El vigésimo aniversario de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo convoca a muchas reflexiones, no exentas de dolores. Una de ellas es en torno a la legitimidad de la demanda de restitución, por parte de las Abuelas, de los nietos que les han sido robados.

No se trata solamente de la realidad de la singularidad de cada chico, a quien se le ha robado una parte de su identidad, también se trata de la historia y del drama de un pueblo. Es la lucha por la restitución de una verdad.

¿Qué significaría no luchar por la restitución? Sería aceptar lo que ha pasado, estar de acuerdo o someterse a una verdad que no es la nuestra. Si la apropiación de los hijos ha podido ser, es porque se hizo desaparecer a los padres. Estamos en la lógica de la desaparición: los padres no han existido, estos chicos no tendrían que existir para nosotros. Uno recuerda los consejos dados a los familiares: olvídense, borren lo que ha pasado.

A esto contestamos que reprimir el pasado no permite vivir. No les ha bastado robar los hijos: han robado el recuerdo y quieren robar el porvenir y la verdad, y dejarnos con un agujero como aparato psíquico. El presente es la memoria del porvenir. Se nos quiere robar la posibilidad de tener una memoria del futuro (como diría Wilfred Bion). Una memoria del futuro, no solamente el nuestro, sino el de estos hijos robados y de sus descendientes, que va a quedar siempre truncada. Sus abuelas existen para ellos, pero en una ausencia que no se puede nombrar, simbolizarse. Queremos la restitución de estos hijos para restituirles la historia, no la memoria virtual impuesta con violencia por sus apropiadores. Es nuestra responsabilidad, porque uno es un humano en relación con otro humano. Un hijo es un humano y el Estado nos pide llorar estos chicos robados como si fueran muertos, cuando son vivos.

La responsabilidad, por su vínculo inmemorial al otro, no es una elección, es más bien una asignación que se anuda en la experiencia. Como dice Emmanuel Levinas: "Los muertos sin sepulturas en las guerras y los campos de exterminio acreditan la idea de una muerte sin mañana". Para nosotros, estas muertes de amigos, hijos, padres son con mañanas y respondemos para que así sea. Nuestra libertad, la de las generaciones futuras se inscriben en esta responsabilidad.


¿En qué somos responsables de lo que ha pasado? Pensar que la víctima es responsable de ser víctima es una ideología no totalmente ajena a un psicoanálisis que pretendería que la víctima es cómplice del victimario. Nuestra responsabilidad no es de cómplice, es histórica, en la medida en que somos responsables de la restitución de la verdad.

El miedo no es ajeno a la responsabilidad. Quieren darnos miedo, lo tenemos. No lo negamos porque somos responsables, pero no nos dejamos paralizar: porque tienen poder, pero no autoridad. Pero no se trata de un miedo que impide actuar. Es un miedo que invita a actuar. El miedo que teme por el otro.

¿Cómo articular un pensamiento del futuro, del porvenir, a partir de la experiencia que hemos atravesado? Nos han dado miedo físico, con amenazas de tortura, de muerte, nos quieren dar miedo psicológicamente de querer recuperar estos chicos robados, invocando los traumas de la restitución. No lo aceptamos. Estos hijos son hijos de padres que no tuvieron miedo de luchar por un mundo mejor. Estos hijos no son hijos de torturadores. Han sido concebidos en el deseo de unos padres que combatían estos torturadores.

¿Qué se les estaría diciendo a las Abuelas, pidiéndoles que renuncien a su demanda de restitución? Que den sus nietos en sacrificio a los dioses torturadores, asesinos, para hacerse perdonar por lo que sus hijos se han animados a hacer: combatirlos. Extraña problemática de la inversión de una deuda en la cual los padres asesinados tendrían que seguir pagando con la ofrenda de sus hijos y el dolor de sus madres.

Todavía no tengo hoy una respuesta abarcativa de esta forma de delito. En el mundo se mata a los chicos, se los roba, se los vende, se los prostituye, pero sólo en Argentina los asesinos de los padres se han apropiado de sus hijos. Desde hace veinte años, numerosos trabajos han intentado rendir cuenta de este hecho, que es para mí, aún, único y misterioso.

La problemática que nos ocupa en cuanto al futuro, es la de la filiación y de los lugares de cada uno en la cadena generacional, cuestión esencial sobre la cual se articula lo humano. En las semanas que han precedido este encuentro, he leído en el Herald Tribune un largo artículo que manifestaba la satisfacción norteamericana sobre lo bien que anda el mundo ahora. Claro, con algunos focos de violencia en África, por ejemplo, muestra de la buena salud del resto. En la misma semana, leí en el periódico Resumen, editado en España, otro texto que describía esta buena salud: miseria, hambre, analfabetismo, matanzas, desesperanza, de poblaciones cada vez más marginalizadas. Como decía Benedetti, "todo depende del dolor con que se mira". En el mismo diario se hacía un homenaje a nuestro querido Rodolfo Walsh y se publicaba la carta que él había escrito a la muerte de su hija.

¿Por qué digo esto? Porque es también ahí que se justifica la lucha permanente por la restitución; es una lucha para la restitución de nuestra verdad y de nuestra historia, es un acto de resistencia a una voluntad muy poderosa de imponernos otras. Esta lucha es nuestra responsabilidad, nuestra misión, nuestra posición de subjetivación. El robo de los chicos participa de un proceso de desubjetivación. Si suscribimos esto, aceptamos que se teja un tejido social falseado, en el que nuestra subjetividad es amenazada. La falta de justicia, el no reconocimiento de los culpables, la no reparación abren el paso a que la sociedad erija como posible la corrupción, la impunidad, el maltrato, el miedo, el asesinato.

Quiero decir que no luchar por la restitución significa un pacto con lo siniestro (en el sentido empleado por Fernando Ulloa), que abarca muchas otras cuestiones que la sola restitución. Ha acontecido, puede acontecer. Tenemos la responsabilidad de prever y de alertar. Saber de nuestra fragilidad, de nuestra vulnerabilidad, para resistir a nuestra omnipotencia.

Quiero citar a Hannah Arendt, que se maravilla sobre nuestra capacidad para interrumpir el curso de las cosas: "Empezar algo nuevo, facultad que es inherente a la acción, como para recordar en permanencia que los hombres, aunque deban morir, no nacen para morir, pero si para innovar"; ella llama a esta facultad "el milagro que salva el mundo". Las Abuelas, por su constante labor, transmiten a las generaciones futuras, como por ejemplo a la asociación que se llama H.I.J.O.S., esta fuerza del nacimiento, de esta irrupción al mundo con toda su fuerza creativa y única. La restitución es también el reclamo de esta fuerza y el rechazo absoluto del aniquilamiento de esta fuerza. Con las Abuelas hacemos un trabajo de nominación. Para responder a las generaciones que nos preceden y responder a las generaciones que vendrán, debemos responder por nosotros. Cuando hablamos de lucha permanente para la restitución, introducimos una noción fundamental de la responsabilidad: la continuidad.

En un artículo, yo avanzaba la hipótesis de una problemática perversa de desafío cuando el asesino o su cómplice roban el hijo de su víctima para hacerlo hijo suyo. Con la lucha permanente por la restitución decimos "no" a la complicidad de esta perversión mantenida día tras día en este vínculo de amor falsificado.

Por el contrario, se trata de estar del lado de la vida, de la verdad, de asumir la realidad. Restablecer los lugares en la filiación, restablecer el orden de las generaciones. ¿No será por esto que las asociaciones se llaman "Abuelas", "Madres", "H.I.J.O.S."? El pedido de restitución es el corolario de una reivindicación muy precisa. No aceptar la desaparición. Exigir la aparición de los cuerpos. ¿Adonde están? Han existido. Demanda insoportable, porque invoca el delito y designa los culpables. Es volver a introducir lo simbólico en lo social. El trabajo de Abuelas tiende a mantener la institución de lo vivo. La restitución va mucho más allá de una problemática individual y abarca una problemática social en lo que funda lo humano. Si el horror es admitido, ¿qué garantía tendríamos de la no repetición? ¿No iríamos hacia la locura y la anulación subjetiva?

Renunciar a la restitución ¿por qué? ¿Para no develar una verdad muy dolorosa? ¿Por miedo a desencadenar el sufrimiento inherente a esta tragedia? Pero sabemos que no son solamente historias individuales. Es la historia de un pueblo. Con esa renuncia, sabemos el daño hecho a las generaciones futuras. Queremos restituir la verdad de un sujeto histórico que pueda acceder a la verdad de su historia. Que después vuelva a su familia o no, es parte de su decisión, parte del drama de su vida. Nuestra responsabilidad es que pueda tener acceso a los elementos de su historia, que son constitutivos de su identidad y que pueda elegir en lugar de ser mantenido en una alienación.

A lo mejor una sola pregunta justificaría la lucha permanente por la restitución: aceptar el robo es dejarnos robar. ¿Por qué deberíamos dejarnos robar?


Extraído del libro Juventud e Identidad III. Congreso Internacional. Tomo II
En http://ww.conadi.jus.gov.ar, Biblioteca digital