“Locus amoenus”, de David Roas
La tarde es deliciosa. Tras un largo día de calor, una leve brisa
refresca el ambiente. Sentado en un banco del parque, disfruto a solas y
en silencio de un momento casi perfecto. El cuerpo de la
niña se estrella a mi lado con su característico ruido de fruta madura.
Miro hacia arriba. El segundo cuerpo –el de un niño esta vez– cae unos
instantes más tarde, a pocos metros del banco. Después cae otro, y otro
más. La tormenta ha empezado.
Fuente:“Locus amoenus”, de David Roas (en Distorsiones.
Madrid, Páginas de Espuma, 2010)