Podemos decir que uno de los objetivos de la materia es el de ampliar el pensamiento, es decir, buscar que la conciencia de los alumnos sea capaz de incluir más riqueza, más contenidos y también actitudes de exploración, creatividad y comprensión.

Hay un error que suele cometerse con frecuencia y es el de creer que tal ampliación tiene que ver con superar la individualidad para pasar a considerar como núcleo básico al ser social. De esta forma se trabaja para lograr que el alumno se conciba parte de un universo de responsabilidad política y social, parte de una historia y de una comunidad a la que se considera actor fundamental de todo fenómeno. De esta forma se da un paso en falso, porque la personalidad, la consistencia del sujeto, no se adquiere por la vía de la conciencia y de la intención, sino por el reconocimiento de sus pulsiones y representaciones íntimas fundamentales. Lo social, en la medida en que sea deseable, debe ser el resultado de una construcción que parte desde esta base íntima y sentida, y no un barniz moral rápidamente aplicado.


No se trata, si queremos sacar al pensamiento de su ciclo repetitivo y cerrado, de darle preeminencia a los sentidos sociales, de abrir a la persona hacia la observación de la sociedad de manera de que en vez de pensarse como sujeto se piense como ser social. Se trata de abrirlo a la intensidad de su existencia emotiva. Es por ese lado por donde es posible diluir el límite o ampliarlo, poner movimiento y vida allí donde como docentes nos desespera encontrar cerrazón y complacencia idiota. Es por esa vía por donde puede darse la experiencia fundamental de la asociatividad de la conciencia.

Si no se da este primer paso en la apertura del pensamiento cualquier sentido social será ante nada una variable de ocultamiento o una posición vacía.