Los lais de María de Francia, de María de Francia (pasaje)

Puesto que me he propuesto contar lais, no quiero olvidar El hombre–lobo. Bisclavret es el nombre en bretón; los normandos lo llaman Garwaf. Se podía oír hace tiempo, e incluso con frecuencia ocurría, que ciertos hombres se convertían en lobos y habitaban en los bosques. El hombre-lobo es bestia salvaje. Mientras está rabioso, devora hombres, causa grandes daños yendo y viniendo por la espesura. Pero dejemos este asunto. Os quiero hablar de uno de ellos en concreto. Vivía en Bretaña un varón. De él he oído decir grandes alabanzas. Era bello y buen caballero, y se conducía noblemente. Muy privado era de su señor, y todos sus vecinos le querían. Había desposado a una mujer de elevada alcurnia y agradable semblante. Él la amaba, y ella le correspondía. Una cosa, empero, molestaba a la dama, y es que cada semana perdía a su señor durante tres días enteros, sin saber qué le acontecía ni adónde iba. Ninguno de los suyos sabía nada tampoco. En cierta ocasión en que volvía a su casa, alegre y contento, ella lo ha interrogado: -Señor –le ha dicho–, hermoso y dulce amigo, desearía preguntaros una cosa, si me atreviera a ello, pero temo vuestra ira. ¡No hay cosa que más tema en el mundo! Cuando él la hubo oído, la abrazó, la atrajo hacia sí y la besó. -Señora –dijo–, preguntad. No hay pregunta a la que yo no quiera responderos, si sé hacerlo. Respondió ella: -Por mi fe ¡estoy salvada! ¡Señor, tengo tanto miedo los días que os separáis de mí! Muy grande dolor siento en el corazón y tan gran temor de perderos que, si no obtengo consuelo de inmediato, creo que voy a morir pronto. Decidme adónde vais, dónde os halláis, dónde permanecéis. A mi parecer, tenéis otro amor y, si es así, cometéis grave falta. -Señora, por Dios, gran mal me vendría si os lo digo, pues os alejaría de mi amor y yo mismo me perdería. La dama, al oír esto, no lo ha tomado a burla. Tantas veces le repite su pregunta, tanto le mima y adula que él, termina por contarle su aventura, sin ocultarle nada. -Señora, yo me convierto en hombre-lobo. Me introduzco en el bosque, en lo más profundo de la espesura, y allí vivo de presas y rapiñas. Cuando le hubo contado todo, ella le preguntó si se desnudaba o iba vestido. -Señora –dijo él–, voy completamente desnudo. -Y decidme, por Dios, ¿donde dejáis vuestras ropas? -Señora, eso no os lo diré, pues si llegase a descubrir que he perdido mis vestiduras, hombre-lobo sería para siempre, y nadie podría ayudarme hasta que me fuesen devueltas. Por eso no quiero que se sepa su paradero. -Señor –replicó ella–, os amo más que a nadie en el mundo. No debéis ocultarme nada, ni dudar de mí en ningún momento. Así, ¿qué amor me mostráis? ¿Qué mal os he hecho yo, qué pecado he cometido para que dudéis de mí? Bien será que me lo digáis. Tanto lo presiona, tanto lo asedia que él no puede hacer otra cosa que decírselo. -Señora, a la entrada del bosque, junto al camino por el que voy, existe una vieja capilla que a menudo me presta buenos servicios. Allí hay una enorme piedra hueca, bajo un matorral. Dejo mi ropa en esa oquedad, bajo el arbusto, hasta que vuelvo a casa. La dama oyó esta maravilla y palideció de terror. La aventura la había llenado de espanto. A partir de entonces no pensó en otra cosa que en escapar de su compañía, pues no quería yacer más a su lado. Un caballero del país la había antaño largamente amado, suplicado, requerido y servido durante mucho tiempo. Ella no lo había correspondido nunca, ni le había dado la menor esperanza. Pero ahora le envía un mensaje, descubriéndole su corazón. -Amigo –le dice–, estad contento; aquello por lo que penáis os lo ofrezco sin dilación. No opondré resistencia alguna. Os otorgo mi amor y mi cuerpo. ¡Haced de mí vuestra amante! Él se lo agradece en lo más vivo y le toma la palabra. Ella le hace jurar que cumplirá sus órdenes. Después le cuenta cómo su señor se marchaba y en qué se convertía. Le enseña el camino que toma para ir al bosque, y lo envía a por sus vestiduras. Así fue traicionado el hombre-lobo, y vendido por una mujer. Como desaparecía a menudo, todos pensaron, como era de esperar, que se había ido para siempre. Se lo buscó, se preguntó por él, pero no se lo pudo encontrar y se dieron por terminadas las pesquisas. Entonces la dama se casó con quien la amaba desde hacía tanto tiempo. Así transcurrió un año entero, hasta que el rey fue a cazar. Se encaminó hacia el bosque donde se encontraba el hombre-lobo. Los perros, una vez sueltos, lo han descubierto. Canes y cazadores lo persiguieron todo el día, tanto que ya van a darle alcance y destrozarlo con sus garras. En cuanto la bestia ve al rey, corre en su busca implorando merced. Se acerca a su estribo, besa pie y pierna del monarca. El rey, al verlo, gran miedo siente y llama a todos sus compañeros. -Señores –dice– acercaos ¡Mirad qué prodigio, cómo se humilla este animal! Piensa como un hombre, suplica mi favor. Haced retroceder a los perros, preocupaos de que nadie lo hiera. Este animal tiene entendimiento y buen sentido, no cazaré hoy más. Dicho esto, el rey vuelve a la corte. El hombre-lobo lo acompaña, se coloca a su lado, no tiene intención de abandonarlo. El monarca, muy satisfecho, lo lleva consigo al palacio: jamás había visto cosa igual. Lo considera una gran maravilla y se ha encariñado con él. A todos los suyos ha ordenado que, por su amor, lo cuiden bien y no lo maltraten, que no reciba herida alguna, que lo den de beber y de comer. Ellos lo cuidan muy de su grado. Iba a tumbarse todos los días entre los caballeros, cerca del rey. Nadie hay que no lo aprecie: tan bueno y apacible es que nunca intenta hacer ningún mal. Allí donde va el rey, él lo sigue, jamás lo abandona, pues se ha dado cumplida cuenta de que el monarca lo aprecia a él también. Oíd lo que ocurrió después. A fin de celebrar cortes, el rey había convocado a todos sus varones con feudo, para animación de la fiesta y para mejor servicio. Allí fue, ataviado con ricas y hermosas vestiduras, el caballero casado con la mujer del hombre-lobo. Poco imaginaba aquél que iba a tener a este tan cerca. Tan pronto como llega al palacio es visto por el hombre-lobo, quien con gran impulso corre hacia él, lo coge con sus dientes y lo arrastra. Mayor daño aún le hubiera causado, de no ser porque el rey lo llamó, amenazándole con una vara. Dos veces aquel día intentó morderle. Casi todos estaban muy extrañados, pues nunca se había comportado de esa manera a la vista de ningún hombre. Toda la casa comentó que algún motivo ha de tener su agresión; que el caballero, de una forma u otra, ha debido dañarlo, puesto que él desea vengarse. En aquella ocasión no pasó nada más. Cuando acabó la fiesta, se despidieron los barones y retornaron a sus casas. Entre los primeros, partió el caballero a quien el hombre-lobo había atacado. No es maravilla que lo odie. No pasó mucho tiempo, tal es mi opinión, sin que el sabio y cortés monarca volviese al bosque donde había encontrado al hombre-lobo. Este lo acompañaba. Al terminar la cacería, la corte tomó albergue en la región. La mujer del hombre-lobo, al saberlo, se adornó con extrema solicitud; por la mañana fue a hablar al rey, llevándole un rico presente. Cuando el hombre-lobo la ve venir, nadie puede retenerlo: corre hacia ella como rabioso. Oíd lo bien que se ha vengado: le arranca la nariz del rostro. ¿Qué mayor daño puede hacerle? Por todas partes lo amenazan por su acción; le hubieran hecho mil pedazos si un hombre sabio no hubiera dicho al rey: -Señor, escuchadme. Este animal ha vivido con vos, no hay nadie de nosotros que no lo haya visto largamente y no haya estado mucho tiempo a su lado. Jamás tocó a hombre alguno ni cometió ninguna felonía, fuera del ataque contra la mujer aquí presente. Por esta fe que yo os debo, pienso que tiene algún motivo de irritación contra ella, y también contra su señor. Esta es la esposa de aquel caballero a quien tanto queríais que se perdió hace tanto tiempo sin que sepamos nada de él. Someted a tortura a la dama, a ver si os confiesa alguna razón por la que este animal pueda odiarla. Hacedle decir lo que sepa. ¡Han tenido lugar tantas maravillas en esta tierra de Bretaña! El rey sigue su consejo. Ha retenido al caballero y, prendiendo a la dama, la ha sometido a gran tormento. Tanto por el dolor como por el miedo contó ella todo lo relativo a su señor: cómo lo había traicionado y le había arrebatado su ropa, la aventura que él le había contado, en qué se convertía, adónde iba, y cómo no se le había visto en la región desde que le habían quitado los vestidos; bien pensaba ella que el animal fuese el hombre-lobo en cuestión. El rey exige entonces las vestiduras. Quiéralo o no, la dama las hace traer y entregar al hombre-lobo. Cuando se las ponen delante, no hace él ningún caso de ellas. En ese punto, el sabio varón que había aconsejado al rey, le dijo: -Señor, no lo hacéis bien. Por nada del mundo querría el hombre-lobo vestirse ante vos ni cambiar ante vos su apariencia bestial. No sabéis bien lo que esto significa para él: siente mucha vergüenza. Hacedlo llevar a vuestras habitaciones y dejadlo allí con su ropa. Después de transcurrido un buen rato, bien veremos si se convierte en hombre. El rey en persona lo condujo, cerrando tras él todas las puertas. Al cabo de un cierto tiempo, volvió a su cámara, llevando con él a dos barones. Entran los tres y se encuentran, sobre el mismo lecho del monarca, al caballero que dormía. El rey corrió a abrazarlo, besándolo más de cien veces. Una vez se hubo repuesto, le devolvió toda su tierra, y más que yo no digo. En cuanto a la mujer, la expulsó del país. Con ella partió aquel que había traicionado a su señor. Tuvieron muchos hijos conocidos por su apariencia y rostro: muchas mujeres de ese linaje, es cosa cierta, nacieron sin nariz y vivieron desnarigadas. La aventura que habéis oído es verdadera, no lo dudéis. Para guardar de ella una eterna memoria fue compuesto un lai, llamado El hombre-lobo.

Francia, María de; Los lais de María de Francia. Madrid, 1987, págs. 37-42.