“Carta a Francisco Porrúa”, Julio Cortázar
París, 26 de julio de 1963
Mi querido Paco:
Espero que hayas recibido mi telegrama, digno de Julio César por su concisión; pero la verdad es que por cable, cualquier frase de más de dos palabras suena horriblemente cursi. Imaginate que te hubiera puesto LLEGÓ RAYUELA STOP MUY CONMOVIDO STOP. O BIEN: ACUSO RECIBO LADRILLO STOP. ¿YO ESCRIBÍ ESO? STOP ABRUMADO POR PESO DEL ARTEFACTO STOP. De modo que opté por la vía del pudor, pero no quise que pasara más tiempo sin que supieras que, por fin (¡cuántos años, ya!) el círculo se había cerrado y esta vieja mano que escribió esas viejas páginas palpaba casi incrédulamente un volumen de fondo negro.
Quisiera estar en Buenos Aires para decirte que nos tomáramos un vino juntos y entonces, vagando por alguna calle de noche, decirte a mi manera todo lo que aquí se enfría y se ordena en rayitas horizontales y se convierte en idioma. La gratitud es incómoda, decía no sé quién; no es que sea incómoda en sí, es que resulta casi imposible, entre hombres, hacerla sentir si no es con uno de esos gestos casi imperceptibles, ofreciendo un cigarrillo o rozando apenas un hombro, o quedándose callado en el momento en que los manuales de buena educación ordenan decir las frases justas.