Recuerdos de provincia (fragmentos)
A. “Las páginas que siguen son puramente confidenciales, dirigidas a un centenar de personas, dictadas por motivos que me son propios”.
B. “A mediados del siglo XII, un jeque sarraceno, Al Ben Razin, conquistó y dio nombre a una ciudad y a una familia que después fue cristiana. M. Beauvais, el célebre sericultor francés, ignorando mi apellido materno (Albarracín), y sin haberme visto con albornoz, me hacía notar que tenía fisonomía completamente árabe [...]”.
C. “Aquí termina la historia colonial, llamaré así, de mi familia. Lo que sigue es la transición lenta y penosa de un modo de ser a otro; la vida de la República naciente, la lucha de los partidos, la guerra civil, la proscripción y el destierro. A la historia de la familia se sucede, como teatro de acción y atmósfera, la historia de la patria. A mi progenie me sucedo yo [...]”.
D.“Siendo alumno de la escuela de lectura, construyose en uno de sus extremos un asiento elevado como un solio, al que se subía por gradas, y fui ya elevado a él con nombre de ¡primer ciudadano!”.
E. “Yo creía desde niño en mis talentos como un propietario en su dinero, o un militar en sus actos de guerra. Todos lo decían y en nueve años de escuela no alcanzaron a una docena, entre dos mil niños que debieron pasar por sus puertas, que me aventajasen en capacidad de aprender [...]”.
F. “Quiero antes de entrar en cosas más serias, echar una mirada sobre los juegos de mi infancia, porque ellos revelan hábitos solariegos de que aún se resiente mi edad madura. No supe nunca hacer bailar un trompo, rebotar la pelota, encumbrar una cometa, ni uno solo de los juegos infantiles a que no tomé afición en mi niñez. En la escuela aprendí a copiar sotas y me hice después un molde para calcar una figura de San Martín a caballo [...]”.●
G. “Andando el tiempo, yo había logrado hacerme de la afección de una media docena de pilluelos, que hacían mi guardia imperial y con cuyo auxilio repetí una vez la hazaña de Leónidas, a punto que el lector, al oírla, la equivocará con la del célebre espartano”.
H. “En 1826 entraba como tímido dependiente de comercio en una tienda, yo que había sido educado por el presbítero Oro en la soledad que tanto desenvuelve la imaginación, soñando congresos, guerra, gloria, libertad, la república en fin”.
I. “La historia de Grecia la estudié de memoria, y la de Roma enseguida, sintiéndome sucesivamente Leónidas y Bruto, Aristídes y Camilo, Harmodio y Epaminondas; y eso mientras vendía yerba y azúcar, y ponía mala cara a los que me venían a sacar de aquel mundo que yo había descubierto para vivir en él. [...] Otra lectura ocupome más de un año: ¡la Biblia!”.
J. “El 19 de noviembre de 1840, al pasar desterrado por los baños de Zonda, con la mano y el brazo que habían llenado de cardenales el día anterior, escribí bajo un escudo de armas de la república: On ne tue point les idées (las ideas no se matan) [...]”.