Las sirvientas, de Jean Genet (fragmento)
La habitación de la señora. Muebles Luis XV. Encajes. En el fondo una ventana abierta que da a la fachada del inmueble de enfrente. A la derecha la cama. A la izquierda la puerta y una cómoda. Flores por todas partes. Anochecer.
clara(de pie en combinación, de espaldas a la coqueta. Su ademán —tiende el brazo— y su tono, serán de un trágico exacerbado). —¡Y estos guantes! Estos eternos guantes. Mira que te lo he dicho y repetido que los dejaras en la cocina. Con eso, me figuro, esperas enamorar al lechero. No, no, no mientas. Es inútil. Cuélgalos encima del fregadero. ¿Cuándo comprenderás que esta habitación no hay que profanarla? Todo, absolutamente todo lo que viene de la cocina es esputo. Sal. Y llévate tus esputos. Pero para. (Durante este discurso, Solange estaba jugando con un par de guantes de goma y observaba sus manos enguantadas, a veces juntando los dedos y otras veces separándolos.) No te prives, hazte la mosquita muerta. Y sobre todo, no te des prisa. Tenemos tiempo de sobra. ¡Sal! (solange, de repente, cambia de actitud y sale humildemente sujetando con la punta de los dedos los guantes. clara se sienta ante la coqueta. Olfatea las flores, acaricia los objetos de aseo, se cepilla el pelo, se arregla la cara.) Prepare mi vestido. De prisa, no tenemos tiempo. ¿No está aquí? (Se vuelve.) ¡Clara! ¡Clara! (Entra Solange.)
SOLANGE.—Que la señora tenga la bondad de disculparme. Estaba preparando la infusión (pronuncia la infusión) de la señora.
CLARA.—Prepare mis trajes. El vestido blanco de lentejuelas. El abanico, las esmeraldas.
SOLANGE.—Sí, señora. ¿Todas las joyas de la señora?
CLARA.—Sáquelas. Quiero escoger yo misma. Y claro está, los zapatos de charol. Esos que tanto codicia usted desde hace años. (Solange saca del armario algunos estuches. Los abre y los dispone sobre la cama.) Para su boda, me figuro. Confiese que la sedujo. Que está usted embarazada. Confiéselo. (Solange se pone en cuclillas sobre la alfombra y escupiendo sobre los zapatos les saca brillo.) Ya le dije, Solange, que evitara los esputos. Que duerman en su cuerpo, hija mía, y que se pudran en él. ¡Ja! ¡Ja! (Ríe nerviosa.) Que el caminante extraviado se ahogue en ellos. ¡Ja! ¡Ja! Es usted feísima, tesoro mío. Inclínese más y mírese en mis zapatos. (Alarga el pie y Solange lo examina.) ¿Se figura que es cosa grata para mí saber que mi pie está envuelto entre los velos de su saliva? ¿Entre la bruma de sus pantanos?
SOLANGE(de rodillas y muy humilde). —Deseo que la señora esté guapa.
CLARA.—Lo estaré. (Se arregla ante el espejo.) Usted me odia, ¿verdad? Me ahoga con sus atenciones, con su humildad, con las espadañas y la reseda. (Se levanta y dice en un tono más bajo.) Es un estorbo inútil. Hay demasiadas flores. Es mortal. (Se mira otra vez.) Estaré guapa. Más de lo que pueda usted serlo en su vida. Porque con este cuerpo y esta cara nunca podrá seducir a Mario. Ese joven lechero ridículo nos desprecia y si le ha hecho un hijo...
SOLANGE.—¡Oh!, pero si yo nunca he...
CLARA.—Cállese, idiota. Mi vestido.
SOLANGE(lo busca en el armario, apartando otros). —El vestido rojo. La señora se pondrá el vestido rojo.
CLARA.—He dicho el blanco con lentejuelas.
SOLANGE(dura). —Lo siento. Esta noche la señora llevará el vestido de terciopelo escarlata.
clara(ingenuamente). —¿De verdad? ¿Por qué?
SOLANGE(fría). —No puedo olvidar el pecho de la señora bajo los pliegues de terciopelo. ¡Cuando la señora suspira y habla al señor de mi fidelidad! Un traje negro le sentaría mejor a su viudedad.
CLARA.—¿Cómo?
SOLANGE.—¿Tendré que precisar?
CLARA.—¡Ah! Te refieres... Muy bien. Amenázame. Insulta a tu ama. Solange, ¿te refieres, verdad, a las desgracias del señor? Tonta. No es este el momento de recordármelo, pero de esta indicación voy a sacar gran provecho. ¿Sonríes? ¿Lo dudas?
SOLANGE.—Aún no ha llegado el momento de resucitar...
CLARA.—¿Mi infamia? ¡Mi infamia! ¡Resucitar! ¡Qué palabra!
SOLANGE.—¿Señora?
CLARA. —Ya veo a dónde quieres ir a parar. Ya oigo el zumbido de tus acusaciones. Desde el principio me insultas, andas buscando el momento de escupirme en la cara.
SOLANGE(digna de compasión). —Señora, señora, aún no hemos llegado ahí. Si el señor...
CLARA. —Si el señor está en la cárcel, es gracias a ti. ¡Atrévete a decirlo! ¡Atrévete! ¡No tienes pelos en la lengua! ¡Habla! Yo obro clandestinamente, camuflada por mis flores. Pero nada puedes contra mí.
SOLANGE.—La palabra más insignificante le parece una amenaza. Que recuerde la señora que soy la criada.
CLARA. —Por haber denunciado al señor a la policía, por haber aceptado venderle, yo estaría a tu disposición. Y eso que yo hubiera hecho peor aún. Mejor. ¿Crees que no sufrí? Clara, yo obligué a mi mano, ¿me oyes?, la obligué lentamente, firmemente, sin error, sin tachaduras, a trazar esa carta que iba a mandar a mi querido al presidio. Y tú, en vez de sostenerme, me desafías. ¡Hablas de viudedad! El señor no está muerto, Clara, al señor, de presidio en presidio, le llevarán hasta la Guayana quizá. Y yo, su querida, loca de dolor le acompañaré. Formaré parte del convoy. Compartiré su gloria. Hablas de viudedad; el vestido blanco es el luto de las reinas. Clara, lo ignoras. ¡Te niegas a darme el vestido blanco!
SOLANGE(fríamente). —La señora llevará el vestido rojo.
clara(con sencillez). —Está bien. (Severa.) Dame el vestido. ¡Qué sola estoy y sin amigos! Veo en tus ojos que me odias.
SOLANGE.—La quiero.
CLARA.—Como se quiere al ama, supongo. Me quieres y me respetas. Y esperas mi donación, la cláusula a tu favor...
SOLANGE.—Haré lo imposible...
clara(irónica). —Ya sé. Me tiraría al fuego. (Solange ayuda a Clara a ponerse el vestido.) Abroche. No estire tanto. No intente liarme. (Solange se arrodilla a los pies de Clara y arregla los pliegues del vestido.) Evite rozarme. Échese hacia atrás. Huele a fiera. ¿De qué infecta buhardilla donde por la noche vienen a visitarla los criados, trae usted esos olores? ¡La buhardilla! ¡La habitación de las criadas! ¡El desván! (Con donaire.) Si hablo del olor de las buhardillas, Clara, es mero recordatorio. Allí... (Señala un punto de la habitación.) Allí las dos camas turcas separadas por la mesilla de noche. Allí la cómoda de pino con el altarcito a la Virgen. Eso es, ¿verdad?
SOLANGE.—Somos infelices. Me entran ganas de llorar.
CLARA.—Es cierto. Pasemos por alto nuestras devociones a la virgen de yeso, nuestro arrodillar. Ni siquiera hablaremos de las flores de papel... (Ríe.) ¡De papel! ¡Y el ramillo de palma bendita! (Señala las flores de la habitación.) ¡Mira estas corolas abiertas en mi honor! Soy una virgen más guapa, Clara.
SOLANGE.—Cállese.
CLARA. —Y allí la dichosa ventanuca por donde el lechero medio desnudo salta hasta su cama.
SOLANGE.—La señora va muy lejos. La señora...
CLARA. —¡Sus manos! Que sus manos no vayan tan lejos. ¡Cuántas veces se lo murmuré! Apestan a fregadero.
SOLANGE.—¡La cola!
CLARA.—¿Cómo?
SOLANGE (arreglándole el vestido). —La cola. Le estoy arreglando la cola de su vestido.
CLARA.—¡Apártese, sobona! (A Solange le da en la sien un taconazo con su zapato Luis XV. Solange, en cuclillas, se tambalea y retrocede.)
SOLANGE.—Ladrona, ¿yo? ¿Cómo?
CLARA.—Digo sobona. Si usted se empeña en lloriquear, hágalo en su buhardilla. Aquí, en mi habitación, sólo acepto lágrimas nobles. El bajo de mi vestido algún día estará cuajado de ellas, de lágrimas preciosas. Arregle mi peto, puta.
SOLANGE.—¡La señora se encoleriza!
CLARA. —¡Entre sus brazos perfumados la cólera me lleva! Me levanta, despego, arranco... (Da un taconazo en el suelo.) ... y me quedo. ¿El collar? Pero date prisa, no nos dará tiempo; si el vestido es demasiado largo haz un dobladillo con imperdibles. (Solange se levanta y va a buscar el collar en un estuche, pero Clara se adelanta a ella y se apodera de la joya. Sus dedos han rozado los de Solange; horrorizada, Clara retrocede.) Guarde las manos lejos de las mías, su contacto es inmundo. Dese prisa.
SOLANGE.—No hay que exagerar. Sus ojos se encienden. Alcanza usted la orilla.
CLARA.—¿Cómo?
SOLANGE. —Los límites, las fronteras. Señora, tiene usted que guardar las distancias.
CLARA. —¡Qué lenguaje, hija mía! Clara te vengas, ¿verdad? Sientes que se acerca el instante en que abandonas tu papel...
SOLANGE.—La señora me comprende muy bien. La señora me adivina.
CLARA.—Sientes que se acerca el instante en que dejarás de ser la criada. Vas a vengarte. ¿Te preparas? ¿Afilas tus uñas? ¿Te despierta el odio? Clara, no olvides. Clara, ¿me oyes? Pero, Clara, ¿no me oyes?
SOLANGE (distraída). —La oigo.
CLARA.—Gracias a mí tan solo existe la criada. Gracias a mis gritos y a mis gestos.
SOLANGE.—La oigo.
CLARA (chilla). —Existes gracias a mí y me desafías. No puedes saber lo penoso que es ser la señora, Clara, ser el pretexto de tus melindres. Un poco más y dejarías de existir. Pero soy buena, pero soy guapa y te reto. Mi desesperación de amante me embellece aún más.
SOLANGE (con desprecio). —¡Su querido!
CLARA.—Mi desdichado querido, contribuye a mi nobleza, hija mía. Me engrandezco más y más para reducirte y exaltarte. Echa mano de todas tus artimañas. ¡Es la hora!
SOLANGE.—¡Basta! ¡Dese prisa! ¿Está lista?
CLARA.—¿Y tú?
SOLANGE (primero suavemente). —Estoy lista, estoy harta de ser un objeto de asco. Yo también la odio...
CLARA.—Cálmate, hija mía, cálmate. (Da golpecitos en el hombro de Solange para incitarla a la serenidad.)
SOLANGE.—¡La odio! La desprecio. Ya no me impresiona. Resucite el recuerdo de su querido para que la proteja. ¡La odio! Odio su pecho lleno de exhalaciones balsámicas. ¡Su pecho... de marfil! ¡Sus muslos... de oro! ¡Sus pies... de ámbar! (Escupe en el vestido rojo.) ¡La odio!
clara(sofocada). —¡Eh! ¡Eh!, pero...
SOLANGE (avanzando hacia ella). —Sí, señora, hermosa señora mía. ¿Se cree que todo le estará permitido hasta el final? ¿Cree que puede robarle la belleza al cielo y privarme de ella? ¿Elegir sus perfumes, sus polvos, su laca para las uñas, la seda, el terciopelo, el encaje y privarme de ellos? ¿Y quitarme al lechero? ¡Confiese! ¡Confiese lo del lechero! Su juventud, su lozanía, la conmueven, ¿verdad? Confiese lo del lechero. Porque Solange le dice a usted mierda.
clara(enloquecida). —¡Clara, Clara!
SOLANGE.—¿Qué dice?
clara(susurrando). —Clara, Solange, Clara.
SOLANGE. —Claro que sí. ¡Clara le dice mierda! Clara está aquí más clara que nunca. ¡Luminosa! (Le da un bofetón a Clara.)
clara.—Clara, Clara... Usted... ¡oh!
SOLANGE.—La señora se creía protegida por sus barricadas de flores. Salvada por un destino excepcional, por el sacrificio. Pero no contaba con la rebelión de las criadas. Mire cómo se acerca, señora. Va a estallar y a desinflar su aventura. Ese señor no era sino un triste ladrón y usted una...
CLARA.—Te prohíbo...
SOLANGE.—¿Prohibirme? ¡Qué chiste! La señora está atónita. Su cara se altera. ¿Desea un espejo? (Le tiende a Clara un espejo de mano.)
CLARA(mirándose con gusto). —Me hace más bella. El peligro me da una aureola y tú, Clara, eres todo tinieblas.
SOLANGE.—...del infierno. Ya lo sé. Conozco el disco. Leo en su cara lo que hay que contestarle. Iré, pues, hasta el final. Las dos criadas están aquí —¡las fieles criadas!—. Embellézcase para humillarlas. Le hemos perdido el respeto. Estamos envueltas, mezcladas en nuestras exhalaciones, en nuestras pompas, en nuestro odio hacia usted. Vamos tomando cuerpo, señora. No se ría. Por favor, sobre todo no se ría de mi grandilocuencia.
CLARA.—Váyase.
SOLANGE.—Para servirla, también, señora. Vuelvo a mi cocina. En ella encontraré mis guantes y el olor de mis dientes. El eructo silencioso del fregadero. Usted tiene sus flores y yo mi fregadero. Soy la criada. Usted, usted, eso sí, no me puede profanar. Usted me lo pagará en el paraíso si es necesario. Preferiría seguirla hasta allí antes que abandonar mi odio a la puerta. Ríase un poco, ríase y rece de prisa, muy de prisa. ¡Ha llegado a lo último, querida! (Golpea a Claraen las manos y Clara protege su garganta con ellas.) ¡Quite las zarpas! Deje ver su frágil cuello. No tiemble. No se estremezca. Obro rápida y silenciosamente. Sí, voy a volver a mi cocina, pero antes termino mi tarea. (De repente suena el despertador. Solange se para. Las dos mujeres se acercan la una a la otra, emocionadas, y escuchan pegadas la una a la otra.) ¿Ya?
CLARA.—Démonos prisa. La señora va a volver. (Empieza a desabrocharse el vestido.) Ayúdame. Se acabó... y no pudiste llegar hasta el final.