1. ¿Por qué quisiste ser profesor de filosofía?

No quise de manera directa, llegué a través de un rodeo. Acepté hacerlo porque era trabajo y yo necesitaba ganar plata. Como Licenciado en Filosofía era un trabajo posible. Despues si puede decirse que quise, porque busqué tener más clases y porque traté de darle el carácter que me parecía que ese trabajo debía tener: plantearse como una experiencia de pensamiento y no como un estudio de la tradición.

2. ¿Para qué te parece que sirve la materia filosofía en un colegio?

Sirve para abrir un espacio de pensamiento distinto, poco usual, que cuesta encontrar (raro), del que se supone cabe esperar sea el origen de distintos tipos de refinamiento, tanto del pensamiento como de la experiencia de vivir en general. La matería filosofía aporta a la formación la posibilidad de desplegar la fuerza del pensamiento, da a probar a los alumnos el sabor de ese poder increíble de la comprensión, ofrece la posibilidad de que despierte esa particular forma de ambición de la conciencia, la de construir un sentido que haga de marco consistente para la vida por delante. Sirve para enseñar la fuerza de las ideas, para aprender a moverse con la orientación que aportan, para aprender a expresar ese universo captado y recreado por las palabras en la propia vida.

3. ¿Qué actitud tienen los estudiantes con la materia?

Mis alumnos actualres tienen una actitud de mucho interés, porque ahora doy cursos fuera de toda institución. Propongo el tema, lo cambio todos los meses, cada persona que viene paga por hacerlo. Se juntan hasta 70 personas con ganas de hacer el curso, no forma parte de ningún plan validado socialmente con un valor de reconocimiento -el plan que siguen es el de su camino de búsqueda personal-, y se habla de cosas complejas con la mayor claridad posible. El objetivo es satisfacer esa necesidad de comprensión y por lo tanto la búsqueda del disfrute de avanzar, crecer, entender, poder cosas nuevas. Estar a la altura de las cosas, hacerle frene a lo que hay, expresarse, estar con otros.

4. ¿Cuáles son los problemas más comunes con los que te encontras en la clase?

Antes padecía un problema que ahora me desapareció totalmente. En las clases se armaban discusiones con feo tono, en las que generalmente nos enfrentábamos algún alumno/a y yo. Una animadversión (que bueno poder usar este término, ejem) dominaba el momento y era difícil a veces retomar. Es posible que en ese intercambio de opiniones apareciera algun enfoque interesante, pero en general dominaba el conflicto y el pensamiento retrocedía. La tensión de la lucha es peor medio de pensamiento que el placer de encontrar sentido.

5. ¿Qué te gustaría lograr en tus clases?

Que la gente salga estimulada para la causa del refinamiento del pensamiento, el encuentro en la investigación, que logren un buen balance entre sus ambiciones y sus recursos, que el pensamiento sea una ayuda directa para vivir mejor. Me gustaría que al paso de mi exposición se abrieran mundos constantemente, nuevos enfoques e ideas que de gusto explorar y que abran a su vez nuevas posibilidades de trabajo y de acción, caminos para darle al mundo toda la luz posible.

6. ¿Qué sentís que te falta para ser el profesor de filosofía que querrías ser?

Me gustaría ser capaz de tejer más eficazmente la relación entre las ideas y los casos que pueblan nuestras vidas, que son los que hacen que todo el conjunto del pensamiento encuentre su lugar y adquiera sentido. Me gustaría tener más memoría, poder contar historias que ayuden en la exposición.

7. ¿Tenés algún profesor de referencia, uno que te parezca especialmente bueno? ¿Qué lo distingue?

Mi papá -que también es filósofo y que fue profesor mio cuando hice la carrera en la Universidad Central de Venezuela- fue el mejor profesor que tuve, porque me enseñó a leer. Además de que es lógico entender que aprendí con él en la vida diaria la vivencia de un pensamiento que busca en la abstracción y la pasión por leer y darle vueltas a las cosas, fue el único profesor de la carrera de filosofía que hizo trabajo de textos, lectura en clase, detallada y reflexica. Y fue también el que daba Freud en la carrera, como si fuera un filósofo, que es lo que es. Su pensamiento sin embargo no es ya mi modelo general de referencia porque trabaja con esquemas y problemas que a mí no me expresan.

8. ¿Para qué puede servirle la materia a un estudiante adolescente?

Para tantas cosas que es impensable que no se le de a la materia un lugar más importante. Para abrirle la vida. Para darle, en ese torbellino de momentos e incomprensión y comienzo de todo que es la adolescencia, una fuerza básica que puede mejorar su calidad de vida inmensamente, una fuerza de maduración. Para ayudarlo a comprenderse y a comprender el mundo, para enseñarle a tratar con la complejidad de las cosas, a refinar su mirada y darle a sus movimientos vitales más osadía, más alcance, más realidad. Para permitirle cambiar su universo de sueños por un mundo de deseos y acciones posibles. Para ayudarlo a expresarse en sus relaciones afectivas, a mostrarse y a ver al otro. Para tener una reserva de recursos creativos y de conocimiento pensante que sea capaz de darle alas a todos sus proyectos, personales y laborales. Para hacerle paladear la embriagante droga del pensamiento y ayudarlo a no caer en otras drogadicciones más peligrosas. Para abrir la búsqueda del sentido también en el espacio de la conciencia, que lo acompañará toda su vida.

9. ¿Estás satisfecho con la preparación que tenés para dar la materia?

Bueno, si, pero creo que no me vendría mal aprender algunas cosas más. Las que siempre busco de todas maneras las meto constantemente en las clases, armando los cursos sobre los temas que me interesan en el momento y metiéndome en los textos y las ideas en las que quiero meterme. O sea, las clases son la ocasión para seguir preparándome, que es lo mismo que seguir haciendo lo que quiero, pensando, dándole vueltas a las cosas, diciéndolas, buscándolas, lográndolas, en esa mezcla de ideas y problemas y proyectos y deseos que es lo que abreviamos con el nombre general de pensamiento

10. ¿Te gusta dar clase, por qué sí y por qué no?

Me gusta dar clase porque me obliga a preparar, que es el momento en el que logro hacer algunos avances que si no me resultaría difícil lograr. Me gusta dar clase porque me enseña a hablar, porque cuano estoy en días de palabras fáciles, fluyentes, hablar es pensar y es encontrar perspectivas, excitación, felicidad. Porque al dar clase se me ocurren cosas que hacen avanzar mi pensamiento. Porque es divertido, porque encuentro constantemente ideas graciosas y los alumnos se prestan al humor y pensamos y la pasamos bien.

No me gusta porque algunos (por suerte cada vez menos) días tengo fiaca, me cuesta meterme en la situación de tener que hablarle a tanta gente, empujar el pensamiento del grupo con mis palabras en momentos en los que tendría más bien ganas de recostarme a leer. Pero ese temor, en realidad inhibición o debilidad momentanea, es como el escalofrio previo a la zambullida, una especie de despedida que la persona normal le hace a su contención para transformarse en el medium de ideas que un buen profesor de filosofía debe tratar de ser.