La libertad y la espontaneidad no resultan características suficientes para promover el desarrollo del pensamiento. Si bien en la versión de la actividad filosófica que ofrezco en estos textos he abogado por la promoción probablemente extrema de estos rasgos, resulta impensable que puedan ellos solos lograr que el pensamiento de los alumnos surja con la fuerza y la complejidad que resultaría deseable. El otro factor necesario para que las propuestas esbozadas resulten exitosas es la exigencia: la exigencia promovida en el nivel más alto que sea posible para el grupo de trabajo sin que este opte por abandonar el trabajo y entregarse a la decepción.

En mis fantasías de déspota pedagógico imagino que si tuviera que cultivar a una persona de la manera más directa y eficaz la encerraría en una celda blanca y luminosa durante unas cuantas horas por día y no la dejaría salir hasta que no entregara un determinado número de páginas escritas. Su tema puede ser libre (aunque más efectivo sería darle algunas consignas); lo que no podría ser libre (o mejor dicho, el marco y la posibilidad de su libertad) es la cantidad de horas de aplicado trabajo, el tiempo de concentración y dedicación imprescindible para hacer surgir el mundo que lleva implícito.

Porque una persona tiene un mundo adentro, al que hay que hacer surgir pero al que también hay que ayudar a ser, y la exigencia es el medio para que ese universo propio pase de potencia a acto. Sin el peso de un cierto deber, sin el esfuerzo de dar forma, no hay modo de hacer que la riqueza sea real. En la utopía de mis años hippies también a mí me parecía que bastaba con la expansión pura y directa del deseo para que ciclo de la creación completara su desarrollo: hoy sé que el mundo y su complejidad (interna al sujeto o externa a él) se presenta con la forma de innumerables obstáculos y límites que deben ser superados con empeño y trabajo, que la intención es necesaria para que la libertad del deseo pueda coronar su objetivo.

Ese universo de pensamiento potencial (que sin embargo no todos poseemos de la misma manera, ni con el mismo grado de riqueza) no accede a la luz si se procede sólo con buenos modales. Es necesario que entre en juego la presión de la exigencia, que algo nos dirija hacia el esfuerzo de extraerlo de nosotros. La mezcla indicada es la que logra unir el elemento de la libertad expresiva, ligado al deseo y a la expresión de la autenticidad, con la posibilidad de aceptar el peso de la exigencia.

Es la fuerza del entusiasmo la que hace que los obstáculos que encontramos en determinado camino puedan ser enfrentados y superados. En otro camino, en uno en el que no pudiéramos encontrar entusiasmo alguno, en el que nos faltaría el apoyo de su promesa de satisfacción, no contaríamos con esa fuerza de respaldo. Este es el motivo por el cual, por ejemplo, una persona puede superar los exámenes de determinada carrera y no los de otra: para hacerlo debe haber un fondo de interés capaz de extraer de sí mismo la fuerza necesaria para darle sentido a la superación de los obstáculos que su camino presente.

Si pedimos a nuestros alumnos esfuerzos en un camino que ellos no sientan propio, en caminos en donde no haya interés personal puesto en juego, nuestro pedido no tiene muchas chances de coronarse con el éxito que querríamos. Si, en cambio, ligamos el requerimiento de la exigencia con contenidos que ellos puedan identificar como interesantes y propios, hay muchas más posibilidades de que el crecimiento tenga lugar. Lo uno es posible gracias a lo otro, y la mezcla de libertad y exigencia me parece una clave para conseguir que los alumnos trabajen, lean, escriban, piensen e investiguen.

La exigencia, o su idea hermana, el esfuerzo, es también un tema central para una reflexión que, como la filosófica, busca hacerse cargo de la complejidad de la existencia. ¿Cómo trabajarlo? La dificultad (nuestro obstáculo en este caso, el que nos enfrenta con el esfuerzo que debemos aceptar como desafío para nuestra tarea) es hacer entender que no hay logro sin esfuerzo, idea difícil de aceptar en una edad en la que la resistencia a todo deber es muy marcada. La clave es mostrar que aun aquellos logros que un adolescente reconozca como valiosos sólo son posibles de mediar la aceptación de la dificultad.

Como dificultad añadida podríamos mencionar el hecho de estar en un universo mental en el que toda dificultad suele ser achacada a la maldad de algún agente supuesto (el gobierno, el FMI, el profesor, etc) y en donde faltan por lo tanto los recursos para comprender las complejidades de la realidad, que hacen que cualquier logro deba siempre asumir el peso de una diferencia entre nuestro deseo y las posibilidades reales. Por más que queramos, el deseo no está destinado a ser cumplido sin más (la engañosa moral de los derechos fomenta esa idea): está en nosotros ser capaces de desplegar nuestras fuerzas hasta el nivel en el que el deseo, cualquier deseo, puede avanzar sobre el mundo hasta conquistar su cumplimiento.

Se me ocurre el siguiente ejercicio como base para trabajar el tema de la inevitabilidad del esfuerzo y la exigencia (auto exigencia o exigencia como requisito objetivo frente a ciertos objetivos):

1. ¿qué quiero lograr? (identificación de objetivos personales)
2. ¿qué necesito para hacer realidad ese logro? (identificación de los requisitos previos del logro, de aquellas cosas que imprescindiblemente deben suceder para llevarnos a él)
3. Síntesis: la elección del logro X supone la necesidad de pagar el precio Z.