La “revolución industrial”

A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, la sociedad inglesa protagonizó un proceso que transformó el modo de vida de las sociedades europeas. Ese proceso fue la “revolución industrial”. Generalmente, los historiadores explican este proceso diferenciando dos fases. La primera, en la que se originó el “despegue industrial” –el crecimiento acelerado– a partir de la expansión de la industria textil algodonera; y la segunda, que se desarrolló a partir de 1850, en la cual la industria –impulsada por nuevos descubrimientos científicos y técnicos– se afirmó como la actividad económica más importante en Inglaterra, Francia, Alemania y Estados Unidos. […] Las nuevas máquinas eran grandes y pesadas, por lo que no podían ser instaladas en la casa de los trabajadores, y como además eran propiedad de los empresarios capitalistas, éstos organizaron las fábricas. La utilización de la máquina de vapor, que reemplazaba la energía humana, combinada con los telares mecánicos, contribuyó a la obtención de los resultados deseados. El trabajo del obrero se alejó cada vez más de la creatividad del artesano y se transformó en una tarea rutinaria. Poco a poco, la fábrica reemplazó los talleres manufactureros y se transformó en la base de la organización económica capitalista. La industria era un tipo de actividad económica que requería la circulación de dinero para funcionar: era necesario para la instalación de fábricas, la compra de materias primas y el pago de los salarios de los obreros. Por ello, la industrialización dependió de la inversión de los burgueses que habían acumulado capital a partir del comercio y el préstamo de dinero a interés. Los burgueses, desde entonces llamados capitalistas, comenzaron a hacer inversiones en la industria.

Alonso, María E.; Vázquez, Enrique C. y Giavón, A. “Historia. El mundo contemporáneo”. Buenos Aires, Aique Grupo Editor, 1999.