Según el primer modelo, en el pensamiento se trata ante todo de lograr promover el juicio, la identificación de lo bueno y lo malo, lo valioso y lo denigrable, y al hacerlo ir dejando de lado la perspectiva personal para acceder a una objetividad explícita del sentido que debería guiarnos en la comprensión de la vida. Según el segundo, en cambio, se trata de sostener amorosa o maternalmente el pensamiento surgente, para que logre con el tiempo propio de su desarrollo adquirir la fuerza necesaria para elaborar sus propias actitudes morales y su propio universo de conocimientos, partiendo de los contenidos sensibles personales como claves para la construcción de sentido.

Es cierto que en muchos aspectos podríamos concebir posiciones de síntesis, entendiendo que el movimiento crítico puede ser parte de la afirmación de un pensamiento que intenta aparecer, pero de todas maneras creo sensato identificar estos dos sentidos base porque sobre todo producen consecuencias visibles en el ánimo de la clase y en el modo en que los alumnos y sus pensamientos son considerados.

Los profesores que adhieren al modelo crítico suelen sentir cierto desprecio o conmiseración por la mente de los estudiantes, viendo en ella la aparición amenazante del mundo y su supuesto movimiento de disolución cultural. Los que adhieren a la visión de la confianza, en cambio, conciben a sus alumnos como consistentes productores de su propio mundo, y los respetan más. Podríamos caracterizar a los profesores del primer tipo como personas que injustamente hacen de sus alumnos víctimas de su cortedad mental -y estaríamos en lo cierto, dado que la vida misma es la que no es crítica sino surgente, y ellos fallan en esta comprensión básica-, pero no hay que olvidar tampoco que para el crítico la primera víctima es él mismo. Después de todo, más que ponernos nosotros también en situación de hacer de ellos objeto de nuestra propia crítica tenemos que avanzar en la comprensión de los motivos de su limitación, lo que al mismo tiempo constituye la mejor manera para superarla.

Confiar en los alumnos quiere decir tener de ellos una versión que conciba el movimiento de su despliegue y crecimiento, ser capaces de esperar la concreción de los pasos que permiten ese paulatino avance en la expresión, captar el ritmo lento propio de los procesos de evolución personal, buscar la aparición de los obstáculos con ánimo de ofrecer respuestas que los ayuden a superarlos, saber que el sentido, el conocimiento, la verdad, son producciones que surgen de una personalidad que busca afirmar su propio camino, y que este no es nunca un camino sencillo y despejado.

Confiar quiere decir también saber que es necesario esperar, que los resultados de las mejores intenciones requieren que seamos capaces de aceptar los retrasos y las dificultades, y que esas pruebas se superan redoblando la apuesta de la confianza, sin desesperarse y sin sentir que algo grave está pasando si no hemos sido capaces de dar lugar a resultados espectaculares o resultados que hubieran sido en realidad imposibles, dado el fundamental reconocimiento de la complejidad que un pensamiento debe conseguir amasar para dar lugar a los pasos de su propio avance.

La confianza puede parecer a veces inmerecida, como si -siguiendo al refrán- se ofreciese margaritas a los chanchos pero, además de aprovechar la formulación extrema para señalar las dificultades que la resistencia de la clase a permitir su propia evolución suponen para el narcisismo de un docente (cuyo talento o eficacia se relacionan de manera directa con los resultados obtenidos), es probable que la mejor estrategia a seguir cuando surgen esas emociones sea la de redobla la apuesta de la confianza, a través de una dosis masiva de aceptación y de amor inteligente por las vidas que intentan abrirse paso en las tremendas dificultades de la edad.

Esta propuesta de promoción de la confianza y la aceptación como actitud base de la clase que se quiere pensante, sin embargo, no quiere decir, como podría pensarse, que el docente deba tolerarlo todo y adaptarse a las posibilidades recortadas de una clase que por ejemplo pretende eludir el trabajo arduo del autodescubrimiento. Por el contrario, el complemento de la confianza, el elemento que hace que esta pueda rendir frutos, es la exigencia. De ese factor evolutivo hablaremos en el próximo texto.