El trabajo que intento hacer en estos textos es el de lograr una versión no racionalista de la filosofía. Este objetivo puede parecer paradójico, ya que solemos identificar filosofía con racionalidad, pero se trata de construir un pensamiento que no esté limitado por los dos grandes defectos de la filosofía convencional: el abordaje lógico y objetivo del sentido y la concepción de la conciencia como una zona o actividad dominante en el fenómeno de la personalidad.

Se busca una filosofía capaz de captar los movimientos simbólicos y artísticos de la producción del sentido, capaz de comprender que el fenómeno del pensamiento es un fenómeno animal y no divino, y que aun cuando el pensamiento puede contar con la ayuda de la herramienta racional esta no puede llegar nunca al punto de reclamar un lugar esencial en la constitución de la realidad. La existencia no es un fenómeno racional; la vida, la naturaleza, el desborde que la caracterizan, son movimientos que siempre exceden a los límites de la racionalidad, que muestran otros sentidos y que descalifican a la racionalidad como eje del trabajo de comprensión que nos ocupa.

Se busca una filosofía capaz de asimilar el comprobado hecho de la existencia de un universo de elaboración (o mundo de pensamiento) que no aparece representado en la conciencia. El inconsciente del psicoanálisis lo ha puesto en evidencia, pero la propia experiencia de cualquier persona puede también servir para reconocer el hecho de que los sucesos de la mente no responden a una intención previa sino que suceden ellos mismos como fenómenos naturales sobre los que tenemos un control relativo y sumamente limitado. Se busca una filosofía que pueda entender que la máquina pensante es la sensibilidad entera y que acepte por lo tanto el valor de asociaciones o contenidos que pueden en primera instancia parecer arbitrarios pero que expresan en su movimiento una verdad profunda y necesaria del camino de la elaboración.

¿Qué es el pensamiento si no es la expresión de la racionalidad? Es un comportamiento orgánico. Es parte de un cuerpo que vive y siente y quiere y busca, es una experiencia funcional y no rectora. Sí, aceptarlo supone un golpe narcisista para quienes pretenden que al dedicarse al pensamiento racional serían también los custodios del sentido. Pero aceptarlo abre también innumerables caminos cargados de vida y de utilidad, formas de pensar al pensamiento y de ponerlo en movimiento capaz de transformar una clase de filosofía en un momento valiosísimo, en una especie de gimnasio del deseo que haga posible que los alumnos (y el docente mismo) despierten partes dormidas de sus personalidades y las pongan en acción.