Tiempos difíciles (fragmento)

Tantos o cuantos centenares de brazos trabajando en esta fábrica de tejidos; y tantos y cuántos centenares de caballos de vapor. Se sabe, medido en libras de fuerza, lo que rendirá el motor; pero ni todos los calculistas juntos de la Caja de la Deuda Nacional pueden decir qué capacidad tiene en un momento dado para el bien o para el mal, para el amor o el odio… para convertir la virtud en vicio, o viceversa, el alma de cada uno de estos trabajadores que sirven a la máquina con caras impasibles y ademanes acompasados. En la máquina no hay misterio alguno; pero sí hay misterio en el alma del más insignificante de esos hombres que trabajan en las fábricas… ¿Por qué, pues, no hemos de reservar nuestra aritmética para los objetos materiales, recurriendo a otra clase de medios para entender las asombrosas cualidades de los trabajadores? La claridad del día fue aumentando y se impuso sobre las luces que aún brillaban en el interior de las fábricas. Se apagaron las luces y el trabajo siguió su curso. Llovió, y entonces las serpientes de humo, sometiéndose a la maldición que pesa sobre sus familias, se arrastraron por encima de la tierra. Un velo de niebla y de lluvia envolvió, dentro del patio exterior del material de desecho, el vapor que salía por la tubería de escape, los montones de barricadas y de hierro viejo, las pilas de carbón reluciente y de cenizas que había en todas partes.Siguió el trabajo hasta que sonó la campana de las doce. Más repique de pasos sobre el pavimento. Telares, ruedas y brazos desconectados por una hora. Esteban salió, rendido y desencajado, de la atmósfera calurosa de la fábrica al húmedo viento y al frío encharcamiento de las calles. Salió de entre los de su clase y de su propio barrio, sin comer otra cosa más que un pedazo de pan, mientras caminaba en dirección de la colina, detrás de la cual vivía el dueño de la fábrica donde él trabajaba. Era una casa roja con contraventanas pintadas de negro, persianas interiores verdes, puerta de calle negra, sobre dos escalones blancos y el nombre de “Bounderby” sobre una chapa de bronce.El señor Bounderby estaba comiendo, era lo que había calculado Esteban. ¿Tendría la amabilidad el criado de anunciarle que uno de sus brazos pedía permiso para hablar con él?

Dickens, Charles, “Tiempos difíciles”, 1954. En: Alonso, María E.; Elisaldo, Roberto y Vázquez, Enrique C.
“Historia. Europa moderna y América colonial”. Buenos Aires, Aique Grupo Editor, 1994.