Enfrentar la catástrofe
¿Qué juegos cotidianos propiciar?
La mayoría de los niños juegan y esto les permite desarrollar su imaginación y ordenar sus miedos.El juego, entonces, es al mismo tiempo un nutriente de la imaginación y un hacer que soporta múltiples relatos, entre ellos, los miedos básicos.
En ese hacer tan particular el niño crea sus propias historias, que no difieren demasiado de la de otros niños, pero sí se diferencian en que, cada niño, jugando, las experimenta, las vive, de forma particular, y eso es lo que lo convierte en autor de un relato único.
Esta experiencia lo tranquiliza, porque le confirma que puede estar en un rol activo. Despliega, jugando, lo que vivió pasivamente, o sea, le permite recrear una escena de la vida cotidiana, que ha sido confusa, inquietante o traumática. Por ejemplo: si les han dado una vacuna, al llegar a su casa juegan al doctor y le dan una inyección al muñeco.
Los momentos difíciles, traumáticos, invasivos, no se olvidan, están presentes en los juegos, son la materia prima con la cual construyen una historia representada en acciones. «Si el niño no puede jugar, o si el niño en el juego repite secuencias o escenas de manera reiterada (sin ninguna modificación ni integración a otras escenas lúdicas), esto puede ser indicador de situaciones emocionales (o traumáticas) que están siendo de difícil elaboración para él» (Julieta Calmels). Por eso es importante que los niños jueguen; si esto no ocurre, al niño le falta algo y esta falta es un aviso que los adultos deben contemplar. Quienes trabajan con niños en la docencia y la salud pueden orientar a los padres y a los niños a recuperar la practica lúdica.
El niño no siempre juega solo, juega con otros niños o con el adulto, experiencias diferentes y complementarias en los primeros años de vida.
Primero el adulto lo introduce en el juego, aun cuando el niño no sabe que juega. Luego, los pares le confirman que hay una lengua en común que los comunica. Pero cuando hay malestar es posible que el niño, aunque esté crecido, busque al adulto para jugar, y también es posible que este no esté dispuesto. Conviene ponerle palabras, postergar el juego y proponer una actividad que sin jugar acompañe, pues es probable que no solo busque jugar, sino también la cercanía de un cuerpo que lo contenga.
Siempre se juega con otro; si no hay otro presente (o imaginado), la actividad que se desarrolla no es juego. En este sentido, jugar no solo es estar activo, sino inter-activo.
En el caso en que la rutina se interrumpa de forma traumática, el juego se hace necesario. Cuando la realidad irrumpe con una carga de destrucción en la intimidad del hogar y del barrio, la rutina debe ser reordenada, para que sobre el tiempo y sobre el espacio utilizado se construya un fondo de continuidad, sobre el cual se interprete lo nuevo, lo diferente.
También es posible pensar que la actividad lúdica se oriente a alojar los problemas existentes. El niño jugará, por lo tanto, a juegos donde en forma indirecta se trabajen los sentimientos negativos.
Si bien es difícil hacer un planteo general, después de una tragedia, es posible observar efectos negativos en la infancia, tales como: inquietud, inseguridad, decaimiento, cansancio, irritación, excesivo apego… Esto hace que el juego se interrumpa o se empobrezca, pero también es posible que se vuelva a intentar, o que se enriquezca. El adulto puede servir como acompañante en una función complementaria, estando dispuesto a cumplir un rol asignado o simplemente mirando cómo el niño juega, como un espectador interesado.
Si el niño no juega, podemos proponerlo. Se juega de diversas formas (juego corporal, verbal gráfico), pero no se puede obligar a jugar; cuando eso ocurre, observamos un «como si» de un «como si», una parodia donde el niño conforma al adulto, o sea que no juega, sino que actúa.
¿Cómo rearmar el espacio en casa y en el barrio?
Para el niño, el primer continente son los brazos de su madre. También los adultos que lo rodean, luego la cuna —cercana al cuerpo protector—, después la casa, la vereda y el barrio.Después de la tragedia, no solo hay dolor por lo perdido, sino también acciones de reconstrucción, que se apoyan en relatos históricos. Quizás hay recuerdos de un hecho parecido, relatos familiares de una casa que tuvo que reconstruirse tras el paso de la aguas, cuentos de lluvias y de ríos que abandonan su lecho. Sirve escuchar y hablar.
Si la casa se inundó, los efectos negativos del ocupante dejarán marcas de su paso. El agua es informe, toma el cuerpo del espacio que ocupa y, cuando se retira, se lleva objetos, pertenencias. En las paredes queda una marca que, al modo de un centímetro, calibra la magnitud de su inundación. A su vez los objetos que subsisten, deformes, informes, son el signo del daño producido.
Si el piso era utilizado como suelo, o sea, como lugar para jugar y albergar el cuerpo, después del agua es un espacio extraño, difícil de habitar. Se trasforma en un espacio amenazante: familiar pero desconocido. El piso solo es para pisar; en cambio, el suelo es espacio habitable.
Es necesario fundar nuevamente un espacio donde estar tranquilo, un suelo donde jugar, un fondo, una base que nos sirva de apoyo.
También en un rincón se puede hacer una casa, jugar a la casita es un buen proyecto: lo que atrae al niño no es tanto una casita preelaborada, sino la construcción de la casa, lo que vale es el hacer en compañía.
Es difícil que se busque una compañía para el rincón: quien está en él no deja lugar para otro cuerpo (con la excepción de la pareja, el par íntimo). El rincón es más privado, individual; la esquina en cambio es más pública, colectiva. La esquina es la contracara del rincón, en ella se congrega el punto de mayor concentración de personas, convocadas para la cita, el encuentro o la reunión. Es conveniente transitar ambos espacios.
Jugando se explora, se reconoce el ambiente. Cuando los niños llegan a una casa desconocida, al día siguiente suelen jugar a las escondidas, es una forma de explorar el espacio. Recorrer la casa sin conocerla es como perderse en un laberinto. Las escondidas ayudan, es la búsqueda de personas en los «rincones» del espacio. Quien busca y quien se esconde llevan la atención detallada del espacio ambiental.
Es bueno que los niños participen en la reconstrucción, en lo que ellos puedan, es importante que se sientan activos dando una pincelada, limpiando un objeto, rearmado su cuarto, así como las carpetas y los cuadernos con una nueva carátula, etc. Estas actividades no solo valen por lo que materialmente construyen, sino porque organiza una «rutina-ritual», un orden en la temporalidad del día.
Ficha
Publicado: 20 de mayo de 2013
Última modificación: 23 de mayo de 2013
Audiencia
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Artículos
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Todas
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espacio urbano
catástrofe natural
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inundación
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construcción de espacio
Autor/es
Daniel Calmels
Otros contribuyentes
Daniel Calmels
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