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Valeria Dotro: De Señorita maestra a Chiquititas, ¿qué cambió en la TV?

"Señorita maestra contaba la vida de los chicos pero las historias siempre tenían como marco la escuela y la maestra, y las familias de los chicos tenían una influencia visible en sus características y comportamientos. Una diferencia fundamental con Chiquititas tiene que ver con la visibilidad casi exclusiva de los niños, donde los adultos –básicamente por la condición de orfandad de sus protagonistas–, no están presentes y los que están son caracterizados no como de importancia en los procesos de transmisión y cuidado de los chicos sino más bien infantilizados o en el lugar de sus opositores. Esto tiene que ver con las nuevas identidades infantiles."

01082007¿Quién es Valeria Dotro?

Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA) y docente de la materia Comunicación y Educación en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA), se desempeña como capacitadora docente en el Ministerio de Educación y como productora y redactora en diversos medios.
Ha escrito muchos artículos sobre infancia y televisión, un tema apasionante del que nos habla en esta entrevista.

Por Verónica Castro

—En su artículo “Televisión infantil y construcción del niño televidente entre 1960 y 1990. Del Capitán Piluso a Chiquititas”, Ud. afirma que la aparición de la televisión ha contribuido a la construcción de un nuevo tipo de infancia. ¿Cómo describiría esos cambios?

—Tal vez más que decir que la televisión ha contribuido en esa construcción, podríamos decir que la televisión, junto con otros medios y productos para chicos promovidos para el mercado, comienzan a funcionar, desde la segunda mitad del siglo XX y sobre todo en las últimas décadas, como agente de socialización. Si en décadas anteriores las instituciones de socialización de la infancia eran, por excelencia, la familia y la escuela, en este período el mercado, a través de la TV, la publicidad y otros productos es un importantísimo agente de socialización.

Uno de los cambios fundamentales es que el mercado interpela a los niños de un modo diferente de aquel en que lo hacían la escuela y la familia. Para las instituciones tradicionales de socialización el niño era un sujeto incompleto, que debía atravesar por etapas graduales para acceder a conocimientos, saberes y, en definitiva, para convertirse en un sujeto completo, adulto. La diferencia fundamental es que, el mercado, la TV, las nuevas tecnologías, interpelan hoy a los niños como sujetos completos, como sujetos autónomos, poseedores de saberes y activos. El mercado interpela a los niños como sujetos activos en el consumo, es decir como consumidores/clientes, y en ese sentido, como dice la investigadora brasileña Lucía Rabello de Castro, el mercado otorga a los niños una visibilidad inédita y los posiciona como adultos, en tanto sujetos activos en la esfera productiva.


—En nuestro país, en cuanto al tipo de gestión, la televisión pasó por varias transformaciones: desde su aparición en los años 50 como televisión pública pasó por distintas fases, entre ellas el surgimiento de la televisión por cable en los 80, hasta llegar en 1989 a la privatización de todos los canales abiertos, a excepción de canal 7. ¿Qué significaron la privatización de la TV y la televisión por cable para el género infantil?

—En primer lugar la aparición del cable y la privatización de los canales generó una ampliación de la oferta y una hipersegmentación de esa oferta. Es decir, si en las primeras décadas de la televisión había pocos canales y un horario determinado y de no más de tres horas para los niños, al multiplicarse los canales comienzan a aparecer infinidad de propuestas para chicos, con más de cinco señales destinadas a ellos que además ofrecen segmentos diferenciados por edad y programas diferentes. Pero al mismo tiempo esto tiene que ver con la expansión del mercado de productos para chicos y con la percepción de que captar al público infantil implica captar mucha más audiencia. En ese sentido, empiezan a aflojarse o diluirse ciertos límites que definían la programación infantil. Comienza a haber más desarrollo de ficción para chicos: primero las telecomedias y luego, en los 90, las telenovelas infantiles, con el caso emblemático de Chiquititas. Y un tercer elemento importante es que también los programas para público adulto o familiar empiezan a incluir segmentos o personajes que buscan captar la atención de los más chicos. Eso empieza a ser muy notorio hacia mediados de los 90, con casos como el de los chicos contando chistes en el programa de Susana Giménez o la incorporación de un dinosaurio en el antiguo VideoMatch.


—Existen corrientes de pensamiento que toman posturas bien distintas a la hora de analizar el consumo infantil de televisión. ¿Cómo fueron evolucionando estos discursos y cuál de ellos cree que predomina hoy?

—Lo que es interesante es que si bien hubo muchos cambios, parece que resulta más difícil –cuando se habla de televisión y niñez– correrse del paradigma más funcionalista, que sólo analiza la relación entre infancia y televisión desde el punto de vista de los efectos.

Las primeras investigaciones sobre el tema, como decía antes, estuvieron relacionadas con las corrientes funcionalistas y analizaban básicamente los efectos negativos de la televisión sobre las conductas de los niños. En estos estudios había una clara preocupación por el tema de la violencia y por cómo la violencia en la televisión generaba comportamientos violentos.

Otro grupo importante de trabajos en relación con la televisión y la infancia son los que podemos agrupar en los estudios de recepción. En este sentido, hacia fines de los 80 y principios de los 90 se publicaron muchos trabajos que, dejando de lado la teoría de los efectos, comienzan a analizar la relación concreta de los chicos con la televisión: qué miran, qué les gusta, por qué, qué hacen con lo que ven. Estos estudios tienen como impronta la idea de que los niños no son pasivos frente al televisor, que hay múltiples lecturas posibles frente a lo que se ve en la pantalla.

También, en las últimas décadas, los trabajos en el campo de los estudios culturales comienzan a privilegiar el análisis de las identidades infantiles y el lugar del mercado y de la televisión en esa constitución de identidad. Esta última es la línea que predomina a nivel teórico. Sin embargo, muchas veces, y sobre todo desde la opinión pública o desde ciertas miradas pedagógicas, aparece la cuestión de los “efectos” cuando se habla de niños y televisión.


—¿Por qué la influencia de la TV es tan grande? ¿Qué hacen los niños con la TV, de qué modo se relacionan con ella?

—La pregunta es bastante compleja. Por un lado la influencia es enorme entre adultos y niños. Hacia mediados de la década del 90, según datos del CEOP, la televisión se había convertido en el principal entretenimiento para el 77% de los hogares de nuestro país. Los datos del 2006 del Sistema Nacional de Consumos Culturales afirman que el equipamiento de televisores en los hogares argentinos ha crecido en los últimos años y llega hoy a una cobertura del 96,6%. En la Argentina hay 2,4 aparatos de televisor por hogar. Además, los chicos tienen una oferta y un flujo permanente de programas, publicidades y cosas para ver en TV que se dirigen directamente a ellos, que los interpelan.

Ahora, en relación con la segunda parte de la pregunta resulta más difícil poder decir qué hacen los niños con la TV, porque probablemente hacen cosas muy distintas. Se informan, se divierten, aprenden algunas cosas –de todo tipo–, descubren otras, negocian sentido, encuentran temas de conversación, de juego y de música para compartir con otros. Hacen todo eso, a veces al mismo tiempo, a veces solos, a veces compartiendo con otros. Se relacionan con la televisión muchas veces como una más entre otras actividades, por ejemplo: hacen deberes mirando la tele. Los modos de relacionarse son múltiples y variados. Lo que es cierto es que tienen un vínculo bastante afectivo con la televisión y que pasan muchas horas frente a ella.


—¿Qué diferencia hay entre la forma en que los niños se apropian de la TV y aquella en que se apropian de la computadora o internet, por ejemplo?

—No he investigado mucho en torno a los modos de apropiación de las nuevas tecnologías por parte de los chicos. De todas maneras, me parece que una primera diferencia tiene que ver con el acceso, que es mucho más extendido en el caso de la televisión que en el de las nuevas tecnologías. Otra diferencia importante es que en el caso de la TV hablamos de un consumo más familiar: más allá de que muchas veces los chicos estén solos frente al televisor, es un tipo de consumo más compartido también en cuanto a que adultos y niños tienen saberes similares acerca de la TV, los géneros, los modos de acceso. En cambio, los niños acceden de un modo mucho más natural a las nuevas tecnologías. Para ellos, Internet, las computadoras, los teléfonos celulares forman parte de su ecosistema comunicativo, algunos autores lo llaman “nativos digitales”. Los conocimientos y habilidades que los chicos tienen y los modos de relacionarse con las nuevas tecnologías instalan de algún modo una posición distinta de niños y adultos en el vínculo de transmisión. Los procesos tradicionales de transmisión, en los que los adultos son los encargados de transmitir un cuerpo de saberes, valores y habilidades a las nuevas generaciones, aparecen desestabilizados a partir de, entre otras cosas, la relación de los niños con las nuevas tecnologías


—Ud. ha analizado los programas más vistos por los chicos entre los años 60 y 90 clasificándolos también por su tipo. Entre los programas comerciales los más vistos eran Disneylandia, Los Tres Chiflados, Titanes en el Ring, El club de Hijitus, Patolandia, entre otros. Mientras que los programas educativos, Teleescuela Primaria, Teleescuela Técnica o El niño y su mundo no alcanzaban puntos de rating. ¿No será que los chicos buscan en la televisión saberes no escolarizados?

—Puede ser que haya algo de esto. Lo que ocurre es que la televisión y la escuela tienen objetivos diferentes, lenguajes distintos y códigos algunas veces opuestos. Esto no quiere decir que no puedan existir programas educativos de televisión. Pero cuando son la “traducción” de una clase tradicional emitida a través de una pantalla, es lógico que no despierten interés. Si un programa de televisión se propone a sí mismo como educativo, deberá encontrar los modos de transmitir los contenidos elegidos pero utilizando los lenguajes y códigos propios del medio.


—¿Qué es la televisión educativa?

—La televisión educativa en sí misma es un tipo de programación que se piensa con objetivos educativos concretos para determinado tipo de público, segmentado, y que toma ya sea aspectos teóricos o prácticos de alguna temática en particular y los estructura en un formato que pueda emitirse por televisión. Ejemplos de televisión educativa hubo en nuestro país desde los años 60 con programas como Telescuela Técnica o, más cercano en el tiempo, el programa Formar, sobre informática. Ahora bien, esa clasificación de televisión educativa está bastante ajustada a un tipo de programación con el objetivo de enseñar un contenido concreto, a determinada franja de público y con una propuesta de trasladar contenidos escolares a la pantalla. En general lo que se producía era una escolarización de la televisión. Incluso han existido en muchos países programas educativos basados en programas de televisión, programas que proponían como única diferencia con una clase tradicional el cambio del profesor por la pantalla.

Ahora bien, esa categoría tradicional de TV educativa puede ser ampliada. Desde mi punto de vista, la televisión educativa puede incluir a cualquier tipo de programa que ofrezca contenidos, servicios, valores y propuestas no únicamente pedagógicas sino también culturales o formativas, con el objetivo de hacerlo aunque sin la necesidad de hacerlo de un modo escolar.


—De Señorita maestra a Chiquititas, ¿qué cambió en lo que estos dos programas le cuentan a los chicos?

—Desde el punto de vista del argumento cuentan cosas distintas porque las historias son distintas. Señorita maestra contaba aspectos de la vida de los chicos, pero las historias siempre tenían como marco la escuela y el lugar central de la maestra. Por otro lado, los padres y familias de todos los chicos tenían una presencia importante y una influencia visible en las características y comportamientos de los chicos. En este sentido, una diferencia fundamental con Chiquititas tiene que ver con la visibilidad casi exclusiva de los niños en este último programa, donde los adultos –básicamente por la condición de orfandad de los chicos que lo protagonizan–, no están presentes. Los que están, además, son caracterizados no como adultos de importancia en los procesos de transmisión y cuidado de los chicos sino más bien como infantilizados o encarnando el lugar de opositores a los chicos. Esto tiene que ver con algunas de las cuestiones que marcábamos antes en relación con las nuevas identidades infantiles y su visibilidad inédita.


—Se habla del fin de la grilla televisiva y por ende del fin de las grandes audiencias y la publicidad tal como la conocemos hoy en la TV. La reemplazaría una nueva oferta de programas que se podrán consumir a la medida de cada usuario. Si muchas de las investigaciones que existen sobre el consumo de televisión analizan la práctica de mirar televisión en el marco de la cotidianidad familiar frente al televisor, de lo local, etcétera, ¿sobre qué marco deberían focalizar los nuevos estudios?

—Yo creo que todavía hay mucho para preguntarse en relación con los modos de mirar y de apropiarse de la televisión y de las nuevas tecnologías por parte de los chicos. Me parece que por ahora la televisión seguirá siendo fundamentalmente un consumo dentro del hogar, no necesariamente familiar, pero sí hogareño. La cuestión de lo local creo que ya ha dejado de ser central. Quiero decir, cualquier investigación que trabaje sobre televisión o nuevas tecnologías o cualquier otro consumo infantil o juvenil debe poner el ojo en la cuestión de lo global. Mirar TV hoy es un consumo absolutamente mundializado. Los programas de televisión más vistos por los chicos e incluso los canales de cable infantil están nutridos de contenidos que consumen al mismo tiempo los chicos de la Argentina, de Brasil, de Colombia, de Estados Unidos o de Israel.

Ficha

Publicado: 01 de agosto de 2007

Última modificación: 14 de diciembre de 2012

Audiencia

Área / disciplina

Nivel

Secundario

Categoría

Entrevistas, ponencia y exposición

Modalidad

Todas

Formato

Texto

Etiquetas

televisión (TV)

programación

infantil

Autor/es

Verónica Castro

Licencia

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