Panorama de la ciencia y la tecnología hacia 1810

Ilustración de hombres construyendo un faro.

En el período comprendido entre 1760 y 1830 se produjeron sucesos decisivos para la ciencia, sobre todo por sus consecuencias prácticas. Los primeros cuarenta años de ese período corresponden a acontecimientos sociales de gran magnitud: las revoluciones políticas de los Estados Unidos y Francia, y la Revolución Industrial en Inglaterra. A principios del siglo XIX se afianzó el empleo del método experimental en la investigación, se avanzó en la sustitución de la capacidad muscular humana por otras fuentes de energía y se profundizó la mecanización. Estos fueron pasos importantes en el camino hacia el control de los fenómenos naturales.

Nuevas fuentes de energía

A principios del siglo XIX una de las principales fuentes de energía era la hidráulica, es decir, la basada en el aprovechamiento de las corrientes de agua. La mayor parte de los dispositivos empleados constaba de paletas que giraban alrededor de un eje horizontal y que requerían corrientes intensas para ser movidas.

También, en los molinos, se empleaba la energía eólica, proporcionada por el viento. Aunque la existencia del primer molino se remontaba a mil años atrás, en estos años comenzó a imponerse una innovación fundamental: el timón o "cola", que lograba que el propio molino se orientara por sí mismo según la dirección del viento. Hasta entonces, había sido necesario girar manualmente el molino alrededor de su soporte para lograr que las aspas enfrentaran al viento; el nuevo timón automatizó esa acción.

La máquina de vapor

Ilustración del funcionamiento de la máquina de vapor

Máquina de vapor de Watt.

A fines del siglo XVIII la máquina de vapor comenzó a desplazar a las otras fuentes de energía. En los primeros años del siglo siguiente apareció un nuevo modelo que comenzó a ser empleado como motor para transmitir movimiento a otras máquinas. Había sido inventado por un joven escocés llamado James Watt (1736-1819), hijo de un carpintero, que en su trabajo como ayudante de laboratorio había planteado una serie de reformas a la máquina de vapor anterior, patentada por el ingeniero inglés Thomas Newcomen (1663-1729). Constantemente perfeccionada, la máquina de vapor se utilizó durante décadas, hasta la invención del motor eléctrico.

La Revolución Industrial

Grabado del interior de una fábrica

Niños trabajando en una fábrica. Grabado de la época.

El empleo del vapor fue una pieza clave del extraordinario desarrollo conseguido durante este período identificado, precisamente, como Revolución Industrial.

En la Europa de 1810 se encontraba en pleno auge la mecanización. Su máximo esplendor se dio en Inglaterra, que ganó un lugar de vanguardia en la actividad industrial en el siglo XVIII. Otros países intentaron acercársele y fomentaron un desarrollo semejante: Napoleón, por ejemplo, ofreció un premio de un millón de francos a los constructores franceses para que aportaran ideas para construir maquinaria.

La industria textil

La mayor expansión correspondió a las actividades textiles, industria que se benefició con continuas innovaciones y perfeccionamientos en materia de maquinaria. Los progresos logrados en la mecanización de la cosecha de algodón ya permitían disponer de materia prima abundante y barata, de modo que ésta pasó a ser la fibra textil por excelencia. Un dato de 1810 muestra que en los Estados Unidos la producción de algodón era cincuenta veces superior a la de 1790. Fue así que la vestimenta confeccionada con algodón se volvió accesible para amplias capas de la población.

El último modelo de máquina textil era un desarrollo de una máquina de tejer que se denominaba informalmente "la mula", en alusión al animal que resulta de cruzar un caballo con un asno, ya que se trataba de la cruza de varios dispositivos preexistentes.

En 1804 el francés J.M. Jacquard (1752-1834) inventó un telar en el que la elevación y el descenso de los hilos de la tela eran controlados automáticamente mediante cartones perforados según un código. Las operaciones que debía realizar el telar estaban representadas en las tarjetas perforadas, de modo que el diseño del tejido correspondía con la disposición de las perforaciones. Por medio de distintas secuencias se podían obtener complejos diseños. El sistema desarrollado por Jacquard requirió una minuciosa puesta a punto para que funcionara correctamente. Su calidad queda en evidencia por el gran número de telares que, con ligeras variantes, lo utilizan.

Las fábricas

A fines del siglo XVIII, con la aplicación de la energía hidráulica a los procedimientos industriales, surgieron las fábricas, llamadas hasta entonces molinos. En las fábricas se reúne en un espacio limitado a una gran cantidad de trabajadores, que hacen uso de diversas máquinas, cuyo número no cesa de crecer. El trabajo se fragmentó, y cada sector se hace cargo de una etapa distinta. El ritmo es ahora impuesto por las máquinas.

En términos de la organización de la producción, el trabajo en las fábricas representa un desarrollo, pues se hace más sencilla la recolección de la materia prima, se facilita la distribución de los productos terminados y se fomenta la especialización en los conocimientos.

El trabajo de mujeres y niños

En 1810 numerosos establecimientos textiles ingleses empleaban a mujeres y niños porque, según decían, sus modos de ser se prestaban naturalmente a la ejecución del tipo de trabajo, monótono y repetitivo, propio de la mecanización. La característica más reconocida de los niños era su docilidad, tanto en el desarrollo de la tarea como en el aprendizaje. Los niños comenzaban a trabajar a partir de los cinco años, por el alojamiento y la comida. En 1802 una ley reglamentó el trabajo de los que provenían de orfanatos: no debían trabajar más de doce horas diarias. Esa ley, sin embargo, como muchas otras semejantes de la época, sólo tenía vigencia en los papeles.

Como los pequeños dedos femeninos eran particularmente aptos para manejar hilos, enhebrarlos, hacer nudos, las mujeres fueron empleadas principalmente por las fabricas textiles. Las remuneraciones que percibían eran muy inferiores a las de los hombres. Se suponía que no merecían o no necesitaban el mismo nivel salarial porque en ellas no recaía la obligación de mantener sus hogares.

Resistencias a la mecanización

La progresiva mecanización generó no pocas resistencias de quienes sentían amenazada su fuente de subsistencia. Este tipo de reacciones ya se había manifestado siglos antes, pero la resistencia más organizada se dio entre 1810 y 1811 con las revueltas encabezadas por Ned Ludd, un aprendiz de tejedor inglés. Entre sus reclamos figuraba la defensa de la fuente de trabajo y, para evitar la desocupación, se inició la quema de los talleres. El movimiento tuvo éxitos temporarios, y se llegó a destruir unos doscientos telares por mes.

En febrero de 1812 el gobierno inglés sancionó una ley que consideraba un delito de gravedad, penado con la muerte, a la destrucción de una máquina.

Otros desarrollos generados por la Revolución Industrial

Ilustración de un télegrafo

Telégrafo de Chappe.

El crecimiento de la población humana y las demandas generadas por la Revolución Industrial impulsaron el desarrollo de la construcción. A la concreción de importantes construcciones debe agregarse la invención del hormigón, hecho con arena, cemento y piedras.

Numerosas ideas fueron volcadas en la navegación y en el desarrollo de ciertos sistemas de comunicación, en respuesta a demandas comerciales y militares específicas. Gozaron de una merecida celebridad los barcos a vapor concebidos por el ingeniero estadounidense Robert Fulton (1765-1815), quien llegó incluso a construir un pequeño submarino. El vapor fue aplicado con éxito a las locomotoras del ingeniero de minas inglés Richard Trevithick (1771-1833); en 1804, uno de sus modelos transportó diez toneladas de carga sobre rieles de hierro a lo largo de un recorrido de algo más de quince kilómetros.

El telégrafo de Chappe

El ingeniero francés Claude Chappe (1763-1805) y su hermano Ignace concibieron un ingenioso procedimiento para transmitir mensajes. Sus telégrafos ópticos habían probado su eficacia en varios circuitos construidos a lo largo de Francia. Cada aparato constaba de piezas articuladas que se montaban en lugares de buena visibilidad; modificando la posición de las piezas se representaban letras diferentes. Un operador "leía" el mensaje del aparato que le precedía y lo transmitía al próximo. Cada aparato estaba separado del siguiente por varios kilómetros.

En 1810 se utilizaban modelos muy perfeccionados del telégrafo óptico original. Algunos incluían mejoras no sólo en sus aspectos mecánicos (es decir, el "hardware") sino también en el código empleado (el "software").

La conservación de los alimentos

A fines del siglo XVIII, un repostero francés llamado Francois Appert (1750-1841) recibió un premio de manos de Napoleón por inventar una técnica para conservar alimentos: los guardaba en botellas de cristal, que luego cerraba y sumergía en agua hirviendo. A continuación sellaba herméticamente la botella. El procedimiento permitía contar con comida en buen estado durante períodos prolongados, y eso tenía una importancia estratégica.

En 1810 nació la lata de conservas. Ese año, el inglés Peter Durand inventó los conocidos envases de hojalata, que eran cerrados herméticamente mediante soldadura. Poco después se instalaba en su país la primera fábrica de conservas.

Varios años después, gracias a los estudios de Louis Pasteur, pudo entenderse por qué la técnica de Appert era efectiva: el calor del agua hirviendo mataba los microorganismos del interior de la botella y el contenido no se descomponía.

Las primeras máquinas voladoras "más pesadas que el aire"

También hubo progresos en el campo de la aviación. En 1810 el inglés George Cayley (1773-1857) dejó caer su modelo de avión sin motor desde lo alto de una colina. Hasta este año los únicos artefactos que habían logrado volar eran globos que, por estar llenos de aire caliente, eran más livianos que el aire atmosférico. El planeador sin tripulación fue el primer objeto más pesado que el aire que logró mantenerse en vuelo, aunque sólo por unos pocos segundos.

Cayley continuó experimentando con nuevos modelos de planeadores durante cincuenta años más, y se afirma que en algunos de ellos incluyó un tripulante. A partir de su experiencia Cayley hizo una notable contribución al estudio del vuelo.

Actividad científica de la época

La Revolución Industrial estimuló las actividades científicas, sobre todo aquéllas más ligadas a las demandas de un medio industrial en crecimiento, que verificaron una explosión notable en el transcurso de unas pocas décadas. Hacia 1810 los pasos más destacados se dieron en la producción de corriente eléctrica, en las aplicaciones de los gases y en una serie de conocimientos que se consideran la base de la química moderna.

Francia ocupaba en este campo un lugar de excelencia, entre otras razones porque Napoleón era un ferviente defensor de la actividad científica. En 1808 había dado un premio al inglés Humphry Davy (1778-1829) por sus hallazgos en electroquímica. Este inventor desarrollaría poco después una lámpara de seguridad para el trabajo en las minas.

Desarrollo de la ciencia en la Argentina

Reproducción de edicto de la Universidad de Buenos Aires

Reproducción del edicto fundacional de la Universidad de Buenos Aires, firmado por Bernardino Rivadavia el 9 de agosto de 1821. La más antigua de las universidades de nuestro país, y una de las primeras de América, fue la de Córdoba. Con la conducción de los jesuitas inició sus actividades superiores en 1613, aunque su inauguración oficial data de 1622. Uno de sus rectores fue el deán Gregorio Funes (1749-1829), una de las figuras que participaron de los eventos de 1810. Funes representó a Córdoba, su provincia natal, en la Junta de Buenos Aires desde agosto de 1810 hasta diciembre de 1811. En aquellos años la Universidad de Córdoba estuvo dedicada exclusivamente a la teología, la filosofía y las leyes; no hay registros de que se haya realizado allí actividad científica.

En Buenos Aires, una Real Cédula había aprobado en 1778 la fundación de una universidad y de un colegio convictorio que, sin embargo, no se concretaron hasta mucho tiempo después. Desde 1803 hasta 1818 floreció el Colegio de San Carlos, fundado en 1783, donde se daban clases de gramática, retórica, filosofía y cánones. Una crónica muestra el carácter rudimentario de las clases de ciencias:

"En las páginas del texto de lecciones de física que dictó el Dr. Estanislao Zavaleta en el Colegio de San Carlos en el año 1795, puede formarse una idea del estado en que se encontraba entre nosotros, en aquella fecha, el estudio de las leyes de la Naturaleza. Sin el empleo del cálculo, sin apelar a la experimentación, sin instrumentos y aparatos para el efecto, las lecciones de física no pueden ser más que aforismos, resultados aceptados por el maestro, que los discípulos, bajo tan respetable palabra, consignaban a la memoria. Ha habido hombres formados en estas escuelas que se atrevían a enseñar física sin tener siquiera a la mano un barómetro, y que para explicar la ascensión de los líquidos en tubos vacíos de aire se valían del ejemplo de la bombilla de tomar mate; y de la cuchilla del picador de tabaco para demostrar el mecanismo de la palanca en relación con su punto de apoyo y fuerza resistente, etc. Uno de estos señores se quejaba una vez de su cortedad de vista, y oímos con sorpresa que la atribuía a una observación que había hecho de un eclipse solar, por medio de un anteojo común, cuando estudiaba el año de física."1

En septiembre de 1810 la Primera Junta de Gobierno creó la Escuela de Matemática, con un plan de estudios muy completo. Un vasto proyecto, que contemplaba la fundación de numerosos establecimientos de enseñanza superior, debió restringirse por razones económicas; este plan sólo se materializó en la Escuela de Náutica, que impartía clases de matemática, arquitectura civil y naval. En años posteriores siguieron la Academia de Matemática (1816), la Escuela de Dibujo (1815) y el Colegio del Sur (1818).

Los ideólogos del movimiento de Mayo se esforzaron por desarrollar una industria nacional, estimular la plantación de vegetales útiles para desarrollar la curtiduría y propiciar la capacitación técnica. Once años después estas ideas se concretarían en la fundación de la Universidad de Buenos Aires. El nuevo centro de estudios se proponía formar jóvenes capaces de orientar el desarrollo de las ciencias exactas y naturales para su aplicación a la economía, y el de las ciencias sociales para difundir las ideas de la pasada revolución.

Para llevar a cabo esta empresa sería necesario buscar hombres capacitados en el exterior, que pudieran formar en los principios básicos de las ciencias. Fue así como llegaron de Europa importantes personalidades del ambiente científico; entre ellas Pedro Carta Molina, Octavio Fabricio Mossotti y el argentino Manuel Moreno, hermano de Mariano. Con ellos se instauró, aunque de un modo intermitente, la actividad científica en nuestro país.

Bibliografía

1. Anales de la Universidad de Buenos Aires, pág. 397. Buenos Aires, 1877