Semblanza de Hipólito Yrigoyen, por Eduardo Galeano

1930, Buenos Aires. Yrigoyen. Al despeñadero de la crisis mundial llega también el presidente argentino Hipólito Yrigoyen. Lo condena el desplome de los precios de la carne y del trigo. Callado y solo, Yrigoyen asiste al fin de su poder. Desde otro tiempo, desde otro mundo, este viejo tozudo se niega todavía a usar teléfono y jamás ha entrado a un cine, desconfía de los automóviles y no cree en los aviones. Ha conquistado al pueblo sin discurso, conversando, convenciendo a uno por uno, poquito a poco. Ahora lo maldicen los mismos que ayer desenganchaban los caballos de su carruaje para llevarlo a pulso. La multitud arroja a la calle los muebles de su casa. El golpe militar que voltea a Yrigoyen ha sido cocinado al calor de la súbita crisis, en los salones del Jockey Club y del Círculo de Armas. El achacoso patriarca, crujiente de reuma, selló su destino cuando se negó a entregar el petróleo argentino a la Standard Oil y a la Shell, y para colmo quiso enfrentar la catástrofe de los precios comerciando con la Unión Soviética. ‘Ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espada’ había proclamado el poeta Leopoldo Lugones, anunciando la era militar en la Argentina. En pleno cuartelazo, el joven capitán Juan Domingo Perón ve que sale del palacio de gobierno, corriendo a todo lo que da, un entusiasta que grita: -¡Viva la Patria! ¡Viva la Revolución! El entusiasta lleva una bandera argentina arrollada bajo el brazo. Dentro de la bandera, la máquina de escribir que acaba de robar.

Galeano, Eduardo. “Memoria del Fuego (III)”. El siglo del viento. México, Siglo XXI, 1986.