Una radiografía de la comunidad afro
El ochenta por ciento terminó el secundario y una cuarta parte
cuenta con estudios terciarios o universitarios. Como contrapartida,
tres cuartas partes de los hombres son vendedores ambulantes y 32 por
ciento de las mujeres también tienen a la calle como ámbito laboral.
Estos son algunos de los datos que surgen del informe «Perspectivas
socioculturales y sociodemográficas de la población afrodescendiente en
la ciudad de Buenos Aires». La investigación, que se realizó en forma
conjunta por la cátedra «La sociología y los estudios poscoloniales» de
la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y por la asociación África y
su Diáspora, aporta nuevos datos sobre una parte de la sociedad que pide
ser «visibilizada». El estudio fue divulgado en el marco de la
presentación del Consejo Nacional de Organizaciones Afro de la Argentina
(Conafro) que se realizó ayer en la cancillería (ver aparte). Como
parte del proyecto El legado de África de esa cátedra universitaria se
decidió indagar las características sociodemográficas, las razones de
llegada al país, el estado de salud, las discriminaciones sufridas y la
participación en el tiempo libre de la población afro que reside en la
ciudad, sea que hubiera nacido en el país, que procediera del continente
africano o que hubiera llegado desde otra región de América. Durante
junio se entrevistó a 257 personas, en 23 barrios porteños. Como
resultado se obtuvo que el 53 por ciento de los consultados nació en
África, en su mayoría en Senegal, y el resto tenía ascendencia en aquel
continente: el 13 por ciento nació en la Argentina y el 34 por ciento
proviene de otros países de Latinoamérica. De los migrantes africanos,
un 75 por ciento llegó al país en los últimos seis años y la mitad vino
para buscar trabajo, a pesar de que el 62 por ciento tenía una ocupación
en su lugar de origen. Del total de la muestra, el 70 por ciento son
hombres y más de la mitad tiene entre 25 y 39 años. Desde
lo cualitativo, se destaca un «aspecto crítico» del informe: «La
población no se autorreconoce como afrodescendiente, aunque el fenotipo
defina esa identidad». Los entrevistados se reconocieron más con su país
de origen que con su afrodescendencia. «Yo soy peruana; yo soy uruguayo;
yo soy latino», fueron algunas de las respuestas. Karina Bidaseca, quien
dirigió la investigación, contó a Página/12 que la población afro
«quiere tomar distancia de ese continente asociado al hambre, al sida».
En ese sentido, Carlos Álvarez, referente de África y su Diáspora,
interpretó que ese rechazo identitario «tiene que ver con el estereotipo
negativo que implica ser negro». «El negro está vinculado con la
pobreza, la marginalidad, la oscuridad. ¿Quién quiere reconocerse dentro
de todo eso?», desafió e invitó al Estado a «crear políticas públicas»
para modificar estas construcciones simbólicas. La
directora de la investigación aclaró que «el informe no se sostiene en
una encuesta representativa, pero que los datos que arroja son
pertinentes». «Ante la falta de estadísticas, hay datos que son muy
importantes», agregó. Uno de esos aportes que destacó Bidaseca es «el
alto nivel de racismo». Un 57 por ciento de los entrevistados respondió
de forma afirmativa cuando se les consultó sobre si había vivido
situaciones de discriminación racial o étnica. La cuestión
discriminatoria involucra de forma directa a organismos del Estado. Un
43 por ciento de los hombres denunció haber sido víctima de la violencia
policial. Y se resaltan tres casos de discriminación en hospitales
públicos. Impresiona el padecimiento de una mujer afrodominicana que
llevó a su hija al Hospital Argerich para relizarse una ecografía. Al
consultar a la ecógrafa por el crecimiento repentino de la panza de su
hija, la empleada sanitaria le argumentó que el motivo de esa afección
era que «todas las negras son panzonas y culonas». «Es terrible que un
médico diagnostique a partir de un mito», repudió la coordinadora de la
investigación. Otro aspecto que parece tener su germen en
el racismo es que, a pesar de que el 56 por ciento alcanzó a terminar la
escuela secundaria y un 25 por ciento concluyó una carrera terciaria o
de grado, sólo un tres por ciento de mujeres y un uno por ciento de
hombres tiene una ocupación liberal. La mayoría de los hombres –73 por
ciento– se dedica a la venta ambulante y entre las mujeres la ocupación
mayoritaria –42 por ciento– es la de empleada de comercios, restaurantes
o empresas. El dato que completa el cuadro es que un 12 por ciento de
las afrodescendientes se dedica a la prostitución. Para el miembro de
África y su Diáspora, el desencuentro entre el nivel de instrucción y
calidad laboral «habla del racismo que no permite el ascenso social».
Bidaseca compartió el aspecto discriminatorio de esta ecuación y agregó
que también «influye de forma directa la falta de tenencia de
documentación que permite entrar en el mercado de trabajo formal».
La cooperación entre la academia y la población afro para la
realización del informe fue un punto destacado por ambas partes y que
invita a ser replicado en otros campos de estudio. «Siempre la academia
había hablado por nosotros y en este caso es distinto», celebró Álvarez.
En tanto, la investigadora sostuvo que «el intelectual debe estar cerca
del movimiento social para producir pensamiento de forma articulada con
éste». «Aquí se demostró que esta forma de trabajo es posible», aseguró.
Fuente: Página/12,
noviembre de 2010.