«Hay que aprender a escuchar»
Cómo concebir la idea de que escuchar es valioso e importante para darle un tono realista y, más aún, auténtico.
Suele expresarse con frecuencia, y desde todo tipo de perspectivas, la idea de que escuchar es algo valioso, de que hay que aprender a escuchar, de que es necesario ejercitar esa actitud receptiva generalmente descuidada. Sin poner en cuestión el impulso correcto que anida en tales argumentaciones tengo que decir que me resisto a tomar en serio tal manifestación de buenas intenciones. Las buenas intenciones, que parecen ser inobjetables posiciones morales, están frecuentemente alimentadas por representaciones, es decir, por fingimientos, y su expresión mentirosa bien puede provenir de la necesidad de encubrir las intenciones más opuestas. Baste recordar que las fracciones más moralistas de las sociedades suelen ser las que finalmente esconden la mayor cantidad de casos de corrupción. El fanatismo moral suele estar acompañado por una gran intolerancia y ―paradójicamente― por una gran capacidad de inmoralidad y daño. Sin embargo, la idea propuesta, "escuchar es valioso e importante", no puede ser desechada por esta observación: ¿cómo concebirla entonces para darle un tono más realista, y para dar una versión adecuada a los modos de una vida que busca ser auténtica y no representar el bien todo el tiempo y desesperadamente?
Se me ocurren dos opciones para darle al valor de la escucha un sentido verosímil y no moralista, dos modos de pensar al escuchar comprendiéndolo de manera positiva:
- Se trata de un acto erógeno, de una recepción placentera. No consiste en la recepción erótica de un órgano sexual, ni de una caricia, pero sí de la captación del ser del otro, de un intercambio cuyo sentido no es el puro sentido moral de hacerle un bien a aquel a quien se presta atención, sino el de sentir el placer de percibir la expresión y la manifestación de un ser que constituye para nosotros una oportunidad de interacción. ¿Y si el otro en cuestión no nos interesa? Tal vez sea por eso que el valor de la escucha se haya transformado en una variante moral y no en la expresión de un encuentro sensible: se trata del intento de forzar relaciones que no son auténticas, que no parten del reconocimiento de un interés real, sino que buscan hacer funcional una relación que carece de sustento. Cuando hay relación e interés, la escucha no debe ser prescripta moralmente, es un hecho sensualmente agradable. ¿Debemos prescribir la escucha como conducta universal o ubicar a la escucha en el plano de la erogeneidad propia de las relaciones determinadas por un interés recíproco?
- Esta es una idea tomada del libro Relaciones creativas, de Francisco Ingouville, y agrega otro nivel de análisis a lo dicho en el párrafo anterior, ofreciendo al mismo tiempo un truco fundamental para tratar relaciones conflictivas (o con los momentos conflictivos que toda relación normalmente posee). Este especialista en negociación señala como recurso importante en el enfrentamiento con una persona enojada o violenta el método de escuchar de la manera más precisa posible las emociones que tal persona intenta expresar. Sugiere que nos representemos la cabeza de la persona en erupción como una pecera: no puede escuchar, nada puede entrar en él, tenemos que ayudar a que saque toda el agua que inunda esa cabeza e impide que sea capaz de recibir. El consejo consiste en que nos volvamos activos agentes de tal desagote o desagüe, que nos manifestemos interesados en tratar de captar y comprender su enojo sin oponernos de ninguna manera a él, preguntando y escuchando todo lo que tenga para decirnos hasta que el nivel del agua haya bajado. El efecto es inmediato: si no encuentra oposición, sino interés y empatía, el violento se ubica en un nivel inferior de enojo y tramita en palabras la presión de su furia. Una vez desagotada el agua puede volver a oír, y el diálogo puede tener lugar. Al menos, habremos sido capaces de limitar los efectos destructivos de su violencia. Pero Ingouville nos dice una cosa más, continuando con la metáfora de la cabeza llena de agua: dentro de esa pecera había también un pececito. Cuando el enojado saca de sí; el agua de su ira, entrega también por fin lo que vivía en esa sustancia: su verdad, lo que realmente quiere, el pececito. ¿No es una buena estrategia a tener en cuenta para manejar las situaciones conflictivas que se plantean con frecuencia en las clases?
Ficha
Publicado: 12 de junio de 2009
Última modificación: 26 de marzo de 2025
Audiencia
Docentes
Área / disciplina
Filosofía
Nivel
Secundario
Categoría
Entrevistas, ponencia y exposición
Modalidad
Todas
Formato
Texto
Etiquetas
escuchar
Autor/es
Alejandro Rozitchner
Licencia
Creative Commons: Atribución – No Comercial – Compartir Igual (by-nc-sa)