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Democracia y derechos humanos

La Argentina es un país democráticamente joven. Hace solo 29 años que los ciudadanos eligen de forma constante a sus representantes. No pasó tanto tiempo desde aquel 10 de diciembre de 1983 en que Raúl Alfonsín asumió la presidencia y puso fin a ocho oscuros años de dictadura. Una multitud se congregó ese día en la Plaza de Mayo para festejar la vuelta de la democracia al grito de «el pueblo unido jamás será vencido».

Fue un caluroso mediodía en la ciudad de Buenos Aires. Las crónicas del momento describían una plaza repleta de jóvenes y militantes, niños con sus padres, banderas de partidos democráticos. Era un momento único que todos querían celebrar. El sistema y sus instituciones volvían a imperar de la mano de millones de ciudadanos esperanzados por la democracia recién estrenada.

Por ese motivo, el 10 de diciembre fue declarado por la Ley 26.323 como Día de la Restauración Democrática. El objetivo es que se recuerde mediante actos pedagógicos y académicos ese espíritu de festejo del voto popular y de unidad en la diversidad, y que se promuevan los valores democráticos, resaltando su significado histórico, político y social.


En la calle, la historia | El retorno de la democracia
Micro sobre el fin de la dictadura, las elecciones y la asunción de la presidencia por parte de Raúl Alfonsín.


¿Qué es la democracia?

La democracia es una forma de organización social en la que el poder reside en la totalidad de sus integrantes, de modo en que las decisiones recaen en la voluntad colectiva. El término proviene del antiguo griego y significa ‘poder del pueblo’ (demos= pueblo, kratos=poder).

En Atenas, los hombres considerados ciudadanos se reunían en largas asambleas donde tomaban las decisiones sobre la polis. A esa forma de democracia, donde las decisiones son tomadas sin intermediarios por los integrantes del pueblo, se la conoce como democracia directa. Sin embargo, es muy difícil que esos debates en que todos opinan y votan sobre todos los temas se produzcan en una sociedad de masas.



En la mayoría de los países del mundo, la democracia es representativa o indirecta, de forma que los ciudadanos ceden su poder en referentes que los representarán en la toma de decisiones. Es decir, que el pueblo delega el poder en los gobernantes o en los legisladores durante un mandato determinado.

El sistema de gobierno en la Argentina adopta la forma representativa, según el artículo 22 de la Constitución Nacional, que detalla que «el pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución». Los representantes son elegidos de forma directa a través del sufragio universal, secreto y obligatorio.

Democracia en sentido amplio

Pero la democracia no es solo un sistema electoral o una forma de gobierno. La mayor parte de los teóricos del siglo XX señalan que la democracia es un sistema inacabado, es imperfecto y se construye de forma permanente en el conflicto. ¿Cómo se explicarían, de otro modo, los numerosos golpes de Estado en Latinoamérica?

La democracia no se puede medir solo en la forma de gobierno de un país, sino en el grado de democracia con que viven los ciudadanos. La participación, el control de los representantes, la militancia en proyectos políticos son factores fundamentales en la ecuación. Para que el poder resida efectivamente en el pueblo, el pueblo debe ser parte de la cosa pública: meterse, preguntar, reclamar, apoyar.

Por eso, como escribió el filósofo estadounidense John Dewey, la democracia, más que una forma de gobierno, es primordialmente un modo de vida asociada a esa forma de organización social, que se puede ejercer en cualquier ámbito, además de en el Estado.

Se puede ser democrático en la familia, en el consorcio de un edificio o en las aulas y para esto no hay recetas; la democracia siempre será imperfecta, pero permitirá que cada integrante del grupo se sienta involucrado, comprometido y responsable por las decisiones.

Fortalecimiento de la democracia

Muchos teóricos han planteado que la democracia necesariamente va de la mano de la garantía de los derechos humanos. En ese sentido, los juicios a los represores de la última dictadura militar a partir de la declaración de nulidad de las leyes de obediencia debida y punto final y de los indultos realizados por el expresidente Carlos Menem sientan un precedente democrático enorme.

Los juicios son un gran ejemplo para el mundo, donde rara vez los criminales de lesa humanidad son juzgados, y también para la sociedad. Son un gran ejemplo de la necesidad de fomentar la vida democrática, es decir, la participación. Porque fue gracias a la lucha incansable de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, y de la sociedad toda, que se logró un acto tan importante de reparación a la democracia.

La participación en la vida democrática es necesaria no solo para evitar que sea interrumpida por regímenes dictatoriales. El fortalecimiento de la democracia en cada ciudadano es fundamental para preservar la convivencia social, para ampliar derechos y para impedir que los representantes sean controlados por intereses ajenos o contrarios a los del pueblo.

En la historia reciente, han explotado crisis sociales y económicas donde la sociedad se ha sentido traicionada por los representantes políticos, como fue el caso de nuestro país en diciembre de 2001, cuando multitudes reclamaban que se fueran todos. Sin embargo, la experiencia enseña que lo que se necesita es mayor democracia, más política y más participación. Los jóvenes parecen entenderlo así, y por eso se suman cada vez más a la participación en los asuntos públicos.

Ficha

Publicado: 06 de diciembre de 2012

Última modificación: 20 de mayo de 2013

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Raúl Alfonsín

Autor/es

Rocío Magnani

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