La ventana de color frutilla, de Ray Bradbury

–Bueno, estaremos en algún mundo numerado, tal vez: ¡Planeta 6 del sistema astral 97; planeta 2 de sistema 99! ¡Tan lejos de aquí que parecerá una pesadilla! Nos habremos ido, entendéis, nos habremos ido para siempre y estaremos a salvo. Y pensé entonces, ah, ah. Por ese motivo vinimos a Marte, por ese motivo los hombres lanzaron cohetes al espacio. –Bob… –Déjame terminar; no para hacer dinero, no. No para ver nuevos panoramas, no. Esas son las mentiras que cuentan los hombres, las razones imaginarias que se dan a sí mismos. Hacerse ricos, famosos, dicen. Divertirse, volar, dicen. Pero todo el tiempo, interiormente, algo, otra cosa, late lo mismo que en el salmón o en la ballena; lo mismo, por Dios, que en el microbio más diminuto que se nos ocurra. Y ese relojito que late en todos los seres vivos ¿sabéis qué dice? Dice: “Vete, propágate, avanza, sigue nadando. Corre a tantos mundos y funda tantas ciudades que nada pueda destruir al hombre”. ¿Ves, Carrie? No somos nosotros los que hemos venido a Marte, es la raza, o toda la raza humana, según como nos vaya en la vida. Y esto es algo tan enorme que me dan ganas de reír, me hiela de espanto.