El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) comenzó a trabajar informalmente en 1984 en casos relacionados con la exhumación de restos óseos de víctimas de la dictadura militar (1976-1983) inhumados como NN en cementerios de todo el país.
Es una institución pequeña, bastante extraña en algún sentido, porque por un lado no es un organismo de derechos humanos, pero tampoco es en sentido estricto una institución dedicada a la investigación científica exclusivamente, sino que en realidad combina los dos elementos.
Desde el punto de vista formal, el EAAF trabaja como perito del Poder Judicial para casos específicos, es decir, para determinado caso, un juez o una Cámara nos "contrata", previo acuerdo de la institución. Esta posibilidad obedece a la característica especial de nuestra institución que es la de ser independiente y no gubernamental. Como es una institución independiente, podemos aceptar o no realizar un peritaje. Esta aclaración vale porque en muchos países, la Argentina incluida, los médicos forenses pertenecen al Poder Judicial o a las fuerzas de seguridad (Policía, Gendarmería, etcétera) y casi no hay peritos independientes en el área de la antropología forense. Por otra parte, la Justicia no cuenta con antropólogos forenses, ya que en la mayoría de los casos lo que llega a las morgues son cadáveres, y los médicos forenses, por su parte, no están capacitados para analizar correctamente ni tienen experiencia en esa área.
En referencia al sistema forense en la Argentina, es importante destacar que durante la dictadura militar una parte importante de sus integrantes estuvieron, de algún modo, comprometidos con el sistema represivo, y en lo que hace a los cadáveres, en dos aspectos: por un lado la no identificación de los cuerpos y por el otro su ocultamiento.
Nuestro trabajo se inicia en 1984 luego de una visita de científicos extranjeros (algunos de los cuales están presentes en este seminario) que, invitados por la Conadep y las Abuelas, llegaron a la Argentina y tomaron contacto con la problemática de las violaciones a los derechos humanos. De esa visita surgieron una serie de recomendaciones entre las cuales estaba la de realizar exhumaciones con metodología científica, en oposición a las exhumaciones que se estaban llevando acabo desde 1983 con palas mecánicas y personal inexperto. Desde 1982, cuando poco a poco las causas judiciales empezaron a cobrar fuerza a partir de las denuncias de los familiares y el régimen se debilitaba, comenzaron a "destaparse" una cantidad de informes acerca de cementerios donde había un gran número de tumbas NN. Esto tenía algunos rasgos particulares: el grupo etario de los cadáveres NN era de entre 20 y 30 años, había un aumento de cadáveres de sexo femenino, causas de muerte violenta, etcétera. Si se tomaba el padrón de desaparecidos y se superponía con esos datos aparecían importantes similitudes entre los dos grupos. Por ello se pensó que esos cadáveres podían corresponderse con gente desaparecida. Pero retomando el tema de las exhumaciones realizadas en esos primeros años -a las que se denominó "el show del horror"- se debe destacar que los peritajes realizados sobre esos casos arrojaron casi siempre resultados negativos, debido a que las exhumaciones fueron mal realizadas -con palas mecánicas o personal del cementerio o bomberos-, se perdieron huesos y dientes, se destruyeron gran cantidad de esqueletos y casi no se pudo identificar a ninguna persona. Toda esta situación contribuyó a la confusión, a destruir evidencia, a impedir que se realizaran identificaciones y a un manejo sensacionalista por parte de la prensa, ya que se exhibían en forma obscena y macabra los restos óseos de los desaparecidos.
Con la Conadep se hizo un trabajo muy bueno de recopilación de información, mucha de la cual después constituyó pruebas para los juicios que se llevaron adelante, aunque había alguna tendencia en ambos trabajos: la Conadep pensó que no había que ubicar a los desaparecidos sino después de ubicar a sus desaparecedores, de manera que no se inició una investigación de manera tal de cruzar datos tendientes a ubicar los restos óseos de la gente desaparecida. Tampoco, salvo algunas minucias, se intentó investigar científicamente qué pasó con esos cadáveres, porque puede resultar muy fácil cometer un crimen, pero no tan fácil deshacerse de un cuerpo. Después, durante el juicio a los ex Comandantes, lo que la Fiscalía buscó fue condenar, de manera que hizo una selección de casos; no tomó tanto el caso de la identificación de restos óseos y de cadáveres, sino que hizo hincapié especialmente en reunir información para condenar. De los setecientos y pico de casos que presentó la Fiscalía se pudo demostrar el homicidio en menos del diez por ciento. Cuando los juicios se realizaron, en 1985 y 1986, obviamente todas las causas en que se acusaba por privación ilegítima de libertad ya habían prescrito. Tanto es así que a Camps no se le pudo adjudicar, no se le pudo demostrar ningún homicidio; se lo condenó por tormentos, torturas, privaciones ilegítimas, etcétera, pero la situación era tal que no se le pudo demostrar ningún homicidio. ¿Por qué? Porque se ocultaron los cadáveres y, por otro lado, porque no hubo una política tendiente a identificarlos.
En ese contexto fue que nosotros un poco empezamos a trabajar, primero informalmente, después un poco más formalmente gracias a haber creado una institución. Primero hacíamos trabajos de exhumación con técnicas de la arqueología, de los restos óseos, y posteriormente comenzamos a hacer trabajos de laboratorio, trabajo de donde surgen elementos de la antropología física propiamente dicha. Pero, obviamente, nosotros vivíamos una situación muy extraña, en el sentido de que trabajábamos para la Justicia en el sentido formal; trabajábamos con el apoyo de los organismos de derechos humanos, cosa a la que se fue accediendo paulatinamente (hasta hoy a nuestro trabajo se oponen las Madres de Plaza de Mayo línea Bonafini) de manera que nuestro trabajo se desarrolló a través de los años con sucesivos y lentos avances.
Posteriormente el trabajo cobró más trascendencia. Tampoco en América Latina hay expertos en esta área, por lo tanto hubo demanda desde otros países con problemáticas más o menos similares, pero nuestra tarea empezó a naufragar en un sentido: nosotros hacíamos estas exhumaciones muy correctamente, hacíamos el trabajo de laboratorio también en forma correcta, pero a veces el intento de identificación fallaba porque la investigación que precedía a ese trabajo, y que nos señalaba una hipótesis de quién podría ser la víctima sobre cuyos restos estábamos trabajando, era incorrecta. Entonces, también tomamos para nosotros el trabajo de realizar una investigación preliminar conducente a esa hipótesis de quién podía ser la persona. En realidad, cuando nos "metimos" en este trabajo no sabíamos bien, primero, qué era lo que íbamos a encontrar; y segundo, cuál era la envergadura de la tarea. Empezamos a hacer relevamientos para cruzar información. Primero, archivos penales federales o provinciales de las causas donde hubiera cadáveres NN. Otro relevamiento que hicimos fue de los diarios de la época, todos los diarios del 76 al 80, sobre todo 76-77, cuando se producen alrededor del 85% de las desapariciones.
Después, la recolección de información de la Conadep y de los demás organismos de derechos humanos. También, entrevistar militantes de la época, entrevistar familiares, recoger toda la evidencia que pudiera haber de aquella época, hablar con testigos, hablar con personas que estuvieron secuestradas y que posteriormente fueron liberadas. De esos testimonios hay 1500 en la Conadep, hay mucha gente que no hizo la denuncia de la desaparición de una persona, o la denuncia de que ellos estuvieron secuestrados. De los listados que tiene el Ministerio del Interior de 8500 ex presos a disposición del PEN, muchos de ellos estuvieron antes desaparecidos, y cada una de esas personas y cada uno de esos núcleos familiares tiene una fuente de información muy importante que, llegado el momento, se cruzaba, se sumaba, se potenciaba, y comenzaron a surgir entonces los resultados positivos. Esos resultados nos llevan a una sepultura, nos llevan a un esqueleto, y nos llevan a dos elementos que son coincidentes con lo que en estos días se ha venido discutiendo acá: si este seminario se llama Filiación, identidad y restitución, dos de esos términos, identidad y restitución, también son aplicables al caso del Equipo Argentino de Antropología Forense, aunque lamentablemente no encontramos vida. Encontramos muertos, pero también a partir de los muertos se reconstruye esa historia y se reconstruye entonces una parte de nuestra historia inmediata.
Esto adquiere especial énfasis en el grupo familiar de los damnificados en cuanto a restitución de restos se refiere, porque ustedes saben que desde el punto de vista legal la desaparición forzada es una cosa homologable a la privación ilegítima de libertad. Muchos de los que están acá son damnificados directos, saben perfectamente de qué se trata la desaparición, pero realmente la restitución de los restos, en nuestra experiencia, resultó bastante saludable porque permite de alguna manera al familiar salir de esa situación de incertidumbre donde se convive, después de catorce o quince años, entre la realidad de la desaparición y la realidad de la muerte; donde el régimen primero negó que había desaparecidos, después admitió, pero de alguna manera alivió su culpa diciendo que estarían en el extranjero, que habían pasado a la clandestinidad... o que habían sido ajusticiados por sus propios compañeros; y por último, dictó una ley a fines de 1979 de presunción de fallecimiento donde no se habla de desaparecidos, se habla de personas no habidas, de manera tal que queda en manos del familiar la posibilidad de declarar muerto a su ser querido desaparecido. Se produce entonces un desplazamiento de esa responsabilidad, cuando el Estado fue responsable de la desaparición y le endilga al familiar la responsabilidad de declarar muerto a su desaparecido, lo cual fue -a nuestro criterio, bastante saludablemente- rechazado.
Una de las consideraciones más antiguas de la historia de la humanidad habla de los ritos funerarios por parte de los distintos grupos sociales para con sus muertos. Aquí, para que esos ritos se cumplan, para que un duelo se lleve a cabo normalmente, es esencial la existencia de un cadáver. Acá no lo había. A diferencia de otros casos de muertos sin sepulturas (como por ejemplo, desastres masivos, accidentes aéreos, terremotos, y demás) no había una voluntad del Estado de informar -como en esos otros casos- sino que precisamente acá el Estado era el responsable.
Por otra parte, la búsqueda por parte del familiar se constituía en un riesgo para sí mismo. Hubo familiares que desaparecieron precisamente por buscar información sobre el desaparecido de su familia. Obviamente, en ese contexto era difícil recibir la solidaridad social por parte del resto del grupo de pertenencia de cada persona, no sólo porque constituía -para lo que ellos pensaban- un acto de asumir cierto riesgo, sino que realmente había además un cerco informativo con autocensura e imposibilidad de acceder a los medios, con el sistema jurídico -pese a la figura del hábeas corpus- absolutamente cerrado, de manera que en los aspectos formales tampoco se podía acceder a la verdad de lo que había pasado.
Posteriormente comenzaron a emerger algunos testimonios, pero en general nosotros vemos que el tema de la muerte siempre se soslayó; realmente es un tema muy duro, muy difícil. Nosotros acá estamos explicando cosas que muchas veces todavía no terminamos de entender, pero pensamos que es la condición necesaria precisamente para terminar de entender nuestra historia y, en todo caso, de documentarla también científicamente porque parte de eso tiene nuestro trabajo. La charla va a proseguir con dos grandes aspectos: uno, el trabajo de arqueología en sentido estricto, el trabajo de campo, como nosotros lo llamamos, el trabajo de exhumaciones propiamente dicho; otro, cuando los restos son llevados al laboratorio y ahí analizados. Acá hay muchos familiares de desaparecidos, algunas imágenes son muy duras, pero no son las imágenes: es la realidad lo duro. En todo caso, la presencia de estas imágenes no es parte de ese show del horror sino que es parte de mostrar el trabajo y, quizá, de que nosotros nos apoyemos también un poco sobre el hombro de ustedes y nos faciliten en ese sentido el trabajo.
Trataré de conformar una idea sobre en qué consiste y cuál es la importancia de la arqueología aplicada a la problemática de documentar las violaciones a los derechos humanos, y el aporte que esta rama de la antropología puede hacer a investigaciones que tienen un carácter evidentemente judicial, además del juicio histórico que nos demanda a todos. Esto hace que la practiquemos también de un modo distinto a cómo procedemos los arqueólogos cuando tratamos con restos históricos o prehistóricos, sobre todo en lo relativo a la evaluación y presentación de los resultados: una cosa es cómo presentamos nosotros las cosas y qué tipos de temas discutimos como antropólogos cuando hablamos sobre poblaciones y cuando los que nos califican son colegas. Aquí nosotros presentamos un trabajo que tiene que ser observado, evaluado, y eventualmente avalado, por funcionarios encargados de administrar justicia. Es un área en la cual no es habitual la presencia de científicos del orden de la antropología.
Hubo una adaptación, y trabajando en cantidad de casos que nos han llevado a familiarizarnos con la problemática judicial, hemos visto qué puntos de contacto y desencuentro se tienen, por ejemplo, trabajando en nuestro país o en otros. Lo que encontramos con respecto a las consecuencias de la aplicación de la doctrina de la seguridad nacional en nuestro país es que muchas veces las personas asesinadas, las personas desaparecidas, han sido inhumadas en las instalaciones que socialmente están ordenadas al efecto, o sea, en los cementerios, que en más del 90 por ciento de los casos son de administración municipal. En otros países hemos visto que las inhumaciones, cuando se producen, se realizan en lugares que no corresponden a lo que se denomina comúnmente un camposanto.
El objetivo es el mismo -el ocultamiento-, si bien aquí se ha introducido la modalidad de pretender hacer pasar desapercibida la desaparición de los cuerpos de las personas secuestradas y asesinadas agregándolos a un sector marginal con el que cuenta la mayoría de los cementerios: el que se llama genéricamente "área de indigentes" o "área de los NN", zonas periféricas, marginales y las menos protegidas de los cementerios. En ellas, especialmente en los años de extrema represión (1976, 1977) era muy frecuente que se inhumaran a víctimas del terrorismo de Estado.
A fines del 83, principios de 1984, reinstalado el gobierno democrático, y sin elementos históricos como para comprender la problemática que se estaba abordando, se hicieron inhumaciones indiscriminadas, muchas veces con palas mecánicas o con sepultureros de los cementerios, que por supuesto, no estaban -ni tenían por qué estar- capacitados como para hacer un trabajo de exhumación rescatando los materiales con la minuciosidad y el cuidado que esto requiere, de modo tal de poder acumular aquella documentación que finalmente constituya prueba en un proceso penal.
La gente de los cuerpos forenses, ya sea de la Policía, ya del Poder Judicial, en general eran funcionarios relacionados con estas instituciones que habían sido partícipes del genocidio. Por otro lado, no tenían la familiaridad que tiene el antropólogo con el tratamiento de los restos óseos, y se producían situaciones que eran registradas casi tratando de sentar una preceptiva, pero que en términos científicos son totalmente desaconsejadas.
Es una barbaridad pretender rearmar la posición anatómica, los huesos de un esqueleto al costado de una fosa. ¿Por qué decimos esto? Porque es sumamente importante señalar aquellos elementos que constituyen la prueba -la prueba por ejemplo de un homicidio, o de una identidad-: ya sea proyectiles de arma de fuego, balas, ya sean piezas odontológicas, que son fundamentales en el momento de establecer una identificación positiva o negativa. Son fragmentos, como ustedes pueden imaginar, tan pequeños y tan lábiles que es no solamente posible, sino muy probable que se pierdan si no son correctamente recuperados.
En la arqueología nosotros hacemos algo mal, sobre todo en la parte del levantamiento del material, si perdemos algo: si no registramos el lugar donde se encontraba un resto ya no es posible volver a rectificarse. Es un lugar común decir que la arqueología es un libro que se va rompiendo a medida que lo vamos leyendo. Si no registramos correctamente la situación contextual, la situación en la que aparecen un resto y todo lo que a él va asociado, eso no se puede volver a simular en el laboratorio y se pierde definitivamente.
En esos casos se estaba perdiendo. Entonces, como decíamos, evidencia histórica, pero también evidencia judicial y eventualmente evidencia referida a la posibilidad de establecer la identidad de los restos. Lo que hacemos convencionalmente en arqueología es establecer primero un plano de referencia, un plano delimitado por dos coordenadas marcadas por cordeles: esto que en arqueología llamamos "la cuadrícula". En el caso de las sepulturas NN de los cementerios de nuestro país, lo que hicimos fue cubrir con esta cuadrícula una superficie, la que suponemos que delimita aproximadamente la fosa en la cual se halla inhumada la persona. Estas cuadrículas tienen una medida convencional, pero no rígida, de dos metros por uno.
Cuando iniciamos ese trabajo no tenemos un conocimiento exacto sobre a qué profundidad se encuentran los restos. Entonces, la primera parte del sedimento es extraída de una manera algo más expeditiva con una pala de punta: primero hacemos lo que en arqueología se llama "un sondeo" que es un área delimitada por el cordel, en lo que suponemos que corresponde al lugar donde están los huesos de los pies, porque es el área donde conviene concentrar los errores: ya sea una herida que pueda producir la muerte, ya sea un elemento que puede tener que ver con la identificación, siempre es la zona de los pies la que habitualmente concentra menor evidencia en este sentido, mucho más propicia.
Excavando en el sondeo, establecemos la profundidad relativa a la que se encuentran los restos, y luego se extiende la excavación en horizontal, de modo tal de que allí nos encontramos en toda la superficie de la fosa con la primera capa de sedimento extraída, y suponemos que entre esa profundidad y los restos no hay más de diez centímetros de diferencia. Esta es la última parte de la excavación, que hacemos con instrumental más delicado.
Luego -procediendo también con la preceptiva convencional de la arqueología, se utilizan herramientas que se llaman cucharillas, espátulas, pinceles, las estecas que suelen usar los ceramistas. Esto hace que la tarea sea muy lenta, muy cuidadosa, porque el objetivo fundamental es reconstruir lo que los arqueólogos llamamos "contexto sistémico", es decir, la forma en la que fue inhumado ese cadáver, en qué posición y en qué circunstancias. Por otro lado tratamos de definir cuáles eran los límites de la fosa que se excavó originariamente para allí depositar ese cadáver, y tenemos una cantidad de cuidados y precauciones que resultan quizá tediosas, pero que a la postre son muy útiles para el objetivo de acumular toda la información posible sobre la forma y el contexto en que fue inhumado el cuerpo.
En muchos casos, cuando es necesario, lo que hacemos es establecer cordeles que delimitan sectores; entonces, cada uno de nosotros (que trabajamos acostados alrededor de la fosa, sin apoyarnos en los sedimentos) tiene un área para excavar; es responsable de todo lo que allí pase y tiene un balde donde va acumulando los sedimentos de ese lugar, que posteriormente son pasados por un cernidor de modo tal que ningún resto, por pequeño que sea, se extravíe en la remoción. Lo que nos encontramos muchas veces, quizás en casi la mitad de los casos, como se trata de personas fallecidas hace un lapso no muy lejano, es con restos de vestimenta. Algo que nos afectó bastante y nos impresionó, sobre todo cuando comenzamos con este trabajo -después de haber practicado durante mucho tiempo arqueología prehistórica, trabajando sobre restos de personas muertas hace mucho tiempo, pertenecientes a una cultura distinta de la nuestra- fue encontrar ropa como la que uno usa cuando está excavando o pasando el pincel.
A través de fotografías, a veces a través de videos, siempre a través de manuscritos y de dibujos, se hace un registro que debe acompañar cada una de las etapas del trabajo de arqueología, porque este justamente es el que nunca se puede volver a reconstruir ni simular. A modo de ejemplo, la diapositiva de una fosa estrecha, que ha sido delimitada: hay una persona que ha sido inhumada puesta de costado; que tiene los huesos correspondientes a las extremidades superiores, los huesos de los brazos hacia atrás, en la espalda, donde se conservan los restos de ataduras con las que esa persona fue inhumada. Tenía una atadura que le pasaba por las vértebras cervicales, las vértebras del cuello y la zona distal de los huesos de las muñecas, o sea, del cúbito y del radio. Si nosotros trabajamos de esta manera, con esta minuciosidad, podemos ver, además de las lesiones que le produjeron la muerte, que esta persona fue inhumada en esta posición y que tenía una cadena que le envolvía los brazos y el cuello. Esa imagen también nos muestra que, junto a los huesos de la columna vertebral que allí se encuentran articulados y en la mitad derecha de la zona del tórax, de la zona de las costillas, una de las estecas con la que trabajamos está marcando un pedazo de metal verde, muy pesado, que es la forma en la que se suelen presentar los proyectiles de armas de fuego, transcurrido algún tiempo. Es decir, eso es una bala que estaba entre los tejidos blandos de una persona, muy cerca del corazón, y que seguramente constituye una herida que muy probablemente le haya producido la muerte. De esta manera, documentándolo en el terreno, esto se transforma en una prueba concluyente aun cuando no deje una lesión en los propios huesos.
Otra imagen muestra un esqueleto extendido decúbito dorsal y un plástico blanco. Los cajones en los que a veces se inhumaban a los NN eran cajones municipales; son los más económicos en cuanto a su costo y no tienen forro, lo que tienen es una especie de plástico. Ahí había desaparecido todo tejido blando, había desaparecido toda la ropa y el propio cajón, mezclado con los sedimentos, pero seguir el plástico -era un caso de enterratorios de una masacre múltiple en el cementerio de Derqui- nos permitía en cierta forma delimitar un poco la fosa y la situación del esqueleto, porque sabíamos en su interior reposaban todos los restos que estábamos buscando.
Otro ejemplo: la imagen de una fosa común, otra de las formas habituales de inhumación de personas secuestradas y posteriormente asesinadas, muestra cómo aparece un proyectil. Puede verse un metal blanco que es parte del proyectil de un arma de fuego que está afectando la zona un poco por abajo del hombro de esa persona. Esa foto pretende mostrar la cabeza del húmero, que es el hueso del brazo. Lo que tenía allí incrustado, que se pudo rescatar en el terreno, era otra bala que afectó a esa persona en esa región. Yo les pido que en cada una de estas imágenes que describo ustedes recuerden lo que comentaba sobre las palas mecánicas con las que se trabajaba al principio. Imagínense que es absolutamente imposible rescatar este tipo de evidencias si no procedemos de esta manera.
Posteriormente son levantados por orden anatómico. Cada una de las bolsas tiene un rótulo con una indicación que dice la fecha, qué lugar es, qué sepultura, qué esqueleto, y finalmente qué parte anatómica, o sea, si es un pie, una pierna, o la pelvis. Finalmente, son conservados en recipientes de paredes rígidas para su posterior traslado y almacenamiento en el laboratorio.
Hablaré ahora de un lugar que está en un margen de un cementerio del gran Buenos Aires en el que estamos excavando desde enero del 88. Todos los días, a la mañana, trabajamos en un lugar donde ha habido una cantidad de fosas comunes contiguas, sobre un terreno adyacente a una morgue que pertenecía al cementerio y que desde fines de 1975 pasó a jurisdicción de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Allí, como esto da a un paredón periférico del cementerio, el personal de la policía construyó un portón que hacía que fuera una entrada independiente e inmediata a esa morgue desde la calle, sin pasar por las puertas convencionales del cementerio, y en esa morgue eran llevados los cadáveres de gran cantidad de personas detenidas desaparecidas. Con algunos elementos de una investigación que lleva varios años -que es la que realizamos por la tarde, con posterioridad al trabajo de arqueología de la mañana- presumimos que una cantidad de centros clandestinos de detención se encontraban geográficamente cercanos a este cementerio y usaban, por lo tanto, estas fosas comunes como su estructura de evacuación de los cadáveres de las personas que allí asesinaban.
Encontramos el terreno con una especie de monte que tenía casi una altura media de entre dos y tres metros de vegetación, muy espesa, y después de tres meses de trabajo de limpieza logramos nivelarlo y dejarlo más o menos despejado para comenzar con las tareas de arqueología. Tomamos una panorámica. A la derecha quedó un árbol, un poco como testigo de cuál era la altura media de la capa vegetal que cubría eso, que además era una especie de basural, al iniciarse el trabajo. Lo que trataba de mostrar esa panorámica era una serie de depresiones, ustedes calculen que esto tiene algo más de 300 metros cuadrados de superficie, unos 13 metros de ancho por unos 24 metros de largo, y lo que encontramos allí son una serie de depresiones a ambos lados, como en serie, que nosotros en un principio suponíamos -y después se corroboró- que estaban asociadas con las fosas. Entonces, lo que hicimos es lo que en arqueología se llama "diseño de investigación". Este diseño de investigación incluía un modelo de cómo se iban a excavar esas fosas, haciendo aproximadamente unas 42 cuadrículas de unos cuatro metros cuadrados, y medio metro entre uno y otro, que son lo que en arqueología se llaman "los testigos": las paredes que quedan entre las dos cuadrículas, y que permiten más que nada dominar espacialmente una superficie de este tamaño. Posteriormente, si no correspondían con la fosa, naturalmente estos testigos, estos perfiles, eran también excavados.
Establecimos entonces un eje de números del uno al nueve, y un eje de letras, de la A hasta la E, para el eje más corto. Posteriormente realizamos un relevamiento topográfico, establecimos una cota cero, convencional para toda la extensión del terreno, y después dividimos todo el terreno.
Sobre la superficie del terreno, en cada punto, podía referirse exactamente la profundidad en la que estaba cada uno de los restos con los que pensamos que nos íbamos a encontrar. Lo que nosotros pensábamos que íbamos a encontrar aquí, después de la lectura de la causa judicial, era una serie de aproximadamente diecinueve fosas comunes que, según los registros de inhumaciones del cementerio, iban a tener los restos de unas 252 personas que allí habían sido inhumadas. Algunas, ancianas, personas no nacidas en nuestro país, que presumimos constituían la población crónica de los hospitales de la zona, que fueron aquí inhumadas de manera completamente irregular, y también una gran cantidad de personas que figuraban simplemente como NN, personas jóvenes, gran cantidad de mujeres, gran cantidad de causas de muerte de modo violento, lo que nos hacía presumir que nos enfrentábamos con un segmento de la población de personas detenidas desaparecidas.
Posteriormente a este diseño, comenzaron las tareas de excavación; se dividieron cada una de las cuadrículas en superficies de un metro cuadrado que tienen un responsable, y poco a poco, se fue haciendo el trabajo. Así, desde abril de 1988 hasta el día de hoy, lo que va apareciendo son las distintas cuadrículas, los testigos de que les hablaba, y los distintos conjuntos de las fosas en las cuales estas personas fueron inhumadas de manera completamente irregular, indiscriminada, y sin ningún tipo de respeto siquiera por los ritos funerarios más elementales. Lo que tenemos allí es una gran distancia vertical en el terreno entre las personas que fueron inhumadas en este lugar y allí hay casi un metro de diferencia en cuanto a la profundidad relativa de cada uno de los esqueletos. Estaban a muy distinta profundidad. Tenemos un esqueleto que aparece a casi veinte centímetros de profundidad, muy cerca de la superficie del terreno, y otro que está casi a un metro o un metro setenta de profundidad. Entre estos dos conjuntos hay un hiato estéril en cual no aparecieron restos, de casi setenta centímetros de sedimentos, lo que nos hizo presumir que probablemente haya habido un período de tiempo -que puede ser de un año, como puede ser de un día- entre el suceso de inhumación de las personas que están abajo y la persona que fue inhumada mucho más arriba. Podemos decir que hay una diacronía, pero no podemos establecer cuánto tiempo de diferencia. De todos modos, por la investigación que acompaña al trabajo de excavación, sí podemos saber que este lugar fue usado para inhumaciones en los años 76, 77 y 78, eso lo podemos afirmar categóricamente. En un momento, gracias a la colaboración de Luis Brunati como ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires, nos cedieron los materiales para hacer un techo que nos permitió trabajar en los días de lluvia y proteger mucho mejor a los restos, y contábamos con una custodia policial, que, paradójicamente, pertenece a la misma comisaría que tenía responsabilidad en los sucesos que se habían producido en el 76 y 77. En otras vistas podemos observar cómo van apareciendo los restos a muy distintas profundidades. En un caso vemos a una persona inhumada en decúbito ventral, algo que llamaba la atención a los propios sepultureros porque remarcaron que en ningún lado se comete la barbaridad... Culturalmente está establecido que una persona debe ser inhumada de espaldas. Levantamos los restos esqueleto por esqueleto. Son identificados con un cinta que se les va poniendo, de un mismo color para cada esqueleto, de modo que no se produzca mezcla, porque en conjuntos como los de las fosas comunes es bastante fácil confundirse si no se procede con mucho cuidado.
Quiero decir que a nosotros no nos resulta nada grato exhibir este tipo de material - o las imágenes- especialmente ante familiares de personas desaparecidas, pero es aquello con que nos encontramos diariamente y que debemos documentar para impedir revisionismos en nuestra historia reciente. Nosotros siempre recordamos una anécdota de Pablo Picasso que contaba que un oficial alemán frente al Guernica le preguntó: "¿Usted hizo esto?", y Picasso le respondió: "No, esto lo hicieron ustedes".
En el transcurso de este tiempo (Nota del Editor: esta ponencia es de 1992) no hemos comenzado con el trabajo de identificación de estos restos, aunque ya hemos exhumado restos correspondientes a más de 300 personas, lo que excede la expectativa de las investigaciones preliminares que nos hablaban de 250 y 300 cuerpos.
Al interior del lugar, donde funcionaba la morgue, nosotros lo reacondicionamos, lo limpiamos y lo utilizamos como nuestro laboratorio y también el lugar donde son guardados cada uno de los restos.
Pregunta: ¿Este lugar sólo está afectado a ustedes, no hay acceso de otras
personas?
Darío Olmo: Está bajo custodia del cementerio, pero ni ellos ni nosotros tenemos
ningún entusiasmo por trabajar mancomunadamente, así que por suerte hace mucho tiempo que no
aparecen.
La etapa de laboratorio y análisis de los restos vamos a tratar de hacerla lo menos técnica posible porque es muy engorrosa, solamente vamos a dar un pantallazo general de qué es lo que se hace en el laboratorio. Como el trabajo es multidisciplinario, la institución está integrada por arqueólogos, antropólogos, médicos y especialistas en informática. Entendemos que la única forma de realizar este tipo de investigaciones es rompiendo un poco con las pretensiones de que el médico forense tiene que saber hacer de todo en un tiempo bastante corto, y pensamos que se necesitan acercamientos multidisciplinarios como requieren estas etapas que, por otra parte, tienen que estar interrelacionadas.
Una vez llegado al laboratorio, a diferencia de lo que se acostumbra en las morgues para trabajar con restos óseos, solamente se necesita un lugar amplio, ventilado, con agua corriente, mesas y nada más. Se comienza por el lavado de los restos; cada uno de los huesos es lavado con agua y un cepillo para quitarle toda la tierra; a continuación, luego de secados los mismos, se comienza a marcar cada uno de los restos con una sigla identificatoria de modo que podemos evitar mezclas o pérdidas de información. Simultáneamente a este paso, se dejan aparte en el lavado las piezas que presenten sospechas de haber sufrido el paso de un proyectil de arma de fuego para tomarles radiografías y poder observar en la placas densidades metálicas -que son las que dejan muchas veces- o esquirlas proyectiles de armas de fuego. Una vez rotulados los restos, comienza la reconstrucción de los mismos, en general los cráneos se hallan multifragmentados, en múltiples pedazos. Esto se hace en forma paciente, trabajando con un pegamento especial: se van reconstruyendo los restos, se va armando poco a poco con una mesa de arena, de modo de llegar a conclusiones bastante aproximadas acerca de cómo era la estructura original de ese cráneo, y poder observar orificios de entrada, de salida, trayectoria de los proyectiles, dirección de los proyectiles, etc. Una vez realizado este paso se exponen los restos y comienzan las estimaciones acerca de edad, sexo, estatura, características radiológicas, si usaba la mano derecha o la mano izquierda, patologías que haya podido sufrir la persona, que tengan consecuencias óseas y en el caso de mujeres se puede estimar con una alta probabilidad si han dado a luz. Con toda esa información se va a llegar a la identificación positiva o negativa y, posteriormente, la causa y modo de muerte. Brevemente, para determinar la edad de una persona, lo que se hace es estimar un rango de probabilidad de cuál es la edad de esa persona; nunca se dice: "Esta persona tiene treinta y tres años", "treinta y ocho" o "veintitrés"; se dice: "Tiene veintitrés más o menos dos", o "veinticinco más-menos tres", siempre hay un rango de tolerancia para esa edad. En el caso de niños se usa la dentición, la erupción de las piezas dentales; cuando va avanzando la edad, en la pubertad, se utiliza la fusión de las epífisis, los huesos largos que se van fusionando entre los quince y los veinticinco años, en determinados períodos y en determinados momentos. En edades más avanzadas, a partir de los cuarenta años, el esqueleto empieza a sufrir procesos degenerativos, es decir, procesos de osteofitosis, osteoartrosis, que van a dejar sus marcas. Por otra parte, a partir de la tercera y cuarta década la estimación de la edad se hace mucho más dificultosa debido a que hay menos indicadores.
Otro ítem muy importante para el análisis de la edad de la persona es el estudio de la sínfisis pubianas que son las caras sinfisiales de los pubis, que desde los dieciocho años hasta los cuarenta o cincuenta años van pasando por un proceso de crecimiento y de evolución que está muy bien pautado y muy bien estimado tanto para hombres como para mujeres. Es importante destacar que cada uno de los puntos que se mencionan para hacer las estimaciones es evaluado en forma conjunta, no hacemos una estimación de edad o de sexo a partir de un ítem, sino de varias de esas observaciones que vamos analizar. Posteriormente determinamos el sexo de esa persona utilizando fundamentalmente la pelvis y el cráneo.
Posteriormente, pasamos a la estimación de características radiológicas de una persona. En el caso de la Argentina predomina el grupo caucásico o blanco, salvo el norte del país. Pero en el resto de Latinoamérica tenemos una predominancia del grupo mongoloide con componentes indígenas muy fuertes, especialmente en poblaciones campesinas, lo que hace que se tengan que utilizar tablas y medidas diferentes. La parte del esqueleto que se usa en forma primordial va a ser el cráneo. Por ejemplo, en un caso que hicimos en el norte de Chile, en la zona de Antofagasta, donde existía la sospecha que los restos hallados correspondían a detenidos desaparecidos chilenos, observando la muestra encontramos una cantidad de características que nos hacían presumir con bastante certeza que respondían a población prehispánica, como deformaciones en el cráneo, artefactos asociados, etc.
La siguiente estimación es la de la estatura de una persona; se utilizan para esto fundamentalmente los huesos largos. Hay diferentes métodos, uno desarrollado en Estados Unidos, otro desarrollado en Francia. También en este caso hay un desvío estándar, un rango de estimación que hace que una persona, por ejemplo, mida 1,73 más-menos 3 cm. Es decir, cae dentro de un límite la estimación de la estatura. Posteriormente, con todas estas determinaciones vamos a pasar a la parte de identificación. Cuando estamos en el laboratorio, debido a la investigación preliminar, contamos con lo que llamamos la ficha "pre-mortem", que son los datos físicos que suministró la familia de la persona. En la Argentina tenemos una gran dificultad porque, al contrario de lo que pasó en Chile o en otros países de América Latina, cuando se pedía información a los familiares no se suministraba la información física, es decir, en muy pocos casos tenemos datos odontológicos de las personas en cuanto a análisis clínicos, fracturas que hayan padecido, la estatura exacta, etc. Por eso, en muchos casos es muy difícil recuperar la información después de diez o quince años. Lo que podemos hacer en el laboratorio es comparar información que nos brindó la familia con la cual tenemos entrevistas en diferentes situaciones, no solamente con los padres, sino con los hermanos, sobrinos, amigos de la persona desaparecida, comparar esa información entonces con la que analizamos en los restos. Cuando trabajamos con restos óseos, la principal fuente para llegar a una identificación son las piezas odontológicas: poseemos treinta y dos piezas odontológicas y cada una de ellas contiene cantidad de información y características que la hacen tan particular como las huellas dactiloscópicas. Por eso es tan importante la información odontológica, ya sea lo que se acuerde el familiar, o si hay un registro en algún dentista con el que se haya atendido la persona.
En ese sentido, al principio, cuando estábamos trabajando esperábamos que el juez pidiera al dentista mediante un oficio esta información, pero como pasaba largo tiempo nosotros lo que hacíamos era ir al dentista, ir al hospital, ir donde sea nosotros mismos a buscar información; si no, la información no llegaba por la vía normal. En muchos casos encontrábamos prótesis odontológicas que ayudaron muchísimo a la identificación, debido que indicaban un acceso un poco más continuo al tratamiento odontológico. En el caso de argentinos es mucho más sencillo, pero cuando trabajamos con poblaciones campesinas en otros países se hace mucho más dificultoso llegar a identificaciones. Su utilizan radiografías.
También, con respecto a la identificación, es importante aclarar que se hace con base en una cantidad de elementos, no uno solo, y las identificaciones son positivas o negativas. Es decir, una persona no se identifica a medias, no se dice: puede ser o no puede ser. Es o no es la persona. Por eso siempre lo que nosotros tratamos de hacer es que los restos recuperados, cuando no pueden ser identificados en el momento, sean preservados, que no sean reinhumados en osarios o en fosas, para poder seguir investigando, seguir encontrando información física, y de ese modo quizá más adelante, llegar a la identificación.
También se usa tomar placas radiográficas de diferentes partes del cuerpo y compararlas con las que se obtuvo de esa persona en vida. En algunos casos se encuentran incrustaciones metálicas que también ayudan mucho en ese tipo de casos, tipos de patologías que pudo haber sufrido la persona en vida, fracturas en algunos huesos también son elementos identificatorios; efectos personales recuperados durante la excavación.
Después del proceso identificatorio, pasamos a la determinación de causa y modo de muerte. En la Argentina encontramos proyectiles de pistola 38, de pistola 45, de fusil FAL (Fusil Automático Liviano), y escopeta Itaca, que son las armas que se usaron y encontramos en todos los casos que estamos trabajando. Nosotros no somos peritos balísticos, esto normalmente lo tiene que analizar el perito balístico que en la Argentina -y en casi todos lados- corresponde a la Policía o a Gendarmería. El juez remite el proyectil recuperado al perito balístico, quien va a hacer una estimación sobre el caso.
Se determina la trayectoria de los proyectiles, la dirección, en algunos casos se puede establecer la distancia. Lesiones atípicas; por ejemplo un tipo de lesión que se llama Keyhole, que es un orificio de cerradura, cuando la bala impacta en forma tangencial en el hueso, la bala lo atraviesa y sale dejando como si fuera un orificio de salida y uno de entrada. Si no se analiza ese tipo de características si no se las estudia, si no se las compara con otra información, puede llevarnos a un diagnóstico equivocado, errado en cuanto a la forma y causa de muerte de la persona. La gran falencia que hay en las ciencias forenses, obviamente en Argentina y en América Latina, es la falta de experiencia de lesiones en restos óseos. Cuando uno trabaja con cadáveres tiene un montón de signos y evidencias en la piel, tatuajes, etc., que permiten hacer inferencias en cuanto a la distancia y otras características de la lesión; en cambio en restos óseos tenemos mucha menos cantidad de información disponible, por eso es necesario conocer este tipo de características. Fracturas por proyectiles en algunos restos, quemaduras por acción del fuego o combustión en otros. En un caso que hicimos en Filipinas observamos que eran fracturas producidas por cortes con machetes en las extremidades de las personas. Eso es más o menos el trabajo de laboratorio.
Si no están muy cansados quisiéramos referirnos a cuatro casos que hicimos, uno en Bolivia, uno en Guatemala, uno en Venezuela, uno en Brasil, sobre problemáticas similares, fundamentalmente para mostrar que no nos pasó esto solamente a nosotros y que además, muchas veces -en general en Centroamérica, en Perú, en Colombia, en Venezuela- las condiciones de trabajo son más dificultosas que las que tenemos en Argentina.
El primer caso corresponde a Venezuela, entre febrero y marzo de 1989 se produce lo que se llamó el "Caracazo", a partir de un paquete de medidas económicas lanzadas por el entonces presidente Carlos Andrés Pérez, que incluían el aumento del transporte público. Debido a esa situación se produce una cantidad de saqueos: la gente de los barrios más pobres invade la ciudad, que es tomada prácticamente durante cuatro o cinco días. Los primeros días el presidente ordena la represión a la policía, que es desbordada. Entonces la represión queda en manos del ejército, que lo que comienza a hacer, en la zona de Caracas, es empezar a recorrer diferentes zonas de la ciudad barriendo con ráfagas de fusiles todos los monoblocks, con el objeto de eliminar a la gente que estaba en esa protesta. De este modo, mucha gente murió en la calle, sin documentos; otra gente estaba dentro de su casa comiendo y entró una bala por la ventana y la mató.
De repente, en muy pocos días, una gran cantidad de cadáveres apareció en las calles y se acumularon en la morgue de la policía técnica judicial de Caracas. Al principio, la situación desbordaba a los médicos, y lo que hicieron, según ellos, fue realizar un examen visual de cada uno de los cadáveres, determinar cómo murieron e identificarlos, pero dicen que en un momento llegó Defensa Civil, les reclamó todos los cadáveres y los llevaron a inhumar en fosas comunes clandestinas en el cementerio del sur de la ciudad. Un año más tarde nos llama Coeavic, la Comisión de Familiares de Víctimas del Caracazo, y en una misión junto con el doctor Clyde Snow, auspiciada por American Watch, viajamos a Caracas con el propósito de tratar de colaborar con el hallazgo de esas fosas y con el análisis de las personas inhumadas, fundamentalmente porque había una divergencia entre la cifra de muertos que daba el gobierno y la cifra de muertos que decían los familiares que habían habido.
Fuimos al cementerio, bastante atípico debido a que se extiende a lo largo de morros y cerros y se confunde con las casas de la gente, y a partir de la investigación de este cementerio comenzamos a observar que había una cantidad de irregularidades que se producían desde hacía varios años en Venezuela, específicamente en Caracas: en especial se referían a lo que se llama policía de gatillo fácil, como la llamamos acá. En este lugar había ejecuciones a la noche, y en un lugar específico denominado "sector la peste" se tiraban los cajones de las personas a lo largo de las barrancas. Se descubrió en una fosa la inhumación de once ancianos de un geriátrico, donde los mataban y los inhumaban en forma clandestina en este lugar. Con auxilio de bomberos se pudieron retirar esos cajones, y luego de varios días de búsqueda, de gran presión, y gracias a un testigo, se pudo ubicar una de las fosas que estaba al costado del camino por donde transitaban los automóviles. Había sido hecha por una pala mecánica. Después de excavar dos metros comenzaron a aparecer los primeros restos, que estaban en bolsas negras, pero que tenían gran cantidad de partes blandas, es decir, no estaban esqueletizados todavía. Lo que se hizo fue comenzar a extraerlos en forma ordenada, tratar de que no fueran analizados ahí -como pretendían los médicos forenses- sino llevarlos a la morgue. Hasta el momento se identificaron tres de los 65 cuerpos que se hallaron en esa fosa.
Uno de los propósitos de los viajes que hacemos es formar grupos locales de gente, con antropólogos, arqueólogos o médicos, gente independiente que sea de confianza para los organismos de derechos humanos locales y que sigan trabajando en ese caso.
Otro caso es el de Bolivia, en Santa Cruz de la Sierra. Brevemente, en Bolivia existe un sistema que se llama de "granja de recuperación". Hay seis en todo el país, adonde son llevadas personas supuestamente drogadictas o indocumentadas, debido a una ley que se llama "de vagos y mal entretenidos". Pasan a esos lugares sin información del juez, son sometidos a trabajos forzados, están un año, después son devueltos a la calle nuevamente sin documentos, y otra vez son vueltos a capturar. Una de estas granjas está ubicada en Santa Cruz de la Sierra, a cuatro horas de camino del centro, un lugar bastante inhóspito, al que accedimos debido a un pedido del Centro de Estudios Jurídicos y Sociales de Santa Cruz de la Sierra y de Amnistía de Londres, a través de la encargada de Bolivia, Patricia Finey. Viajamos a este lugar porque había una denuncia de que el gobernador de la granja tenía un cementerio clandestino donde inhumaba a las personas que se querían escapar, personas que no le obedecían, personas que directamente eran muertas sin ningún tipo de justificación.
Cuando llegamos al lugar, hicimos una visita a la granja. Observamos condiciones de vida infrahumanas: menores de quince, catorce años que eran obligados a cargar troncos de gran cantidad de peso en condiciones casi infrahumanas. Dijimos que integrábamos una delegación de abogados para conocer cómo eran las estructuras carcelarias porqu, si no, no íbamos a poder entrar en la granja. Después de recorrer toda el área, le dijimos al gobernador que queríamos visitar el cementerio. El gobernador era un militar, era un coronel; nos dijo que no se podía y tuvimos que volver a la Argentina. Un mes después, gracias a la presión internacional y al gobernador de Santa Cruz de la Sierra, volvimos al lugar, y esta vez sí pudimos trabajar en el cementerio. Uno de los cementerios clandestinos que había en la granja era una zona de aproximadamente 500 metros cuadrados. Los internos fueron contándonos que ellos sabían que en ese lugar se inhumaba gente. Hicimos una limpieza del lugar, observamos el área, y contabilizamos que por lo menos había cuarenta estructuras en el terreno que podían corresponder a sepulturas. Debido a que teníamos poco tiempo y que había habido algunas amenazas, optamos por hacer un muestreo, es decir, tomar solamente cinco sepulturas al azar y ver qué encontrábamos.
Hicimos las excavaciones en cinco lugares, también junto al doctor Clyde Snow y tres integrantes del equipo. En esas condiciones estábamos trabajando, con guardias al lado, un lugar donde no hay acceso de policía, justicia ni nada. Recuperamos cinco esqueletos, dos de ellos de menores de edad, que presentaban como causa de muerte golpes por objetos varios, palos y proyectiles de armas de fuego en el cráneo. Esto fue informado a la policía y a las autoridades, se relevó al gobernador de la granja, se la cerró, fue entregada a la Cruz Roja Internacional, los responsables están presos en este momento. Este fue un caso bastante especial debido a que fue bastante inmediato el accionar de la Justicia. Pero siguen quedando otras cinco granjas similares donde pasa lo mismo en Bolivia.
Otro caso que queríamos mostrarles que es bastante característico, es el que hicimos en Guatemala. Como saben, en Guatemala hay miles de desaparecidos y asesinados. Fuimos llamados por la Coordinadora Nacional de Viudas de Guatemala, Conavigua, uno de los organismos de derechos humanos que hay en Guatemala, quienes nos decían que en el interior de Guatemala, en un lugar que se llama Quiché, habitado por diferentes etnias, existían cementerios clandestinos. La situación, brevemente, es que en la zona del campo de Guatemala, se han formado desde el año 80 lo que se llama "patrullas de autodefensa civil", un proceso similar al que se hizo en Perú con las rondas campesinas: son campesinos armados por el ejército, y que son la única autoridad del lugar. Ahí no entra la justicia, ni la policía, no entra nadie. Son grupos de seis, siete hombres con machetes y con fusiles que controlan todo lo que pasa en la población.
Esta gente aún hoy sigue en Guatemala; han salido del dominio del ejército porque ya no los pueden controlar, y en esta comunidad había gente que decía que había fosas clandestinas en el lugar. Lo primero que hicimos fue empezar a tener entrevistas con los familiares, con traductor mediante, porque hablaban quiché solamente, y luego de toda la investigación preliminar accedimos al campo. El lugar está ubicado a tres horas de la capital, después de recorrer diferentes caminos de tierra en el medio de la montaña. Lo primero que se hizo fue un recorrido por toda el área, se decía que algunas de las fosas estaban en plantaciones de maíz o de milpa -como le dicen-, y cuando íbamos a comenzar a trabajar, el segundo día, nos encontramos con que las patrullas habían llamado a las otras patrullas de la región, e hicieron una concentración para decir que ahí no se puede trabajar porque la gente no quiere. Cuando hablamos con los familiares nos dijeron que los habían amenazado el día anterior, que si alguien decía algo sobre la ubicación de la fosa, lo iban a matar. En ese momento, lo que hizo el juez que dirigía la investigación fue hacer una reunión con todos los familiares, con la gente implicada, con las patrullas, hablamos con el Ministro de Gobierno, con el Procurador General de la Nación, con el presidente de la Corte, y nos dijeron: "Solamente les podemos dar los primeros días dos policías porque no tenemos seguridad".
Había amenazas bastante fuertes para no realizar este trabajo. Se hizo una reunión con las patrullas y con el juez, y el juez dijo: "Si nadie dice nada, si nadie dice dónde están los restos yo no puedo ordenar las diligencias". Y cuando parecía que no se iba a hacer el trabajo, una chica de veinte años que había perdido a sus padres, dijo: "Yo sé donde está la fosa, y quiero que se haga". A partir de ahí se comenzó a hacer el trabajo, se tuvo que hacer en un tiempo bastante corto debido a que no había condiciones de seguridad; incluso la policía que nos habían dado de custodia a la noche no quería quedarse por miedo. Y se encontraron tres fosas comunes con seis cuerpos, siete cuerpos y trece cuerpos, respectivamente. Se recuperaron vestimentas de las personas y proyectiles. Todos habían muerto por muerte violenta, por proyectiles de armas de fuego. En tres de los casos de estas fosas, las personas estaban atadas con las manos detrás de la espalda y tenían todas unas balas en la nuca. Posteriormente, los restos fueron remitidos a la morgue de la ciudad de Guatemala, donde los analizamos, y después, cuando ya nos habíamos ido, fueron reinhumados por la comunidad. Lo que la comunidad nos decía es: no nos importan tanto si han sido identificados todos, sino que todos son de la comunidad, toda es nuestra gente, queremos que estén según nuestros ritos, según nuestras costumbres y queremos saber donde están ubicados.
El último caso que queremos contar lo hicimos en Brasil el año pasado, a pedido del grupo Tortura Nunca Mais, que analizó los registros de la morgue de Río de Janeiro y encontró desde el año 65 hasta el 80 gran cantidad de cadáveres que habían pasado por ahí, entre ellos catorce presos políticos, que habían sido secuestrados y al otro día aparecieron muertos. Habían pasado por esa morgue, se los había analizado y habían sido inhumados como NN. Debido a que no tenían confianza en los médicos del lugar, muchos implicados en casos de torturas durante la dictadura brasileña, este grupo nos llama a nosotros para tratar de ir a realizar la exhumación de los restos del cementerio de Albuquerque de Río de Janeiro.
Se comenzó a trabajar. Era un lugar bastante especial porque los restos originalmente estaban en sepulturas individuales, después fueron llevados a una fosa común y posteriormente debajo de una sección de nichos se los metió a todos juntos con dos mil restos de indigentes, y se construyó encima un piso de cemento y nichos. Hubo que tirar los nichos, abrir con martillo neumático el piso, y comenzar la recuperación de los restos cuidadosamente. También en este caso pudimos colaborar en la formación de un incipiente grupo de profesionales que quedaron a cargo la investigación, y hasta el día de hoy se está trabajando en tratar de identificar -entre los restos de dos mil personas- esos catorce presos políticos, de los que se cuenta con buena información física y con información de autopsias. Por supuesto que es un trabajo muy, muy difícil, muy, muy complicado, y quizá no se pueda llegar a algún tipo de identificación, pero sí se va a poder decir: "En esta muestra de dos mil esqueletos hay tantos hombres, tantas mujeres, en determinadas causas de muerte, etcétera".
Esto es más o menos un pantallazo de qué es lo que hacemos, qué es lo que estamos haciendo.
Si hay preguntas o reflexiones...
Pregunta: ¿Todos hacen el mismo trabajo?
Luis Fondebrider: Si bien tenemos diferente disciplinas, todos hacemos todo el trabajo. Es decir,
los que estamos en antropología también hacemos el trabajo de análisis de lesiones, los
médicos excavan, además todas las actividades que hacen al trabajo diario: investigación,
lectura de legajos, entrevistas con los familiares, liberados, etc. Una cosa interesante del trabajo que a nosotros a
veces nos impresiona es la cantidad de información que aún hoy hay disponible. Todos los días
seguimos encontrando un expediente de autopsia, huellas, fotos de cadáveres, información suelta que o
nunca se investigó o fue investigada en forma un poco rápida, no científicamente. Y
todavía hay mucho para hacer y para seguir buscando.