definición sobre lo que ilustraba.
—¿Ha llegado a las escuelas? ¿Cuál fue la recepción por parte de los docentes y alumnos?
—En realidad, todavía no llegamos de forma organizada. Los chicos han llevado los libros a sus respectivas escuelas, pero como fue presentado a mediados de diciembre pasado, ya habían terminado las clases y no hubo oportunidad de entregarlos. La Secretaría de Cultura de la provincia, que apoyó la iniciativa y es una de las auspiciantes de esta edición, distribuirá ejemplares en distintos establecimientos escolares y bibliotecas de Salta.
He hablado con algunos docentes, colegas, y les ha parecido muy interesante el libro; sobre todo me han preguntado cómo trabajé en las clases con los chicos, qué “sistema” o “método” usé para que los chicos definieran las palabras con tanta libertad, y si en algunos casos habían sido ayudados por sus padres. Claro que todo se “cocinó” en el taller, en mis clases, y las palabras se iban definiendo día a día, sin que ellos tuvieran la posibilidad de traer respuestas de las casas.
Además, no creo que ningún grande pueda ser el autor de estas definiciones.
—No hay duda de que las han escrito los chicos. Pero si bien es un libro que en una primera mirada apunta a lectores infantiles porque está hecho por los mismos chicos, a nosotros como adultos nos resulta más que sugerente. ¿Tiene noticias de la respuesta del público adulto?
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—Este es el primer libro de estas características que hago; sin pensarlo, creo que apunta más a los adultos. Los grandes no dejamos de asombrarnos con estas respuestas que dan los chicos, cómo nos definen, cómo ven el mundo. Yo no dejo de maravillarme ante la frescura y la espontaneidad que manifiestan en cada una de las definiciones. Todos los libros que edité antes eran de cuentos, y si bien los grandes los leen, a los chicos les encanta leer cuentos y ver dibujos de sus pares.
Sé, por la cantidad de gente que me lo dijo personalmente, los mails que he recibido y el impacto en la prensa que ha tenido, que es un material que se disfruta mucho; por una parte por lo novedoso, pero también porque ha llegado a sorprender y a conmover a muchos lectores.
—Una obra elaborada por chicos que aporta mucho a los grandes.
—Claro, empezando por los papás de los autores, muchos de ellos sorprendidos por los análisis y elaboraciones de las cosas que hacían sus propios hijos. ¿Qué puede aportarnos?: algo más que una sonrisa... mucho más. Porque los chicos han dicho muy seriamente todo lo que tenían para decir. Como padres, como maestros, es un llamado o una invitación a escucharlos, a tener en cuenta sus puntos de vista, a adentrarnos en su mundo, su pensamiento y su mirada deslumbrada (no ingenua) de la vida, cosa que uno ha ido perdiendo en el camino a la adultez. Y tal vez nos enseñe a los grandes que hay muchas formas de ver el mundo, que la perspectiva de ellos es tan válida como la nuestra.
—Si las definiciones que los chicos han elaborado son muy personales y cargadas de poesía, por ejemplo “Madre: es alguien que te aguanta cuando te haces pipí en la cama”, “Locura: cuando querés ir para un lado y vas para otro”. Sin embargo, los diccionarios convencionales que se usan en la escuela se ocupan de legitimar sentidos únicos de las palabras, siguiendo toda una línea de una tradición educativa enciclopedista. ¿Qué valor cree que tiene lo poético, lo ambiguo, lo subjetivo, en la educación de los chicos?
—Tiene nada más y nada menos que el valor de lo humano, del ser sujeto único. Ya sabemos que la educación basada en la mera transmisión de conocimientos, enciclopedista, no sirve: creatividad cero. La educación artística, que trabaja principalmente con la subjetividad, la imaginación, las emociones, los sentidos y su expresión está basada en la premisa de no aceptar una única forma de ver las cosas. Y que podemos decir lo mismo de mil maneras diferentes. Esa es la creatividad, que no sólo sirve para desarrollar una actividad artística, sino en todos los ámbitos de su vida.
El chico que viene acá sabe que hay lugar para su imaginación, sobre todas las cosas. Ese es su mayor patrimonio. Creo que el proceso de crear el diccionario ha sido muy enriquecedor para ellos. Como trabajamos mayormente en forma grupal, han aprendido a escuchar, y en muchos casos han vencido el miedo y la vergüenza de expresarse, usando sus propias palabras, poéticamente, o como lo sintieran. Han experimentado que pueden dar sus opiniones como lo desean, como lo sienten y piensan, sin censuras, en fin, hablar de su propio mundo y ser tenidos en cuenta.
Es en el fondo una actividad de autoconocimiento para ellos. Creo que esto de “jugar al diccionario” ha sido una oportunidad para reflexionar sobre el mundo, sobre el lenguaje, para imaginar, crear, y para enriquecer su expresión.
Siempre rescato una frase de Rodari: “el uso total de la palabra para todos”, como valor de liberación, “no para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo”.
Fecha: Abril de 2007
Ficha
Publicado: 25 de abril de 2007
Última modificación: 16 de diciembre de 2012
Audiencia
Área / disciplina
Nivel
Secundario
Categoría
Entrevistas, ponencia y exposición
Modalidad
Todas
Formato
Texto
Etiquetas
arte
niño
Silvia Katz
voces infantiles
diccionario
Autor/es
Verónica Castro
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