Foto de Alejandro PiscitelliAlejandro Piscitelli, licenciado en Filosofía de la Universidad de Buenos Aires, es el gerente general de Educ.ar S.E., el portal educativo del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología. Es profesor titular de la Universidad de Buenos Aires y ha ejercido también la docencia en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), la Universidad de San Andrés, y en varias universidades argentinas, latinoamericanas y españolas. Además, es invitado permanente a reuniones, seminarios y mesas de discusión en el país y en el extranjero. Publicó entre otros textos, Meta-cultura, El eclipse de los medios masivos en la era de Internet (2002), Ciberculturas 2.0. En la era de las máquinas inteligentes (2002), Post-Televisión. Ecología de los medios en la era de Internet (1998). En estos libros -así como en sus publicaciones virtuales en Interlink Headline News - aborda el proceso de las nuevas tecnologías con una original mirada interdisciplinaria, que combina productivamente las ciencias exactas, la dimensión histórica y social y las ciencias de la comunicación. Estas perspectivas pueden observarse en el texto que presentamos a continuación.

1. Hipertexto, definición y características

No hay palabra más vapuleada, cuando de conectar las nuevas tecnologías con las humanidades y la enseñanza se trata, que hipertexto, un comodín agradable y reiterado, que muy pocos conocen en detalle y que se asocia demasiado fácilmente a la navegación de la red internet y rara vez a su uso efectivo.

Por hipertexto se entienden las cosas más variadas: un concepto, la convergencia entre teoría y tecnología, una estructura mental, una operación asociativa del proceso de lectura, una herramienta informática; pero -como bien sintetiza Susana Pajares Tosca en su excelente Literatura Digital. El paradigma hipertextual (Cáceres, Universidad de Extremadura, 2003)- como cualquier cosa que tenga que ver con textos digitalizados o con un texto impreso de estructura no-lineal.

La palabra fue acuñada por Ted Nelson en 1965; la idea inicial fue de Vannevar Bush, prohijada en fecha tan temprana como 1945. Su visión -nunca realizada- fue la máquina llamada Memex, una biblioteca mecánica capaz de contener toda la información (libros, artículos, etc.) interesante para alguien, y de permitir el acceso a ella de forma asociativa uniendo partes de los documentos entre sí.

Se trata, pues, del cruce de dos problemáticas: de un sistema automático de organización de la información, por un lado; y del afán enciclopédico e integrador de todas las redes de información, por el otro.

Ya metidos dentro de este paradigma hipertextual diversos autores y corrientes enfatizan distintas aproximaciones posibles. Los ingenieros insisten en la recuperación manual de la información. Los lingüistas están preocupados por una gramática hipertextual que genere automáticamente enlaces. Más cerca de nuestras preocupaciones otro grupo de autores (entre ellos Geoffrey Numberg, Roger Chartier, Christian Vandendorpe) están más interesados en cómo se transforma la idea del texto que con la llegada del hipertexto.

Quizás quienes se sintieron más convocados por estas nuevas prácticas fue ese grupo de autores en el campo de la literatura y de la cultura que, interesados por el carácter epistemológico del texto, creyeron ver en el hipertexto la encarnación de la literatura de vanguardia o de las corrientes teórico-filosóficas contemporáneas, incluyendo los aportes monumentales de Roland Barthes, Jacques Derrida, Felix Guattari, etc.

George Landow es el más importante exponente de esta tradición y define al hipertexto como un texto compuesto por un bloque de palabras (o imágenes) vinculadas electrónicamente por múltiples caminos, cadenas, huellas, en una textualidad abierta y perpetuamente inacabada descripta por palabras claves como enlace, nodo, red y camino.

Como bien dice Pajares Tosca, Landow exagera, sus hipertextos de curso son bastante menos abiertos de lo que proclama, y además recientemente redujo su definición, que pasó de ser una catedral de palabras enlazadas a una más trivial como tecnología informática.

Las confusiones en el terreno son mayúsculas, como lo testimonian una gran variedad de definiciones contradictorias del hipertexto como la que aporta Jay David Bolter, como espacio de escritura electrónica en general.

Otro autor clave en estos temas es Michael Joyce, cuya hiperficción Afternoon es una de las estudiadas en la historia y cuya obra teórica Of Two Minds. Hypertext Pedagogy and Poetics (1995) fue una contribución central en este terreno. Joyce agrandó el campo insistiendo en el carácter visual del espacio digital que alberga el hipertexto, añadiéndole una serie de características técnicas que nuevamente parecen decir más acerca de sus aspiraciones y deseos que de los hipertextos reales.

Para Pajares Tosca hay que olvidarse de muchas de estas distinciones primerizas y confusas (incluyendo los aportes de un pionero español como fue Antonio Rodríguez de las Heras en Navegar por la información, Fundesco 1992) y hay que hacer entrar en escena a la segunda generación de teóricos literarios interesados por el hipertexto compuesta por autores como Janet Murray y Espen Aarseth.

Lo que tienen de interesante ambos autores es que sus propuestas se descargaron de los lastres de las teorías literarias y de las metáforas confusas, buscando acuñar una retórica propia de lo digital. Así Murray, además de dar una definición canónica del hipertexto como conjunto de documentos de cualquier tipo conectados entre sí por links, inmediatamente añade que las historias escritas en hipertexto pueden dividirse en páginas con desplazamiento vertical (scroll) o tarjetas, pero que lo mejor es pensarlas como trozos de textos o lexias.

Mejora aún el enfoque Espen Aarseth -actualmente compañero de trabajo de Pajares Tosca en la Universidad de Copenhage- cuando insiste en que en vez de hipertexto deberíamos hablar de cibertexto, enfatizando en que en estos textos el lector tiene la posibilidad de elegir su propio camino o aventura, y que sus acciones cambian el desarrollo del texto. Se trataría de textos dinámicos, como un juego gráfico de aventuras o el I-Ching. Entra aquí bajo consideración el concepto clave de interactividad.

Como se comprobará viendo los diversos intentos de Pajares Tosca de encontrar en esta literatura seminal una buena caracterización de hipertexto, para inmediatamente descartar a tal o cual autor, este terreno de las definiciones no es fácil y está asociado a la emergencia de nuevas estructuras narrativas, de nuevas prácticas discursivas y, sobre todo, de nuevas categorías para la lectura y la narración que encuentran en la tecnología informática su punto de partida, sus limitaciones y sus potencialidades.

Por ello después de tanto devaneo es interesante asomarnos a la definición de la propia autora, que desbroza la maleza anterior y hace una propuesta interesante y llamativa. Para ella el hipertexto es una estructura de base informática para organizar información que hace posible la conexión electrónica de unidades textuales a través de enlaces dentro de un mismo documento o con documentos externos. Requiere de la manipulación activa del lector para poder ser leído/utilizado, además de la actividad cognitiva común a cualquier proceso de lectura.

Pajares insiste en que su definición logra una síntesis interesante entre la idea de hipertexto como categoría genérica-textual de base informática, y de hipertexto como producto concreto de una tecnología. Para entenderla, qué mejor que avanzar en definiciones y usos conceptuales.

1.1 Descripción

La definición de Pajares Tosca es básicamente operacional y se resume en la siguiente ecuación

Hipertexto = Texto electrónico (Nodos) + Enlaces

En su concepción, un nodo puede constar de unas pocas palabras o de miles de ellas; puede estar compuesto por un elemento simple o contener varios; puede ser texto, imagen o sonido en cualquier combinación imaginable.

No todo texto digitalizado es un hipertexto, sino que se necesita que haya enlaces internos o externos entre los elementos. Cuando el enlace se encierra sobre sí mismo tenemos un hipertexto acotado o limitado (como los CD o las ficciones canónicas de la compañía Eastgate). Cuando son externos tenemos como horizonte la Web entera, aunque muchos de los documentos individuales que pueblan internet no son hipertextos.

Correlativamente hay distintos grados de linealidad en los hipertextos. De hecho hay muchos hipertextos que son incluso más rígidos que el texto tradicional mismo, al obligarnos a recorrer caminos preordenados. En el otro extremo -y estas son las estructuras que más nos interesan- el autor puede hacer que los caminos se complementen, y que se pueda saltar de unos a otros eligiendo el orden de la lectura. O que se excluyan, de manera tal que las decisiones del lector determinen el desarrollo de la historia (en ficción) o el punto de vista que se ha elegido (en no-ficción).

Importa recordar una vez más que la no-linealidad (o no-secuencialidad) no es una característica inherente del hipertexto sino una alternativa organizativa.

El hipertexto tiene la posibilidad de ir más allá de la linealidad de la mayoría de los textos impresos, sin que esto signifique que tal cualidad es esencial, ni que sea imposible de obtener en los textos impresos, según demuestran los ejemplos canónicos de Rayuela, de Cortázar (1963), o el Diccionario Jázaro, de Milorad Pavic, así como otras variantes de la "novela-artefacto", la "novela-estructura" o "la novela tipográfica", y que coinciden en participar de las características de la "obra abierta", denominación acuñada por Umberto Eco, o de la obra neobarroca en la perspectiva de Omar Calabrese.

Bajo la categoría de libro-juego se agruparían desde las novelas "leves" de Lawrence Sterne y Denis Diderot, pasando por la "novela nueva" francesa y las obras del grupo OuLiPo, hasta las recientes creaciones de la novela posmoderna y la narrativa hipertextual.

Belén Gache, en su llamativo Escrituras nómades, LimbØ Ediciones, 2004, ha examinado meticulosamente todas estas variantes de las literaturas no lineales. Más allá de las idas y vueltas no olvidemos que el resultado final de la lectura de un hipertexto es tan lineal como el de un texto, puesto que a pesar de los puntos de inflexión la experiencia lectora es finalmente unidireccional.

Por ello difícilmente nos liberaría el hipertexto de la linealidad del texto como más de un ingenuo -nosotros incluidos- pudimos suponer en algún momento, algo muy bien argumentado y comentado por Martin Rosemberg en un artículo importante incluido en la compilación Teoría del hipertexto, de Landow, como es "Física e hipertexto".


1.2 El lector

La actividad del lector viene dada por la existencia de enlaces, cuya activación le añade a la lectura hipertextual una dimensión nueva, de la que carece la lectura del texto impreso. Elegir entre un enlace y otro implica siempre un cálculo previo acerca de lo que podemos encontrar del otro lado, una anticipación que por un lado es cognitiva (en relación con lo leído) y por otro lado tiene un desenlace mecánico, como bien dice Susana Pajares Tosca, ya que se trata de mover el mouse y de activar una zona de la pantalla.

Autores de la talla de Jane Yellowlees Douglas y Jay David Bolter imaginaron hace más de una década que la capacidad de elección del lector brindaría un aumento ilimitado de su/nuestra libertad. Sobre todo porque esta libertad permitiría que al leer, el lector se convirtiera en un coautor, yendo mucho más allá de cualquier fantasía de la teoría de la recepción.

Pero en realidad aquí hay mucho más de deseo que de realidad. Una cosa es poder elegir en qué dirección navegar, saltar o saltear, y otra muy diferente es ser el autor del texto. El principal error de estos hipertextualistas libertarios fue haber confundido la epistemología de la recepción estética con la materialidad de un tipo de estructura organizativa del hipertexto. Ironizando, Pajares Tosca insiste que en el caso del hipertexto lo que hay es menos y no más libertad de elección que frente al texto ordinario.

¿Pero por qué se debe esperar tanto de un artilugio mecánico? ¿Y cómo se pudo suponer que en décadas se invertiría una tendencia ancestral que le daba al lector ciertos atributos y libertades y no más, por razones mucho más complejas y centrales que la mera materialidad del artefacto de escritura?

La razón es evidente. Fuimos muchos los que confundimos el funcionamiento del hipertexto con la reproducción más acertada imaginable del funcionamiento cerebral, mientras que el libro habría sido una estratagema del logos occidental por disciplinar capacidades analógicas de la razón, aherrojándola en las mazmorras imitativas de la analítica aristotélica, cartesiana e incluso hegeliana.

Si esperábamos que el hipertexto realizara la revolución epistemológica que la filosofía hace tanto está postergando, el error fue mayúsculo. Ni los neurólogos saben cómo funciona la mente, y quizás sólo el arte presenta modelos interesantes de bricolaje entre la intuición y el desarrollo científico al día de hoy -como puede apreciarse en la película The Butterfly Effect.

En este tren de reflexiones otra idea que resulta no menos vapuleada es la de interactividad, otro caballito de batalla que defiende a ultranza el carácter emancipatorio del hipertexto. Porque si por interactivo se entiende aquel acto comunicativo en el que todos los participantes tienen la misma posibilidad de emitir y recibir señales, así como de influir en el proceso propiamente dicho de la comunicación, personajes claves como Espen Aarseth insisten en que la noción de interactividad no tiene ningún sentido en el contexto de la ficción electrónica o del hipertexto. Ya que la exploración de lo dado de antemano no es interactividad.

Aparentemente una noción más adecuada para describir el tipo de articulación que se da entre el lector y la máquina hipertextual es el de agency -o actuación- de Janet Murray. Se trata del poder significativo de llevar a cabo una acción con resultados.

Lo que más nos llama la atención en la interacción con la máquina es la capacidad de reacción de la computadora, y la cantidad incesante de opciones (predeterminadas, aunque nosotros no sepamos el alcance o la profundidad) que se nos abren permanentemente, y nos permiten recursivamente actuar sobre lo actuado.

Es interesante destacar que "actuación" tiene poco y nada que ver con los movimientos de un juego de azar, porque en estos el resultado no está ligado a las acciones. Por lo mismo el ajedrez sería un excelente ejemplo validante, porque cada acción supone poco movimiento pero -eso sí- una cascada impresionante de efectos irreversibles (al mejor estilo de The Butterfly Effect).

Pero aun así esta perspectiva es limitada y deja mucho que desear en términos de las relaciones reales que los lectores tenemos con el hipertexto. Por ello para avanzar conviene hacer algunas distinciones en el campo de la autoría hipertextual.


1.3 El autor

El hipertexto requiere del autor un trabajo adicional e idiosincrático respecto de lo que hace un autor tradicionalmente al enviar material a la imprenta, porque el contenido -además de ser trabajado estilísticamente y retóricamente- debe ser organizado hipertextualmente.

Más importante aún -en contraposición con muchas promesas incumplibles-, el hipertexto no supone la muerte del autor ni que su papel y el del lector converjan. Podría darse, al revés, una sobrepresencia del autor interesado ahora no sólo en crear un camino sino múltiples, para que los lectores puedan recorrer no una sino varias alternativas posibles (como se ve en las ficciones de tramas múltiples como las películas El día de la marmota, Corre, Lola, corre y ahora El efecto Mariposa, a diferencia de Memento, que recurre a los flashbacks continuos para regenerar un camino único).

No queda duda de que construir una red de nodos fragmentados de manera que permitan diferentes caminos de acceso es más trabajoso que escribir un texto lineal al uso tradicional al que todos estamos más o menos acostumbrados.

Cuando nos metemos en el mundo del hipertexto hay que contestar preguntas que no preexisten en el mundo del papel lineal, tales como ¿dónde empieza el hipertexto?, ¿se puede decir que hay un final?, ¿se puede asegurar que el lector pase por determinados nodos vitales o se trata de coartar su libertad?

Pero más allá de si podemos, queremos o sabemos contestar esas preguntas, de lo que no cabe duda es de que siempre hay un principio... y siempre hay un final. Nadie que entra a un hipertexto puede salvarse de tener frente a los ojos una pantalla inicial. Cualquiera que navegue un hipertexto real (no la fantasía del libro infinito, vacío, abierto o lo que fuera) debe realizar procedimientos efectivos para desplazarse de un espacio a otro en el mundo del hipertexto.

Podríamos imaginar la existencia de un motor aleatorio que cambiara permanentemente lo que llamamos la página inicial, así que esta podría ser cualquiera. Pero en ese caso, más que en el ámbito de la hiperficción estaríamos en el de los experimentos literarios, como es el caso de Raymond Queneau en Cien mil millones de poemas.

En cuanto a cuándo terminar de leer un hipertexto la cuestión no es menos compleja, porque no hay ninguna indicación (la aparición en la pantalla o en el papel de leyendas tales como The End, Fin, última página) que le indique al lector que la experiencia ha acabado. Los libros se terminan físicamente (aunque pueden continuar en otros volúmenes, que también se terminan físicamente). En cambio los hipertextos están eternamente abiertos.

Por ello hay autores -según Pajares Tosca- que han proclamado que un poema o un ensayo o una novela tienen clausura o plenitud poética, es decir que dejan satisfechos a los lectores, que ya no van por más. Porque sienten que no falta nada que no esté ya incluido en el texto. Sin embargo, el tema admite muchas variantes y conviene explorarlas detenidamente según unos buenas señalamientos que hace la autora en su libro.

En cuanto a la libertad que hay que darle al autor hemos pasado en los últimos 15 años de una fascinación por la libertad extrema a la comprensión de que el autor tiene la capacidad de generar una tensión dramática y un manejo de los personajes o de los hechos mucho más astuto, integrado e interesante que el "todo vale". Para lo cual son más que bienvenidas nuevas herramientas como Connection System que permiten aumentar las posibilidades del html de modo que los hipertextos respondan a las exigencias de los autores de formas complejas y amigables mediante enlaces condicionales, textos variables, contadores, etcétera.

Pajares Tosca muestra con habilidad la existencia de recursos tipográficos y de navegación que convierten más o menos en cautivo al lector y llevan a desbarrancar las críticas y objeciones a la supuesta disolución de nuestro texto en otros mayores o más englobantes. Aunque los links aparentemente permiten sacar fácilmente a un lector de nuestra producción y hacerlo derivar y perderse en el ciberespacio, en la práctica los hipertextos son mucho más acotados y la navegación es bastante más limitada de lo que generalmente se cree (o teme).


2. Historia, teoría e ideología del hipertexto

Uno de los aspectos más interesantes del recorrido que iniciamos más arriba es la constante confusión que se produce entre teoría y tecnología, entre práctica e ideología. Mientras que en otros territorios más macro y menos contaminados por las preocupaciones de inscripción material (lecturas convencionales) estas cuestiones aparecen más en filigrana, en el doble camino que va de la apropiación por parte de la crítica literaria del hipertexto y en las promesas del hipertexto para la liberación de la escritura, lo que vemos son más manifiestos que obras concretas y más promesas vacías que encarnaciones efectivas de la teoría.

Por eso conviene prestar atención a las observaciones de Pajares Tosca cuando, sin relativizarlos, pone en sus lugares a los aportes pioneros de Vannevar Bush y de Ted Nelson, mucho más interesados en sistematizar y gestionar los sistemas de conocimiento (con fines militares o civiles) que en avanzar en cuestiones más epistemológicas, cognitivas y de mediación (a la Regis Debray), como es la preocupación de quienes queremos enlazar la tecnología con la narrativa.

Porque en rigor el hipertexto no salió armado de la cabeza de estas luminarias, sino que es el resultado de cruces muy complejos en los campos de la informática, la documentación y las humanidades, que recién comienzan a ser rescatados en las obras más recientes que critican al tecno-romanticismo (como la de Richard Coyne Technoromanticism. Digital Narrative, Holism, and the Romance of the Real) de sus tecno-reduccionismos anteriores.

En este grupo de ensayistas, analistas, profesionales y defensores de la transición hacia nuevos espacios escriturales, además de Walter J. Ong, Marshall McLuhan y David Olson, ocupa un lugar destacado David Jay Bolter, quien desde su obra pionera Writing Space. The computer, hypertext and the history of writing fue uno de los primeros en hacer hincapié en la necesidad de diferenciar a la escritura electrónica de todos los métodos anteriores.

Quienes critican con facilismo la fluidez del texto electrónico pasan por alto las enormes ganancias cognitivas y expresivas que supuso la flexibilidad del texto electrónico para ser modificado, transportado y enviado, y cómo esto ha cambiado en forma dramática e irreversible todos nuestros hábitos de trabajo y de pensamiento, pero también de imaginación y de diseño (de la información).

Sin embargo, muchas de las promesas del hipertexto quedan confundidas y atemperadas por una redomada ideología hipertextual que nos quiere vender un horizonte de redención tecnológica, cuando de lo que se trata precisamente es de investigar en concreto los diversas acoples que se pueden dar entre tecnología y humanidades, desandando el camino y avanzando en forma oblicua por otros terrenos.

Concordamos plenamente con Pajares Tosca cuando sostiene que el problema fundamental de la teoría hipertextual ha sido intentar alinearse epistemológicamente en las filas del postmodernismo, presentando al hipertexto como una realización de sus ideas históricas y oponiéndolo al texto impreso.

Para ella es inherentemente contradictorio caracterizar al hipertexto como un discurso postmodernista descentrado, por un lado, al mismo tiempo que se fomenta una retórica ilustrada del progreso textual según la cual el hipertexto es la culminación del proceso evolutivo y la panacea de todos los males anteriores.

Sin embargo, y esto es lo más importante, hacer esta crítica no implica para nada desautorizar la novedad epistemológica y las promesas de reforma de la narrativa que el hipertexto efectivamente aporta. De lo que se trata es de ver qué se ha hecho hasta ahora con el hipertexto, qué se puede llegar a hacer, qué no se puede lograr, y dónde nos deja todo esto en relación con nuestro análisis permanente de la coevolución tecnología/cultura.

Referencias