Tinieblas, de Elías Castelnuovo (fragmento)
“Hace muchos años que trabajo en el mismo taller. Es un sótano inmenso, húmedo y frío, donde la luz no llega directamente y donde el sol no brilla nunca. Las paredes están sucias y manchadas y el alumbrado artificial envuelve en un sudario de muerte las cajas, los estantes y el esqueleto de las maquinarias. El aire, denso, pegajoso y deletéreo, carga la atmósfera de funestos venenos. Una cuadrilla de obreros hurga las cajas y arañan el teclado de las linotipos, sumergidos a diez metros bajo el nivel de la calle radiosa.
El plomo está en constante actividad, se adhiere a la piel y pasa en forma de cloruros al torrente circulatorio, o si no, invade las mucosas interviniendo como jugo en la digestión, o si no, se instala en los pulmones…
De cualquier manera que sea, el aspecto de mis compañeros, es miserable y triste. Su palidez está salpicada de sedimentos grisáceos y puntitos de plata y en todos sus ademanes sobrios trasciende una tiesura mortuoria.
Un olor especial, feo y desagradable, mezcla de tinta y grasa, de trapos sucios y antimonio derretido, nos acaricia la garganta durante ocho horas largas y eternas.
La alegría de vivir está desterrada del taller: aquí se respira el estaño de la muerte.”