Una forma de encarar el tema sería la de retomar el debate constante acerca de si hay algo que pueda permitirnos valorar objetivamente el fenómeno musical. La tradición de la cultura clásica sostiene que el valor de la obra de Bach es superior al valor de la obra de Los Piojos. Pero entrar en esa discusión, cosa fácil y que despierta inmediatas pasiones, no permite explorar el universo de la sensibilidad conmovida por el tipo de música que cada uno sienta como propia. Me parece que sería más conveniente dejar de lado el tema, aceptar que el valor objetivo (por otra parte imposible de determinar de manera universalmente verosímil) de la música es en realidad un tema menor y partir de la siguiente ley: cada persona tiene su universo musical, expresión de su situación espiritual, y debe ser aceptado y respetado. No tiene ningún sentido intentar colonizar con el propio gusto al gusto ajeno. La diferencia humana existe y si nos gusta tanto hacerla valer en sus implicaciones socio políticas debemos también respetarla en la esfera del gusto.

Dicho todo esto: ¿de qué manera podríamos aprovechar la pasión de nuestros alumnos por sus universos musicales? ¿Cómo meternos con el tema sin bajar línea, es decir, ofreciendo modos de fortalecer sus sensibilidades sin operar normativamente sobre ellas?

La creencia de base que está en este planteo es la de que el camino de crecimiento y sofisticación para cualquier conciencia humana es el de la elaboración del camino personal. No debemos despreciar los contenidos de ninguna sensibilidad, ofreciéndoles modos de despliegue le damos lo único valioso que podemos darle; un camino de desarrollo. Nadie puede prever adónde lleva cada camino.

Las intensidades que un Bach, un Hendrix o un Alejandro Sanz son capaces de despertar pueden ser el motor de desarrollos de pensamiento valiosísimos.