"Otra forma de concebir a la escritura es pensar que escribir es el arte de tomar un dictado, y no de dictar. Cuando escucho lo que oigo y simplemente lo anoto, no soy yo el que genera el flujo de ideas, sino el que las transcribe. Cuando, por el contrario, me esfuerzo en escribir, es porque estoy intentando hablar en el papel en lugar de escuchar desde él."

Este enfoque puede sonar en parte decepcionante, ya que en vez de conseguir nuestro dominio del arte de escribir parecería que en él se tratara de una renuncia, de cambiar la posibilidad de desarrollar contenidos de valor por una especie de resignación que acepta cualquier asociación intrascendente que nos pase por la cabeza como válida. El principal valor de la aplicación de una perspectiva de este tipo radica en que la fluidez se hace posible, la exigencia inhibitoria se disuelve, pasamos de la tensión frustrante a una actitud de búsqueda y experimentación. El acento pasa de estar puesto en el material obtenido al escribir a la valoración de la acción misma de escribir, confiando en que a partir de este giro aparezcan sentidos de otra forma imposibles.

Hay también en el fondo de esta visión propuesta por Cameron una concepción distinta del sentido de la elaboración del pensamiento, acontecimiento central en la escritura: paradógicamente, alcanzamos existencia plena - tambié lo hace entonces nuestra capacidad reflexiva- cuando somos capaces de poner a un lado la intención y nos situamos en cambio en el cultivo de la espontaneidad y la expresión.

Las consecuencias de esta consideración son importantes: pensar no es empecinarse en ideas y perspectivas que no tienen que ver con nosotros sino hacer surgir, desde la existencia que nos atraviesa, los contenidos y movimientos que esa existencia pueda sentir suyos. Ponerse en situación receptiva, aceptar el truco de suponer que las palabras provienen de un más allá de nosotros es, paradógicamente, abrirnos a lo más profundo y propio, darle oportunidad de desarrollo al material crudo e intenso con el que tanto nuestra escritura como nuestro pensamiento se vuelven posibles y valiosos.

"Cuando escribir consiste en el proceso de anotar el siguiente pensamiento que se nos revela, entonces importa menos nuestra brillantez y más nuestra precisión? Podemos "pensar en algo sobre lo que escribir" o escribir sobre lo que casualmente estamos pensando. Podemos exigirnos escribir bien o dedicarnos más cómodamente a plasmar lo que parece querer surgir a través de nosotros, ya sea bueno, malo o indiferente."

En esta actitud respecto de la escritura podemos encontrar también un modelo de actitud vital válido en otros frentes. ¿Cuándo uno es más uno, cuando adopta una forma simulada y correcta o cuando por el contrario acepta las determinaciones que lo habitan y les da espacio para elaborarse en una vivencia problemática y real? La escritura, planteada de esta forma, es la oportunidad para el autodescubrimiento, para avanzar en el camino de lograr aceptar la autenticidad que es generalmente difícil poner en juego frente a uno mismo y frente a los demás. La escritura no puede ser pensada como un procedimiento formal. Al igual que el pensamiento ocurre en la medida en que esa autenticidad en principio tosca y muda logre tomar palabra y vivir en la expresión una forma de evolución.

"La mayoría sólo estamos dispuestos a escribir bien, y por eso la escritura supone tanto esfuerzo. Le pedimos que realice dos funciones a la vez: comunicarnos con otra gente e impresionarla al mismo tiempo. ¿Acaso nos sorprende que nuestra propia prosa ceda bajo la tensión de esta doble tarea?"

Para que los alumnos (y los docentes) puedan avanzar y llegar a ser capaces de expresarse por escrito es muy importante que se logre aclarar el objetivo de la escritura: escribimos para comunicarnos, para comunicarnos con nosotros mismos, para comunicarnos con las ideas y con los demás; escribimos para tener un espacio íntimo en el que formular nuestras impresiones e ideas, y para que estas puedan ensancharse y volverse más vigorosas; escribimos para aprender a pensar en el papel, y para dejar que ese pensamiento haga su camino propio viviendo la libertad de su forma auténtica; escribimos para entrenarnos en la autenticidad y para refinar al mundo, para obtener de él -en esa aparente soledad altamente poblada- la materia prima fundamental de la vida, el sentido.

Un último paso, tendiente a reconciliar a los docentes con la escritura en su estado de crudeza, tal como suele aparecer en los alumnos, y para valorarla en su justo término, evitando hacerla objeto de una crítica desenfocada:

"Escribir "bien" es como ver una película que ya hemos visto antes. Podemos admirar su arte, pero nada en ella nos helará las entrañas, hará que lloremos de emoción o que demos un grito ahogado de reconocimiento. A veces es la "mala" escritura la que consigue esto. La mala escritura, cuando es buena, es como la pizza de las calles de Nueva York: unas veces está demasiado crujiente; otras, una pizca pasada, pero su sabor característico es innegable. Tiene sabor, fuerza, sustancia. Para ser buena escritora tengo que estar dispuesta a escribir mal? En una palabra, hay que incluirlo todo, todos y cada uno de los pequeños detalles que cautiven nuestra imaginación. Ya lo arreglaremos después, si hay que arreglarlo".

Haríamos mucho daño como docentes si en vez de abrirnos al disfrute de sus prosas sencillas y llenas de vida, complejas e incorrectas (y palpitantes sobre todo en esa incorrección generalmente encantadora), nos transformásemos en jueves severos y descalificantes. Por eso es también importante que los docentes avancemos en nuestro adiestramiendo personal en el camino de la libertad de la escritura, para compartir la dificultad y la gracia de la experiencia en vez de repartir desencanto y frustración, cosa que los docentes de filosofía hacen con demasiada facilidad, creyendo que se trata de la consecuencia lógica de una posición inteligente.

Para terminar, una obsercación que Julia Cameron hace unas páginas más adelante, refiriéndose al texto que una amiga le lee en voz alta, desesperada por no lograr hacer avanzar un trabajo pendiente:

"Era prosa "buena" de la peor calidad."