Filósofo: Lo que digo es que el robo de criaturas durante la dictadura acaba siempre en un debate sobre la identidad de los hijos criados por otros, y me parece que esto no nos lleva al núcleo central de la cuestión.

Escritor: Pero no me vas a negar que se trata de una discusión muy importante. Tiene que ver con la definición misma de esos chicos como personas. Por eso te planteaba: es tanto un problema de identidad como un problema de identificación.

Filósofo: Yo no digo en absoluto que la cuestión no sea importante; digo que no me parece la cuestión más importante o, si querés, la única cuestión importante. Vos mismo me lo acabás de confirmar. Hablás de identificación y estoy de acuerdo. Pero fijate que así reforzás mi punto. Porque ¿cómo se construye esa identificación? Hace varias generaciones, cuando predominaba la familia que los antropólogos llaman tradicional o extendida, se daba por supuesto que tanto los padres como los hijos construían su subjetividad tomando como referencia la de los abuelos, con los cuales convivían. Después esto cambió, se generalizaron las familias nucleares y fueron los padres quienes pasaron a ocupar el centro de la escena. Pero en los tiempos que corren, todos sabemos que la figura de los padres ha sido desplazada en gran medida por la influencia que ejercen sobre los hijos sus maestros, los modelos que les proponen los medios de comunicación, los valores con que los bombardean las propagandas de todo tipo...

Escritor: Sí, está bien, pero esto que decís no vale la pena para los bebés o, digamos, para los chicos de 3 o 4 años. Coincido en que, en términos generales, la influencia de los padres disminuye bastante rápidamente a medida que un chico crece. Pero quedan los primeros años y las marcas profundas que dejan...

Filósofo: Si me permitís, con dos salvedades importantes. La primera, que hoy la lucha contra los apropiadores no concierne ya a bebitos sino a adolescentes y, en ciertos casos, a jóvenes adultos. Es decir que el asunto de la identificación se vuelve tan complejo y discutible como yo te señalaba antes. Y la segunda salvedad es que, justamente porque tenés razón acerca de los primeros años de crianza, mi argumento adquiere todo su valor.

Doble asesinato

Escritor: A todo esto todavía no me dijiste cuál es tu argumento.

Filósofo: Dicho de manera muy sencilla, lo que sostengo es que, en la mayoría de estos casos, nos hallamos ante un doble asesinato: el de los padres desaparecidos y el del hijo que no pudo ser...

Escritor: Pero fue. Por eso se lo busca, para restablecer su identidad.

Filósofo: No, no fue. Si sos coherente con lo que dijiste antes, en los primeros años se formó un chico distinto del que habían deseado sus padres, un hijo diferente del de sus sueños y que ni siquiera tuvo el nombre que le habían imaginado.

Escritor: Eso es muy duro.

Filósofo: Es que es muy duro y muy terrible lo que pasó. Insisto: fue un doble crimen y así tiene que ser juzgado. Amparándose en la fuerza del Estado terrorista, los criminales decidieron dos cosas a la vez: una, que los padres no tenían derecho a la vida; y otra, que el hijo de esos padres no tenía derecho a la vida que ellos o su familia le habrían dado. Por eso el tema de fondo es hasta dónde puede haber restitución de los derechos violados y, en los dos casos, lo trágico de esta historia es que la restitución sólo puede ser parcial.

Escritor: Me hacés pensar en varios ejemplos literarios bastante famosos. Pero antes quiero saber si te estoy entendiendo. ¿Por qué hablás de restitución de derechos y, más aún, de una restitución que sólo puede ser parcial?

Filósofo: La manera más simple de explicarlo es esta: el asesino que mata a su víctima y que no es castigado por hacerlo está demostrando que, en verdad, la víctima no tenía derecho a vivir, que le quitó algo que no tenía. Aunque suene espantoso, mientras no se lo castigue el asesino tiene razón. Literalmente, se sale con la suya.

Escritor: Bueno, pero supongamos que se lo castiga.

Filósofo: En ese caso, la sociedad le restituye a la víctima un derecho que sí tenía y establece que el victimario le quitó algo que le era propio y que la comunidad valora y protege. Por eso el castigo es absolutamente indispensable y positivo. Dejame usar un poco de la jerga a la que estoy más acostumbrado: el criminal negó el derecho de otra persona y por eso, a través del castigo, la sociedad lo niega a él. No hace falta haber leído a Hegel para saber que la negación de una negación produce un resultado positivo.

Escritor: Y que, por lo tanto, la impunidad es aberrante porque, en los hechos, le da la razón al que mató o al que robó o al que violó. La impunidad está confirmando que la víctima efectivamente no tenía el derecho que se le atribuía y que ella misma creía tener. Es monstruoso.

Filósofo: Y mucho más todavía cuando se trata de un homicidio. Porque un ladrón puede devolver lo que robó pero un asesino no puede devolverle la vida a su víctima. Precisamente por eso, en este caso, la restitución es imprescindible pero resulta necesariamente parcial...

El crimen y el castigo

Escritor: Esto me trae a la memoria una vieja discusión talmúdica que marcha en el sentido de tu planteo. Según el Talmud, Dios únicamente puede perdonar las ofensas que se cometen contra él pero no las que se cometen contra otras personas. Si uno calumnia a alguien, por ejemplo, no alcanza para nada con que vaya al templo y se arrepienta ante Dios. Tiene que pedirle disculpas y ser perdonado por la persona a la que calumnió. Y aquí surge el problema.

Filósofo: Ya me imagino. Cuando el delito es un homicidio, ¿cómo puede un muerto perdonar al criminal?

Escritor: Así es. Por eso hay intérpretes que sostienen desde hace siglos que un asesino merece castigo pero no tiene perdón.

Filósofo: Es en esa dirección que apuntaba mi argumento...

Escritor: Pero vos hablabas de un doble asesinato y resulta que el hijo o la hija están vivos. ¿Por qué la restitución tampoco podría ser completa en este caso?

Filósofo: Por lo dicho antes, porque a ese hijo o hija se les puede y se les debe restituir la identidad que les fue arrebatada pero, realmente, esto es posible hasta cierto punto. El hecho aberrante pero irrefutable es que hay una criatura que nació del deseo de sus padres y que la canalla represora les impidió a esos padres que realizaran su deseo y que la siguieran criando. Ni ellos ni tampoco su familia.

Escritor: Podríamos hablar aquí de una muerte simbólica, la muerte de esa subjetividad que no se formó de acuerdo con el sueño de los padres.

Filósofo: Es claro. Y desgraciadamente esta dimensión, que es constitutiva, no resulta recuperable. Por eso insisto en la idea del doble asesinato y de la restitución parcial. No para opacar el esfuerzo admirable de las Abuelas y de todos quienes las acompañamos en su lucha sino para poner en evidencia la magnitud del crimen que cometieron los "salvadores de la patria" y del que se hacen cómplices quienes hoy quieren correr pudorosamente un telón sobre el pasado.

Escritor: Ahora te entiendo mejor y tenés razón. Pero duele, duele mucho aceptarlo. Por un lado, los desaparecidos; por el otro, los mutilados. Es terrible.

Tragedia, comedia

Filósofo: ¿Sabés lo que pasa? Que una realidad sin velos resulta tan insoportable como mirar al sol de frente y con el ojo desnudo. Es natural que se prefiera no ir tan a fondo. Probablemente sea más sensato convertir cada reencuentro en una fiesta sin más sombras que el luto por los padres perdidos.

Escritor: Esto me recuerda algo que escribió nuestro amigo Hospes: que el restablecimiento de la identidad (un tema muy frecuente en la literatura clásica) se asocia con la alegría antes que con el dolor. O sea que la recuperación de la identidad perdida se inscribiría mucho más en el género de la comedia que el género de la tragedia.

Filósofo: Seguramente debe ser así. Aunque haya excepciones tan notables como la de Edipo.

Escritor: Sin duda. Pero lo que venimos diciendo hace bastante entendible que, finalmente, domine la alegría. Para usar tus palabras, por más auténtica que sea, la fiesta sirve también de velo para aliviar la angustia. Por eso sabemos cuánto cuidado hay que poner en el manejo de los reencuentros.

Filósofo: En esto, las Abuelas han aprendido mucho y son conscientes de la dosis de ambivalencia que encierra esa alegría. Pero vayamos a alguno de tus ejemplos literarios.

Escritor: Hay uno muy conocido, que además contiene una gran enseñanza. ¿Te acordás de las Novelas ejemplares, de Cervantes? Una de las más deliciosas es La gitanilla.

Filósofo: La recuerdo vagamente. La protagonista es una chiquilina hermosísima, que canta y que baila como los dioses...

Escritor: Sí, tiene quince años, se llama Preciosa y hace honor a su nombre: nadie vio nunca a una muchacha tan talentosa y tan seductora. Por el modo en que la retrata, estoy seguro de que el propio Cervantes se enamoró de ella. Pero, en realidad la gitanilla no es tal. La que ella cree que es su abuela la había robado cuando era bebita y después la crió con mucho amor y la educó y la protegió...

Filósofo: ¡Otra ladrona de identidades!

Escritor: Exactamente. Sólo que por amor a Preciosa, un día acaba confesando su delito. Ocurre que van a condenar injustamente al novio de Preciosa y, entonces viendo la desesperación y el desconsuelo de la muchacha, a la vieja se le parte el alma y dice: "Yo haré que estos llantos se conviertan en risa, aunque a mí me cueste la vida". Se echa entonces a los pies del Corregidor y de la Corregidora y no sólo les pide clemencia sino que les revela que Preciosa es en verdad Costanza, la hija de ellos que había desaparecido quince años atrás.

Filósofo: ¿Y cómo termina la historia?

Escritor: Termina bien, en medio de la alegría. Los padres verifican que en efecto se trata de su hija. Y no sólo perdonan a la vieja gitana sino que el Corregidor le dice a la jovencita una frase que sé que te va a impresionar: "Este nombre, Preciosa, quiero que te quede, en memoria de tu pérdida y de tu hallazgo".

Filósofo: Me impresiona mucho; confirma mi argumento: el propio Corregidor está aceptando que Costanza ya no existe...

Escritor: Y habla de la "pérdida", que produce tristeza, y del "hallazgo", que genera alegría pero (aunque Cervantes no lo diga) también genera angustia, porque quince años son mucho tiempo.

Filósofo: ¿Esa es la enseñanza a la que te referías?

Escritor: No. Me refería a otra que me parece también muy importante. Y es el ejemplo real de amor que nos da la vieja gitana cuando confiesa, aunque está convencida de la van a matar. Tiene la virtud de ser generosa y tiene la sabiduría de comprender que no hay felicidad duradera que pueda construirse sobre la mentira.

Filósofo: Justamente la virtud y la sabiduría que les ha faltado y les falta a una gran mayoría de los apropiadores, que siguen decididos a salirse con la suya. Hay que poder mirarse todos los días al espejo y ver reflejada la imagen de un ladrón de identidad. A esa gente no le importa ser cómplice de un doble asesinato ni del daño enorme que le hacen a los que llaman falsamente sus hijos.

Escritor: Son al mismo tiempo cómplices y ladrones. Y aplicando tu razonamiento, mientras permanezcan impunes, resultan la prueba viviente de que les han negado a esos hijos que dicen querer tanto un derecho tan fundamental como el de saber quiénes son.

Filósofo: Sí. Es como si la vieja gitana hubiera dejado que sufriera Preciosa para no sufrir ella misma. En todo caso, se trata de un amor/odio que daña de manera irreparable aquello que dice amar. Aunque los efectos patológicos recién se manifiesten con toda intensidad en la tercera generación. La historia del nazismo está llena de ejemplos...

Escritor: ¿Te parece que habrá muchos apropiadores que conseguirán salirse con la suya?

Filósofo: Sí y no. Si salirse con la suya es lograr que nos los descubran, es posible que sí y, más aún, que ya haya unos cuantos que se murieron o se están por morir sin confesar lo que hicieron. Pero si salirse con la suya quiere decir construir una familia feliz y tener hijos y nietos que crezcan realmente sanos, estoy casi seguro de que no.

Escritor: ¿Por qué el "casi"?

Filósofo: Porque lamentablemente la condición humana es un misterio insondable y hace mucho que dejé de creer en los cuentos de hadas. En estas cosas, todo es conjetural.

Escritor: Pero entonces, ¿qué nos queda?

Filósofo: La lucha por descubrir a los apropiadores. La lucha por encontrar a los hijos que se robaron. Eso nos queda: la lucha.


Tomado del sitio de las Abuelas de Plaza de Mayo
http://www.abuelas.org.ar/