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Henry Jenkins: sobre cómo sacar provecho de las nuevas competencias mediáticas en la escuela (segunda parte)

En esta segunda parte de la entrevista, Jenkins nos cuenta quiénes fueron los referentes en su formación, y las figuras claves para su trabajo actual.
«Trabajo con todos» –dice, aunque menciona a los estudiosos más conocidos en el mundo de los videojuegos y el aprendizaje–. Su afirmación es el reflejo de las fuerzas que lo guían: participación en redes sociales, trabajo colaborativo e inteligencia colectiva.

12032008—Hablamos ya sobre las principales líneas y proyectos que están desarrollando actualmente. ¿Podemos hablar del pasado ahora? ¿Cuál es su formación y quiénes son sus referentes?

—Bueno, en un principio tengo que decir que soy sapo de otro pozo. Estudié periodismo y ciencia política como carreras de grado. Luego me dediqué al estudio del cine. Mis influencias en esa área fueron David Bordwell y John Fiske.

Cualquiera que conozca algo de medios sabe que representan dos tradiciones académicas muy distintas. David tiene un enfoque cognitivo y formalista de la teoría del film, mientras que John Fiske fue uno de los primeros divulgadores de la escuela de Birmingham y los estudios culturales, un promotor de la investigación de las audiencias.

De modo que al momento de doctorarme había realizado investigaciones de corte formalista sobre el cine, centradas en el vodevil y las primeras comedias sonoras, pero también investigación de audiencia, que derivó en el libro Textual Poachers, sobre la cultura cinematográfica y las comunidades de fans. Cuando más adelante me incorporé al MIT me ví inmerso en la cultura digital. Debo confesar que en cuestión de computadoras era un novato. Había trabajado con procesadores de textos, pero nunca había estado on line.

—Eso fue en el año…

—En el año 1987. Llevo en el MIT unos veinte años.

—Coincide con los inicios del Laboratorio de Medios.

—Sí. El Laboratorio estaba dando sus primeros pasos. En aquella época empezó a funcionar el Narrative Intelligence Reading Group. Debo decir que mi interés por los medios digitales nació en buena medida ahí. Eran estudiantes y docentes del Laboratorio –sobre todo estudiantes–, que se reunían sin ninguna estructura formal que los amparara, sin reconocimiento académico de ningún tipo. Se imponían cierta carga de lecturas semanales, al estilo de un seminario, y exponían sobre teorías culturales y de los medios. Yo empecé a ayudarlos con las teorías de los medios y ellos me enseñaban sobre medios digitales. Nunca lo integré formalmente al Laboratorio, pero tampoco fue ajeno a él.

Poco a poco empezamos a dar clases. Primero enseñábamos teoría de los medios a los estudiantes del Laboratorio, así es que participamos en esa etapa experimental de la enseñanza de los medios. Y a partir de ahí surgió la carrera de Estudios Comparativos de Medios. Creo que es un legado de aquel grupo. En realidad, muchos pensadores centrales del Laboratorio de Medios se hicieron ahí. Si lo pienso, eran los estudiantes más destacados. Y creo que el espíritu inicial de ese grupo sigue vivo.

Pero mi trayectoria no termina ahí. Primero trabajé como periodista, después volví a la facultad a estudiar cine, luego estudié televisión con John Fiske, y un verano me contrataron del departamento de Literatura del MIT y empecé a trabajar con los medios digitales. Al cabo de un año escribí mi primer trabajo sobre los videojuegos. Y después fue cuestión de ir agregando más medios a la lista. La línea educativa tiene apenas cinco o seis años. Registramos videojuegos, empezamos a trabajar con Microsoft, creamos un grupo específico en el MIT, trajimos a Kurt Squire para que trabajara en videojuegos y educación. Con él imaginábamos nuevos diseños para los juegos educativos. Luego descubrí la labor de James Paul Gee, sin dudas una de las personas que más influyeron en mi tarea en los últimos años.

—¿Con qué otros referentes contemporáneos trabaja?

—Con todos. En la red de MacArthur somos un centenar de académicos, incluidos Howard Gardner, James Paul Gee y Kurt Squire. También están Mimi Ito y Sasha Barab.

Lo bueno es que la Fundación está creando una red social que nos permite interactuar muchísimo. En verdad, una tercera parte de lo que llevo escrito se generó de una u otra manera a partir del trabajo en equipo. Debo de haber colaborado con una decena de personas. Me gusta el trabajo colaborativo.

—Una de las cosas que menciona en su libro Cultura de la Convergencia es la inteligencia colectiva…

—Así es. Conmigo el esquema de la inteligencia colectiva funciona muy bien, porque me encanta poner en común ideas con otras personas, generar conocimiento en equipo. Mi propia perspectiva siempre ha sido más colaborativa que otra cosa.

—Se puede decir que es un partidario del “remixado”…

—Bueno, de algún modo, sí, aunque en realidad mis teorías nacen de mi propia manera de pensar. En términos de Michel de Certeau, he creado esta carrera a partir de tácticas, haciendo alianzas provisorias, aprovechando todas las fisuras posibles del sistema. Si nos hubiéramos dejado guiar por criterios exclusivamente racionales, los Estudios Comparativos de Medios no existirían. Porque al principio teníamos muy pocos recursos y escaso apoyo institucional. Y creamos una carrera que hoy cuenta con 15 empleados, 20 estudiantes de posgrado, entre cinco y diez profesores visitantes, y que genera millones de dólares al MIT. Todo sobre la base de tácticas.

Del mismo modo, recurrí a Pierre Levy para escribir mi nuevo libro, porque me gustó su descripción de la inteligencia social.

Habiendo crecido con las comunidades de fans estoy convencido de que siempre me relacioné con la cultura de esa manera, aunque internet lo volvió mucho más evidente.

Uno de los primeros trabajos que escribí sobre teoría digital hablaba de Twin Peaks Online. Mi tesis era que la comunidad había hecho de la serie una experiencia mucho más rica que la que ofrecía el programa en sí. En ese momento, los críticos decían que la serie se iba complejizando al punto de desafiar la comprensión, mientras que la comunidad decía que se estaba volviendo cada vez más simple y que estaban perdiendo interés, de modo que la reescribían a medida que la serie avanzaba y elaboraban teorías más y más intrincadas. En ese momento, yo no tenía el concepto de inteligencia colectiva para explicar el fenómeno, pero estaba más que claro que miles de personas que miraban el programa a la vez en internet procesaban la cultura de una forma muy diferente a como lo hacía alguien que veía el programa solo en el living de su casa. Y mientras que los críticos miraban el programa solos, los fans lo veían en el ámbito de una comunidad. Con el correr del tiempo, he observado que puede haber una brecha muy grande entre ambas experiencias. De alguna manera, mi trabajo sobre Twin Peaks fue seminal para mi nuevo libro Convergence Culture, porque despertó mi interés por estudiar la inteligencia colectiva.

—Todos estos nuevos medios se autoorganizaron. Digamos que la idea no viene de arriba sino que se genera desde abajo y perdura. Ahora estamos trabajando en el proyecto OLPC, que viene de arriba en el sentido de que estamos intentando repartir máquinas a mucha gente. ¿Qué cree que puede salir de esto?

—Bueno, por lo que he visto…Están sucediendo dos cosas: por un lado, tenemos nuevas tecnologías que le facilitan el trabajo de producción mediática a la gente, y por otro lado, la cultura participativa, que deriva su fuerza de las bases, y en realidad no es una sino que hay muchas. Tan pronto como sale una nueva tecnología una variedad de comunidades se apropia de ella y la utiliza de diferentes maneras. Entonces, creo que respecto del proyecto OLPC y demás, la pregunta que hay que hacerse es cuáles son las raíces culturales que las van a absorber, cuáles son las formas de expresión cultural, las modalidades de construcción de comunidades que van a participar, y qué objetivos las guían.

Si uno analiza la historia de la cultura, se da cuenta de que coincide con la historia de la apropiación y el uso de diferentes tecnologías por parte de comunidades locales. No sé si se puede diseñar algo así desde arriba. Sí creo que se puede generar un espacio de trabajo que promueva la apropiación de las tecnologías, pero no creo que se pueda predecir cuál va a ser el uso y el modo de apropiación concreto que tendrá lugar. Eso no se puede saber mientras la tecnología no esté en manos de la gente. Como mucho, se pueden explorar usos potenciales por parte de comunidades específicas con vistas al desarrollo cultural con equidad, pero si el proyecto prende, va a prender localmente y bajo modalidades complejas según las distintas culturas que entren en contacto con la tecnología.

—La idea de producción colectiva o de iniciativas que nacen desde abajo genera bastante resistencia en mucha gente. Además se critica mucho la cultura popular. Teniendo en cuenta su experiencia, ¿cómo se pueden integrar ambas culturas?

—Pienso que se están produciendo algunos cambios. No obstante, creo que es un problema que las escuelas se muevan por la lógica de la burocracia cuando el resto de la sociedad se maneja con criterios anárquicos o, para decirlo en términos de Cory Doctorow, por la lógica de la “adhocracia”, es decir, la emergencia de una respuesta colectiva rápida a fenómenos que adquieren una forma provisional y desafían los criterios establecidos. Desde luego, las escuelas no están estructuradas así, son burocracias rígidas. En este sentido, la escuela no enseña a manejarse en entornos adhocráticos. De hecho, casi todas las modalidades cooperativas están mal vistas en la escuela. Pensemos que la sociedad se está volviendo más colaborativa y sin embargo la escuela sigue atada a la idea del estudiante autónomo. Creo que ahí hay una disonancia de primer orden. No sé cómo podemos romper con esto. La verdad es que en el proyecto MacArthur tengo mis reservas con respecto a la posibilidad real de que la escuela cambie. Por supuesto, me encuentro con docentes que llevan a la práctica las ideas que nosotros proponemos y están motivados, de modo que no podemos desentendernos de esos profesores, sino que es nuestro deber brindarles los recursos, el apoyo y la autoridad moral que necesitan para diseñar los currículos a escala local. Pero me temo que la verdadera sorpresa la van a dar los hogares, los programas extracurriculares, las escuelas privadas y todo espacio que no dependa de una autoridad institucional que restrinja el diseño de contenidos y el margen de acción del docente.

Sin embargo, creo que si ayudamos a los profesores a valorar positivamente las habilidades que emergen de las culturas participativas de base y a reconocer la importancia que tienen para el desarrollo profesional de los jóvenes, otros vientos soplarán. Por eso en el libro blanco del que le hablaba antes reviso estas competencias y cito casos concretos donde ya se están poniendo en práctica, dentro y fuera de la escuela. En especial, planteo el desafío de pensar qué puede hacer cada docente, cualquiera sea la disciplina que enseñe. Es difícil incorporar todas las habilidades juntas en la clase, pero por ejemplo si uno enseña ciencia debería pensar en la simulación. Hoy en día la ciencia se apuntala con tecnologías de simulación, de modo que los profesores de ciencias deberían proponerse diseñar actividades de este tipo. Igualmente, los profesores de literatura tienen el deber de estimular la creación y la mezcla como habilidades y principios, porque las obras canónicas de la literatura están construidas a partir de productos culturales anteriores.

En definitiva, no sé si la escuela está en condiciones de cambiar, pero sí creo que los docentes pueden aprender nuevas formas de pensar. Y creo que la única manera de manejarse con la institución escolar es abrir espacios que propicien la imaginación de nuevas posibilidades, y encontrar fisuras para experimentar. Aquí vienen al caso otra vez las tácticas de Michel de Certeau: si el docente puede empezar a aplicar estas ideas en los hogares, eso le va a dar experiencia para cuando pueda hacerlo en una asignatura extracurricular, y así sucesivamente con las escuelas privadas. La táctica es rodear el fenómeno desde todas las direcciones posibles, formar una red a su alrededor. Por ejemplo, yo utilizo mi blog todos los días para difundir ideas sobre los medios y los cambios que se están produciendo. Eso lo recogen un montón de otros bloggers y distintas comunidades que reaccionan ante mis argumentos y los aplican en su ámbito en la medida de sus posibilidades. Creo que la única manera de producir un cambio en la sociedad de redes es empezar a formar parte de una red.

—Sí, el problema es que eso quizá puede funcionar en Estados Unidos, donde la conectividad es total y las escuelas públicas dentro de todo tienen un buen nivel, pero en América Latina todo depende del Estado.

—Seguro. Pero los procesos arriba-abajo también pueden ser colaborativos e interesantes. Verónica Bollow, una de nuestras estudiantes, ha estado trabajando en la producción de una película con los kuna, en Panamá. Los kuna elaboraron el guión, la rodaron, hicieron el casting, etc., y ella actuó meramente como facilitadora. Nunca habían producido una película ni tenían acceso a las herramientas técnicas. Verónica se las proveyó y llevó a un grupo de profesionales para trabajar con ellos, pero fue una colaboración en el verdadero sentido de la palabra, no hubo ninguna intención de imponerles ideas sino de trabajar con ellos, que son muy protectores. Ella tuvo que vérselas con las autoridades de la aldea, los consejos tribales y demás. De modo que no es un proceso arriba-abajo, pero tampoco abajo-arriba, sino que es una colaboración entre culturas que permite que la gente haga lo que quiera con los medios.

—¿Y Ud., Henry, qué experiencia tiene con otras culturas? ¿Trabajó alguna vez en América Latina?

—No he trabajado en América Latina. En realidad nunca… Estuve una vez en Belice de vacaciones; hasta allí llega mi experiencia de América Latina. Es una de las partes del mundo que menos conozco. He estado bastante en Asia, aunque hice viajes cortos, a vuelo de pájaro. Lo que me encanta de Singapur es que se ha convertido para mí en una base de trabajo colaborativo con otra cultura, aunque se trata de una cultura técnicamente muy avanzada. También he pasado mucho tiempo en Australia, eso sí, en tramos de veinte días. Pero conozco poco la parte hispanohablante del mundo. Es de esas zonas a los que me gustaría ir, creo que sería muy interesante.

—Bueno, podría empezar por la Argentina. Me interesaría que se conozca lo que hace usted, porque en general en América Latina todo el mundo es "adorniano"; está repleto de viudas de la Escuela de Frankfurt.

—Sí. Mattelart y Dorfman nos deben una respuesta…

—Dorfman, Mattelart, Adorno, Horkheimer... Los aman. Uno va a las facultades de Comunicación y no hablan de otra cosa que de alienación, de Althusser, etc. Al mismo tiempo, cuando doy clases o conferencias y planteo cosas como las que hablamos nadie se lo toma en broma: saben que es cierto.

—Bueno, en Convergence Culture hablo del Movimiento del Discernimiento Cristiano como un caso de aplicación de la teoría cultural a una institución religiosa. Dado el fenómeno de la Iglesia en América Latina, sería muy interesante que la gente de este movimiento pudiera entablar algún tipo de diálogo con la gente de allí. Son grupos profundamente religiosos que usan la cultura popular para la instrucción moral. Y básicamente su filosofía consiste en que los cristianos entiendan la cultura popular y que los no creyentes crean.

—¿Qué movimiento es?

—El Movimiento del Discernimiento. No son muy conocidos, ni siquiera aquí. Son un puñado de militantes culturales que emplean los medios, las historietas, los juegos, la televisión y el cine para motivar a los jóvenes a hablar de la Biblia. Es una educación de base cristiana, pero creo que son los únicos que se toman en serio las nociones de creatividad de los fans y cultura participativa. En mi libro les dedico un fragmento del capítulo sobre Harry Potter. Los descubrí escribiendo el libro. Estaba buscando alguna manera de involucrarme más activamente con este tipo de gente porque en nuestro contexto es muy importante que los estados demócratas dialoguen con los republicanos, que los académicos hablen con los líderes cristianos, porque hay unas brechas inmensas entre esos niveles de análisis. Creo que en América Latina, donde probablemente sean los líderes religiosos los que estén encabezando los esfuerzos de educar a través de los medios, puede ser también muy interesante un diálogo así. Es un modelo de alfabetización mediática que empieza por abrazar la cultura popular en vez de partir de la idea de alienación. Yo conozco a algunos de estos líderes. Lo puedo poner en contacto con ellos para que vea el trabajo que están haciendo. Seguramente va a encontrar diferencias, porque aquí son protestantes, mientras que en América Latina predomina el catolicismo, pero aun así creo que podría funcionar algún tipo de comunicación.


Traducción: Florencia Mangiapane
Edición: Verónica Castro

Ficha

Publicado: 12 de marzo de 2008

Última modificación: 26 de febrero de 2020

Audiencia

Docentes

Área / disciplina

Nivel

Secundario

Categoría

Entrevistas, ponencia y exposición

Modalidad

Todas

Formato

Texto

Etiquetas

convergencia

videojuego

digital

nuevos alfabetismos

Henry Jenkins

Autor/es

Alejandro Piscitelli

Licencia

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