Los siameses, de Griselda Gambaro (fragmento)

Interior de una pieza amueblada con una pequeña mesa de pino, un banquito, tres sillas, un ropero destartalado y dos camas de una plaza con los colchones a la vista, sin sábanas, aunque con dos frazadas ordinarias a los pies. Sobre la mesa, una botella con agua y dos vasos. En un rincón, en el suelo, una pila altísima de diarios viejos. Una puerta que da a la calle. Alejada de esta puerta, pero también sobre la calle, una alta ventana cerrada, sin cortinas. Otra puerta, con una gastada cortina de lona, conduce a un patio interior. Al levantarse el telón, la escena aparece vacía unos instantes. Se escuchan luego los pasos de alguien que viene corriendo atropelladamente. Entra Lorenzo y en seguida cierra la puerta con llave, como si alguien lo persiguiera. Con inmenso alivio, se apoya contra la pared y empieza a reír a carcajadas. Es evidente que acaba de escapar de un peligro y lo festeja, aunque la fatiga le corta la risa, la vuelve espasmódica. Poco a poco, cesa de reír. Una pausa. LORENZO. (Respirando con agitación.) ¡Me escapé! Puedo... correr mejor solo... que... acompañado. (Se palmea con cariño.) ¡Qué corrida! (Inclinándose, tantea y palmea sus pantorrillas.) ¡Músculos de corredor! Sí, son músculos de corredor, fuertes, resistentes. ¿Por qué no me habré dedicado al deporte? Mi nombre en los periódicos. El gran... gran... gran... (Se va deslizando, pegado a la puerta, hasta quedar sentado en el suelo, exhausto.) Podría... haber seguido... corriendo... hasta... hasta... (Bruscamente recuerda algo que le causa gracia y rompe a reír.) ¡Ignacio, el pobre Ignacio con sus piernas de goma! (Sin poder detenerse, ríe con estertores de fatiga. Se interrumpe solamente cuando mueven el picaporte y golpean a la puerta. Se oye la voz entrecortada y angustiada de Ignacio.) VOZ DE IGNACIO. ¡Abrime, Lorenzo! ¿Por qué cerraste con llave? ¡Abrí! (Lorenzo escucha con cierto aire de atención cortes y no contesta.) ¡Abrí, que se acerca! ¡No seas loco! ¡Abrí! LORENZO. (Sin moverse.) ¡Ya va! (Baja, casi pesaroso.) Está frito. VOZ DE IGNACIO.(Cada vez con mayor urgencia.) ¡Abrí de una vez! ¿Por qué cerraste? ¡Maldito seas! (Desesperado.) ¡Se me viene encima! ¡Abrí! LORENZO. (Con acento tranquilizador, pero sin moverse.) ¡Te abro! ¿Estás solo? VOZ DE IGNACIO. ¡Abrime! LORENZO. ¡En seguida! ¡Lo que pasa es que se me enganchó una uña! VOZ DE IGNACIO. ¿Por qué cerraste? LORENZO. ¿No me creés? Se me... enganchó en el pantalón. Inverosímil. VOZ DE IGNACIO. ¡Abrí! LORENZO. ¿Estás solo? VOZ DE IGNACIO. ¡Dobló la esquina! (Casi llorando de desesperación.) ¡Por favor, abrime, por favor, abrime! (Golpea, agita el picaporte.) LORENZO. (Fastidiado.) ¡No rompas la puerta! ¿Estás solo? Es lo que te pregunté. (Alza la voz. Con buena voluntad.) ¿Escuchás? ¿Te paso un papelito debajo de la puerta? (Se levanta, toma un papel del cajón de la mesa y escribe algo, primero de pie, luego toma una silla y se sienta. Escribe lentamente, con dificultad y parsimonia. Ignacio sigue golpeando la puerta.) VOZ DE IGNACIO. ¿Por qué no me abrís? (Desesperado.) Te... te... te conseguiré una chica. ¡Me alcanza! ¡No seas cretino! ¡Lorenzo, Lorenzo! LORENZO. (Levanta la vista del papel, se incorpora y se apoya sobre la mesa. Pregunta, tranquilo.) ¿Está cerca? ¿Escuchás? ¡Te pregunto si está cerca! A ver si abro y me salta encima. No quiero sorpresas. ¿Está cerca? ¿Escuchás? (Atiende un momento, pero solo se oyen los “¡abrí, abrí!” desesperados de Ignacio y sus golpes contra la puerta. Lorenzo, despectivo.) No, no escuchás nada. Tu miedo no te permite escuchar nada. (Se sienta nuevamente.) Mejor que escriba también esto. (Deletrea mientras escribe lentamente.) Querido Ignacio: te pregunto si está cerca... (Levanta la cabeza y se rasca dubitativamente el mentón. De pronto, se escucha un alarido de Ignacio y las sacudidas de un cuerpo violentamente arrojado y golpeado contra la puerta. Lorenzo, ensimismado.) ¿Escribo lo del miedo o no? No, va a ofenderse. ¡Cuántas delicadezas! (Alza la cabeza y escucha. Tranquilamente pesaroso.) Van a romper la puerta. (Se levanta y pasa el papelito debajo de la puerta.) Esperá, te paso el lápiz. (Lo hace.) ¡Contestame por escrito! ¡Quiero saber si estás solo! (Escucha con el mismo aire de atención cortés los golpes y sacudidas. Los alaridos de Ignacio se han transformado en gemidos que disminuyen y cesan. Lorenzo pega el oído contra la puerta. Silencio. Golpea con los nudillos. Llama suavemente.) ¿Ignacio? (Una pausa.) ¡Ignacio! (Un ronquido como respuesta.) ¿No podés hablar? ¿Hay gente? (Silencio.) ¿Recibiste mi esquela? (Se aparta, fastidiado.) ¡Se calla, se calla! ¿Cómo vamos a entendernos? (Se acerca otra vez a la puerta, bajo.) ¿Estás solo? ¿Se fue? (Por contestación, un ronquido afirmativo. Lorenzo, casi tristemente.) ¿Por qué no fuiste a otro lado? Las puertas cerradas son puertas cerradas. (Una risita.) Las puertas abiertas están abiertas, desde el principio. Se ve en los chicos. Yo, de chico, daba todos los juguetes, quería hacerme simpático. (Descubriéndolo, feliz.) No se ve en los chicos, no tengo nada que ver con el chico que fui: no doy nada, cierro las puertas (Ríe.) Fui un niño parricida. ¿Y vos, Ignacio? Nacimos juntos y no me acuerdo de cómo eras antes. (Un silencio.) ¿No podés contestarme algo, una línea? Me aburre hablar solo. (Se agacha y espía por el ojo de la cerradura.) ¿Qué es lo que hay ahí? ¿Tu cabeza? Veo todo negro. ¿Qué es? Apartate un poco. ¿Se lo escribo? (Duda.) No, es inútil. Es casi analfabeto. (Mira nuevamente y ríe.) ¡Te fuiste al suelo! (Ve algo que lo impresiona y deja de reír. Se vuelve, recostándose contra la puerta y cierra los ojos. con apesadumbrado asombro.) ¡Oh! ¡Cómo te dejó! ¡Qué lástima! ¡Ignacio, Ignacio! ¿Me oís? ¿Te desmayaste? (Se sujeta el costado con ambas manos como si lo atacara súbitamente un dolor intenso.) ¡Ay! (Cae de rodillas y se arrastra hasta la mesa, de un cajón saca unas pastillas y toma algunas con un vaso de agua. De rodillas vuelve hacia la puerta. Lastimero.) Ignacio, levantate, te necesito. (Permanece recostado contra la puerta, meciéndose con gemidos de dolor.) VOZ DE IGNACIO. (Lejana y débil.) Lorenzo... LORENZO. (Alerta.) ¡Sí! VOZ DE IGNACIO. Abrí la puerta. LORENZO. (Duda, se muerde los labios.) ¿Se fue? VOZ DE IGNACIO. Sí. Se fue. LORENZO. (Desconfiado.) ¿Estás seguro? ¿Si vuelve? VOZ DE IGNACIO. (Desfallecido.) No. (Una pausa.) No. No va a volver. LORENZO. ¿Cómo lo sabés? Nos pegará a los dos. Si me ve, recordará que estábamos juntos y empezará a repetir golpes de nuevo. VOZ DE IGNACIO. No. LORENZO. Y no me pegará a mí solo. Un golpe a mí, otro a vos. Recibirás otra ración, ¿para qué? No la aguantarás. Tené paciencia, ¿eh? Dormí, ¿por qué no dormís un poco? Los golpes se te curarán durante el sueño. Descansá. VOZ DE IGNACIO. Dame agua. LORENZO. (Voluntarioso) Sí, sí, agua te doy. ¡Cómo no! Toda la que quieras. (Se levanta ágilmente, sin manifestar ahora ningún dolor, y llena un vaso con agua. Se encamina con decisión hacia la puerta, la ve cerrada y, sin inmutarse, se inclina y hace deslizar el agua por debajo. La empuja con una escoba. Cariñoso) ¿Podés? (Mira por el ojo de la cerradura.) Despacio... Despacito... No te atores. ¿Qué escupís? (Agraviado) ¿Mi agua? (Mira. Ríe divertido.) ¡Un diente! ¡Justo el del medio! Tu belleza... (Ríe.) ¿Dónde ha ido a parar? ¡Ahora podés trabajar en un circo! (Se interrumpe sincero.) Lo siento. No quería herirte. VOZ DE IGNACIO. (Exánime.) Lorenzo. Lo... ren... zo. LORENZO. (Con pesar.) No me llamés. ¿Qué te pasa? No puedo abrir. Si vuelve, nos pegará a los dos. Es un tipo fuerte, muy bruto. No hará distingos. No dirá: a este le pegué y ahora lo dejo tranquilo, pobre tipo. Me dedico a este, (Señalándose) a mí. No dirá eso. Te pegará otra vez, pobre Ignacio. En cambio, si te ve en el suelo, todo sangrante, sin diente... Tiene aspecto animal, pero nadie le pega a un caído. Supongo... Y si fueras un cadáver, todavía estarías más seguro. VOZ DE IGNACIO. Lorenzo... LORENZO. (Muy irritado.) ¡Lorenzo, Lorenzo! ¡No abro! ¡Dejame en paz! VOZ DE IGNACIO. Me duele todo... el cuerpo...