Introducción

Dibujos en blanco y negro de personas

Ilustración: Mariano Grynberg

Cuando, durante la década del sesenta, el texto se constituyó decididamente en objeto de estudio de la lingüística, una de las preguntas fundamentales que se planteó –tal vez la más importante– fue cuáles son las propiedades que diferencian un texto de un no texto. Dentro de la variadas respuestas que se dieron a esta cuestión, hubo bastantes acuerdos en cuanto a que las propiedades de coherencia y de cohesión son dos puntas del ovillo para aclarar el tema.

Tradicionalmente, se establece una distinción básica entre los términos cohesión y coherencia: mientras que la cohesión se pone de manifiesto en la superficie de los textos, esto es, en las palabras y expresiones que los conforman y en las relaciones que mantienen entre sí, la coherencia se relaciona con aspectos globales que el receptor descubre o construye durante el proceso de comprensión.

A grandes rasgos, un texto es coherente en la medida en que se le pueda asignar un tema o asunto, en otras palabras, si podemos descubrir de qué se trata. Por lo tanto, para que un texto sea coherente es fundamental que los conceptos presentes en él establezcan entre sí relaciones como las de causa-efecto, temporalidad y posibilidad, entre otras, y que no haya contradicciones internas. Por ejemplo, si en una narración se afirma que es martes por la mañana y dos renglones después se habla de la luna o del frío de la noche, veremos que hay problemas en las relaciones de temporalidad y por lo tanto hay una contradicción que hace incoherente el relato. Ahora bien, si en el mundo representado en el relato nunca hay día, sino que se trata de una noche permanente, entonces no hay contradicción interna y el texto es perfectamente coherente (siempre y cuando las características de ese mundo representado estén establecidas claramente en el texto).

La cohesión consiste en el resultado de la aplicación de un conjunto de mecanismos que permiten establecer relaciones semánticas (de significado) entre los elementos verbales (palabras, frases) que conforman los textos. Así, podemos diferenciar dos grandes grupos de mecanismos cohesivos:

1) Los que sirven para «compactar la superficie del texto», es decir, evitar repeticiones innecesarias.

2) Los que sirven para evitar ambigüedades, es decir, mantener en la mente del lector los elementos de la superficie del texto que le permiten percibirlo como una unidad (repetición de palabras y expresiones de forma idéntica o con ligeras variaciones, paralelismos y paráfrasis).

Propuestas

La mayoría de las propuestas que siguen incluyen manipulación y reformulación de textos o fragmentos, dado que consideramos que los conceptos de coherencia y cohesión deben tener un espacio eminentemente práctico en el aula.

Un trabajo muy productivo es el que se puede realizar a partir de los conectores. Las relaciones entre las partes que conforman los textos pueden explicitarse por medio de estas palabras. Esto es especialmente útil para trabajar con relaciones de causa (porque, ya que, debido a), consecuencia (por lo tanto, por eso, así que) y temporales (primero, después, más tarde, etc.).

1. Relaciones posibles (exploración de conectores)

Pedir a los alumnos que utilicen conectores para unir dos o tres proposiciones dadas por el docente.

Su familia estaba preocupada. Ella no salía de su habitación.

Algunas posibilidades de resolución son:

Su familia estaba preocupada porque ella no salía de su habitación.
Mientras su familia estaba preocupada, ella no salía de su habitación.
Aunque su familia estaba preocupada, ella no salía de su habitación.
Su familia estaba preocupada, a pesar de que ella no salía de su habitación.

Otras posibilidades, cambiando el orden:

Ella no salía de su habitación, sin embargo, su familia estaba preocupada.
Ella no salía de su habitación debido a que su familia estaba preocupada.

Cada uno de estos encadenamientos permite generar hipótesis acerca de la situación contextual de la que forma parte el ejemplo trabajado.

2. Mundos posibles (coherencia interna)

Dado un texto, indicar qué oraciones o fragmentos son posibles en el mundo representado en él. Se puede partir de textos literarios, por ejemplo:

«En la Tierra, los seres humanos ya no tienen padres: nacen a partir de probetas. Durante el proceso de formación, cada bebé recibe la cantidad de oxígeno y alimento necesarios para desarrollar un nivel de inteligencia determinado. Por ello, cada niño nace perteneciendo a una clase: existen los hombres y mujeres alfa (los más inteligentes), los beta, los gama, los delta y los épsilon. Durante la infancia, cada uno recibe la educación adecuada a su clase y, más tarde, el trabajo correspondiente. Todos los seres humanos desean solo lo que pueden tener, por lo tanto, todos son felices».

(A. Huxley, Un mundo feliz).

Algunos hechos para evaluar como posibles o imposibles en ese mundo podrían ser:

  1. un alfa es infeliz e intenta rebelarse contra el sistema;
  2. un épsilon es feliz;
  3. dos gamma se dedican a explotar a los épsilon;
  4. los delta y los épsilon superan en inteligencia a los alfa.

Si bien en el mundo pensado por Huxley solo es absolutamente coherente la opción b, seguramente habrá alumnos que consideren posibles otras. Pero para justificar su posición necesitarán hacer una narración, por ejemplo, indicar qué le sucedió al alfa de la opción a para ser infeliz, o qué pasó para que sucediera d pese a que siempre los delta y los épsilon son menos inteligentes. Si todos coinciden en que solo b es posible, será el docente quien plantee la pregunta de cómo se podría hacer para que todos los hechos enumerados pudieran encajar en la descripción inicial. A partir de esto se puede trabajar, justamente, la noción de coherencia: para que los hechos a, c o d tengan lugar será necesario que se agreguen otros hechos u otros elementos en la descripción del mundo imaginado, es decir, pensar en nuevas relaciones, en una nueva coherencia.