¿Te imaginas una vaca carnívora, o un antílope que comiera tigres y leones?
Imposible, porque vacas, chivas, borregos, antílopes, búfalos y demás animales, son rumiantes.

¡Caramba! Comienzan las palabras extrañas. ¿Qué es un rumiante?
Sencillo: un animal que rumia. ¡Nos quedamos igual! ¿Qué es rumiar?
Rumiar es volver a masticar el alimento. Es lo que hacen las vacas, y por ello cuando comemos chicle nos dicen que parecemos una de ellas. Masticando y masticando sin comer nada nuevo.

Ah, pero a los rumiantes también se les conoce con el elegante nombre de... ¡POLIGÁSTRICOS!

¿Poliqué?

Poligástricos, que quiere decir: "poli" - muchos y "gastros" - estómago.
Un poligástrico o rumiante es un animal que tiene tres estómagos (como los camellos) o cuatro (como las vacas y los chivos).

¿Cuatro? ¡No inventen!

Bueno, no es que sean cuatro estómagos: es uno solo, pero muy grande y dividido en partes o secciones especializadas. Toda una maravilla de la evolución porque son animales que, gracias a ese estómago con aditamentos, pueden vivir comiendo exclusivamente pasto y otras plantas. Dicho de otra manera: pueden fabricar carne, leche y nuevos bebés rumiantes, usando zacates como única materia prima.

¿Tú crees que podrías alimentarte nada más con pasto? Te recomendamos que ni siquiera lo intentes. La única duda sería saber qué pasa primero: que te lastimes la lengua, que se te canse la mandíbula o te provoques una diarrea.

¿Por qué los rumiantes sí pueden?

Así evolucionaron. Si te das cuenta, la mayoría de estos animales no tenían muchas formas de defenderse de sus enemigos naturales. A pesar de tener cuernos y ser buenos corredores algunos de ellos, son presa fácil para predadores que también son rápidos, que cazan en equipo o que cuentan con garras y dientes poderosos. Para garantizar su supervivencia, se supone que la naturaleza les permitió ir evolucionando para tener un estómago muy completo. Un estómago que diera oportunidad para nuevas estrategias.

¿Cómo evolucionaron?

Imagina un vegetariano prehistórico. Un pobre animal con pezuñas divididas y que vive en manadas. Pastando siempre con miedo de ser atacado por una jauría de perros salvajes: hienas o quizá una manada de lobos. Harto de no poder comer en paz y de buscar los mejores alimentos, los de mayor calidad.
Porque claro, para seleccionar la comida hay que tener tiempo, calma y tranquilidad.

En estos cambios que fueron sufriendo algunas especies, primero desarrollaron la capacidad de consumir alimento en grandes cantidades. Justo así como te dicen que no debes comer. Todo rápido a la boca, tragando grandes bocados y casi sin masticar. Si alguna vez tienes oportunidad de ver a una vaca alimentarse, podrás observar que no mastican a la primera oportunidad; prefieren engullir todo... masticar vendrá después.

Ésa era la estrategia: salir a las grandes y despejadas praderas, donde estaban a merced de los animales cazadores, y comer de prisa lo que fuera; pero eso sí, en mucha cantidad porque los pastos son pobres en nutrientes. Todo ello para luego salir a ocultarse entre árboles y arbustos.
Ya en un lugar seguro y protegido, con buena sombra, entonces podían comenzar con su proceso de digestión. Ahí es donde entra la rumia: ese masticar los alimentos duros y fibrosos, para impregnarlos de saliva y humedecerlos y seguir masticando, una y otra vez, para triturarlos con los grandes dientes planos.

Claro que con masticar y masticar no bastaba, sobre todo si se trata de alimentos que tienen una baja calidad nutritiva: así la naturaleza diseñó algo más. En ese diseño hizo que el estómago creciera y se fuera dividiendo en cuatro secciones, de las cuales la primera es la más importante: el rumen (o panza).

El rumen es como un laboratorio de química. Ahí viven chorrocientas mil bacterias, levaduras y protozoarios (puro bicho microscópico). El animal no se enferma porque viven todos en equilibrio, y se convierten en socios y colaboradores en esta empresa de la supervivencia. En el estómago del rumiante los organismos microscópicos encuentran alimento, calorcito, oscuridad y protección. A cambio de hospedarlos en su panza, el rumiante aprovecha algunas habilidades de estos microbios, como son romper enlaces químicos de las hierbas, producir vitaminas, gases de fermentación y también proteínas microscópicas. Para decirlo más simple: el rumen se convierte en una fábrica mejoradora de alimentos. Una fábrica en la que metes casi basura alimenticia y consigues transformarla en proteína y energía de alta calidad.

Resumiendo:

- Lo primero que hace una vaca u otro rumiante, es arrancar y tragar pasto, zacate, hierbas y algunas otras plantas.

- El alimento pasa a la primera parte del estómago, el rumen. Ahí el alimento se humedece y se impregna de microorganismos que trabajan en la demolición química.

- Algunas porciones del alimento regresan a la boca y son masticadas. ¿Cuántas veces? Eso depende de lo duro del alimento y del tamaño de las partículas.

- En el rumen se sigue fermentando la comida, se producen nutrientes de alta calidad que absorbe el poligástrico y luego de uno, dos y hasta tres días, el alimento pasa a la siguiente sección, el retículo.

- El retículo o redecilla lo que hace es retener objetos extraños que hubieran podido tragarse por descuido. Objetos como clavos, piedras, astillas, trozos de madera, etcétera. Recuerda que comen sin escoger su alimento muy bien que digamos.

- La comida ya muy digerida pasa entonces a la tercera sección del estómago, el omaso, que, entre la gente común, sobre todo entre los comedores de pancita y menudo, se conoce con el nombre de libro. Nombre extraño, ¿no te parece? Se le llama así porque tiene muchas membranas que asemejan las hojas de un libro o cuaderno. Ahí la comida es exprimida para quitarle el exceso de humedad.

- Del libro pasa entonces al abomaso o cuajar, lo que corresponde al estómago normal de cualquier otro animal, y es parecido al nuestro o al de un cerdo. Ahí comienza una segunda digestión, como la que hacemos nosotros.

Como puedes ver, los rumiantes son un auténtico estuche de monerías y tienen la gran ventaja de que no compiten con el hombre por los mismos alimentos. Las gallinas y los cerdos, por ejemplo, tienen un aparato digestivo que funciona muy parecido al nuestro; por eso comen también cosas parecidas como granos y cereales.


La práctica de anatomía

En la siguiente oportunidad que tengas de comer pancita, menudo, mondongo o callos (los nombres varían según la región o el platillo), puedes identificar las diferentes partes del estómago de un rumiante. También lo puedes hacer en un mercado, si no te desagrada el olor que hay en los puestos donde venden vísceras. Ahí te van algunas pistas para identificar:

Rumen o panza: es lo más abundante, de lo que más hay. Tiene en su superficie la apariencia de una toalla. Está cubierto por pequeñas papilas, que es donde se absorben los nutrientes. Algunos trozos poseen algo parecido a tiras de músculos: los famosos "callos", como les llaman en España.

Retículo o bonete: le llaman retículo porque está cubierto por laminillas que forman polígonos y tiene la apariencia de una red. Le llaman bonete porque también nos recuerda a los gorritos que usaban antes los sacerdotes católicos. Más sencillo: parece el dibujo de una colmena de abejas.

Omaso o librillo: como dije antes, tiene láminas parecidas a las hojas de un libro. Es imposible confundirlo.

Abomaso: tiene la superficie interna totalmente lisa. No hay papilas ni laminillas ni nada.

Buen provecho y buena práctica.