Debemos entender que el trabajo de la filosofía no es un trabajo relativo a autores e incluso que el pensamiento explícito y consciente es sólo una parte de su campo. En filosofía se trata de la elaboración del sentido, de un sentido que aspira a ser dicho, pero que requiere para su desarrollo pasos de producción que no parecen estar directamente relacionados, aunque sean parte fundamental de su posibilidad.

De esta forma hemos sugerido muchos ejercicios que tienden a alentar movimientos de sentido profundos en los alumnos, aunque para una perspectiva más atada a las delimitaciones clásicas de los campos de conocimiento puedan parecerle inadecuadas intromisiones de la psicología en el terreno de la filosofía.

Creo que es necesario comprender el progreso que la idea de filosofía -y las actividades relacionadas con ella- ha realizado inmersa en las revoluciones culturales de la época, de manera de volvernos capaces de integrar en el trabajo que le es propio aspectos externos, aleatorios o incluso juguetones, que una mirada más clásica dejaría afuera.

Los aspectos individuales del pensamiento no son secundarios ni aleatorios, son el fondo imprescindible de toda posibilidad de pensar, la base, el combustible y el destino de cualquier reflexión. El pensamiento sin nadie no existe, se trata siempre de algo que involucra a personas concretas, y el mismo sentido -como lo indica la palabra con que lo nombramos- es un desprendimiento y una coronación de la sensibilidad.

Como aliciente para tal perspectiva debemos también tener en cuenta un hecho fundamental: es la filosofía la que debe volverse capaz de ofrecer algún tipo de riqueza a la vida, y no la vida la que debe reducirse y amoldarse a la intención filosófica.

Con lo que llegamos a determinar un eje básico pero descuidado: la filosofía ha servido (patológicamente, como hemos señalado en otras entradas) de coartada a muchos individuos que por distintos motivos han querido o necesitado alejarse de las cuestiones urticantes de la experiencia de vivir. Un uso saludable, y también más sabio, de la filosofía -uno que traiciona menos el sentido fundamental de su afán cognoscitivo- pide que seamos capaces de usarla para trabajar esas cuestiones urticantes sin huir de ellas, haciéndoles por el contrario frente con los recursos de un pensamiento poderoso en su libertad y su capacidad de penetración.

Dicho esto es bueno dar un paso más y advertir que usar algo es de alguna manera abrir la puerta a su transformación. Usar a la filosofía es transformarla, adecuarla a nuestras necesidades, tomarla como una posibilidad abierta, como un recurso disponible, y limitar el peso de las ideas y planteos que suelen por el contrario darle el sentido de un llamado de atención, de un rechazo de la chanchada y la frivolidad del vivir. Si algún sentido o utilidad puede tener la filosofía es el de ayudarnos a vivir esa supuesta chanchada y a mostrar que la acusación de superficialidad o frivolidad que suele hacerse al fenómeno vital cuando se expresa en su exhuberancia acostumbrada es un defecto de la mirada pero no una carencia objetiva.