Maestra, maestro: ¿se le ha ocurrido pensar que tal vez usted sea para los alumnos de su escuela todo un personaje de leyenda? Cierto, hay leyendas magníficas e imponentes como las que se asocian a Juana de Arco, El Cid Campeador, Sor Juana Inés de la Cruz o Emiliano Zapata. Desafortunadamente también hay leyendas oscuras como la de Vlad Drakula y Medusa.

¿En alguna ocasión se le ha ocurrido meditar sobre lo que sus alumnos piensan de su trabajo? ¿Qué opinarán específicamente de las tareas para hacer en casa? No, no se trata de que corra un escalofrío por su espalda, sino de que juntos reflexionemos sobre esta parte importante de nuestra actividad educativa.

El inicio de un año escolar y el hecho de entrar en contacto con grupos nuevos de alumnos, posiblemente haga que nos invada un ímpetu innovador, ciertas ganas de cambiar, modificar y mejorar las cosas que hacemos como maestros y maestras. Sin embargo, habrá que reconocer lo limitado que a veces nos resulta llevar a buen término esas intenciones que nos animan cada vez que iniciamos ciclos escolares. No es que seamos indolentes o incapaces: simplemente las experiencias previas conforman nuestro trabajo y nos van familiarizando con una cierta forma de hacer las cosas. Explorar nuevos caminos e intentar otras maneras de trabajar, implica siempre una lucha y una ruptura con los hábitos que finalmente nos han dado, a través de la experiencia, resultados aceptables.

Como quiera que sea, el trabajo que hacemos dentro del aula nos proporciona márgenes de acción un poco más amplios, ya que el mismo comportamiento, rendimiento y/o proceso de aprendizaje de alumnos y alumnas nos retroalimenta. Nos da pautas para hacer ajustes y modificaciones en momentos precisos. Tomamos decisiones y actuamos de acuerdo con lo que las circunstancias específicas y cambiantes plantean.

Muy distinto sucede con el trabajo que dejamos para que los alumnos hagan fuera del aula, ya que perdemos de vista el proceso y el grupo deja de funcionar como tal, para dar lugar a las actuaciones individuales. Contra lo que muchos de nosotros pudiéramos pensar todavía a estas alturas, la tarea no es una especie de penitencia, tampoco es un pretexto para mantener ocupados a nuestros estudiantes durante las tardes, y tampoco se trata de un simple refuerzo para reafirmar la responsabilidad y los hábitos de trabajo. La tarea es mucho más.

Si bien la crítica no debe ser el único motor que nos impulse para cambiar y mejorar, valdría la pena recordar que, así como nosotros nos vamos formando ideas muy claras sobre todos y cada uno de nuestros estudiantes, ellos también van construyendo sus propias apreciaciones acerca de nosotros. La desventaja es que ellos y ellas pueden confrontar sus percepciones con las de otros compañeros. Sí, suena terrorífico; pero continuamente intercambian opiniones, discuten, comparten, cuestionan, critican, bromean, consultan con alumnos que ya pasaron por nuestras aulas y eso, a querer o no, va dándole un carácter legendario al trabajo que dejamos para hacer en casa. Recuerde, leyendas magníficas o leyendas macabras. En todo caso, lo importante es poner en la balanza aquellas apreciaciones que efectivamente tienen peso y fundamento. Son pistas que, convenientemente aprovechadas y haciendo la autocrítica correspondiente, nos ayudan a ser mejores maestros y maestras.

Un experimento interesante puede consistir en echar a andar la memoria y recordar el tipo de tareas que nos dejaban cuando, en su oportunidad, nosotros estábamos del lado de los pupitres y mesabancos. Seguro hubo trabajos que lograron atraparnos y apasionarnos, como también hubo otros que, con bastante probabilidad, aún ahora harían que se tambaleara nuestra vocación magisterial.

Lo bueno, si además es breve... mejor

El tiempo que lleva hacer una tarea no necesariamente guarda proporción con lo que se aprende. Copiar el primer tomo de un tratado de fisiología médica quizá nos ocupe mucho tiempo, pero probablemente nos sirva menos que trabajar sobre cuatro o cinco conceptos básicos que podamos integrar mediante la reflexión, la discusión y la correspondiente conceptualización.

Tal vez existan trabajos que requieran largas horas de empeño y dedicación, pero con toda seguridad son menos que los que dejamos. La simple lógica indica que podemos conseguir un máximo de concentración y esfuerzo durante periodos breves, que si eso mismo lo intentamos con sesiones frecuentes, largas y tediosas.


No se le piden peras al olmo

Es de primera importancia tener claro cuál es el beneficio que esperamos de una actividad específica. Algunas tareas son lógicas en apariencia, pero un diseño errado no garantiza que se obtendrá lo que esperamos. Un ejemplo: si lo que pretendo es que los alumnos comprendan cuál es el tipo de relación que se establece entre las especies que comparten un mismo ecosistema, ¿para qué quiero que, en principio, averigüen los nombres científicos de sus vegetales y animales? ¿Qué utilidad tiene el hecho de que niños y niñas se ocupen de los aspectos zoológicos y botánicos? Es más, ¿para qué quiero que traigan una cartulina donde estén pegadas las ilustraciones obtenidas de una monografía conseguida en la papelería de la esquina?

¿No sería mucho mejor diseñar una actividad que efectivamente se centre en aquello que tiene que ver con competencia, niveles tróficos y relaciones simbióticas? ¿Por qué no proponer mejor un problema que obligue a la reflexión?

¿Meta o punto de arranque?

Quizá algunos maestros y maestras no estén muy de acuerdo, pero la tarea no es un fin en sí mismo. No necesariamente es la conclusión o cierre para un contenido temático. Es un conflicto pensar que en todos los casos se trata de un punto final. ¿Acaso la tarea no sería un valioso punto de arranque para continuar trabajando con los estudiantes que, luego de haberla realizado, ya tienen mayores elementos como para profundizar y construir sobre ese andamiaje básico de conocimiento? ¿Por qué no intentar que, en lo sucesivo, haya también tareas que no sean la meta sino la salida?


Hay otras maneras para conseguir papel de reuso

Sin ánimo de ser bruscos o descorteces, le conminamos a pensar en lo siguiente:
la tarea, cualquiera que ésta sea, implica un esfuerzo por parte del alumno. En principio para aprender. Maestras y maestros comprometidos con ese esfuerzo, lo menos que pueden hacer es brindar la retroalimentación correspondiente. El alumno tiene derecho a obtener de regreso las orientaciones que correspondan, tales como los aciertos, las equivocaciones, los faltantes, los ajustes que serían necesarios. En fin: todo aquello que le permita sacar el mayor provecho de la experiencia.

Si los trabajos se van a acumular hasta el final del semestre, si no van a ser revisados con un mínimo de atención, si no van a ser devueltos en tiempo y forma a los alumnos; si tampoco van a contribuir a mejorar el proceso de aprendizaje, y tan sólo serán como un trámite burocrático... habrá que pensar seriamente si estamos convirtiendo nuestras tareas en una leyenda negra.


Comandos paternos involuntariamente reclutados

Es también común que para algunos maestros la tarea represente el último recurso, cuando por alguna razón -la que sea- en la clase no se ha podido terminar de hincarle el diente a algún aprendizaje: una operación no comprendida, un concepto que no termina de entenderse o la simple falta de tiempo suficiente. Cuando la tarea tiene su origen en alguna de esas causas, quizá tranquilicemos nuestra conciencia, pero tiene sus inconvenientes.

El primero de ellos es que renunciamos a nuestra responsabilidad y, en el mejor de los casos, le pasamos la estafeta a los padres y las madres de los alumnos. Es verdad que deben estar al tanto de la educación de sus hijos y, de ser posible, colaborar con ellos; pero en principio sigue siendo nuestra responsabilidad. Si nosotros mismos no pudimos trabajar mejor con nuestros estudiantes, cómo esperar que sean los padres -quienes por muy padres que sean, no son profesionales de la educación- los que den la pincelada final a nuestra labor.

¿Acaso no sería más razonable continuar con el trabajo grupal en clase, hasta que no quedemos satisfechos con el resultado? ¿O en todo caso echar mano de tareas parciales que permitan aproximaciones sucesivas, sin necesidad de recurrir a la tarea como tablita de salvación artificial?

Conviene reflexionar en el momento de preparar las clases. Vale la pena dedicar un tiempo para pensar en el diseño de las actividades que los alumnos harán en casa. Mejorar nuestra actividad docente es importante para los alumnos; pero, sobre todo, es importante para uno mismo: hacemos un trabajo de construcción personal y profesional que nos hace sentir más satisfechos.

Ésa es la propia tarea.