El mundo cambia y mucho. El país está en crisis. Los chicos necesitan la ayuda, el recurso del pensamiento. Aferrarnos al mortuorio rigor y a los valores absurdos de la filosofía tradicional es no querer pensar, preferir la emoción del vacío antes que la positiva dificultad del crecimiento. Es preferir simular que pensamos a pensar de verdad. Pensar de verdad no tiene que ver con la función racional ni con el rigor, tiene que ver con querer vivir y con querer ayudar a vivir. El pensamiento no está para papar moscas conceptuales, está para afirmar la vida posible, para expresar y elaborar contenidos, valores, perspectivas, planes, ideas, que hagan que nuestra experiencia de ser personas vivas florezca.

La filosofía no es la historia de la filosofía. La filosofía no es la racionalidad aplicada por encima de la vivencia de la realidad. La filosofía no es opuesta a la autoayuda. No hay que pretender darle realce a la filosofía oponiéndola a otras variantes. La filosofía tiene sentido por sí misma, y si carece de él la culpa es nuestra y no de ella. No hay que estar pendiente de qué es filosofía y qué no, el cuadro correcto para las clases es: tenemos el recurso de pensar y tenemos un grupo de adolescentes necesitados de ese recurso. Desarrollemos capacidad de pensar, de pensar sobre las cosas que les pasan, de pensar en abstracto, de leer y entender, desarrollemos la capacidad de comprensión. No importan Platón, Aristóteles, Kant ni Hegel, importa la realidad, importa nuestras ganas de hacer cosas, importan los chicos que están todo el día pensando y necesitan desplegar ese pensamiento. Sirven todos los recursos, de acuerdo a cada profesor. Si querés usar a Platón usá a Platón, si querés usar a Bucay usá a Bucay, si querés hacerlos escribir hacelos escribir. Que tu pensamiento fluya y se anime a convocar al pensamiento de los demás. Estamos a cargo, si la clase fracasa es nuestra responsabilidad, no del gobierno ni de una supuesta estupidez ambiente. El profesor de filosofía inventa o se pudre. Es una buena coyuntura, tener que crear o crear. No hay tiempo ni excusa para ponerse esterilmente rigurosos, tratemos de limitar la depresión de la que suele nacer nuestro interés por la filosofía y demos vuelta nuestra historia: que nuestra patología se vuelva capacidad de querer y de hacer.