Medea, de Eurípides (fragmento)

MEDEA Desde el interior de la casa. ¡Ay!  ¡Desgraciada de mí, qué infeliz, qué dolor!  ¡Ay, ay, ay! ¡Ay de mí! ¿Cómo puedo morir? NODRIZA Ahí tenéis, hijos míos, revuelta está ya  vuestra madre, pues su alma el dolor trastornó.  Cuanto antes a casa corred y allí entrad,  no os pongáis cerca de ella, que no os pueda ver,  no acercaos y mucho cuidado tened  con el fiero talante y atroz natural  de su mente cruel.  ¡Vamos, pues, en seguida aquí dentro pasad! (El pedagogo entra con los niños en el interior de la casa.) Se ve bien que esa nube que empieza a surgir,  de lamentos cargada, muy pronto va a arder  estallando en más fuerte pasión. ¿Qué irá a hacer  esa alma que el mal ha mordido y en que hay  un orgullo muy grande y tenaz? MEDEA (Desde el interior.) ¡Ay, ay!  ¡Sufro, mísera, sufro, tormentos sin fin!  ¡Vuestro padre y la casa con él! NODRIZA ¡Ay, ay, ay! ¡Ay, ay, ay, desdichada de mí!    ¿Qué culpa hay en los hijos, qué tienen que ver  con las faltas del padre? ¿Les odias? ¿Por qué?  Temo, niños, y siento que vais a penar;  es terrible el antojo del rey, que el servir  no conoce, mas sólo el constante imperar; y duros resultan sus cambios de humor.  Avezarse a vivir siempre igual es mejor;  por lo menos a mí tóqueme envejecer  sin grandeza y estando en seguro lugar.  Ya las cosas medianas con sólo decir   su nombre resultan deseables, mas son  preferibles en su uso al exceso, que no  se muestra oportuno jamás al mortal:  más desastres si atacan las iras de un dios  a una casa, tal es lo que da.  (Entra el coro, formado por quince mujeres de Corinto.) CORO Me llegó la palabra, los gritos oí  de la Cólquide triste, que no recobró  aún la calma. Habla, anciana, habla, pues.  Yo, estando a mi puerta, su voz escuché, que venía desde aquí, y no me causa placer el dolor de esta casa  que tan querida para mí resulta. NODRIZA Ya no existe el palacio, que todo cayó.  Por el lecho real poseído él está  y mí dueña en la alcoba marchítase y no  deja que su ánimo entibie ningún  consuelo que amigos le den. MEDEA (Todavía desde el interior de la casa.) ¡Ay, ay!  ¡Mi cabeza atraviesa un celeste fulgor!  ¿Para qué quiero ya en adelante existir?  ¡Ay de mí! ¡Que me lleguen mi muerte y mi fin  y termine mi odioso vivir! CORO ¿Escuchasteis, oh, Zeus, oh, la tierra y la luz, en qué amargos lamentos prorrumpe el cantar  de la esposa infeliz?   ¿A qué viene, insensata, el ansiar  ese horrífico lecho mortal?  ¿Quieres antes de tiempo morir?  Eso no lo implores.  Si tu esposo   nuevas bodas pretende, común  cosa ello es. No te irrites así,  que Zeus te vengará. No te consumas  en demasía por tu marido. MEDEA (Desde el interior.) ¡Artemis santa, gran Temis? ¿No veis  cómo mi esposo se porta después de que un gran juramento a los dos nos ligó? ¡Ojalá que a su novia con él pueda ver destrozada, y lo mismo el palacio también por la ofensa que juntos me hicieron los dos!   ¡Padre mío, ciudad de que en tiempos partí cuando en forma afrentosa a mi hermano maté! NODRIZA  ¿Escucháis cómo a Temis invoca y a Zeus  venerados los dos cual guardianes de aquel  juramento en que el hombre da fe?   No está cerca el momento en que vaya a amainar  mi dueña en su enorme furor. CORO ¿Cómo podría acudir hasta aquí  y dejar que la veamos y acaso escuchar  cuanto osemos decir   por si así conseguirnos calmar  de su mente el porfiado rencor?  Que al menos mi buena intención  no falte al amigo. Anda, pues, y   prueba a hacerla de casa salir.  Di que están los que la aman aquí.  Corre antes de que dañe a los de dentro,  pues grandes vuelos su aflicción cobra. NODRIZA Voy a hacerlo; aunque temo que no pueda yo su razón convencer,  por servirte el trabajo me habré de tomar.  Pues parece leona parida al mirar  a sus siervas con torvo ademán cada vez  que alguna se acerca con ganas de hablar.  Razón tiene quien diga que bien torpe fue  e ignorante la prístina raza mortal,  que encontró para cada festivo avatar,  regocijo o convite, la alegre canción  que la vida supiera endulzar con su son  y, en cambio, el remedio no pudo inventar,  las liras, los himnos, la voz musical,  del humano infortunio, que muertes causar  suele y trances que son destrucción del hogar.  Eso sí que con cantos debiera sanar  el hombre; en el pingüe, gozoso festín   ¿qué falta hace que se alce la voz del cantor?  Aporta el deleite la propia ocasión  que al banquete le da plenitud. CORO Escucho sus gemidos y lamentos,  sus agudos clamores lastimeros,  contra el esposo que su lecho infama; invoca, sintiéndose ofendida, a Temis guardiana de los votos que la hizo, hasta la Hélade opuesta, surcar de noche la onda salada, la llave del gran mar. (Medea sale a escena y se dirige al coro.) MEDEA ¡Oh, mujeres corintias! Salgo de casa por que  reproches no me hagáis; pues, mientras sé que muchos hombres, tanto en privado como en el trato externo,  orgullosos realmente se vuelven, a otros hace  pasar por indolentes su tranquilo vivir.  Que no son siempre justos los ojos de la gente y hay quien, no conociendo bien la entraña del prójimo, le contempla con odio sin que haya habido ofensa. Y, si debe el de fuera cumplir con la ciudad, no alabo al ciudadano que amargo y altanero con los demás se muestra por su falla de tacto. Pero a mí este suceso que inesperado vino me ha destrozado el ánimo; perdida estoy, no tengo ya a la vida afición; quiero morir, amigas. Porque mi esposo, el que era todo para mí, como sabe él muy bien, resulta ser el peor de los hombres. De todas las criaturas que tienen mente y alma    no hay especie más mísera que la de las mujeres. Primero han de acopiar dinero con que compren un marido que en amo se torne de sus cuerpos, lo cual es ya la cosa más dolorosa que hay. Y en ello es capital el hecho de que sea  buena o mala la compra, porque honroso el divorcio no es para las mujeres ni el rehuir al cónyuge.