“300 millones”, de Roberto Arlt

GALÁN-SIRVIENTA (La sirvienta se mece en la hamaca.) GALÁN: (De pie junto a la hamaca.) Señorita... señorita... SIRVIENTA: ¡Ah! Es usted... GALÁN: Si, soy yo... soy yo (La sirvienta lo mira un instante y luego resuelve seguir el juego de la comedia amorosa.) SIRVIENTA: ¡Ah!... es usted... es usted... GALÁN: ¿Me permite decirle que la amo? SIRVIENTA: (Con dulzura irónica.) ¿No podría decírmelo de otra manera? GALÁN: ¿Por qué? SIRVIENTA: Porque de esa manera se me han declarado varios dependientes de tienda, farmacia y panadería. GALÁN: ¡Oh, no me compare!... Usted desea que yo sea un escogido. SIRVIENTA: Sí... un poco más expresivo. GALÁN: ¿Quiere que me arrodille? SIRVIENTA: ¡Oh!... No es viejo y, además, se le mancharían los pantalones. GALÁN: ¿Entonces quiere que finja el Galán melancólico? SIRVIENTA: ¡Hombre, qué duro de entender es usted! Si yo fuera hombre me vendría por detrás de la hamaca y, besándola fuertemente a la muchacha que quiera, le diría despacito: “te quiero mucho... mucho”. GALÁN: ¡Oh! Entonces lo que usted pide es un procedimiento de novela alemana... SIRVIENTA: (Terminante.) No he leído nunca novelas alemanas. He leído “Rocambole”, que es bien largo... cuarenta tomos... y nada más. (El Galán calla y retrocede; la sirvienta cierra los ojos y el Galán, acercándose de puntillas, la toma por los maxilares y la besa en la boca.) GALÁN: Te quiero mucho... mucho... SIRVIENTA: (Con displicencia) No está del todo mal... Yo también, dueño mío. (Se siente a la distancia el rugido del león arenero.) SIRVIENTA: ¡El león!... GALÁN: Ruge de amor... SIRVIENTA: Igual que en el jardín zoológico. GALÁN: ¿Dónde queda eso? SIRVIENTA: Allá... en Buenos Aires... Pero, hablando de todo un poco... ¿Así que usted me ama? GALÁN: La amo desde que la vi en el comedor. Y me juré interiormente que si usted me daba su mano la haría mi esposa ante Dios y los hombres. SIRVIENTA: ¿Por qué no habla de otra manera? Si yo fuera hombre me declararía en otra forma... GALÁN: (Malhumorado.) ¿Puede decirme qué papel hago yo aquí? ¿Soy yo o es usted la que se tiene que declarar? SIRVIENTA: ¡No se enoje, hombre!... Pero usted es bastante estúpido como galán. ¿A quién se le ocurre decirle a una mujer: ¡Te amo! Eso se dice en el teatro; en la realidad se procede de otra manera. En la realidad, cuando un hombre desea a una mujer, trata de engañarla. Lo creía más inteligente. A nosotras las mujeres nos gustan los desfachatados... GALÁN: Hay que vivir para ver... y creer... SIRVIENTA: Sea positivo. Yo soy una mujer positiva como todas las mujeres. Y a las mujeres no les gustan los prólogos en el amor. No, señor galán, convénzase usted. (Imperativa.) Le voy a dar una lección. Siéntese en esa hamaca. (El Galán se sienta; la Sirvienta retrocede, luego se acerca inclinándose sobre él.) SIRVIENTA: Bueno, haga de cuenta que yo soy el hombre y usted la mujer. (Dice en voz muy dulce.) Niña... me gustaría estar como un gatito en tu regazo. (Se inclina bien sobre el hombre) Quisiera que me convirtieras en tu esclavo. Quisiera encallanarme por vos... Bueno, ahora haga usted lo que quiera, pero compréndame. (El Galán deja su asiento; lo ocupa la sirvienta.) GALÁN: ¿No se da cuenta que una persona decente no puede hacer eso? SIRVIENTA: Si seguimos en ese tren no terminamos más: Aquí no se trata de pedirle un certificado de buena conducta, sino de que proceda como a mí me gusta. Usted es... Yo tengo trescientos millones. GALÁN: Es que yo nunca tropecé con una mujer como usted Sirvienta: ¡Qué hombre éste!... ¡Qué Adolfo!... GALÁN: ¡Oh!¡Usted sabe que me llamo Adolfo! ¡Oh! ¡Usted pronunció mi nombre! ¡Oh! ¡Puedo morir tranquilo! SIRVIENTA: En efecto, nada se perdería si usted reventara... pero ¿por qué quiere morir joven? GALÁN: Mi vida se desenvuelve bajo un signo fatal. Me persigue el homicida amor de una gitana... SIRVIENTA: ¡Joróbese, por sonso!... GALÁN: (Iracundo.) Esto es imposible... usted me echa a perder los efectos. SIRVIENTA: Cálmese; le voy a seguir el juego (Haciendo gestos de primera actriz.) ¿Cómo... tú me eres infiel? GALÁN: No le he correspondido nunca... pero ella me sigue a través de montañas y de mares... SIRVIENTA: (Cariñosa.) Chiquito, cuánta novelería... GALÁN: Es una mujer fatal SIRVIENTA: Chiquito..., las mujeres fatales solo se encuentran en el cine. Nosotros nos casamos y sanseacabó la mujer fatal. GALÁN: No tengo dinero para casarme, además, un galán que se casa es ridículo y hace reír a las mujeres a quienes engañó y con quienes no se casó. SIRVIENTA: Me gustas y te compro. Tengo trescientos millones. GALÁN: (Rascándose la cabeza.) La suma es respetable ¡trescientos millones! ¿Pero qué dirá ella, que atravesó montes y mares?... Sirvienta: ¡Qué duro de entender que es usted! Observe que mares y montañas son una mentira para darle un poquito de poesía a mi sueño. Aquí, la única que sueño, soy yo, nadie más que yo. GALÁN: Me arrodillo entonces... SIRVIENTA: (Malhumorada.) Haga lo que quiera. (Aparte.) Este hombre es un perfecto imbécil como todos los galanes... GALÁN: (Declaratorio.) Recorrió los mares y las montañas. SIRVIENTA: Y los bosques ¿dónde los deja?... GALÁN: (Por su cuenta.) Yo miraba una mujer... miraba a otra y ninguna me gustaba. (La Sirvienta lo mira y menea la cabeza consternada ante el latoso.) Y me decía: “¿por qué ninguna doncella me ama? ¿Por qué ninguna jovencita corre a mi encuentro y me estrecha contra su pecho?... ¿Por qué las ciudades no se derrumban cuando paso y los gobernadores no me coronan de flores... y el cordero no come pasto junto al león, ni el león juega con el cabrito, si mi corazón está repleto de amor?...” SIRVIENTA: Eso es interesante. GALÁN: (Pensativamente.) ¡Qué se cree que no sé pensar por mi cuenta! ¡Claro que he pensado! El papel de galán es simultáneamente ridículo y dramático. Ya ve, usted y yo estamos aquí con el mar al frente y todavía no nos hemos dado un beso sincero. SIRVIENTA: ¿Y a usted le gustaría besarme? GALÁN: Me gustaría quererla, a pesar de su carácter endiablado. SIRVIENTA: (Cavilosamente.) ¿Querer?... GALÁN: Sí, me gustaría quererla mucho, aunque usted no me quisiera, y humillarme ante usted como un perro. SIRVIENTA: ¿Por qué humillarse?... GALÁN: (Con repentina angustia en la voz.) No sé... pero hay mujeres que nos producen ese efecto. Primero las tratamos irónicamente..., es como si tuviéramos la sensación que podemos azotarlas... y de pronto esa sensación se nos rompe y en el corazón nos queda el dulce deseo de ser humillados, por esa mujer, sufrir...