La consigna es la siguiente: debe pedirse a cada alumno que escriba cien preguntas. ¿Sobre qué? Sobre cualquier cosa que se le ocurra, hay que explicarle que no puede errar, que no hay pregunta mala o fuera de lugar. ¿Son preguntas que se le hacen al docente? No, son sus preguntas internas. ¿Las tendrán que responder ellos? No, algunas son preguntas que los acompañarán toda la vida. ¿Por qué 100 y no mejor 20 o 30? Porque al hacer 20 uno puede no mostrarse en profundidad, pero si hace 100 se le escapa la verdad de su situación de pensamiento.

Objetivo: buscar el pensamiento del aula, en qué andan, qué les preocupa, qué quieren, qué piensan, qué puede ofrecerles el trabajo de la reflexión compartida.

Clase siguiente: el docente debe haber leído todos los textos y marcado en cada uno de ellos entre 10 y 20 preguntas, para proceder a leer, sin mencionar a quién corresponde cada texto (incluso puede pedirse que el ejercicio sea anómino, lo que aporta a la calidad del trabajo) cientos de preguntas una detrás de otra sin comentar nada. Esa lectura puede prolongarse tanto como sea posible. Por lo general hay curiosidad en el ambiente y se presta atención a cada palabra. Cada tanto puede hacer una pausa y preguntar, sencillamente: ¿qué les parece? Y tratar de conversar un poco sin rumbo fijo, tratando simplemente de comentar y digerir un poco la situación. No hay que tratar de responder o enjuiciar, hay que abrirse a vivir el extraño clima de apertura.

Luego: hay muchas posibilidades. Trabajar con temas, inventar sistemas para que elijan preguntas y respondan. O aun cuando no se haga nada más este ejercicio equivale al trabajo de remover la tierra que suele hacerse antes de sembrar una semilla. Con estas tierras del pensamiento removidas, cualquier trabajo posterior será más fértil. El pensamiento profundo de los alumnos, que estaba a flor de piel, se habrá mostrado en la clase. Ellos sentirán que son tomados en cuenta, que hay mucho dentro de ellos, que la clase se propone trabajar sobre aquello que más les importa.

Variante: que el docente también escriba sus 100 preguntas y que luego lea su texto, o parte de él, aceptando no hacerlo anónimamente para mostrar qué tiene en la cabeza el encargado de guiar la experiencia.