"La máquina del tiempo", de H. G. Wells (fragmento)

Los Eloi, como los reyes Carlovingios, habían llegado a ser simplemente lindas inutilidades. Poseían todavía la tierra por consentimiento tácito, desde que los Morlocks, subterráneos hacía innumerables generaciones, habían llegado a encontrar intolerable la superficie iluminada por el sol. Y los Morlocks confeccionaban sus vestidos, infería yo, y subvenían sus necesidades habituales, quizás a causa de la supervivencia de un viejo hábito de servidumbre. Lo hacían como un caballo encabritado agita sus patas, como un hombre se divierte en matar animales por deporte: porque unas antiguas y fenecidas necesidades lo habían inculcado en su organismo. Pero, evidentemente, el orden antiguo estaba ya en parte invertido. La Némesis de los delicados hombrecillos se acercaba de prisa. Hacía edades, hacía miles de generaciones, el hombre había privado a su hermano el hombre de lo fácil y de la luz solar. ¡Y ahora aquel hermano volvía cambiado! Ya los Eloi habían empezado a aprender una vieja lección otra vez.