Breve reseña de las principales reivindicaciones de los trabajadores,
en la Argentina
En
plena zona de la Recoleta se celebró por primera vez el Día de los
Trabajadores en la Argentina. En la sede del Prado Español, ubicado en
lo que hoy es uno de los barrios exclusivos de Buenos Aires, la reunión
se inició a las 3 de la tarde del 1.° de mayo de 1890 y juntó a 2.000
personas, una concurrencia numerosa para la época. Al día siguiente,
los asistentes se enteraron de que habían perdido su jornal «por faltar
al trabajo». Por iniciativa del club de trabajadores
alemanes Worwaerts se había constituido un comité obrero para convocar
al mítin a todos los asalariados. Para eso redactaron un manifiesto en
el que explicaban, que «reunidos en el Congreso de París del año pasado
los representantes de los trabajadores de diversos países, resolvieron
fijar el 1.° de mayo de 1890 como fiesta universal de obreros, con el
objeto de iniciar la propaganda en pro de la emancipación social».
En
el mítin hablaron varios oradores señalando «las deplorables
condiciones de trabajo en todos los gremios» y reclamando la limitación
de la jornada a ocho horas. Los diarios comentaron con asombro ese
hecho, al que consideraban «extraño a las costumbres del país». La
Nación
dijo, por ejemplo, que «había en la reunión poquísimos argentinos, de
lo que nos alegramos mucho». Más avisado, el cronista de El
Nacional
recalcó que en los discursos se observaban «bien dibujadas las
diferencias que aquí, como en todas partes, dividen a los obreros en
dos grupos: anarquistas y socialistas». A SANGRE Y
FUEGO.
Las conmemoraciones del 1.° de mayo se reiniciaron cuando cada fracción
del movimiento obrero organizó actos en forma independiente, aunque las
condiciones del medio ambiente fueron adversas y con características
luctuosas en 1904 y 1905. En 1909, los hechos
tomaron rasgos muy graves al atacar la policía el mítin anarquista en
la plaza Lorea, provocando catorce muertos y ochenta heridos.
«Ancianos, hombres inermes, madres con sus hijos en brazos -decía un
manifiesto- han sido fusilados por la espalda cuando para salvarse se
alejaban. ¡Viva la huelga general! ¡Fuera el jefe de la policía, el
verdugo de Falcón!». El dolor obrero unió a socialistas y anarquistas,
y
el lunes 3 el trabajo se paralizó completamente. Durante el entierro
de
las víctimas se produjeron nuevas refriegas con la policía, se
levantaron barricadas y los tiroteos duraron toda la noche. Por ocho
días se detuvo en absoluto la vida industrial y comercial de Buenos
Aires en una de las actitudes más enérgicas y duraderas que registra
el
movimiento obrero argentino y que se conoció como la «huelga general
de
la semana de mayo». Los ánimos quedaron
encrespados y unos meses después una bomba anarquista arrojada por
Simón Radowitsky mató al coronel Falcón y a su secretario. La
represalia no se hizo esperar; expulsaron del territorio nacional a los
militantes obreros extranjeros y encarcelaron por centenares a los
argentinos. Cuando se acercó el 1.° de mayo del año centenario de la
Revolución de 1810, los sentimientos patrióticos se exacerbaron y
grupos de «niños bien»,
amparados por la policía, atacaron, destruyeron e incendiaron
bibliotecas, locales sindicales y empastelaron la redacción y los
talleres de «La Vanguardia
y La
Protesta».
DUELO Y FIESTA. En
los años sucesivos alternaron la represión con la seducción. Fue
cuando
apareció la Liga Patriótica, de Manuel Carlés, impartiendo a los
obreros lecciones de «amor al país», premiaba a los trabajadores no
agremiados y costeaba obras de beneficencia por intermedio de las
damas
de clase alta. Durante los 1.° de mayo estas señoras repartían ropas a
los pobres, junto con catecismos «para que fueran buenos y no
existieran luchas sociales», tal como lo proclamaban los volantes de
la
época. No obstante todos los inconvenientes y las desnaturalizaciones,
la fecha obrera se fue afirmando paulatinamente, hasta llegar al 28 de
abril de 1930, cuando el presidente Hipólito Yrigoyen decidió
instituir
el 1.° de mayo como «fiesta del Trabajo en todo el territorio de la
Nación», porque según los considerados «es universalmente tradicional
consagrar ese día como descanso al trabajo». Producido
el
movimiento militar del 6 de septiembre de 1930, tuvieron que hacerse
al año siguiente insistentes gestiones ante el presidente Uriburu para
que autorizara los actos del 1.° de mayo. Obtenido ese permiso en 1931,
pudieron desfilar los socialistas con grandes carteles que decían: «Por
una Argentina grande y justa, económicamente próspera y políticamente
libre». Durante la década de los años 30 las
condiciones fueron difíciles para la tradicional recordación y las
manifestaciones obreras en esa fecha desfilaban por las calles, solían
pasar por casas con puertas atrancadas y ventanas cerradas. Es que
seguía imperando el miedo tradicional, nutrido por los graves sucesos
de la época, temiéndose que algo imprevisto y terrible fuera a suceder.
Hacia 1940, en un gran acto del 1.° de mayo, millares de trabajadores
argentinos repudiaron desde Buenos Aires el avance del nazismo europeo
y reclamaron medidas progresistas en el país. Después
del golpe militar del 4 de junio de 1943, en los festejos del 1.° de
mayo de 1944, los comunistas chocaron con la policía en plaza Once,
registrándose gran número de heridos. BAILES Y
REINAS DEL TRABAJO.
A partir del 1.° de mayo de 1947 las características variaron
sustancialmente, porque fue la primera celebración bajo el gobierno
peronista. El programa de festejos fue en esos años más o menos similar.
ANTIPERONISMO Y RETORNO.
Derrocado Perón, los opositores recobraron aquel derecho y lo perdieron
los peronistas. En 1956, el Partido Socialista realizó una gran
manifestación bajo el lema: «Otra vez el 1.° de mayo libre y obrero.
¡Viva el legado de Mayo y Caseros!» En 1964, durante la presidencia de
Arturo Illia, los actos se desarrollaron sin mayores incidentes.
PROHIBIDO Y CONSAGRADO.
La «revolución argentina» inaugurada por el general Juan Carlos Onganía
prohibió la conmemoración del 1.° de mayo con actos públicos. Pero al
cumplirse el primer aniversario bajo su gobierno, en momento en que el
cardenal Antonio Caggiano celebraba en la Catedral metropolitana la
Misa del Trabajador, fue interrumpido por un grupo de jóvenes
capitaneados por Juan García Elorrio, quien intentó leer esta oración:
«En este día doloroso no pueden expresar libremente las angustias de
sus familias y sindicatos frente a la acción devastadora de un plan
económico al servicio del capitalismo». El 1.° de
mayo había dejado de ser la celebración de un grupo de rebeldes, para
convertirse en una jornada de afirmación política, de lucha social, de
reivindicación proletaria y también de homenaje silencioso. Ya no
interesa mayormente la forma en que se lo conmemora, puesto que su
perdurabilidad está asegurada por más de siete décadas de historia
argentina.