Juan Cristóbal Cobo Romaní: Debemos potenciar las redes latinoamericanas
Juan Cristóbal Cobo Romaní
se doctoró en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de Barcelona (España), con la tesis
Organización de la información y su impacto en la usabilidad de las tecnologías interactivas. Es docente de la cátedra Teorías de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de México. Además, se desempeña como director de comunicaciones y editor de la plataforma educativa de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede México (Flacso México).
En diálogo con educ.ar, Juan Cristóbal Cobo Romaní analizó los principales desafíos para América Latina en los temas vinculados a la sociedad de la información, y expuso sus perspectivas sobre la proyección social de las aplicaciones de la Web 2.0. Además, por supuesto, comentó su tesis doctoral, recientemente publicada en la Web. Su blog es e-rgonomic: apuntes digitales.
Por Pablo Mancini
—Cristóbal ¿por qué ha decidido compartir en la Web su tesis de doctorado sobre la organización de la información y su impacto en la usabilidad de las tecnologías interactivas?
—Yo le diría que en alguna medida es un acto kamikaze desde la perspectiva académica, pero por otro lado es también el plan de seguir el mismo circuito: el noventa por ciento de las cosas que leí para mi estudio las tomé de internet. Y me pareció que a mí me tocaba hacer lo mismo...
Lo que me animó a hacer esto, además de la red de tesis doctorales de España, primero fue el fenómeno Web 2.0, incluyendo allí, por supuesto, la blogosfera. Pero también la filosofía que está detrás: el concepto de colaboratorios de Koichiro Matsuura, que me parece que es la esencia de esto: laboratorios de colaboración. América latina tiene una deuda brutal en este tema: la colaboración. Es decir, hay muchas personas haciendo cosas interesantes en muchos países de la región y estamos absolutamente segmentados, atomizados, y los enlaces para este tipo de cuestiones son todavía muy pobres.
—Esa es una de las discusiones clave cuando hablamos de sociedad de la información...
—Mi impresión es que recién estamos empezando a meterle el diente al tema de fondo. Hasta ahora, y diría que desde que la Web empezó a hacerse muy sexy, la discusión era solamente sobre conectividad: qué porcentaje de la población total –y nos peleábamos con el 34 por ciento de Chile y el 16 por ciento de México y si es mucho o si es poco–. Pero la verdad es que las discusiones se agotaban ahí. Y me atrevería a decir que las cumbres de Ginebra y la de Túnez se movieron bajo ese circuito solamente: sobre la conectividad. “Y juntemos dinero para conectar a África”, y cosas por el estilo. Pero ahora empieza a abrirse un panorama más contundente, más amplio y más profundo, y yo creo que tiene muchísima más proyección. Entonces: el chico está conectado a la computadora, pero ¿qué hace frente ella? Y ahí empezamos a reducir otras brechas tan importantes como la otra, como la de pasar de ser tecnoconsumidores a tecnodesarrollistas: generar contenido, por ejemplo: educativo, intelectual, académico y político.
—¿Cómo analiza el paso del tecnoconsumismo al tecnodesarrollismo?
—Está pasando algo bien interesante: el año pasado fue histórico en ese sentido. Porque si uno hace un enlace entre el proyecto Una computadora por niño (One Laptop per Child) que impulsa Negroponte, el proyecto de Wireless de Google en San Francisco y con los sistemas operativos, ya sean de open source como el Linux o la versión gratuita que va a presentar Windows, lo que está pasando es que el acceso a la red tiende a ser gratis, cada vez es más fácil acceder. Entonces, obviamente el debate se va a empezar centrar a mediano plazo en qué uso hace uno de la información, y allí es donde les falta concentrarse a las autoridades de nuestra región. Todavía el debate se encuentra en cuántos cables y cuántas computadoras y a cuántas comunidades... Pero ese es sólo el comienzo. Esto es como en los cuentos, cuando se dice “se casaron y vivieron felices”. Bueno, cuando se casaron, ahí empieza todo.
México tiene un proyecto que se llama eMéxico, con una filosofía interesante: buscan hacer una especie de conexión de todos los servicios públicos y que la gente pueda acceder de forma gratuita, y esto va unido a llevar telecentros o infocentros, o cabinas de conexión, a comunidades bastante marginales, a los indígenas de Chiapas, por ejemplo.El problema está en si pasa lo que siempre ocurre en América Latina: Se va, se pone la cabina arriba del cerro, en medio de la selva, con la comunidad lacandona mirando de qué se trata esto; va el alcalde, se abrazan, se toman un vino y luego se van y queda la cabina abandonada y nadie la sabe usar, y al final se termina usando como centro de otras actividades.
—Más allá de las poses, ¿cómo podríamos imaginar una América Latina más justa en la sociedad de la información, más tecnodesarrollista?
—A lo mejor América Latina no está en condiciones de desarrollar un software similar al de Windows, con una estructura y un impacto similar al de Microsoft. Pero sí está en condiciones y tiene la necesidad urgente de readaptar los sistemas operativos a nuestra realidad. Y esto no guarda relación solamente con las lenguas indígenas sino además con readaptar tanto el software como el hardware a las características de nuestra gente. Y un ejemplo súper representativo de eso es que debería, y lo subrayo, debería, existir un teclado pensado para las manos de personas que trabajan en zonas rurales. Porque esas personas tienen una movilidad, un ancho y una estructura manual distinta. No puede ser que haya un solo tipo de teclado para todo el mundo. Y menos que compremos teclados de afuera, los pongamos y que la gente se tenga que adaptar. Se trata de justamente de lo contrario: de cómo hacemos para adaptar esas tecnologías al hombre, y no que el hombre se adapte a la tecnología, como venimos haciendo.
Esto también tiene que ver con otro tipo de brechas, de funcionalidad, de accesibilidad, etcétera. Para resolver estas cuestiones no se requieren millones de dólares, aunque sí investigación científica e interés, tanto privado como público, y aún –me parece– hay ciertas deficiencias ahí. No nos hemos dado la instancia de cambio, pero nadie va a venir a darnos permiso para eso. Nos abrazamos y nos sentimos felices cuando Google pone una oficina en México o cuando Yahoo! hace un enlace con el centro de investigación en la web de la Universidad de Chile, pero parece que debería ser al revés. Es decir, que nosotros vayamos y tomemos una aplicación que existe afuera y la hagamos absolutamente a nuestra medida. Y para esto hay capital social. Es por ello que debemos potenciar las redes latinoamericanas, porque tenemos patrones culturales que nos facilitarían mucho emprender acciones colaborativas.
—Ud. contó que las aplicaciones de la Web 2.0 le interesan especialmente. ¿Cómo está observando y participando de este fenómeno?
—Para mí fue como el postre después de la investigación doctoral, porque para mi estudio me concentré mucho en este concepto de la usabilidad, que tiene como madre a la ergonomía, el diseño centrado en el usuario. Y también en una serie de cosas como la accesibilidad o la navegabilidad o la satisfacción de uso, cosas que todavía sonaban un poquitín distantes porque, al final, la gente se podía sentir más cómoda con una página web. Pero seguía siendo un objeto y no un sujeto en esto. Y cuando aparecen los blogs yo me fasciné y me gustaron mucho. Alejandro Piscitelli y Hugo Pardo fueron los que empezaron hablar de estas cosas que yo no entendía mucho. Pero los blogs no parecían ser más que una herramienta divertida, una aplicación más. Pero cuando empecé a leer cosas de Tim O'Reilly y él explicaba que esto está inserto en un entorno más complejo, más amplio y más generoso –la folksonomía, los sistemas de sindicación y una serie de otros desarrollos en línea– me di cuenta de que estas cuestiones particulares y esas metodologías ya encontraban salidas reales, gratuitas, fáciles y accesibles para todo el mundo.
Casi que suena snob esto de la arquitectura de la participación, pero tiene unas potencialidades brutales tanto para temas políticos, educativos, para el desarrollo de tecnologías... Por eso me parece que tiene una proyección que va muchísimo más allá de los blogs. En la parte académica miro con mucho interés la proyección de los wikis. Para mis clases en la UNAM uso un blog, pero todavía es muy estático, porque aunque están todos los alumnos como administradores todavía no termina siendo tan horizontal la jerarquía participativa. En cambio en los wikis sí. Son más caóticos y desordenados, pero más divertidos y más lúdicos, y creo que representan más el uso del pensamiento de un grupo de personas discutiendo. Próximamente vamos a arrancar con un proyecto que va a salir este mes que se llama colaboratorios.net. La idea es generar un espacio de colaboración académica de gente que está en distintas partes de la región para que publiquen artículos, y contará con una biblioteca digital abierta. Pero, además, habrá un espacio de videoconferencia a través de Skype conference, y también tendrá un espacio de wikis, que vamos usar solamente para la construcción de definiciones colectivas.
—¿Qué usos le han dado al blog en las clases en la UNAM?
—Mi clase es ciento por ciento presencial. La UNAM tiene una estructura tradicional y estas tecnologías como los blogs suenan un poco raro. Pero los he animado y ha funcionado bastante bien.
La lógica es así: el alumno que expone un teórico sube su ponencia al blog. Entonces este espacio se ha convertido en un buen acervo, que quizás no estará al nivel de Infoamérica pero sí es interesante. A lo mejor, cuando se acabe el curso esto ya no va a ser un espacio de interacción, pero sí va a ser un acervo, y allí radica también su potencialidad. Que quede ese lugar donde cuarenta o cincuenta personas se dedicaron a construir conocimiento o a sistematizar conocimiento sobre temas teóricos tiene gran utilidad en términos académicos. Y por eso me quedo muy contento.
La primera vez que hablé con mis alumnos de todo esto, no entendían mucho la relación entre teoría de la comunicación y tecnología. Había un acercamiento lento, y hubo que tener paciencia porque había que sentarse con ellos a enseñarles a abrir alguna u otra cosa. Y ha ocurrido un fenómeno doble: por una parte, había un poco de apropiación: si Ud. mira ahí en el blog hay protestas relacionadas con los proyectos de leyes de telecomunicaciones y, por otra parte, algunos creen que yo soy como informático o que hago soporte técnico... Por ejemplo: ayer recibí un e-mail de una alumna para que le enseñara a guardar un video de otra página web...
Sumando y restando, el fenómeno es absolutamente positivo. Porque ya hay también, por ejemplo, un centro de estudiantes de la universidad y me llamaron para que les enseñara a armar un blog. Y poco a poco comienza el fenómeno de expansión. Y con eso: misión cumplida.
—Por último, Cristóbal, quisiera volver sobre su tesis. Está on line, así que todos pueden leerla, pero quisiera que nos cuente más sobre la investigación y cómo se inscribe la tecnología en la calidad de la interacción entre las personas...
—La usabilidad es un concepto bastante más rico de lo que generalmente se aborda con esa idea. Y como filosofía es alucinante. Ahora bien, hay otro concepto que ha ido madurando en paralelo al crecimiento de la Web que es el de arquitectura de la información.
El desarrollo tecnológico fue mucho más rápido que nuestra capacidad de sistematización, organización y taxonomía de la información. Entones me pareció interesante explorar qué relaciones científicas y variabilidad podía haber entre la usabilidad de las tecnologías, es decir, cuán adaptadas estaban a la necesidad de los usuarios, y qué relación podría haber entre eso y la manera en que se construía la información en estas plataformas interactivas. Cuando digo construir no se trata de redactar sino de organizar, estoy hablando de las gramáticas de la organización de la información.
Entonces lo que hice fue meterme un poco en estadística y en pruebas experimentales. Aproveché una invitación de la Universidad de Colima para una estadía de investigación y les pedí a ellos que me dejaran hacer allá las pruebas experimentales.
Así, después de pasarme un par de años desarrollando la investigación teórica, dos años y medio más o menos, me fui a las costas del Pacifico, allí en las Colimas, cerca de Guadalajara, y elegí probar esto en una plataforma educativa que se llama CIAM. Así que conseguí las autorizaciones para organizar la información de CIAM de dos maneras. Una, como estaba: era bastante caótica, tenía hasta siete niveles de profundidad, es decir, tenías que hacer hasta siete clics para encontrar los contenidos. Y luego le pedí al webmaster de la plataforma que la reorganizara acortando muchísimo los accesos. Es decir, que en cada pantalla hubiera más enlaces que permitieran llegar más rápido a la información.
Entones, el trabajo consistió en hacer pruebas experimentales con cuestionarios de usabilidad en línea que construí, basados en los estándares dela ISO y otros más. Lo que hice fue probar a alumnos expertos y no expertos a ver cómo reaccionaban frente a estos dos prototipos. A páginas muy profundas y complicadas y a páginas muy sencillas y más anchas, que tenían más links desde los que se podía acceder a encontrar más fácilmente la información que se quería. Se hicieron pruebas con diferencia de dos semanas entre las páginas complejas y las páginas simples, obviamente sin decirles qué pagina era cuál. Se les pedía que encontraran determinadas informaciones y que luego evaluaran el sitio web en este formulario de usabilidad en línea.
Fue bien interesante, porque no sólo se trataba de ver la relación entre usabilidad y arquitectura sino además cómo actuaban los usuarios expertos y no expertos frente a estos tipos de variaciones.
Y a decir verdad, los resultados me "fliparon", como dicen los españoles, porque no me los esperaba. Obviamente existe una relación estadística: a mejor arquitectura de la información, es decir, a páginas más anchas, con más enlaces y menos profundidad, los usuarios identifican mayores niveles de usabilidad: mayores niveles de satisfacción, de efectividad y de eficiencia. Lo que digo que me alucinó fue que no había diferencias sustanciales entre usuarios expertos y no expertos. ¿Cómo hice la diferencia? Unos eran chicos de informática, que ya llevaban bastante tiempo estudiando en la Web y los otros eran alumnos de primer año de enfermería, "que usaban internet una vez al año para ver si servía de algo".
Y se vio que en el caso de los hombres no había grandes diferencias entre especialistas y no especialistas, pero en el caso de las mujeres, por el contrario, se vieron diferencias brutales entres entre usuarias expertas, es decir ingenieras, y usuarias no expertas, es decir, las enfermeras.
Claro que hay que seguir investigando sobre el tema, porque mi tesis es una primera aproximación, pero la conclusión es que las mujeres, según su nivel de expertise, serían un indicador mucho más sensible para medir la calidad de la arquitectura de la información y de las plataformas interactivas. Tenemos que seguir investigando porque tenemos que ver si esto sólo ocurre en un contexto en particular o se replica en otros sitios y se empieza marcar una tendencia.
Fecha: Mayo de 2006
Ficha
Publicado: 12 de julio de 2006
Última modificación: 18 de diciembre de 2012
Audiencia
Área / disciplina
Nivel
Secundario
Categoría
Entrevistas, ponencia y exposición
Modalidad
Todas
Formato
Texto
Etiquetas
sociedad de la información
Web 2.0
Autor/es
Verónica Castro
Licencia
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