Hablamos de... obsolescencia programada
En estos momentos de una acelerada evolución en lo que se refiere a la tecnología, la obsolescencia programada es casi una norma: se fabrican objetos que ya tienen una fecha de caducidad. En el cotidiano, lo vemos todos los días. ¿Quién no escuchó alguna de estas frases: «¡Antes mi televisor/computadora/lavarropas… me duraba más!», «La cafetera que me regalaron para mi casamiento (hace 25 años) aún funciona. La que me compré hace una semana ya se rompió»?
La ruptura está planificada. Los artefactos y los productos tecnológicos caducan antes de construirse porque, en el diseño mismo, la planificación de su finitud ya ha sido incluida. La vida útil se integra ya reducida. Los bienes pueden mejorar en cuanto a sus funcionalidades, pero no en su duración.
El concepto de obsolescencia programada se originó en la década del treinta con la revolución industrial y la producción en serie, cuando los empresarios se dieron cuenta de que, si vendían más productos, tenían más ganancias. Los fabricantes se pusieron de acuerdo para acortar la vida de los productos y, así, obligar al consumidor a sustituirlos… y volver a comprar. Más tarde, en 1954, el diseñador industrial Brooks Stevens habló por primera vez de la obsolescencia percibida como tal. La definió como «el deseo del consumidor de poseer una cosa un poco más nueva, un poco mejor y un poco antes de que sea necesario».
En educación, el concepto de obsolescencia programada llega con dos reflexiones interesantes: una, la educación en contra del consumismo y otra, la del reciclaje.
Comprar cada diez minutos implica, además de una conducta poco interesante (el impulso consumista), un problema para la economía de cualquier familia. Esta conducta, a su vez, genera enormes cantidades de basura conformada por todos estos aparatos que se tiran y que generan desechos tóxicos y que hacen muy mal al medioambiente: en todo el mundo, se generan 50 millones de toneladas de desechos electrónicos por año.
En 2015, el 9 % de la basura electrónica mundial era generada en América Latina (ver documento The Global E-Waste Monitor 2014).
A partir de la obsolescencia programada, surgieron muchas iniciativas que buscan paliar sus efectos negativos sociales y ambientales. «Restaurar computadoras y donarlas a escuelas nos permite contribuir a la alfabetización digital», explicó Viviana Ambrosi, directora de E-Basura, un proyecto de extensión universitaria de la Facultad de Informática de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), que surgió en el 2009 con el objetivo de reutilizar los desechos electrónicos con fines sociales.
Limitar el consumismo aunque nos cueste y cuidar el medioambiente son conductas que la escuela puede estimular para no caer en las redes de la obsolescencia programada. Hiperconectados, pero también críticos y amantes del medioambiente, los chicos de hoy saben que la basura electrónica existe. Por lo tanto, es importante acompañarlos en este criterio de cuidado pero no abuso, de amor por el medioambiente sin desmerecer lo que la tecnología puede aportar. Concientizar, esa es la clave.
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Publicado: 14 de octubre de 2016
Última modificación: 27 de febrero de 2020
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